Durante dos días, he estado recostado en cama, con fiebres altas que anonadaban mi cuerpo. ¿Es el resultado del esfuerzo promovido durante la Semana Santa? Siento cómo mi espíritu se halla muy lejos. Flota en el más allá y observa cuanto me rodeaba. Ha sido emocionante y, al mismo tiempo, angustioso ver pasar el mundo desde un punto no determinado del espacio, fuera de la atracción e influencia de la bola terráquea. Pero, en el momento de intentar describir lo que veo, siento cómo me fallan las fuerzas y me confunden los fantasmas que me asedian.
Todo me resulta extraño, y la dicotomía entre lo que el cuerpo me pide y lo que el espíritu me ofrece resulta casi grotesca. Un manfutismo filosófico me invade, al mismo tiempo que soy incapaz de elegir entre dos o tres opciones, al no existir dilema alguno. ¿No será que, en estos momentos, mi razón es incapaz de lucubrar? Pero, mientras mi cuerpo sufre dolores en cada uno de mis huesos y musculaturas, y mis sentidos se cierran en banda para no ser molestados, siento cómo mi mente sigue ligera y viva. La presiento como un tizón semiencendido bajo unas cenizas que lo cubren todo, capaz de reencenderse en cuanto alguien sople sobre ella.
En todo ese tiempo de ausencia, no he probado más que el agua. No he querido comer nada. Sé que es la forma de ir eliminando los elementos que envenenan mi organismo. Y sé, porque la experiencia así me lo ha enseñado, que, al final, siempre vencen los glóbulos blancos sobre los microbios malignos. Aunque, por el momento, me temo que me falten las fuerzas para seguir describiendo lo que me pasa. El cansancio y las altas temperaturas se apoderan por momentos de mí. Así que voy a seguir como estaba, dejando que el mundo ruede y me ignore. Presiento que a nadie le hago ni puñetera falta. Nadie, excepto los que me aman, va a notar mi ausencia si, de repente, desaparezco. ¿Por qué habrían de hacerlo? Alguien ha dicho: “El cementerio está lleno de gente imprescindible”.
Todo me resulta extraño, y la dicotomía entre lo que el cuerpo me pide y lo que el espíritu me ofrece resulta casi grotesca. Un manfutismo filosófico me invade, al mismo tiempo que soy incapaz de elegir entre dos o tres opciones, al no existir dilema alguno. ¿No será que, en estos momentos, mi razón es incapaz de lucubrar? Pero, mientras mi cuerpo sufre dolores en cada uno de mis huesos y musculaturas, y mis sentidos se cierran en banda para no ser molestados, siento cómo mi mente sigue ligera y viva. La presiento como un tizón semiencendido bajo unas cenizas que lo cubren todo, capaz de reencenderse en cuanto alguien sople sobre ella.
En todo ese tiempo de ausencia, no he probado más que el agua. No he querido comer nada. Sé que es la forma de ir eliminando los elementos que envenenan mi organismo. Y sé, porque la experiencia así me lo ha enseñado, que, al final, siempre vencen los glóbulos blancos sobre los microbios malignos. Aunque, por el momento, me temo que me falten las fuerzas para seguir describiendo lo que me pasa. El cansancio y las altas temperaturas se apoderan por momentos de mí. Así que voy a seguir como estaba, dejando que el mundo ruede y me ignore. Presiento que a nadie le hago ni puñetera falta. Nadie, excepto los que me aman, va a notar mi ausencia si, de repente, desaparezco. ¿Por qué habrían de hacerlo? Alguien ha dicho: “El cementerio está lleno de gente imprescindible”.
A mí sí que me haces falta, no podría pasar sin tus escritos; es una gozada leerte. Ojalá la Prensa de estas Islas estuviese a tu nivel, otro gallo nos cantaría entonces.
ResponderEliminarUn saludo muy cordial.
Toni Far