por los aplausos de sus electores.
Sin duda la Sorbone, universidad francesa por antonomasia, sita en pleno barrio latino, desde donde presencié aquella rebelión de estudiantes que, hace casi cuarenta años, movilizó toda Francia, se encuentra hoy desengañada y humillada por la exaltación de Sarkozy, rodeado de pequeños y grandes burgueses dispuestos a sustituir mayo del 68 por mayo del 2007 y a cambiar definitivamente el eslogan de la imaginación al poder por el de la realidad –por supuesto la de Nicolás Sarkozy–, al poder.
Con gran maestría, Sarkozy ha sabido rodearse de intelectuales coetáneos como André Glucksmann y Max Gallo, y de intelectuales como León Blum y Jean Jaurés, dos de las figuras más emblemáticas de la izquierda francesa, así como de Henri Guaino, un escritor que supo cambiar su imagen de hombre duro y antipático por la de un hombre humano, capaz de ser amado. Y con gran pericia y habilidad política, mantuvo el objetivo y las metas de sus discursos. De nada sirvió el manifiesto en pro de Ségoléne Royal, firmado por 150 intelectuales franceses a favor de una “izquierda de esperanza” y “en contra de una derecha arrogante”. “Demasiado tarde –dice dicho texto– para deplorar nuestra depresión, demasiado tarde para lamentar nuestra pasividad, demasiado tarde para darnos cuenta de que las presidenciales se han hecho sin nosotros, a pesar de nosotros... No pensamos caer en la trampa que nos ha tendido la derecha, que domina o tiene influencia sobre la mayoría de los medios de comunicación. Porque en esta campaña se ha hecho todo lo posible para desmovilizar a la izquierda y desesperar a sus electores”.
Los intelectuales critican a Nicolas Sarkozy por ser un símbolo de “regresión social” y el “candidato del poder financiero, del poder personal y del desorden mundial”, habiendo encarnado “la sumisión de la política al dinero”. Y los firmantes del citado manifiesto, entre los que hay conocidos periodistas, políticos, escritores, profesores, historiadores, sociólogos, matemáticos, abogados, etcétera, apelan la izquierda de esperanza que acaba de ser burlada por un presidente que supo enfrentarse a todos ellos y dejarles en ridículo.
Elegir a Nicolás Sarkozy –repetía Ségolène Royal el día de cierre de su campaña– sería peligroso” Y, el mismo día de su elección, el hijo de un emigrante húngaro reconocía que “el pueblo francés ha elegido “romper con las ideas y los hábitos del pasado”. Y repetía, una vez más: “Voy a devolverle a los franceses el orgullo de Francia. Voy a rehabilitar el trabajo, la autoridad y el mérito”. Apostó por la grandeza de Francia imprimiendo una imagen de ruptura con un pasado. Pero su pensamiento en contra del trabajador migratorio y a favor de la fuerza policial, con tintes de racismo y desprecio hacia la “pegre”, la chusma básicamente negra y árabe que, en mala hora, fuera despachada de los barrios centrales de París a los desiertos urbanos y muti-familiares, siguió en pie. Una candidatura que niega, en fin, los valores de mayo del 68. “Nos quedan dos días para decir adiós a la herencia de mayo del 68”, exclamaba en su último mitin de su campaña, dispuesto a borrar de la memoria aquella primavera, en un gesto para atraerse a la ultraderecha de J. M Le Pen. De hecho, parte de la extrema derecha le votó en la primea vuelta y el resto, en la segunda. Pero lo hizo de la mano de un experto en imagen, Henri Guaino.
Confieso que me dan pánico estos políticos que suben al poder con la promesa de devolver la noción de patria y de velar por la “identidad e integración nacional”, anunciando una política severa contra los descendientes de los que están en el país y no se integran. Son políticos que, una vez respaldados por el pueblo, consiguen el apoyo incluso de gobiernos socialistas extranjeros, aunque, a veces, en el fondo, prediquen lo mismo que Adolf Hitler, quien tampoco era de origen alemán, y se levantara para salvar Alemania. Me basta recordar sus insultos a los jóvenes conflictivos de los suburbios, llamándoles “gentuza”, cuando era ministro del Interior. O descubrir su verdadero rostro, mostrado por la revista Marianne, cuando se deja llevar por ataques de rabia o utiliza toda clase de redes para controlar los medios de comunicación.
Su línea de conservador más que de liberal, así como sus simpatías personales y sus semejanzas en el discurso mantenido por Aznar, Berlusconi, señora Thatcher o Merkel, me hacen presentir lo peor para una Francia que, de ser ejemplo del mundo, está dispuesta a linearse con George W. Bush, complacido al ver cómo otros le guiñan el ojo presidencial en estos momentos tan delicados para él. Su constante mano dura contra el desorden, su bloqueo a la inmigración, su obsesión por la ley y el orden, su imagen de policía con porra, su control por la nómina pública, así como su obstinación bonapartista de levantar la gran nación francesa, son garantía de lo que sigue y seguirá siendo, pese a todas las imágenes creadas y pese a los más exquisitos cambios de imagen.
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