La mayoría de políticos, una vez retirados, son apenas recordados. Uno a uno, pasan a amontonar páginas muertas de la historia. Muchos de ellos, siguen en la memoria por algún dicho o gesta que llamara la atención. Recuerdo, por ejemplo, a Félix Pons, el isleño que ocupó la presidencia del Congreso, por su casa madrileña y por su sueldo, en aquel momento, el más elevado del Estado, después del Rey.
A principios de 1988, elaboré un reportaje sobre este socialista mallorquín que había fracasado políticamente en su tierra pero que se puso las botas en cuanto salió de ella, llegando a la presidencia del Senado. Llevaba por título “Félix Pons, la casa más cara y el sueldo más alto” e iba a ser publicado en la revista “Interviú” en la que yo trabajaba. Casualmente, el personaje se enteró de que el reportaje ya había entrado en imprenta para su publicación. Y consiguió que Antonio Asensio, a quien no le interesaba en aquel momento enfrentarse directamente con los socialistas, lo paralizase. El presidente del Grupo Zeta sabía que las concesiones de las televisiones privadas estaban al caer y que, si quería conseguir la tan deseada cadena, era condición indispensable no sacar los trapos sucios del PSOE, que acaparaba el poder desde 1982 y seguiría hasta 1996. Ningún reportaje podía enturbiar las relaciones entre Antonio Asensio y Felipe González.
A Félix Pons le disgustaba que esta revista se metiera con su figura política. Y no veía bien que alguien apuntara, seis meses después de ser nombrado Presidente de las Cortes, sus modos dictatoriales al frente de un parlamento democrático. Fidel Castro ya le había llamado “tipejo fascistoide” cuando Cuba, a iniciativas de Félix, no había sido incluida en la IV Conferencia de Parlamentarios Iberoamericanos celebrada en Madrid. Pero, curiosamente, en aquella ocasión no hubo en nuestro país ninguna reacción del Ejecutivo socialista, que prefirió abandonar al presidente de las Cortes a su propia suerte.
De joven, Félix Pons había estudiado con los jesuitas y se convirtió, en el inicio de la democracia, en el fichaje del PSOE en Baleares. Sus correligionarios le veían como un católico intelectual, un hombre de leyes, de misa y comunión semanal, un cristiano ilustrado, preparado para debatir con los papeles en la mano, pero incapaz de improvisar sin el apoyo de sus apuntes, fallándole los reflejos mentales. Una gran frustración se apoderó de él en las elecciones de 1983, convencido de que iba a salir elegido presidente de la Comunidad Autonómica de las Baleares, cuando conoció personalmente la derrota. En compensación, Alfonso Guerra le tuvo, desde ese momento, en su punto de mira. Y un año más tarde era llamado por teléfono desde Madrid. “Es la llamada que esperaba”, comentó entre los suyos. Pero, en esta ocasión, Félix rechazó el cargo de Fiscal General del Estado porque consideraba que no era lo que él buscaba. “Es un puesto sandwich –diría entonces– entre las Cortes y la Monarquía. Pero yo prefiero estar a punto para cuando ganemos las autonómicas”.
Al finalizar ese mismo año, Felipe González se desplaza a Mallorca, dominada entonces por la derecha, para entrevistarse con el líder libio, Muamman El Gadaffi. La cita fue en el seno de una mansión de Miguel Nigorra, director del Banco de Crédito Balear, en el que Félix trabajaba de abogado. Gadaffi había acudido a la invitación del ex primer ministro austríaco, Bruno Kreisky, que también veraneaba en la isla, a instancias de Tumy Bestard, cónsul americano en Palma, amigo del político austríaco y relaciones públicas del BCB. Y los jefes del Estado libio y español, en medio de un montaje digno de una película de James Bond, aunque sin féminas, ausentes en esta película por exigencias del guión, mantuvieron su primer contacto. El encuentro, con gestos de marionetas muy bien trabajadas, no sirvió de nada, pero fue muy bien aprovechado por Pons, aprendiz de brujo de la política quien, seis meses más tarde, era nombrado ministro de Administración Territorial, pese a las críticas recibidas en Mallorca, cada vez más feroces.
La presencia de Felipe González en Mallorca durante aquel verano fue esencial para definir el futuro del partido socialista balear y truncar las aspiraciones de Pablo Castellano, socialista disidente que residía en la isla. En efecto, tres meses antes, los militantes de Izquierda Socialista se habían hecho con el control de la Agrupación Socialista de Palma, lo que disgustó al sector oficialista, presidido por Félix Pons. Y, mientras el 1 de agosto de 1985 González llegaba a Andraitx, Castellano asistía a una asamblea extraordinaria de Izquierda Socialista, en la que se decidía ir en contra de la permanencia de España en la OTAN. La agrupación mallorquina había decidido decir “No” con un setenta por ciento de votos. Pero, cuando Félix Pons se desplaza a Madrid, vota “Si a la OTAN”, con el pretexto de que no llevaba mandato del Congreso de Baleares por escrito.
