A raíz de unas goteras aparecidas
en el techo de Las Cortes, algunos diputados se dieron cuenta de la
desaparición de los agujeros de los disparos de Tejero, al aire libre durante
más de tres décadas y cubiertos ahora por una rejilla de ventilación. Juan José
Téllez escribe en Público.es este artículo que hoy reproducimos, algo
abreviado, en esta web, por su rabiosa actualidad:
“La chapuza en el veterano
inmueble de la calle de San Jerónimo permitió comprobar que las fallidas obras
de restauración habían conseguido que desaparecieran los impactos de los
disparos que sobre la techumbre dejase el intento de golpe de Estado del 23 de
febrero de 1981, protagonizado en primera instancia por Antonio Tejero Molina.
Las paletas repellaron el rastro de aquellos tiros porque la sociedad española
ya lo había hecho con anterioridad. Durante tres décadas nos han ido
convenciendo de que aquella intentona bufa, que llenó de tanques las calles de
Valencia en vez de airosos deportivos tripulados por Rita Barberá y por Jaume
Camps, fue un incidente aislado, un grajo blanco, un grano en la paja de
nuestra archidemocrática historia. Pero el fascismo, de baja o de alta
intensidad, siguió estando aquí. Y ahí seguían sus cachorros, a veces arropados
por las siglas del PP, como esos militantes de Nuevas Generaciones que un día
amenazan a Shangai Lily y otro alzan el brazo con el saludo romano. O aquellos
otros que utilizan el fútbol como campo de batalla para su dialéctica de los
puños y las pistolas, o, en la librería Blanquerna de Madrid, hirieron a cinco
personas entre las que se encontraba el diputado Josep Sánchez-Llibre, mientras
la Diada de
Catalunya se echaba millonariamente a la calle: los mismos voceros
conservadores que calificaron de nazis los escraches antidesahucios, redujeron
esta semana esa acción de la extrema derecha en Madrid con el calificativo de
“agresión” o de “altercado”...
“Los disparos de Tejero en el
hemiciclo habían quedado como una simple anécdota para guías turísticos, como
los cojones del caballo de Espartero. Un sucedido para que cualquier niño le
preguntase a sus progenitores algo así como: “¿Y Fernando Tejero fue guardia
civil antes de actor?”. En España, los bates de beisbol contra homosexuales,
las palizas contra el color o el acento distinto, las amenazas anónimas contra
cualquier signo de diversidad en las costumbres o en las ideas, constituyen un
arma certera, cargada con las balas del olvido, de la falta de memoria. Como si
no viniera todo aquello de lejos, como si los subfusiles de aquellos
beneméritos no arrastraran la memoria toda del siglo XIX, los sucesivos
entierros de la democracia: el manifiesto de los persas, el rey deseado pero
indeseable, los cien mil hijos de San Luis, Torrijos fusilado en la playa de
San Andrés, Mariana Pineda ejecutada en Granada, el juicio a la Mano Negra , Casas
Viejas, el golpe del 36 y la guerra que le siguió, o aquella posguerra más
cruel incluso que el trienio de sangre que supuestamente dejara atrás.
“Como ya nadie lee a Marco Tulio
Cicerón, conviene citar aquello de que “los pueblos que olvidan su historia
están condenados a repetirla”. Y, así, olvidamos que Tejero era algo más que un
mechero, un llavero o un azulejo en cualquier venta fascista de los caminos de
España. O que detrás de Jaime Milans del Bosch, hubo una trama civil de aquel
golpe. Y hubo otros golpes luego, a los que se puso sordina para que el ruido
de sables no entorpeciera nuestro ingreso en la OTAN , como supuesto antídoto a las veleidades
tiranas de muchos de nuestros oficiales, habitualmente en las antípodas de
Bolívar y de Sanmartín, salvo los también olvidados héroes de la Unión Militar
Democrática y organizaciones afines…
“Algo empieza a moverse en este
país de todos los demonios. Y habrá que hacer algo, como rearmar al fascio, con
nuevo vino amargo para sus odres viejos. Pero van a por todas, no se conforman
con ganar ayuntamientos con tal de prometerle a los palurdos limpiar el barrio
de inmigrantes: sacan sus uniformes del fondo de armario de sus familias
políticas y arremeten a golpe de hostias, trolls de internets o con esprays por
ahora, contra quienes eligen como sus enemigos potenciales, esa inmensa minoría
que todavía cree posible pedir la paz y la palabra. Sin embargo, no están
solos: encuentran un claro apoyo en una legislación que ha impedido hacer
justicia por los crímenes del franquismo o en un PP que se negó a apoyar la Ley de Memoria Histórica y no
condenó el golpe de Estado de 1936 y la represión franquista hasta 2002, en el
Congreso de los Diputados, pero se negó a hacerlo en el Parlamento Europeo
cuatro años más tarde. Ahí van ahora sus representantes, desde Galicia a
Valencia o Toledo, luciendo la bandera del pollo, con el escudo franquista del
águila imperial, hasta en el Valle de los Caídos, al que los expertos reunidos
en su día por José Luis Rodríguez Zapatero, decidieron convertir en un
imposible parque temático de lo peor de nosotros mismos…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario