Antonio Casero publicó ayer, 2 de mayo, en el Diario
de Menorca, el siguiente artículo:
Santiago Miró tiene una
larga trayectoria de trabajo periodístico, que en los años 70 del siglo pasado
se desarrolló en Baleares, después en Madrid (en Interviú y otras revistas). Su
libro Caciquismo y corrupciones municipales en las islas (1978) causó un gran
impacto no sólo porque explicaba los hechos más escandalosos acaecidos en las
instituciones del tardofranquismo balear, sino también porque desenmascaraba
con nombres y apellidos a sus principales protagonistas. La corrupción de hoy
debe entenderse como una continuación de los peores años de la Dictadura y una
prueba más del gran fraude que representó la Transición, donde hubo muchos
-utilizo sus palabras- que “supieron cambiarse a tiempo la chaqueta y los hay
que, con la misma de antes, siguen teniendo el poder económico y político en
sus manos. Y quién sabe el tiempo que lo acapararán si la gente no abre de una
vez los ojos”. Por desgracia, han pasado cuarenta años y la sociedad española,
a tenor de las circunstancias, debe de seguir siendo mayormente cegata.
Además de su brillante
carrera en el periodismo de investigación y crítica social, quizá no sea tan
conocida su faceta de novelista y poeta. Muy recientemente, Miró acaba de
publicar ¡A sotavento! (Ed. La Tempestad; Barcelona, 2017), un potente artefacto
narrativo que, por varias razones, no dejará indiferente a ningún lector. A lo
largo de sus doscientas páginas, el autor nos ofrece como ficción lo que no
resulta nada difícil identificar como realidad pura y dura. España ha sido y
continúa siendo un gran patio de Monipodio, punto de reunión de ladrones,
mendigos, falsos mutilados, supuestos estudiantes y prostitutas, donde los más
espabilados tejen sus telarañas de poder sin ningún escrúpulo y se aprovechan
de ello arrimándose siempre al buen árbol para que los cobije su buena sombra.
Por supuesto que “cualquier parecido con la realidad debe entenderse como pura
coincidencia” y con todo… No resulta banal citar el lema de la Orden de la
Jarretera (que, por cierto, nuestro emérito pertenece a dicha orden de
caballeros): Ogni soi qui mal y pense (‘sufra escarnio…’ o ‘avergonzado sea
quien piense mal; contrapuesto a aquel dicho popular “piensa mal y acertarás”.
Saludania es el país de los “saludados”, de los que
buscan “tenir bo” (dicho en patois y no en idioma saludano) con el poder de
banqueros, especuladores de las finanzas, políticos, aristócratas
terratenientes, alguna cabeza coronada y demás famosos de la jet set. El nombre
de su capital, Kadum, suena a ciudad del golfo arábigo, pero no nos engañemos,
golfos aparte, es tan europea como, pongamos por caso, Madrid. Y Kentaka, donde
la farándula de los negocios más sucios se concentra durante las vacaciones de
verano, mar y viento en torno al palacio de Nabul, parece remitir a una exótica
tierra tropical, pero sólo lo parece porque su geografía es claramente insular
mediterránea.
Se precisa una cierta
hermenéutica para identificar quién es quién en este paradisíaco infierno; sin
embargo, con una pizca de información de prensa el lector hallará la llave de
acceso a la real comedia. O al drama. Porque, en el fondo, lo que ocurre, y que
se oculta celosa y sistemáticamente a los ojos de un pueblo narcotizado, es
para llorar por poco que analicemos las consecuencias del desastre: tráfico de
drogas, especulación urbanística, mafias del ocio nocturno, información
privilegiada para rápidos y pingües negocios, prensa manipulada y un monarca
campechano, constituido en el rey del mambo con sus aventuras amorosas
promiscuas y cacerías de alto voltaje. Al final, aunque no debería decirlo, “el
rey se había dado cuenta de que se trataba de simples montajes y un teatro en
torno a su figura y, aconsejado por sus asesores, decidió cambiar de
costumbres” (p.185). No diré a dónde le lleva esta decisión (ciertamente,
navegando mar adentro) y cómo termina su periplo.
Al fin y al cabo, un
nuevo Retablo de las Maravillas o de cómo la picaresca y sus bribones (hasta un
yate famoso se llama “El Pícaro”) ha dado paso a la novela negra o al
esperpento valleinclanesco. A ratos parece que S. Miró se divierte diseñando
situaciones absurdas, que, sin embargo, más temprano que tarde habrán sucedido
realmente. Creo que hasta una increíble herencia de origen menorquín llega a
acrecentar el real patrimonio.
Novela de género negro,
porque aquí hay asesinatos, suicidios extraños, abogados y fiscales vendidos al
mejor postor; intriga, la verdad, no mucha (¡todo llega a ser tan explícito!),
pero sí delaciones, mentiras, trampas, timos, acción y alguna que otra pasión
inconfesable. Bueno, sobre todo pasión por el Dinero. Ante este dios inmortal,
no hay ley humana ni código civil o penal que resista. Como en La verdad sobre
el caso Savolta, Eduardo Mendoza ponía en el personaje de “Pajarito de Soto” un
ápice de pureza y esperanza, que acaba en nada, pues el periodista anarquista
era asesinado, en ¡A sotavento! Hugo Boss, el periodista tartaja cuyas
investigaciones hubieran podido poner al descubierto las tramas de la
corrupción, se estrella ante la imposibilidad de encontrar un medio de
comunicación que quiera servir a la verdad y no a sus amos.
En fin, uno puede
preguntarse si esta creación literaria de Santiago Miró se trata de una novela
o de un inmenso trabajo de documentación con propósito informativo, incluso
político. La pregunta no es pertinente en su disyuntiva. La novela es un género
en el que todo cabe: la ficción, la reflexión e incluso la más estricta
realidad. Pero, sin duda, sólo un periodista sagaz y experto como Miró podría
escribir sobre este tema. Eso sí, en clave ficcional, pues de otra manera dudo
mucho que alguien se atreviera a publicarlo.
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