Miquel Giménez, advirtió
la semana pasada en Vozpópuli que la conexión entre separatistas y rusos no
debería sorprender a nadie. Y mucho menos a los interesados. “Jordi Sánchez,
secretario general de Junts por Catalunya, ha llamado ‘miserable’ a Gabriel
Rufián después que este último criticase públicamente los contactos entre Rusia
y el entorno de Puigdemont. Deberá también calificar de la misma manera al
diario The New York Times, que descubrió públicamente el pastel que llevaban
tiempo investigando los organismos de inteligencia españoles. Según el rotativo
norteamericano, Josep Lluís Alay, director de la oficina del ex president,
Puigdemont, habría viajado a Moscú en 2019 para mantener reuniones con
funcionarios rusos”
La información apunta
como “casualidad” que, poco tiempo después de dichos presuntos encuentros,
estallase el Tsunami Democràtic, con la invasión de infraestructuras vitales
como el aeropuerto de El Prat, el bloqueo de la AP-7 o media Barcelona
incendiada por “anónimos” separatistas. Un informe de la Guardia Civil
corrobora esa colusión Waterloo-Moscú, de la misma manera que el Times también
citaba como fuente autorizada la de un informe de inteligencia europeo, sumado
a las investigaciones de dos jueces y numerosas entrevistas tanto a
separatistas como a funcionarios de inteligencia. Por su parte, Puigdemont lo
desmiente todo y habla de guerra sucia del estado español. Amenaza con acciones
legales, pero, si llega a emprenderlas, deberá sumar a la lista de demandados
al mismo parlamento europeo del que forma parte, que, en enero, decidió
investigar dichas conexiones, añadiendo a las mismas las que podrían también
existir entre Rusia y el Brexit o las elecciones francesas.
“Omiten los separatistas
explicar que las relaciones entre los elementos más turbios de Rusia y los
separatistas, antes Convergencia, vienen de muy lejos. Recordemos, como vía de
ejemplo, la condena de nueve años y medio de inhabilitación por dar trato de
favor a un empresario ruso por el entonces alcalde convergente del municipio
turístico de Lloret, Xavier Crespo. El favorecido, Petrov, era por aquellos
tiempos el representante en España de los intereses de Viktor Kanaikin, uno de
los famosos oligarcas que se dedicaba, según un informe de la Guardia Civil
determinante en el caso, a invertir enormes sumas de dinero en el sector
inmobiliario. Añadamos que Kanaikin fue durante casi veinte años el director de
Gazprom. ¿Les suena? Otros magnates rusos hicieron lo propio en la comarca del
Maresme, así como en Barcelona. ¿Novedad? Ninguna”.
M. Giménez termina recordando el insulto de Jordi Sánchez contra Rufián, “una muestra más del cinismo del que hace gala el movimiento del lacito amarillo. Como el tema da para mucho, me reservo retomarlo en otro artículo con más datos, como uno especialmente inquietante: que se haya triplicado el número de activos de la inteligencia rusa en Cataluña en los últimos diez años y que la antena del organismo que tiene su sede en el distrito moscovita de Yánesevo, el SVR, heredero de la KGB, en mi tierra, sea una de las cinco más importantes que tiene Putin en toda Europa. Ahí lo dejo”.
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