Cada vez que llega periódicamente este mes, recuerdo con cierta añoranza el “Mayo del 68” francés que viví directamente en París. Consignas tales como “La imaginación al poder”, “Sé realista, pide lo imposible”, “Las playas están bajo los adoquines”, “Abrid las ventanas y cerrad la tele”, “Ni amo, ni Dios. Soy yo”, “Prohibido prohibir”, “Soy marxista, tendencia Groucho”, y otras muchas, se acumulan en el baúl de mis recuerdos. La rebelión fue entonces un hecho más que una palabra y toda forma de autoridad quedóse en entredicho.
Los prolegómenos de aquella revuelta estudiantil se iniciaron en enero, con la ofensiva Vietcong de Ted contra Saigón y, en abril, con el asesinato de Martín Luther King, defensor de los derechos civiles para los negros. Vivía yo entonces en París, en donde estudiaba y trabajaba al mismo tiempo. Recuerdo que las protestas de los estudiantes fueron poco a poco creciendo, después de que, en Praga, se viviera una primavera revolucionaria, abortada, en agosto del mismo año, por los tanques rusos que invadieron Checoslovaquia. Un año antes, en Bolivia, se asesinaba a Che Guevara.
Ese mismo año del 68, en España, Serrat renunciaba a cantar en Eurovisión si no era en catalán, y Masiel le sustituía con su “La, la, la”; ETA cometía su primer atentado y los jóvenes de izquierda apoyaban tanto al Che, como a los tupamaros o a ETA. Mientras tanto, en el desierto de Nevada se hacían pruebas nucleares subterráneas. Se registraban las mayores explosiones conocidas hasta la fecha y el senador Demócrata, Robert Kennedy, sufría un atentado en Los Ángeles, falleciendo, a raíz del mismo.
Frente a los miles de estudiantes que gritábamos “El poder está en la calle”, el ministro del Interior, Marcelin, arremetía con la consigna: “El poder está en las urnas, no en la calle”, intentado terminar, en unas horas, el movimiento de los “enragés” que duró más de un mes. De Gaulle, en aquel momento, al frente del poder, calificaba las manifestaciones a favor de las reformas educativas y sociales de “chienlit” (cagalaolla) y enviaba a la Policía para sofocarlas y reprimirlas violentamente.
Los prolegómenos de aquella revuelta estudiantil se iniciaron en enero, con la ofensiva Vietcong de Ted contra Saigón y, en abril, con el asesinato de Martín Luther King, defensor de los derechos civiles para los negros. Vivía yo entonces en París, en donde estudiaba y trabajaba al mismo tiempo. Recuerdo que las protestas de los estudiantes fueron poco a poco creciendo, después de que, en Praga, se viviera una primavera revolucionaria, abortada, en agosto del mismo año, por los tanques rusos que invadieron Checoslovaquia. Un año antes, en Bolivia, se asesinaba a Che Guevara.
Ese mismo año del 68, en España, Serrat renunciaba a cantar en Eurovisión si no era en catalán, y Masiel le sustituía con su “La, la, la”; ETA cometía su primer atentado y los jóvenes de izquierda apoyaban tanto al Che, como a los tupamaros o a ETA. Mientras tanto, en el desierto de Nevada se hacían pruebas nucleares subterráneas. Se registraban las mayores explosiones conocidas hasta la fecha y el senador Demócrata, Robert Kennedy, sufría un atentado en Los Ángeles, falleciendo, a raíz del mismo.
Frente a los miles de estudiantes que gritábamos “El poder está en la calle”, el ministro del Interior, Marcelin, arremetía con la consigna: “El poder está en las urnas, no en la calle”, intentado terminar, en unas horas, el movimiento de los “enragés” que duró más de un mes. De Gaulle, en aquel momento, al frente del poder, calificaba las manifestaciones a favor de las reformas educativas y sociales de “chienlit” (cagalaolla) y enviaba a la Policía para sofocarlas y reprimirlas violentamente.
Son días que dejaron huella en mi vida. Oigo todavía el estruendo de los disparos provocados por la CRS (Cuerpos Republicanos de Seguridad) –que debiera llamarse Cuerpos Represivos de Seguridad– y siento desbordar mi cólera desde mi boardilla de la calle Pigalle en la que vivía. Durante aquellas jornadas de lucha sin cuartel que duraron treinta días y treinta noches, ardieron los coches, saltaron los adoquines de la calzada, hubo gritos y se multiplicaron los resistentes y los heridos contra las fuerzas de ocupación gaullista. Pero, más allá de las contraseñas y las órdenes policiales, la lucha no fue nada fácil para nadie. Sólo en la noche del 10 al 11 de mayo hubo 805 heridos, de los que 345 eran policías.
No pude estar ese mayo en Paris, no me dejaron salir hasta que hize la mili: los secuaces del abuelo pachi vigilaban la frontera para que nada se filtrase en un sentido u otro. La frase que más nos "llegó" de aquella neorevolución francesa fue la que pones de título del post, era lógico, la piel de toro era entonces un damero de cuadros solo grises.
ResponderEliminarHoy he visto a tu hermano, se ha hecho entera la "ruta de la plata" andando; fijate de Sevilla a Santiago andando, claro está hecho un mulo.
Si decides emularle, comprate una cabra y puedes hacerla bailar mientras tocas la trompeta. Puedes sacarte unas perrillas en los pueblos por los que pases.
Un abrazo desde la isla, ya resfinitivamente, negra.