De esta manera, Félix Pons, cabeza social-demócrata de una sociedad balear que estaba dominada por la derecha del PP, al contrario del PSOE en el resto del territorio nacional, mostraba su catadura moral, y conseguía ser nombrado ministro, y luego, presidente de las Cortes, cargo que conservó de 1986 a 1996. Cuando, en su momento, recibió las críticas de una prensa indignada, Pons contestó, sin pestañear, en una entrevista en “Diario 16”: “Hay una campaña contra la política y los políticos y contra las instituciones democráticas. Decir que el Parlamento no funciona puede ser tomado como argumento, como bandera, por parte de los que quisieran que no hubiera Parlamento. Los sectores más sensibles han empezado a reaccionar y se han dado cuenta de que lo que hay que hacer es defender vigorosamente las instituciones y no sumarnos a una campaña mantenida por sectores que saben muy bien lo que quieren cuando lanzan torpedos contra la política y contra el Parlamento”. Y, ante la duda de si esta campaña de desprestigio le alcanzaba personalmente, Félix Pons respondía: “Yo he tenido un incidente creo que muy absurdo, y, además, por unas cosas que nunca he dicho que no quiero magnificar”. Pero aseguraba que el Parlamento funcionaba correctamente.
Tres años más tarde, el entonces presidente de las Cortes conseguía que Antonio Asensio autocensurara aquel reportaje que hablaba sobre él y contaba esos y otros detalles. Igancio Fontes, subdirector a la razón de “Interviú”, me expresaba su disgusto por lo acontecido con estas palabras: “En esta revista, tenemos cada vez menos libertad de expresión. No hace mucho, pasó algo por el estilo con otro tema. Se llegó a un acuerdo con los interesados, y todo quedó paralizado. En el fondo, todo funciona a base de pactos”. Y Francisco Umbral, entonces en “El País”, escribía: “Lo que parece es que unas Cortes carabanchelianas necesitan un Don Tancredo*, y lo han encontrado. Sobre Félix Pons pesan tres aureolas que le marcan como incorrupible de la política dontancredista, a saber: el ya citado pisito, lo mal que toreó, desde su estoicismo, el roto de Fidel Castro, que luego le cornearía a placer, metiéndole puros como banderillas, y la tercera no me acuerdo, como dice Dalí, que él es héroe por tres razones, pero que de la tercera no se acuerda. Hemos encontrado –concluía Umnbral– el hombre neutro para las Cortes neutras, la escultura e isla de Pascua para unas Cortes que, efectivamente, son la isla de la Pascua por lo variado y desmesurado de los bustos, mayormente. No hay más que mirar la cara de Pons para saber que el parlamentarismo español es un Carabanchel de toreros muertos de pie”
Luego, tras un lapso de site años (de 1996 al 2003) en el que la presidencia del Gobierno y la de las Cortes volvieron a estar copadas por la derecha, la situación política se trastocó, volviendo tanto el Govern balear como el Gobierno español a estar en manos de los partidos de izquierdas. Mañana, no sabemos. La cosa puede continuar, o puede volver a la derecha, en un ir y venir del péndulo político. Un simple cambio de lado de la tortilla puede hacer cambiar todos los planes políticos en menos de lo que canta un gallo. Pero los escándalos nacionales de ambos partidos mayoritarios han aflorado cuando han estado en el poder. Y, curiosamente, ambos han ganado fuerzas cuando han pasado a la oposición.
A principios de 1988, elaboré un reportaje sobre este socialista mallorquín que había fracasado políticamente en su tierra pero que se puso las botas en cuanto salió de ella, llegando a la presidencia del Senado. Llevaba por título “Félix Pons, la casa más cara y el sueldo más alto” e iba a ser publicado en la revista “Interviú” en la que yo trabajaba. Casualmente, el personaje se enteró de que el reportaje ya había entrado en imprenta para su publicación. Y consiguió que Antonio Asensio, a quien no le interesaba en aquel momento enfrentarse directamente con los socialistas, lo paralizase. El presidente del Grupo Zeta sabía que las concesiones de las televisiones privadas estaban al caer y que, si quería conseguir la tan deseada cadena, era condición indispensable no sacar los trapos sucios del PSOE, que acaparaba el poder desde 1982 y seguiría hasta 1996. Ningún reportaje podía enturbiar las relaciones entre Antonio Asensio y Felipe González.
