viernes, 2 de enero de 2009

Nochevieja de estruendos.



Una vez más, he pasado una nochevieja con estruendos. Los anuncios televisivos en todas las cadenas, trataban de alegrarme con risas y ofertas que prometían unas alegres y divertidas primera horas del 2009. Pero, a medida que pasaba el tiempo, mi decepción fue en aumento. Nada más terminadas las doce uvas preceptivas y tragadas por todos menos por mí (detalle que desprecié olímpicamente con mi postura de romper con el teatro barato y consumista del momento), aburrido hasta la saciedad y harto de soportar publicidad e imágenes cansinas que ni me apetecían ni me entretenían, apagué la pequeña pantalla y me dispuse a leer algo. Fue el momento en que mis dos canes, Tom y Merlín, asustados por la explosión de petardos y cohetes que anunciaban el nuevo año, comenzaron a aporrear mi puerta con sus patas. Noté cómo tiritaban y castañeteaban, asustados por el estruendo provocado por quienes celebraban a su modo el cambio del año viejo por el nuevo. Así que les abrí y pasaron, compartiendo mi extraño comportamiento y sin adherirse a ese sentir popular del momento. Ellos sólo querían liberarse de los estruendos de la calle, pidiendo o exigiendo quedarse en casa, donde parecían más protegidos que en la intemperie. Y, condescendiendo con su firme propósito, no tuve más remedio que permitir que se quedaran, protegiéndoles de la noche de estruendos infernales que les enloquecía.

Desvelado por el ruido ensordecedor de los cohetes y petardos que continuaron atronando durante más de una hora, intenté entretenerme con las cosas más absurdas, como leyendo un artículo sobre las claves bursátiles que un periódico digital me ofrecía. El año que acababa de despedir había sido uno de los más negros para los mercados y había roto los esquemas más optimistas. “Nos enfrentamos –decía un observador– a la peor crisis financiera y económica desde la Gran Depresión”. El comportamiento de las bolsas durante los últimos doce meses había sorprendido a todos, dejando un palmo de narices a los analistas más objetivos. “El golpe ha sido generalizado –seguía matizando–. Desde Estados Unidos, pasando por Europa y llegando a Japón. Tras el estallido de burbujas en la inmobiliaria, las materias primas, la liquidez, la caída y la volatilidad de las bolsas… la pregunta queda en el aire: ¿Y ahora qué?”

Tumbados contra el suelo, descansaban mis dos perros, asustador por el ruido de petardos que no dejaban de atronar mientras una rara esperanza flotaba en el ambiente. “Y el artículo seguía hablando de recesiones, de expertos que recomendaban rentas fijas, de grandes valores y de bonos de empresas operantes en sectores económicos defensivos, de empresas energéticas, de fabricantes de alimentos y de bebidas o de la industria farmacéutica. “Las bolsas –seguí leyendo– no van a reaccionar de una manera significativa hasta que los beneficios de las empresas no empiecen a mejorar, e incluye entre sus recomendaciones sectores no cíclicos, compañías con bajo nivel de endeudamiento o que sean capaces de sostener su negocio en los momentos peores del ciclo”...

No tardé mucho en buscar reconciliarme con el sueño, mientras mis canes, seguros y confiados en mis deliberaciones, terminaron por dormirse ellos también. Afuera, el mundo seguía dando vueltas con el nuevo año, la deflación y otros riesgos y petardos. Pero antes, un vídeo de Leopoldo Abadía y Buenafuente me dejaba más tranquilo. Abadía lograba dar una explicación clara y concisa de lo ocurrido en los mercados.

2 comentarios:

  1. Desde la condición de un animal, debe ser terrible la nochevieja. Nosotros sabemos que se trata de explosiones de mentirijilla, y que no correrá la sangre, pero cánidos, félidos, equinos, vacunos, bovinos, porcinos, cervidos,saurios, aves y conejos pueden pensar que se trate del fin del mundo. Al dejarles acceder al interior de la vivienda debieron comprender que se trataba de la guerra de unos pocos. Menos mal.

    chiflos.

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