Sabino Fernández Campo con el rey.,
Ignacio Anasagasti cuenta
lo ocurrido aquella noche del 23F, según las notas tomadas por los recuerdos de
Sabino Fernández Campo. Este murió en Madrid, 26 de octubre de 2009.
“Al quedarme sólo me di
cuenta que mi cabeza era un volcán y cien preguntas me surgieron como centellas.
¿Qué significaba lo de ‘no estaba previsto”’? ¿Por qué el Rey aparentaba estar
tranquilo conmigo y no con Armada? ¿Qué era aquello? ¿Era la acción individual
del loco Tejero? ¿Era un Golpe de Estado? ¿Era la cabeza de puente de otra cosa
mucho más seria?… ¡Y las dudas inundaron mi cabeza! ¡Dios, la situación apenas
si me dejaba pensar! Así que cogí el teléfono y llamé al teléfono especial que
tenía del Congreso para hablar con la persona de la CASA que habíamos destacado
aquella tarde para tener información directa. Pregunté, al descolgarlo alguien
al otro lado, por el hombre de confianza que tenía allí destacado porque no estaba.
Pero la persona que lo cogió me adelantó, muy nerviosa, lo que había pasado y
lo que estaba pasando, y una cosa me produjo tal impacto que casi me tumba. Que
Tejero había dicho que aquello lo hacía ¡¡EN NOMBRE DEL REY!! Eso me nubló
hasta la vista y hasta mi corazón empezó a latir peligrosamente. ¿En nombre del
Rey? ¿Qué está pasando aquí? Entonces llamé también a mi amigo Lacaci, el
Capitán General de Madrid, y comprobé que estaba tan desorientado y
desconcertado como yo. El hombre estaba intentando saber con exactitud lo que
estaba pasando en la Brunete. Quedamos en hablarnos y estar en permanente
contacto, porque era fundamental saber lo que iba a hacer la Acorazada. Y otra
vez me fui a ver al Rey. Entré en el despacho y Su Majestad estaba hablando por
teléfono y a su interlocutor, que no era otro que el General Armada, le decía:
– Alfonso, si es verdad
que ese loco ha entrado en el Congreso en nombre del Rey hay que desmentirlo
urgentemente y quiero saber con urgencia –y el Rey casi gritó- por qué ha dicho
Tejero semejante cosa.
– Y sin más colgó el
teléfono. Yo me acerqué y sin sentarme, de pie (allí sentada seguía la Reina).
– Señor, veo que ya lo
sabe. Eso es muy grave.
– Sí, Sabino, la cosa
es grave. Creo que debemos autorizar a Armada a que venga a la Zarzuela y nos
explique detalladamente lo que está pasando, porque creo que aquí están pasando
cosas que no estaban previstas.
– ¿Cosas que no estaban
previstas? ¿A qué se refiere Su Majestad?
– Bueno, es un decir
(pero, por primera vez noté cierto nerviosismo en el Rey, como si quisiera
ocultarme algo)
– Pues, Señor, sigo
pensando que el General Armada debe quedarse en su puesto. Señor, creo que es
urgente que Su Majestad hable directamente con los Capitanes Generales para
saber qué opinan ellos y que está pasando en sus respectivas Regiones. También
pienso que es urgente que Su Majestad desmienta públicamente lo que está
diciendo Tejero en el Congreso. Creo que debería dirigirse a los españoles por
Televisión Española.
– Muy bien, haz tú las
gestiones con televisión y en cuanto termines te vienes aquí y hablamos con los
Capitanes Generales.
Así que volví a mi
despacho, donde estaba supernervioso Fernando Gutiérrez, quien sin perder
tiempo me dijo:
– Sabino, los militares
han tomado Televisión Española y Radio Nacional. Me lo acaba de confirmar el
propio director general.
En ese momento sonó el
teléfono. Era el general Juste que pedía hablar conmigo. Rápidamente me puse al
habla.
– Juste, ¿qué pasa?
– Sabino ¿está el
General Armada en la Zarzuela?
– No, ¿por qué me lo
preguntas?
– Porque me han dicho
que a estas horas el General Armada tenía que estar en la Zarzuela.
– Y eso ¿por qué?
¿Quién te ha informado de ello?
– El Comandante Pardo
Zancada, que al parecer lo sabe de boca del General Milans.
– Pues, Juste, Armada
no está en la Zarzuela. Ni está, ni se le espera.
– Gracias, Sabino, eso
cambia las cosas. Gracias otra vez. Te llamaré después.
– Oye, oye, ¿por qué
cambian las cosas? ¿qué cosas?
– Sabino, por favor,
después te llamo.
Colgué el teléfono y mi
cabeza era un hervidero. Por primera vez intuí algo sobre el General Armada,
acaso por su insistencia en acudir a la Zarzuela. Mi instinto ya me puso en
guardia. También que la noticia de Armada hubiese llegado a través de Milans
del Bosch. Y así, ya con “todas las moscas detrás de la oreja”, me dirigí de
nuevo al despacho de Su Majestad y, cuando entré, me llevé la sorpresa de la
noche, qué digo, la sorpresa de mi vida. Porque allí se estaba brindando. Y eso
me nubló la mente y me enfureció. Así que, y ya sin protocolos, me dirigí a Su
Majestad y sin pensarlo le dije mirándole de frente:
– ¡Señor!… ¿Está usted
loco? Estamos al borde del precipicio y usted brindando con champán –y casi
grité- ¡Señor!, ¿no se da cuenta de que la Monarquía está en peligro? ¿No se da
cuenta que puede ser el final de su Reinado? ¡¡¡Recuerde lo que le pasó a su
abuelo!!!
Entonces la cara del
Rey cambió de color y vi como sus manos le empezaron a temblar y en voz casi
inaudible mandó salir a los allí presentes, que de inmediato abandonaron el
despacho. Todos, menos la Reina, que tenía cara de póquer.
Una vez solos Su
Majestad se vino hacia mí, y tembloroso y casi llorando, me tomó de las manos y
en tono suplicante me dijo:
– ¡Sabino, por favor
sálvame! ¡Sálvame, salva a la Monarquía, ahora mismo no sé lo que hago ni qué
decir!
– Majestad, vamos a
tranquilizarnos todos. No es el momento de pesares. Usted mismo me decía antes
que no había que perder la calma en los momentos difíciles. Lo que hay que
hacer es tratar de controlar la situación y para ello es fundamental hablar con
los Capitanes Generales. Le advierto que la Brunete ha tomado ya Televisión
Española y Radio Nacional.
– ¡Lo sabía, lo sabía!
¡Yo lo sabía!
– ¿Qué sabía, Señor?
– Lo que iba a pasar
En ese momento la Reina
se levantó y sin decir nada salió del despacho. Y yo me derrumbé. Me temblaban
las piernas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario