Rivera, brazo en alto.
Así anuncia David
Torres el siguiente artículo, publicado ayer en Público.es, que reproducimos
por su interés:
“El terror y la comedia
son géneros que a veces van involuntariamente unidos. Hay películas de miedo
que dan mucha risa y películas de risa que dan mucho miedo. Las dictaduras
suelen prosperar en esa zona de intersección de modo que Hitler le copia el bigotito
a Chaplin, Videla parece un ascensorista jubilado y Kim Jong-un un logo de
salami. Sin embargo, en pocas dictaduras esa esquizofrenia emocional se vivió
tan a fondo como en el franquismo, cuando durante cuatro décadas se elevó a los
altares a un legionario gordo y genocida. A la gente le daba pánico y (a la
vez, al verlo, y sobre todo al oírlo) le entraba la risa floja.
“Que semejante palomo
con cuerpo de lavadora y voz de tonadillera fuese por ahí predicando gallardía
y valores vilires provocó un cortocircuito mental y moral del que todavía no
nos hemos recuperado. Algo parecido a lo que sucedió en la Alemania nazi,
cuando Hitler, Himmler, Goebbels, Göering y otros jerarcas nazis se proclamaron
a sí mismos ejemplos de pureza genética aunque todos juntos parecían un montón
de retales de la raza aria.
“Sólo así, merced a una
ceguera y una sordera crónicas, se explica la pervivencia de los últimos restos
del fascismo en Europa, desde el gigantesco mausoleo del Valle de los Caídos,
levantado a mayor gloria de un asesino de masas, hasta esos bares de carretera
donde venden botellas de vino y servilletas estampadas con su cara de plomo.
Cuatro décadas después de la defunción física del Caudillo, su ectoplasma sigue
subsistiendo en el folklore patrio. Obispos y curas le dedican misas negras a
lo largo y lo ancho de la geografía española. Columnistas, periodistas y
escritores afectos se dedican a glosar sus hazañas. Historiadores de mesa
camilla reescriben las infamias de un régimen cuya brutalidad está escrita en
las cunetas: el segundo país del mundo con más tumbas sin nombre después de
Camboya.
“Únicamente en un país
sin memoria ni vergüenza se permite que una nueva formación política que cada
vez huele más a vieja celebre la presentación de la campaña electoral en el
Palacio Municipal de Congresos con su líder carismático, Albert Rivera, y una
turba de acólitos alzando el brazo todos a una al estilo franquista. Fue un
gesto muy de centro y un acto reflejo, aunque también condicionado: sólo hacía
dos días del sórdido aniversario, la pútrida defunción del 20-N. Los brazos se
estiraron solos, siguiendo el ritmo de la gimnasia falangista, y sólo les faltó
gritar ‘Heil, Albert’, a juego con la foto del gran líder en colores desvaídos
y tonos josenantonianos. Es el mismo país donde una señora del PP se pregunta
por qué no puede gritar ella ‘Arriba España’. Y cómo vas a explicárselo. Y por
dónde empiezas a explicárselo.
“En un país colonizado
por el bodybuilding del franquismo se entiende que alguien como Bertín Osborne haya
pasado sucesivamente de señorito andaluz a cantante de rancheras y de cómico
teatral a líder de audiencia: un entrevistador que se echó a reír con
desparpajo cuando el hijo de Suárez le recordó lo facha que era. Bertín también
ha dicho que el franquismo está superado hace muchos años. Mayormente, por la
derecha”.
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