“Esta es la noche más feliz de mi vida, y es también la noche de la más grande esperanza en El Salvador”, declaraba Mauricio Funes el domingo pasado, al vencer en las elecciones presidenciales. Con una credibilidad y popularidad ganadas durante años en el periodismo televisivo, Carlos Mauricio Funes lograba que la ex guerrilla izquierdista salvadoreña llegara al poder en un país casi siempre gobernado por la derecha. Candidato del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, pero sin pasado guerrillero, Funes se convertía en el primer presidente de izquierdas desde la guerra civil pese a que su contrincante, Rodrigo Ávila, ingeniero, ex jefe de la Policía Nacional y candidato de la Alianza Republicana Nacionalista, sobre la que pesa la sombra de los escuadrones de la muerte salvadoreños, desatara una campaña feroz contra la izquierda. “Si los comunistas ganan –llegó a decir– venderán el país Hugo Chavez”. Y divulgó sin pruebas que Mauricio Funes había aceptado de un conocido empresario salvadoreño una mansión y una transferencia de dos millones de dólares a su cuenta personal en el Banco HSBC. El periodista juró que se trataba sólo de un préstamo.
Con 5,7 millones de habitantes, El Salvador es el país más pobre de Centroamérica, con 47,5% de sus ciudadanos sumidos en la pobreza total y el 19,5% en la extrema pobreza. Un país que ocupa el primer puesto en la lista de asesinatos del continente, con 67,8 homicidios por cada 100.000 habitantes –12 por día–, la mayor tasa del mundo, según The Economist. Pero Funes obtenía el 51,27 por ciento de los votos mientras que Ávila, el 48,73 por ciento. Y, en sus primeras declaraciones, el vencedor se manifestaba respetuoso del régimen de propiedad privada, de las libertades públicas y de expresión y dijo que trabajaría por favorecer de manera preferencial a los pobres y excluidos. Prometió mejorar la economía y fortalecer las relaciones con los EEUU e invitó a su adversario a un entendimiento.
“Si la alternancia es histórica –reconoció Funes–, también mi gestión. En ese sentido, le daremos un nuevo sesgo a mi gobierno. Dejaré atrás la intolerancia y la exclusión y ofreceremos la tolerancia democrática”. De esta manera, uno de los comunicadores más influyentes en el país conquistaba el poder para la izquierda. Mauricio Nacido en San Salvador el 18 de octubre de 1959, durante más de 20 años Funes se dedicó al periodismo, consiguiendo una gran popularidad por sus fuertes críticas a diversos sectores y en especial al Gobierno. Con su triunfo, el FMLN, alcanza por primera vez el poder y pone fin a 20 años de hegemonía de la derechista Alianza Republicana Nacionalista.
El presidente electo está casado, en terceras nupcias, con la brasileña Vanda Pignato, representante del Partido de los Trabajadores (PT) en Centroamérica, y es padre de cinco hijos. Uno de ellos, Alejandro (de 27 años), fue asesinado en París en octubre de 2007, cuando estudiaba fotografía. En ocasiones, Funes ha sido tachado de “arrogante” por sus detractores, aunque generalmente se muestra como un hombre simpático y atractivo por el sector femenino de la población. Cursó sus estudios básicos y universitarios con los jesuitas, aunque no logró concluir la Licenciatura en Letras en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, con especialidad en Medios de Comunicación Social. Comenzó su carrera periodística en 1986, en el Canal 10 de la televisión nacional y, al año siguiente, pasó al Canal 12, donde, durante 14 años, dirigió la “Entrevista al día”. En 1994, recibió el prestigioso premio Maria Moors Cabot, de la Universidad de Columbia.
Al abrir las puertas del palacio presidencial –jurará su cargo el próximo l de junio–, Funes se enfrentará a dos problemas básicos: el grupo de asesores que le rodean, cuyo programa moderado no satisface a grandes sectores de votantes del FMLN, y una Asamblea Legislativa adversa. El pequeño país centroamericano comienza a padecer las primeras sacudidas de la crisis económica, con una minería en manos de empresas canadienses que han transformado el paisaje del país, un narcotráfico impune y el desarrollo salvaje de bandas juveniles, como las “maras” o pandillas. La emigración se ha disparado –EEUU recibe más de 2,5 millones de inmigrantes salvadoreños– y la reforma agraria, el principal objetivo que desató la guerra civil de los años ochenta, sigue siendo un espejismo.
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