Hace dos años, se registraba el
mayor movimiento migratorio de la historia desde la Segunda Guerra Mundial. Más
de un millón de personas, provenientes de Siria, Afganistán, Irak, Eritrea,
Pakistán o Nigeria acudieron a Europa huyendo de las guerras, del hambre y la
miseria. Lo que despertó una oleada de solidaridad en toda Europa. Fue el
movimiento “Refugees Welcolme”, por el que cientos de miles de personas
salieron a la calle en las principales ciudades europeas, entre ellas Berlín,
Copenhague, Madrid y Barcelona, exigiendo que se acogiese a esas personas para
salvar sus vidas. Debido a la presión popular, la Unión Europea, con Alemania a
la cabeza, se vio obligada a actuar. Pero el acuerdo al que se llegó para
“repartirse” a los refugiados fue vergonzoso. Del más de millón de personas –el
25% de ellos niños, según ACNU– sólo llegaron a comprometerse a acoger 182.504
refugiados, entre todos los países de la UE, menos del 20% de los que llegaron
a Europa. Y, dos años después, sólo se ha atendido a una miserable cuarta
parte.
La gran mayoría de países se
quedaron muy lejos del objetivo que ellos mismos habían aceptado. En Francia,
nuestra vecina, de los 19.714 que en un principio anunciara, sólo llegó a 6.433
refugiados. Y, en España, el gobierno de Rajoy sólo aceptó 9.232 de los que
sólo llegó a más de un millar, concretamente, 1.279. En 2016, se llegó a un
acuerdo con Turquía, para que, a cambio de 6.000 millones de euros, actuase
como auténtico muro de contención de los refugiados que deseaban llegar desde
sus costas a Europa. Actualmente, según datos del propio gobierno Turco, existen
247.000 refugiados sirios sobreviviendo en campamentos turcos. En los Balcanes
malviven ateridos de frío decenas de miles de seres humanos: sólo en Serbia,
según datos de ACNUR, 7.600 personas pasan un tercer invierno gélido en precarias
tiendas de campaña. Y, en las islas griegas, 50.000 malviven en campos de
refugiados en condiciones infrahumanas, como denuncian multitud de ONGs,
esperando ser acogidas de una vez.
Muchos refugiados naufragan
ante el silencio e indiferencia de la cultura y la falta de generosidad europea
El último año sido toda una carrera de obstáculos para aquellos que se dedicaban
a salvarles las vidas. Las trabas a las
ONG y el bloqueo de Libia impiden cualquier acto a su favor. Europa sigue
siendo una trampa mortal con un enorme cementerio en el fondo de sus mares. En
lo que va de año ya se han registrado 194 muertes en el Mediterráneo, según la OIM.
Los últimos datos de la Organización Internacional para las Migraciones,
revelan que, en 2017, desde enero a septiembre, 128.863 personas migrantes
viajaron mediante pateras y formas similares a través del Mediterráneo, muriendo
2.550 personas en el trayecto, ahogados en el mar. Europa sigue siendo una trampa mortal con un
enorme cementerio en el fondo de sus mares. Y, ante esta vergonzosa e
indignante falta de apoyo a los emigrantes, la Comunidad Europea se ha limitado
a cerrarles sus fronteras, dejando morir ahogados a los que intentan surcar las
aguas. Una situación intolerable, sin que ningún gobierno “civilizado”, haya
movido un dedo para impedir esa tragedia.
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