Desde que inició la
invasión, miles de menores han sido trasladados fuera de Ucrania. Emma Bubola,
una reportera del Times con sede en Londres, pasó semanas localizando a niños y
familias ucranianos afectados por la política de reasentamiento de Rusia. Pero
fueron interceptados por las fuerzas prorrusas en los puestos de control de la
ciudad, según entrevistas con niños, testigos y familiares. Las autoridades los
subieron a autobuses que se internaban al territorio controlado por los rusos. Y
The New York Times lo cuenta con todo detalle.
La primavera pasada,
mientras las fuerzas rusas asediaban la ciudad ucraniana de Mariúpol, los niños
huían de las casas hogares y los internados bombardeados. Separados de sus
familias, siguieron a vecinos o extraños que se dirigían al oeste, buscando la
relativa seguridad de la zona central de Ucrania. Las autoridades rusas anunciaron
con fanfarria patriótica el traslado de miles de niños ucranianos a Rusia para
que fueran adoptados y se conviertan en ciudadanos. En la televisión estatal,
los funcionarios ofrecieron osos de peluche a los recién llegados, presentados
como niños abandonados, rescatados de la guerra. Pero, en realidad, ese
traslado masivo de niños es otro posible crimen de guerra. Y aunque muchos de
los niños procedían de orfanatos y hogares grupales, las autoridades también se
llevaron a niños cuyos parientes o tutores quieren recuperarlos, según
entrevistas con niños y familias de ambos lados de la frontera.
Este reasentamiento
sistemático forma parte de una estrategia más amplia del presidente ruso,
Vladimir Putin, de tratar a Ucrania como parte de Rusia, presentando su
invasión ilegal como una causa noble. Su gobierno utilizó a los niños
—incluyendo a menores enfermos, pobres y huérfanos— como parte de una campaña
de propaganda que presentó a Rusia como un salvador caritativo.
A través de entrevistas
con padres, funcionarios, médicos y niños en Ucrania y Rusia, The New York
Times identifica a varios niños que habían sido trasladados. Algunos volvieron
a casa. Otros, como Anya, siguen en Rusia. El Times la entrevistó varias veces,
intercambiado notas de voz con ella y verificó detalles clave a través de sus
amigos, fotografías y un diario que llevaba en el que identificaba a otros
niños con los que había estado. Anya había vivido separada de su madre y solo
mantenía contacto esporádico con ella antes de la guerra. Pero, sin el número
de teléfono, Anya dijo que no podía comunicarse con su mamá.
Anya y otras personas
describieron un proceso desgarrador de coerción, engaño y fuerza durante el
envío de niños desde Ucrania a Rusia. En conjunto, sus relatos se suman a un
creciente número de pruebas de gobiernos e informes de noticias sobre una
política de traslado y adopción enfocada en los niños más vulnerables en las
situaciones más peligrosas. El traslado de personas fuera de un territorio
ocupado puede constituir un crimen de guerra, y los expertos afirman que la
práctica es especialmente delicada cuando se trata de niños, los cuales no
pueden dar su consentimiento. Las autoridades ucranianas acusan a Rusia de
perpetrar un genocidio.
El número de niños
reasentados no está claro. Las autoridades rusas no respondieron a las
preguntas del Times. Las autoridades ucranianas aseguraron que no tenían un
recuento exacto, pero estimaron que la cifra llegaba a miles de niños. Las
familias rusas hablan de la adopción como una cuestión de patriotismo, pero
también expresan un sincero deseo de dar una mejor vida a los niños. Y aunque
muchos padres ucranianos intentaron recuperar a sus hijos, otros no lo hicieron,
ya sea por motivos económicos o porque sus relaciones se rompieron incluso
antes de la guerra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario