Instagram reactivó la
cuenta de Cristina Fallarás, después de que la periodista denunciara la mañana
del este sábado que le había cerrado su cuenta en la red social. La periodista
vinculó el cierre de su cuenta al hecho de haber desvelado una serie de
mensajes anónimos de mujeres que acusaban al exdiputado y exportavoz de Sumar,
Íñigo Errejón, de violencia machista, lo que generó un gran revuelo entre los
usuarios de ésta y otras redes sociales.
Cristina Fallarás cuenta
en Publico que no era el primer testimonio que recibía y publicaba en el que se
nombraba a “un político de Madrid”, comportándose de una manera similar. “Pensé
en Íñigo Errejón, claro, pero sin ninguna certeza. Tampoco le pregunté a la
mujer que me escribía a quién se estaba refiriendo. Nunca lo hago. No entablo
conversación con las mujeres que quieren enviarme las agresiones que han
sufrido. Para empezar, porque no podría hacer otra cosa, son centenares a la
semana. Además, porque no es mi papel. Cuando puse en marcha ese archivo de
relatos en el que se ha convertido mi cuenta de Instagram, tuve claro que debía
definir mi papel: ser canal. Solo eso. No es mi papel asesorar, aconsejar,
consolar, denunciar, articular.... A cada una de las mujeres que me escribe le
doy las gracias, le mando un beso o un abrazo. Eso es todo.
“La inmensa mayoría no me
da el nombre del hombre que la agredió, o de los hombres, porque a menudo
narran una sucesión de violencias que recorren sus vidas. Quienes sí lo hacen,
suelen pedirme que no publique su relato, porque tienen miedo a las
represalias, a ser reconocidas, a lo que sea. Me lo envían, entiendo, como una
forma de desahogo, una liberación. Narrar, relatar lo vivido, es una forma de
alejarse y mirarlo, de tomar distancia. También aligera. Siempre pienso que nos
empeñamos demasiado en insistir a nuestros menores en que lean y muy poco en
que escriban. Deberíamos escribir tanto como leemos. Las palabras componen un
artefacto que resulta más manejable que las emociones.
“Así que aquella mujer me
mandó el relato de la violencia vivida y yo lo publiqué, como siempre, como
cada día desde hace ya más de un año, como tantos otros, cientos y cientos y
cientos. Arrancaba diciendo: ‘Me habían avisado del trato que le daba a las
mujeres, pero dada su posición política no podía creerme que eso fuera verdad’.
Acababa con algo que me llamó la atención: Hay detalles que prefiero no contar,
pero si alguna mujer se lo topa, que sepa que no está loca, que es un verdadero
psicópata, y que sus aires de persona normal esconden un verdadero monstruo’.
En esa frase había un ánimo de comunicación con otras mujeres, la certeza de
que esas ‘otras’ existían e iban a reconocerse en su narración. Y así sucedió.
“Lo que pasó después es
conocido. Varias personas capturaron sus palabras, las reprodujeron aquí y allá
y señalaron que reconocían en ellas el comportamiento de Errejón. No solo había
víctimas, también mujeres a las que esas víctimas les habían relatado lo
sucedido, y ellas a su vez lo habían relatado a otras... Pero la imagen de
Errejón como un hombre capaz de agredir sexualmente a una mujer no era solo
palabrería, eso que han llamado estos días ‘un runrún’. Había un hecho, y entre
‘un runrún’ y un hecho media la realidad. Existía un testimonio previo, el de
una joven que hace año y medio ya publicó en las redes que el político la había
acosado en una fiesta feminista. Yo la recuerdo bien, porque entonces se supo
que aquello había sido silenciado.
“A mí todo lo que se
silencia me interesa. Sé que el silencio es el mayor castigo, la fuente de toda
podredumbre, el cuarto donde se encierra a la niña para dañarla para el resto
de su vida, el lugar donde hombres y mujeres son confinados para que no tengan
paz jamás, la losa que aplasta la decencia. El silencio es el mal mayor de
nuestro país, que se lo pregunten a los represaliados y represaliadas de la
dictadura, a los torturados y torturadas de eso que algunos se atreven aún a
llamar ‘modélica’ Transición. Al silencio nos han condenado a las mujeres
durante toda la historia de la humanidad. Pero ya no. De pronto, tenemos
herramientas para narrarnos, y por el momento no veo cómo van a poder evitarlo.
“Así que aquella mujer
que envió el mensaje lo hizo como quien lanza una botella al océano oscuro del
silencio, un ‘esto me pasó’, un ‘no estamos locas’, flotando en el universo de
redes y mensajes. Lo que no sabíamos, ni ella ni yo, es que eran muchas las
náufragas esperando ese mensaje para agarrarse a él. Porque ya no se pueden
silenciar algunas cosas, entre ellas la violencia machista ejercida de forma
habitual. Quienes creyeron que tapando la boca a la primera agredida por
Errejón iban a poder frenar al resto no tienen ni idea de lo que hemos cambiado.
No saben que los relatos de miles, millones de mujeres están ahí para que otras
se agarren a ellos. Porque eso era lo que nos faltaba. No nos faltaba
denunciar. Nos faltaba saber qué estábamos exactamente denunciando, saber que
nos estaba pasando a todas, saber que somos todas, saber que juntas no tenemos
ni miedo ni vergüenza, saber, como decía aquella mujer, que no estamos locas.
“Y entonces, el agresor
cayó. No cayó porque una mujer lo denunciara públicamente, sino porque una
mujer relató lo que había vivido y sentido, de manera que otras pudieron saber
que eso mismo era lo que habían vivido y sentido ellas, que eran muchas. Esta
semana algo ha cambiado definitivamente. Sabemos que tenemos las herramientas y
que éstas son eficientes. La eficiencia es la base. Tenemos unas herramientas
creadas por nosotras mismas, no heredadas del patriarcado. Están basadas en el
testimonio, en la memoria colectiva, en las palabras. Y funcionan”.
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