Rafael Nadal, compatriota mío, ganó ayer tarde uno de los mejores partidos de tenis en cinco “sets” ante el suizo Roger Federer, cinco veces consecutivas ganador sobre la hierba inglesa y número uno del mundo, al que le arrancó la victoria de las manos. En la tercera final seguida entre ambos en la Central londinense, Nadal se hizo con el mítico Wimbledon. De esta manera, el de Manacor (Mallorca) se convierte en el segundo jugador masculino español ganador del All England Tennis Club, 42 años después de que lo hiciese Manolo Santana, y suma su quinto “Grand Slam”, tras sus cuatro Roland Garrós masculinos. Con esta victoria, Nadal se convierte en el primer jugador, después del sueco Bjorn Borg, en ganar en el mismo año tanto Roland Garros como Wimbledon. Borg lo hizo tres veces durante los años 1978, 1979 y 1980.
Vi por televisión parte del partido que comenzó con media hora de retraso y fue interrumpido dos veces por la lluvia. El mallorquín zurdo de 22 años, se enfrentaba a un gran rival e hizo vibrar a toda España con su juego. Después del triunfo de la Selección Española, Eurocampeona de Fútbol el domingo pasado, la Cuatro ofrecía de nuevo un partido de tenis en pista de hierba batida con la misma música de “Podemos...”, y demostraba, que aquello no era un mero eslogan. Porque, cuatro horas y 48 minutos más tarde, Nadal se echaba al suelo para celebrar el triunfo y lloraba.
Instantes después, el subcampeón del mundo saltaba el palco de su familia y abrazaba a sus padres, su tío Toni y su mánager, Carlos Costa. Acto seguido, rompía el protocolo y escalaba el palco de los Príncipes de Asturias, no enfocados hasta aquel instante por la televisión inglesa a lo largo del partido, para saludarlos. Cosa distinta hubiera sido si la televisión encargada de captar el partido hubiera sido española. En aquellos momentos se mantuvo en un recuadro de la Cuatro una escena de Manacor, pueblo de Nadal, en la que, borrachos de orgullo, unos jóvenes aplaudían, a voz en grito y a su modo, la gran hazaña del joven de ese pueblo, cantando y gritando horteradas que desentonaban con el deporte que acabábamos de presenciar. Por contra, ninguno de los deportistas perdieron, en ningún momento, su compostura, tanto el que venció como el que fue vencido. Robert Federer (“Es la derrota –reconoció– más dura de mi carrera”) dio una lección de compañerismo, abrazando a su vencedor, Rafael Nadal, quien, a la vez, confesaba estar delante del mejor jugador de la historia y declaraba: “Lo siento por él. Merecía también el título. Él es aún el mejor porque tiene cinco victorias del Wimbledon; yo sólo una, la primera”.
Mientras tanto, la Cuatro seguían mostrando, en un recuadro, a los energúmenos de su pueblo, cual parte del trofeo conseguido, con sus gritos y sus gestos bastardos. Y sentí tal vergüenza ajena que me obligó apagar la tele.
Ay, amigo Santiago, por más que lo intentemos no es posible blindar el espíritu ante tanta mediocridad. A veces pienso que quizás es así, porque de otro modo no podríamos disfrutar de una lectura o relectura, como la de Remedio para melancólicos, de Ray Bradbury, o admirar la belleza de un partido de fútbol (segunda parte del España contra Rusia) o de tenis, como el de la final de ayer entre Federer y Nadal.
ResponderEliminarGracias, amigo Tello. Tus palabras que me reconfortan y me hacen pensar que ni soy una excepción ni un bicho raro.
ResponderEliminarSantiago Miró
Las actitudes y actuaciones de algunos colectivos y colectividades son ciertamente bochornosas. Se diría que en ocasiones el individuo pierde grandeza, y/o esencia cuando se asocia a otros. Asi ocurre -por ejemplo- con el manifiesto por la defensa del idioma castellano propuesto por Savater. Ha crecido tanto que termina por desvirtuarse. La alegría por la victoria en la euroocopa de futbol, y el triunfo de Nadal en winblendon se desnaturaliza cuando se convierte en tunel de la risa. "de que te ries" "De la risa misma" Pura estupìdez. Chiflos.
ResponderEliminarEres una vergüenza para el gremio de periodistas y pa España das vedadera pena
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