miércoles, 3 de mayo de 2017

¡A sotavento!, de Santiago Miró.


Antonio Casero publicó ayer, 2 de mayo, en el Diario de Menorca, el siguiente artículo:

Santiago Miró tiene una larga trayectoria de trabajo periodístico, que en los años 70 del siglo pasado se desarrolló en Baleares, después en Madrid (en Interviú y otras revistas). Su libro Caciquismo y corrupciones municipales en las islas (1978) causó un gran impacto no sólo porque explicaba los hechos más escandalosos acaecidos en las instituciones del tardofranquismo balear, sino también porque desenmascaraba con nombres y apellidos a sus principales protagonistas. La corrupción de hoy debe entenderse como una continuación de los peores años de la Dictadura y una prueba más del gran fraude que representó la Transición, donde hubo muchos -utilizo sus palabras- que “supieron cambiarse a tiempo la chaqueta y los hay que, con la misma de antes, siguen teniendo el poder económico y político en sus manos. Y quién sabe el tiempo que lo acapararán si la gente no abre de una vez los ojos”. Por desgracia, han pasado cuarenta años y la sociedad española, a tenor de las circunstancias, debe de seguir siendo mayormente cegata.

Además de su brillante carrera en el periodismo de investigación y crítica social, quizá no sea tan conocida su faceta de novelista y poeta. Muy recientemente, Miró acaba de publicar ¡A sotavento! (Ed. La Tempestad; Barcelona, 2017), un potente artefacto narrativo que, por varias razones, no dejará indiferente a ningún lector. A lo largo de sus doscientas páginas, el autor nos ofrece como ficción lo que no resulta nada difícil identificar como realidad pura y dura. España ha sido y continúa siendo un gran patio de Monipodio, punto de reunión de ladrones, mendigos, falsos mutilados, supuestos estudiantes y prostitutas, donde los más espabilados tejen sus telarañas de poder sin ningún escrúpulo y se aprovechan de ello arrimándose siempre al buen árbol para que los cobije su buena sombra. Por supuesto que “cualquier parecido con la realidad debe entenderse como pura coincidencia” y con todo… No resulta banal citar el lema de la Orden de la Jarretera (que, por cierto, nuestro emérito pertenece a dicha orden de caballeros): Ogni soi qui mal y pense (‘sufra escarnio…’ o ‘avergonzado sea quien piense mal; contrapuesto a aquel dicho popular “piensa mal y acertarás”.

Saludania  es el país de los “saludados”, de los que buscan “tenir bo” (dicho en patois y no en idioma saludano) con el poder de banqueros, especuladores de las finanzas, políticos, aristócratas terratenientes, alguna cabeza coronada y demás famosos de la jet set. El nombre de su capital, Kadum, suena a ciudad del golfo arábigo, pero no nos engañemos, golfos aparte, es tan europea como, pongamos por caso, Madrid. Y Kentaka, donde la farándula de los negocios más sucios se concentra durante las vacaciones de verano, mar y viento en torno al palacio de Nabul, parece remitir a una exótica tierra tropical, pero sólo lo parece porque su geografía es claramente insular mediterránea.

Se precisa una cierta hermenéutica para identificar quién es quién en este paradisíaco infierno; sin embargo, con una pizca de información de prensa el lector hallará la llave de acceso a la real comedia. O al drama. Porque, en el fondo, lo que ocurre, y que se oculta celosa y sistemáticamente a los ojos de un pueblo narcotizado, es para llorar por poco que analicemos las consecuencias del desastre: tráfico de drogas, especulación urbanística, mafias del ocio nocturno, información privilegiada para rápidos y pingües negocios, prensa manipulada y un monarca campechano, constituido en el rey del mambo con sus aventuras amorosas promiscuas y cacerías de alto voltaje. Al final, aunque no debería decirlo, “el rey se había dado cuenta de que se trataba de simples montajes y un teatro en torno a su figura y, aconsejado por sus asesores, decidió cambiar de costumbres” (p.185). No diré a dónde le lleva esta decisión (ciertamente, navegando mar adentro) y cómo termina su periplo. 

Al fin y al cabo, un nuevo Retablo de las Maravillas o de cómo la picaresca y sus bribones (hasta un yate famoso se llama “El Pícaro”) ha dado paso a la novela negra o al esperpento valleinclanesco. A ratos parece que S. Miró se divierte diseñando situaciones absurdas, que, sin embargo, más temprano que tarde habrán sucedido realmente. Creo que hasta una increíble herencia de origen menorquín llega a acrecentar el real patrimonio.

Novela de género negro, porque aquí hay asesinatos, suicidios extraños, abogados y fiscales vendidos al mejor postor; intriga, la verdad, no mucha (¡todo llega a ser tan explícito!), pero sí delaciones, mentiras, trampas, timos, acción y alguna que otra pasión inconfesable. Bueno, sobre todo pasión por el Dinero. Ante este dios inmortal, no hay ley humana ni código civil o penal que resista. Como en La verdad sobre el caso Savolta, Eduardo Mendoza ponía en el personaje de “Pajarito de Soto” un ápice de pureza y esperanza, que acaba en nada, pues el periodista anarquista era asesinado, en ¡A sotavento! Hugo Boss, el periodista tartaja cuyas investigaciones hubieran podido poner al descubierto las tramas de la corrupción, se estrella ante la imposibilidad de encontrar un medio de comunicación que quiera servir a la verdad y no a sus amos.

En fin, uno puede preguntarse si esta creación literaria de Santiago Miró se trata de una novela o de un inmenso trabajo de documentación con propósito informativo, incluso político. La pregunta no es pertinente en su disyuntiva. La novela es un género en el que todo cabe: la ficción, la reflexión e incluso la más estricta realidad. Pero, sin duda, sólo un periodista sagaz y experto como Miró podría escribir sobre este tema. Eso sí, en clave ficcional, pues de otra manera dudo mucho que alguien se atreviera a publicarlo.

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