En otras regiones aparentemente más pacíficas, como Mallorca, surge otra clase de violencia, menos espectacular pero más soterrada, entre las mismas cofradías de Semana Santa que, al final de los setenta, sufrieron un alarmante descenso de cofrades. Miembros del propio clero desprestigiaron, desde los medios de comunicación, las procesiones consideradas como “actos folklóricos” y muchas de ellas estuvieron al borde de la desaparición. Hasta que el presidente de una asociación autorizó a las mujeres a participar en los actos, vetados hasta esa fecha para ellas.
La medida fue la salvación de no pocas cofradías que cobraron de nuevo fuerza, pese a contar con la oposición del clero tradicional y de algún consiliario. El número de participantes volvió a aumentar. Los mismos políticos se involucraron en todos los actos, como medio de conseguir votos. Y, a mediados de los ochenta, los presidentes y secretarios de dichas cofradías fueron invitados a colaborar como interventores de un PP que, había subyugado a gran parte de la Comunidad Autónoma.
Al iniciarse el nuevo siglo, los partidos de la isla participan en las hermandades y el propio Obispo organiza e imparte conferencias públicas en los días previos a la Semana Santa. Pero el protagonismo de los cofrades que aparecen en los medios de comunicación provoca ciertos celos, envidias y rivalidades. Cada presidente quiere que su cofradía sea la más importante. Con tal de salir en prensa o en televisión, se organizan todo tipo de actividades y, sólo por lucir una vara en las procesiones, los presidentes se vuelven engreídos y se creen con más dotes de mando que los antiguos sargentos legionarios.
La medida fue la salvación de no pocas cofradías que cobraron de nuevo fuerza, pese a contar con la oposición del clero tradicional y de algún consiliario. El número de participantes volvió a aumentar. Los mismos políticos se involucraron en todos los actos, como medio de conseguir votos. Y, a mediados de los ochenta, los presidentes y secretarios de dichas cofradías fueron invitados a colaborar como interventores de un PP que, había subyugado a gran parte de la Comunidad Autónoma.
Al iniciarse el nuevo siglo, los partidos de la isla participan en las hermandades y el propio Obispo organiza e imparte conferencias públicas en los días previos a la Semana Santa. Pero el protagonismo de los cofrades que aparecen en los medios de comunicación provoca ciertos celos, envidias y rivalidades. Cada presidente quiere que su cofradía sea la más importante. Con tal de salir en prensa o en televisión, se organizan todo tipo de actividades y, sólo por lucir una vara en las procesiones, los presidentes se vuelven engreídos y se creen con más dotes de mando que los antiguos sargentos legionarios.
De esta manera las disputas y las envidias en torno a estos conceptos pseudo-religiosos, mezclados con tintes políticos del momento, se alternan con fluidez mientras los cofrades, con sus túnicas encarnadas o beige, sus capas azules, verdes o rojas, sus turbantes y sus capirotes blancos, altos para los hombres y caídos para las mujeres, rematados con una borla, reparten a su paso confites a troche y moche y consiguen que todas las miradas recaigan sobre ellos. Hasta seis procesiones protagonizaron ayer. Es la otra cara de la Semana Santa que se debate entre las viejas costumbres de una España católica y retrógrada, y una España profana que pasa de toda espiritualidad y quiere vivir por libre.
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