A Félix Pons le disgustaba que esta revista se metiera con su figura política. Y no veía bien que alguien apuntara, seis meses después de ser nombrado Presidente de las Cortes, sus modos dictatoriales al frente de un parlamento democrático. Fidel Castro ya le había llamado “tipejo fascistoide” cuando Cuba, a iniciativas de Félix, no había sido incluida en la IV Conferencia de Parlamentarios Iberoamericanos celebrada en Madrid. Pero, curiosamente, en aquella ocasión no hubo en nuestro país ninguna reacción del Ejecutivo socialista, que prefirió abandonar al presidente de las Cortes a su propia suerte.
De joven, Félix Pons había estudiado con los jesuitas y se convirtió, en el inicio de la democracia, en el fichaje del PSOE en Baleares. Sus correligionarios le veían como un católico intelectual, un hombre de leyes, de misa y comunión semanal, un cristiano ilustrado, preparado para debatir con los papeles en la mano, pero incapaz de improvisar sin el apoyo de sus apuntes, fallándole los reflejos mentales. Una gran frustración se apoderó de él en las elecciones de 1983, convencido de que iba a salir elegido presidente de la Comunidad Autonómica de las Baleares, cuando conoció personalmente la derrota. En compensación, Alfonso Guerra le tuvo, desde ese momento, en su punto de mira. Y un año más tarde era llamado por teléfono desde Madrid. “Es la llamada que esperaba”, comentó entre los suyos. Pero, en esta ocasión, Félix rechazó el cargo de Fiscal General del Estado porque consideraba que no era lo que él buscaba. “Es un puesto sandwich –diría entonces– entre las Cortes y la Monarquía. Pero yo prefiero estar a punto para cuando ganemos las autonómicas”.
Al finalizar ese mismo año, Felipe González se desplaza a Mallorca, dominada entonces por la derecha, para entrevistarse con el líder libio, Muamman El Gadaffi. La cita fue en el seno de una mansión de Miguel Nigorra, director del Banco de Crédito Balear, en el que Félix trabajaba de abogado. Gadaffi había acudido a la invitación del ex primer ministro austríaco, Bruno Kreisky, que también veraneaba en la isla, a instancias de Tumy Bestard, cónsul americano en Palma, amigo del político austríaco y relaciones públicas del BCB. Y los jefes del Estado libio y español, en medio de un montaje digno de una película de James Bond, aunque sin féminas, ausentes en esta película por exigencias del guión, mantuvieron su primer contacto. El encuentro, con gestos de marionetas muy bien trabajadas, no sirvió de nada, pero fue muy bien aprovechado por Pons, aprendiz de brujo de la política quien, seis meses más tarde, era nombrado ministro de Administración Territorial, pese a las críticas recibidas en Mallorca, cada vez más feroces.
La presencia de Felipe González en Mallorca durante aquel verano fue esencial para definir el futuro del partido socialista balear y truncar las aspiraciones de Pablo Castellano, socialista disidente que residía en la isla. En efecto, tres meses antes, los militantes de Izquierda Socialista se habían hecho con el control de la Agrupación Socialista de Palma, lo que disgustó al sector oficialista, presidido por Félix Pons. Y, mientras el 1 de agosto de 1985 González llegaba a Andraitx, Castellano asistía a una asamblea extraordinaria de Izquierda Socialista, en la que se decidía ir en contra de la permanencia de España en la OTAN. La agrupación mallorquina había decidido decir “No” con un setenta por ciento de votos. Pero, cuando Félix Pons se desplaza a Madrid, vota “Si a la OTAN”, con el pretexto de que no llevaba mandato del Congreso de Baleares por escrito.
De esta manera, Félix Pons, cabeza social-demócrata de una sociedad balear que estaba dominada por la derecha del PP, al contrario del PSOE en el resto del territorio nacional, mostraba su catadura moral, y conseguía ser nombrado ministro, y luego, presidente de las Cortes, cargo que conservó de 1986 a 1996. Cuando, en su momento, recibió las críticas de una prensa indignada, Pons contestó, sin pestañear, en una entrevista en “Diario 16”: “Hay una campaña contra la política y los políticos y contra las instituciones democráticas. Decir que el Parlamento no funciona puede ser tomado como argumento, como bandera, por parte de los que quisieran que no hubiera Parlamento. Los sectores más sensibles han empezado a reaccionar y se han dado cuenta de que lo que hay que hacer es defender vigorosamente las instituciones y no sumarnos a una campaña mantenida por sectores que saben muy bien lo que quieren cuando lanzan torpedos contra la política y contra el Parlamento”. Y, ante la duda de si esta campaña de desprestigio le alcanzaba personalmente, Félix Pons respondía: “Yo he tenido un incidente creo que muy absurdo, y, además, por unas cosas que nunca he dicho que no quiero magnificar”. Pero aseguraba que el Parlamento funcionaba correctamente.
