jueves, 15 de agosto de 2024

“Gorda que te quiero gorda”.

 

David Torres nos recuerda en Público las historias que se contaban durante la mili. Cuanto más grande fuese la burrada que soltaba un recluta, no tardaba el siguiente en contar otra que la superaba con creces. “Pero quizá la burrada más grande que escuché en aquel período de reclusión involuntaria tuvo lugar en un viaje de vuelta a Madrid, en el coche de un recluta novato que nos contó a los cuatro compañeros que regresábamos con él una historia que estuvo dando tumbos en mi cabeza durante treinta años”.

“La historia era que sus amigos y él solían comenzar las noches del sábado con una competición que consistía en ver quién se ligaba a la chica más gorda. Se repartían las partidas de caza por diversas discotecas de la zona y, un par de horas después, los cazadores regresaban del brazo de su presa hasta la puerta de un bar de Aurrerá donde las muchachas se iban mosqueando al ver que todos ellos se conocían. Al llegar el último de ellos, las ponían todas juntas frente a una pared y entonces medían el diámetro a ojo de buen cubero. ‘Ha ganado Juanmi, como siempre’ decía el conductor, antes de explicar cómo él y sus amigos se iban muertos de risa, dejando al cónclave de gordas en solitario, para que se fuesen conociendo.

“Las carcajadas se repetían en el coche y, para mi vergüenza, debo confesar que yo también me reí, aunque algo en la crueldad salvaje de esa broma se me debió quedar incrustado en el alma. De otro modo, no se explica que muchos años después, cuando estaba escribiendo una novela que se acabaría titulando ‘Cartas a las novias perdidas’, la incluí a la hora de explicar el intento de suicidio de un personaje, Úrsula, que había sufrido durante su adolescencia las burlas y humillaciones por su físico desmesurado y que, finalmente, en plena madurez, se había transformado en una tía buena no pese a sus kilos de más, sino gracias a ellos.

“Con sus 96 kilos de peso y su 1,87 de altura, Paula Leitón bien podía encarnar a mi personaje en una adaptación cinematográfica y, de hecho, su respuesta a los comentarios que pretendían ridiculizarla no desentonarían en boca de la doctora Úrsula: ‘Me resbalan’. Vivimos en un mundo en la que el ideal de belleza femenina tiende a la dieta del espárrago hasta el punto de que, no hace muchos años, en unas fotos promocionales del Festival de Cannes, le adelgazaron digitalmente la cintura, la cadera y las piernas nada menos que a Claudia Cardinale. Poco más se puede esperar de este mundo anoréxico que hoy consideraría obesas sin remedio a mitos eróticos de la talla de Marilyn Monroe o Ava Gardner”.

David Torres termina reconociendo que fue gordo toda la vida, “uno de esos gordos aficionados siempre rondando los diez kilos de sobrepeso; por eso mismo entiendo el pullazo de los comentarios de esos imbéciles, la mayoría de los cuales me imagino tecleados desde un sofá mientras se rascaban las lorzas. Pero, como he dicho más de una vez, las gordas no es que tengan mala prensa: es que no tienen ninguna. No puedo recordar una sola gorda memorable de la literatura, mientras que gordos los hay a patadas, empezando por Falstaff y concluyendo en Ignatius Reilly. Puesto que no estoy al día en esto del olimpismo, no recuerdo ahora en qué lugar de Twitter vi la foto de otro jugador de waterpolo, ancho, con barriguita y michelines, al que muchas mujeres piropeaban, con gran asombro del público masculino. Yo mismo me veía bastante reflejado en la imagen, aunque, para mi desgracia, voy camino de una edad en la que ya no sé si ir a Tinder, a Meetic, a First Dates o directamente al Imserso”.

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