La semana pasada Zapatero y Bush fueron portada en casi todos los periódicos. El País dijo que "Zapatero y Bush se ignoran"; El Mundo, que "Bush vuelve a dar la espalda a Zapatero"; ABC vio a "Zapatero, más aislado que nunca"; La Razón insistió en la frase “Zapatero no consigue la anunciada reunión con Bush”... Y una foto común en todas ellas: Zapatero aparecía sentado en la mesa de sesiones mientras, unos metros más allá, Bush conversaba con varios mandatarios. Los periódicos insistían en la soledad en la cumbre. Los continuos desplantes de Bush al presidente del Gobierno español fueron interpretados por algunos como el fracaso de éste; por otros, como su creciente dignidad ante quien, en su papel de amo del mundo, no soportaba los gestos de soberanía e independencia de las colonias, provincias, franquicias o estados subalternos. Zapatero tendía la mano a Bush, pero éste seguía sin querer apretarla. José Antonio Alonso restaba importancia a la actitud de Zapatero, solo, mientras otros mandatarios conversaban. “Muchas veces –decía el portavoz del PSOE en el Congreso–, se está solo en este tipo de encuentros. Además, el presidente español se encontraba consultando papeles”.
José Bono consigue, al fin, la presidencia del Congreso de Diputados. En junio del 2000, Bono anunciaba su candidatura a la Secretaría General del PSOE, en la que resultaba elegido Zapatero. Luego, aceptaba ser ministro de Defensa hasta abril del 2006, en que presentó su dimisión por “motivos familiares”. Pero, guiado por su ambición política, se siente orgulloso de haber llegado a la presidencia de las Cortes. "Yo no voy a insultar a nadie, ni voy a decir ni mu", había dicho con ironía a su llegada al Congreso, al comentar las manifestaciones en su contra del portavoz del nacionalista del PNV, Josu Erkoreka. No obstante, los diputados precisaron de una segunda vuelta para que “el cabestro” saliera elegido.
En cambio, en el Senado, los nacionalistas sí quisieron a Javier Rojo, quien no precisó de segundas vueltas y fue reelegido a las tres votaciones. El PP se limitó a votar en blanco. Y Rojo se convierte en presidente por cuatro años más Algunos achacan a un error las dos fugas producidas entre conservadores. “Ésta es una Cámara de paz”, dijo Rojo en castellano, catalán, euskera y en gallego.
Javier Rojo, nuevo presidente del Senado, es saludado por Pío Cabanillas Escudero, elegido a la vez por Rajoy.
Alfonso Guerra, hace seis meses, ya vapuleaba, en un mitin, al PSOE por la “cuestión nacional”. Ahora, Guerra declara que él no hubiera elegido a José Bono como presidente del Congreso. "Cada uno –dijo– tiene el derecho a tener sus candidatos. La dirección del PSOE ha tomado esa decisión, y es su responsabilidad. Cada uno elegiríamos el nuestro. Yo, al mío, que sería otro". En cambio, explica que tiene "alguna esperanza fundada" en volver a presidir la comisión Constitucional de la Cámara Baja, desde donde tuvo ocasión de trabajar "muy cerca" de Soraya Sáenz de Santamaría, la nueva portavoz del PP en el Congreso, y de comprobar que es "una persona estudiosa, trabajadora y con mucha capacidad de diálogo”. Guerra también elogia a José Antonio Alonso, aunque no sea militante de este partido porque se lo impide su condición de juez.
Guerra vapulea al PSOE en un mitin.
Tampoco las críticas de la derecha más dura escasean contra Rajoy. "El equipo de Mariano no ilusiona a los votantes del PP –repite Federico Jiménez Losantos desde su púlpito de la COPE– . Es un equipo de tecnócratas, pero como los del Opus en tiempos de Franco, son los que le gustan a Mariano". El locutor, látigo del PSOE y del PP domeñado, se permite aconsejar que se no se apueste por Rajoy “porque una de sus tradiciones es llevar la contraria a los que creen que a su partido le conviene algo”. Con él, lo "mejor para acertar es pensar en lo peor o en lo más trillado". Por su parte, Pedro J. Ramírez continua su campaña de oposición a Rajoy tras la derrota electoral del 9-M. Desde su periódico “El Mundo”, le acusa de “alternativa débil”. Y considera que "ha optado por la cohesión antes que por la integración”. Tanto Losantos como Ramírez ven cómo su proyecto de una, grande y liberal, se va por la cloaca tras las elecciones.
El pasado 14 de enero, Mariano Rajoy, tratando de desactivar la crisis desatada por Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón, fichaba a Manuel Pizarro como número dos por la lista de Madrid, que sería ministro de Economía, si llegaban al Gobierno. Pizarro había abandonado el Consejo de administración de Telefónica, la Bolsa de Madrid y hasta su cargo al frente del Parque Nacional de Ordesa y se afilió al PP. El ex presidente de Endesa entró en el Comité de Dirección del PP y dio sus primeros mítines. En el partido todos estaban entusiasmados con él. Sería él quien iba a salvarlos a todos de la crisis económica. Hasta que se produjo el debate con Pedro Solbes. Entonces, el efecto Pizarro comenzó a desinflarse. Y, tras el fracaso de las elecciones, Rajoy se olvidó de Pizarro. No figuraba ni como portavoz parlamentario, ni entre los nombres del Comité de Dirección del Grupo, ni como portavoz de la Comisión de Economía, ni como ponente del XVI. El futuro general y estrella del PP ha quedado rebajado al puesto de cabo y diputado estrellado.
Manuel Pizarro, de estrella a estrellado.
La cola cardenalicia y el pavo real. A las pavas no les importan las colas; al cardenal, sí. Estas fotografías ya han salido publicadas en alguna web como Kabila. Pero no puedo resistirme a hacer un breve comentario sobre esa magnífica capa roja, larga como un día sin pan, que Monseñor Cañizares luce al sol, acompañado de su séquito de sacristanes, seminaristas y de canónigos. Una capa cardenalicia que trae cola y que, al contrario de la de los pavos –un estudio pone en duda la importancia de esta parte del pavo en su atracción sexual–, la de Cañizares sí parece atraer a su feligresía. Porque las pavas no se fijan en las colas de los machos, pero los que siguen al cardenal sí parecen estar embelesados.
Un estudio pone en duda la importancia de la cola real en su atracción sexual.
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