Tres años más tarde, el entonces presidente de las Cortes conseguía que Antonio Asensio autocensurara aquel reportaje que hablaba sobre él y contaba esos y otros detalles. Igancio Fontes, subdirector a la razón de “Interviú”, me expresaba su disgusto por lo acontecido con estas palabras: “En esta revista, tenemos cada vez menos libertad de expresión. No hace mucho, pasó algo por el estilo con otro tema. Se llegó a un acuerdo con los interesados, y todo quedó paralizado. En el fondo, todo funciona a base de pactos”. Y Francisco Umbral, entonces en “El País”, escribía: “Lo que parece es que unas Cortes carabanchelianas necesitan un Don Tancredo*, y lo han encontrado. Sobre Félix Pons pesan tres aureolas que le marcan como incorrupible de la política dontancredista, a saber: el ya citado pisito, lo mal que toreó, desde su estoicismo, el roto de Fidel Castro, que luego le cornearía a placer, metiéndole puros como banderillas, y la tercera no me acuerdo, como dice Dalí, que él es héroe por tres razones, pero que de la tercera no se acuerda. Hemos encontrado –concluía Umnbral– el hombre neutro para las Cortes neutras, la escultura e isla de Pascua para unas Cortes que, efectivamente, son la isla de la Pascua por lo variado y desmesurado de los bustos, mayormente. No hay más que mirar la cara de Pons para saber que el parlamentarismo español es un Carabanchel de toreros muertos de pie”
Luego, tras un lapso de site años (de 1996 al 2003) en el que la presidencia del Gobierno y la de las Cortes volvieron a estar copadas por la derecha, la situación política se trastocó, volviendo tanto el Govern balear como el Gobierno español a estar en manos de los partidos de izquierdas. Mañana, no sabemos. La cosa puede continuar, o puede volver a la derecha, en un ir y venir del péndulo político. Un simple cambio de lado de la tortilla puede hacer cambiar todos los planes políticos en menos de lo que canta un gallo. Pero los escándalos nacionales de ambos partidos mayoritarios han aflorado cuando han estado en el poder. Y, curiosamente, ambos han ganado fuerzas cuando han pasado a la oposición.
En una ocasión, Fèlix Pons tuvo un sueño en el que podía ver y escuchar a una adolescente subsahariana cantar la Sibil·la en la Seu o un chino que era Tamborer de la Sala. Para que esto pudiera suceder un día el ex presidente del Congreso de los Diputados invitó a los ciudadanos a "hacer de Palma una ciudad abierta, integradora, acogedora. Una ciudad que ofrece libertad y modernidad a todos sus ciudadanos, a todos, no desde la neutralidad moral o cultural, no desde la indiferencia ética o cívica, sino desde la solidez inequívoca de unos principios y unos valores que pueden aceptar la diversidad y la pluralidad sin perder el alma de aquello que representan".
Este fue el pregón pronunciado en el salón de plenos de Cort, con motivo de la Festa de l´Estendard a últimos de diciembre del 2006. Pons recordó que, de pequeño, soñaba con ser macero o tamborilero de Cort. En aquella época, "la realidad multicultural de Palma estaba personificada por el señor Buele, el amable ordenanza de la Diputación Provincial", cuya piel era de color negro. Y adviritió que la nueva ciudad "deberá hacerse con estos nuevos ciudadanos, contando con ellos como protagonistas de pleno derecho, porque si no se hace con ellos (...), fatalmente se acabará haciendo contra ellos, es decir, en conflicto con ellos". Sabio e interesante mensaje de este mallorquín que cobró, en su tiempo, el sueldo más elevado del Estado español, por supuesto después del Rey.
*Don Tancredo. Suerte de torero introducida en España por un torero llamado Tancredo López, quien la vio ejecutar en La Habana, la cual consiste en permanecer el que la ejecuta sobre un pequeño pedestal resistiendo en absoluta inmovilidad la aproximación y contacto del toro. Se prohibió en 1908, pero todavía se ha repetido alguna vez con posterioridad.
Magnífico artículo, Santiago.
ResponderEliminarToni
Enhorabuena!! gracias por una gran entrada ^^
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