Barenboim. Foto de Chris Christodoulou.
Esta mañana, a las 11 horas y cuarto, la primera de TVE retransmite, en directo desde Viena, el concierto de Año Nuevo bajo la dirección de un palestino: Daniel Barenboim. Se trata de un eminente pianista y director de orquesta nacido en Buenos Aires hace 66 años –sus abuelos paternos y maternos eran judíos rusos huidos a la Argentina– y nacionalizado en Israel desde 1952. Ha residido en Londres, París, Chicago y en Berlín. Y, desde 2007 es el único israelí del mundo que dispone igualmente de pasaporte palestino y español por lo que se convierte en el ciudadano de más nacionalidades en su bolsillo. Pero es, sobre todo, un gran músico y una excelente persona. “Soy –suele decir en las entrevistas que le hacen– una prueba patente de que sólo una solución pragmática basada en la existencia de dos estados (o en una federación de tres Estados: Israel, Palestina y Jordania), puede llevar la paz a la región. Y aunque, me tachen de ingenuo o de político y de haber estrechado, cuando era niño, la mano a Ben Gurion y a Simón Pérez, reconozco que no soy un político, pues lo que siempre me ha interesado es la humanidad, no la política”.
Para Daniel Barenboim las armas, lejos de ser la solución al conflicto entre Israel y Palestina, son la manera de acrecentarlo. Y le aflige la brutalidad del actual bombardeo israelí en la franja de Gaza. “Espero de los líderes de Israel que tengan una inteligencia mayor y más sutil que tirar bombas y matar gente –declara recientemente en una entrevista a Julieta Rudich, portavoz de Radio Internacional de Austria, publicada en El País–. Como demuestran los horribles acontecimientos de los últimos días, este conflicto no se podrá nunca resolver mediante la violencia”. Barenboim no entiende por qué se continúa alimentando el odio en esa franja y piensa que nunca podrá haber una solución militar porque ambos pueblos luchan por una sola tierra. “Por fuerte que sea Israel –reconoce– siempre sufrirá inseguridad y miedo. El conflicto se devora a sí mismo y al alma judía, y siempre se le ha permitido que lo haga. Quisimos hacernos con tierras que nunca pertenecieron a los judíos y construir asentamientos en ellas. En este hecho, los palestinos ven, y con razón, una provocación imperialista. Su resistencia, su ‘no’, es absolutamente comprensible, pero no los medios que utilizan para llevarla a cabo, ni tampoco la violencia o la inhumanidad indiscriminada”.
En 1999, fundó con el intelectual palestino, Edgard Said, la West-Eastern Divan, una orquesta formada por jóvenes intérpretes israelitas y palestinos, aunque no la crearan como un proyecto político. Asegura que la gente sonríe con incredulidad “al escucharme decir esto. Sonríen porque casi todos cometen el error de creer que entre israelíes y palestinos existe un conflicto político como tantos otros en que se lucha por conquistar recursos o fronteras. Pero, en este caso, no puede haber ni una solución militar ni un compromiso diplomático porque no se trata de un conflicto político, sino de un conflicto humano que nadie quiere ver como lo que es: la profunda convicción de dos pueblos de tener el derecho de vivir en ese pedacito de tierra”.
Todo lo que este gran profesional hace tiene algo que ver con ese sufrimiento, ya sea dirigir obras de Wagner en Israel (¡y, desde luego, no fue el primero en hacerlo!), citar la Constitución israelí en la Knesset (Parlamento israelí), fundar la orquesta West-Eastern Divan, organizar una escuela musical infantil en Berlín, o, como ha ocurrido hace poco en Jerusalén, ofrecer un concierto para los dos pueblos. Barenboim reconocía, hace siete meses, que era pesimista respecto a Oriente Próximo, pero optimista, a largo plazo. Y si pudiera cambiar el sonido de las notas de su orquesta de Viena por el de las bombas que caen sobre Gaza, otro gallo cantaría. “O encontramos una forma de vivir con el otro –advertía– o nos matamos. ¿Qué es lo que me da esperanza? Hacer música. Porque, ante una sinfonía de Beethoven, el Don Giovanni de Mozart o Tristán e Isolda de Wagner, todos los seres humanos son iguales”. Lástima que sus deseos y gestos con la batuta no lleguen hasta este territorio de refugiados palestinos, hoy aplastado por las bombas israelíes. Y malditos los malnacidos que alientan, callan o consienten esta masacre.
Para Daniel Barenboim las armas, lejos de ser la solución al conflicto entre Israel y Palestina, son la manera de acrecentarlo. Y le aflige la brutalidad del actual bombardeo israelí en la franja de Gaza. “Espero de los líderes de Israel que tengan una inteligencia mayor y más sutil que tirar bombas y matar gente –declara recientemente en una entrevista a Julieta Rudich, portavoz de Radio Internacional de Austria, publicada en El País–. Como demuestran los horribles acontecimientos de los últimos días, este conflicto no se podrá nunca resolver mediante la violencia”. Barenboim no entiende por qué se continúa alimentando el odio en esa franja y piensa que nunca podrá haber una solución militar porque ambos pueblos luchan por una sola tierra. “Por fuerte que sea Israel –reconoce– siempre sufrirá inseguridad y miedo. El conflicto se devora a sí mismo y al alma judía, y siempre se le ha permitido que lo haga. Quisimos hacernos con tierras que nunca pertenecieron a los judíos y construir asentamientos en ellas. En este hecho, los palestinos ven, y con razón, una provocación imperialista. Su resistencia, su ‘no’, es absolutamente comprensible, pero no los medios que utilizan para llevarla a cabo, ni tampoco la violencia o la inhumanidad indiscriminada”.
En 1999, fundó con el intelectual palestino, Edgard Said, la West-Eastern Divan, una orquesta formada por jóvenes intérpretes israelitas y palestinos, aunque no la crearan como un proyecto político. Asegura que la gente sonríe con incredulidad “al escucharme decir esto. Sonríen porque casi todos cometen el error de creer que entre israelíes y palestinos existe un conflicto político como tantos otros en que se lucha por conquistar recursos o fronteras. Pero, en este caso, no puede haber ni una solución militar ni un compromiso diplomático porque no se trata de un conflicto político, sino de un conflicto humano que nadie quiere ver como lo que es: la profunda convicción de dos pueblos de tener el derecho de vivir en ese pedacito de tierra”.
Todo lo que este gran profesional hace tiene algo que ver con ese sufrimiento, ya sea dirigir obras de Wagner en Israel (¡y, desde luego, no fue el primero en hacerlo!), citar la Constitución israelí en la Knesset (Parlamento israelí), fundar la orquesta West-Eastern Divan, organizar una escuela musical infantil en Berlín, o, como ha ocurrido hace poco en Jerusalén, ofrecer un concierto para los dos pueblos. Barenboim reconocía, hace siete meses, que era pesimista respecto a Oriente Próximo, pero optimista, a largo plazo. Y si pudiera cambiar el sonido de las notas de su orquesta de Viena por el de las bombas que caen sobre Gaza, otro gallo cantaría. “O encontramos una forma de vivir con el otro –advertía– o nos matamos. ¿Qué es lo que me da esperanza? Hacer música. Porque, ante una sinfonía de Beethoven, el Don Giovanni de Mozart o Tristán e Isolda de Wagner, todos los seres humanos son iguales”. Lástima que sus deseos y gestos con la batuta no lleguen hasta este territorio de refugiados palestinos, hoy aplastado por las bombas israelíes. Y malditos los malnacidos que alientan, callan o consienten esta masacre.
cool blog
ResponderEliminar