El Rey Juan Carlos y su secretario, Sabino Fernández Campo.
Ignacio Anasagasti
publicó en su blog los recuerdos de Sabino Fernández Campo, quien fuera
secretario general de la Casa Real,
acerca de lo que pasó de verdad el 23-F que hoy recogemos. ”Yo cogí
aquellos folios –recuerda en su blog político personal– y me puse a leer con verdadero interés.
Reproduzco aquí las notas que allí mismo tomé a vuelapluma y cuando él me lo
autorizó, pues no quiso dejármelos ni para sacar fotocopias. Los folios estaban
escritos de su puño y letra. Y recordaré siempre su bella letra. Descanse en
paz, Sabino”. A continuación repasamos lo que Anasagasti cuenta:
“Aquella tarde, la tarde del 23 de febrero de
1981, yo estaba en mi despacho revisando papeles, como casi todas las tardes,
cuando de pronto irrumpió sin ni siquiera llamar a la puerta, Fernando Gutiérrez
y casi gritando me dijo:
– ¡Sabino, rápido,
conecta la radio!
Inmediatamente conecté
la radio y ambos escuchamos con asombro lo que todos los españoles: los gritos
de Tejero y los tiros… y sentí como un latigazo en todo mi cuerpo. Debí ponerme
blanco en segundos y sin pensarlo di un salto y me fui directo al despacho del
Rey.
Cuando entré, tampoco
yo llamé a la puerta, vi que el Rey y la Reina ya estaban pegados a la radio y
escuchando atentamente. Eso sí, tranquilos.
– ¡Señor!, ¿qué está
pasando en el Congreso?
– Sabino, por favor, no
te alteres. ¡Estás pálido!
– ¡Señor, si ha habido
tiros!
– Lo sé, yo también lo
he oído.
– Majestad, esto es muy
grave. ¡Puede haber muertos!
– Tranquilo, hombre,
tranquilo. No hay que perder la calma en situaciones difíciles. Ponte en
contacto rápido con Seguridad y entérate de lo que está pasando.
La Reina no había dicho
nada, aunque su cara era un poema. Pero, cuando fui a salir sonó el teléfono y
el Rey, mientras lo cogía, me pidió que esperase. Entonces Su Majestad, ya al
teléfono, dijo muy alterado:
– ¡Alfonso!, ¿qué pasa?
¿Qué han sido esos tiros?
– …¿?
– Naturalmente yo no
escuché bien las palabras del otro lado del teléfono ni me enteraría salvo por
las respuestas del Rey.
– ¡Qué coño es eso de
intimidación! ¡Eso no estaba previsto! ¡Quiero saber urgentemente lo que está
pasando ahora mismo allí.
– Alfonso, déjame unos
minutos y me llamas después (y colgó el teléfono).
– ¿Qué pasa, Sabino?
– Señor, no sé lo que
pasa, pero pienso que el General Armada debe quedarse en su puesto.
– ¿Por qué?
– Señor, en plena
batalla un jefe no puede abandonar su puesto. Sería un disparate.
– Pero, es que necesito
saber lo que ha pasado. Los tiros no estaban previstos.
– Señor, no lo
entiendo.
– Sí, Sabino, perdona
(y el Rey volvió a su control habitual). Después te lo explicaré. Bueno, tal
vez tengas razón. Le diré ahora que se quede en su puesto.
– Tiene razón Sabino
–dijo la Reina.
Y entonces, no habían
transcurrido ni tres minutos, volvió a sonar el teléfono y otra vez era el
general Armada.
– Mira, Alfonso, hemos
decidido que sigas ahí y no te muevas hasta nueva orden.
– …¿?
– Sí, ya lo sé, Alfonso,
ya sé que la situación es difícil y complicada. Pero, insisto, quédate ahí, más
tarde volveremos a hablar.
– Señor, me voy a mi
despacho –dije entonces, asombrado como estaba-. Voy a recabar información y a
dar instrucciones a Seguridad.
– Vale, está bien.
Y me volví a mi
despacho, donde esperaba angustiado Fernando Gutiérrez.
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