Con este título de
desconfianza hacia las derechas explica Juan Tortosa lo sucedido hace más de
una semana en este país. “Iban a incendiar Catalunya, a derogar cuantas leyes
significaran avances sociales, destituir desde el primer día de legislatura a
los responsables de Correos, el CIS, RTVE... Iban a entrar a sangre y fuego,
espada flamígera en mano, dispuestos a acabar con todo vestigio del Gobierno de
coalición saliente. Por fin iban a recuperar el poder ‘los que siempre tienen
que estar’, aquellos a quienes por ley natural les corresponde regir nuestros
destinos porque así lo creen en su fuero interno, están convencidos de que el
país es suyo, y sostienen y sostendrán siempre que las izquierdas mandando son
una maldita anomalía… Estaban tan convencidos de que el Gobierno de coalición
caería fulminado que para ellos la campaña electoral era solo un incómodo
trámite a solventar casi sin despeinarse. Todo el pescado estaba ya vendido,
así que ¿para qué esforzarse en acudir a debates, para qué realizar propuestas
u ofrecer datos correctos, por qué no mentir, por qué no intimidar a quien
tuviera la osadía de replicarte y demostrar que tus datos no son correctos?
“Reconozcámoslo:
consiguieron que nos acojonáramos. Desde el día de las elecciones municipales y
autonómicas, el 28 de mayo, teníamos el susto metido en el cuerpo, la campaña
para las generales tampoco nos ofrecía razones para ser optimistas salvo unos
cuantos destellos, y el domingo 23 de julio, cuando tocó ir a votar, muchos lo
hicimos temiéndonos lo peor. Quizás por eso esté costando digerir los
resultados (a ellos más) aunque es verdad que se pudo respirar con cierto alivio
cuando quedó certificado que el monstruo fascista no iba a poder cumplir sus
amenazas. Aún así, yo apostaría por la prudencia y me abstendría de lanzar las
campanas al vuelo. Tiempo habrá…
“Van por la segunda y ahí
andan a piñón, sugiriendo tamayazos y empeñados en llamar perdedoras a todas
las fuerzas políticas que tienen posibilidades de conseguir mayoría absoluta y
que no quieren saber nada con ellos. Fuerzas perdedoras, por cierto, a las que
el líder popular envía cartas de amor sin que se le caiga la cara de vergüenza,
lo que significa que ya está aquí la tercera fase del duelo, la negociación.
Tras el zasca de Sánchez no creo que tarde mucho en entrar en la cuarta, la
depresión.
“Feijóo, Abascal y las
formaciones que ambos encabezan padecen el síndrome de la madrastra de
Blancanieves. Ni soportan ni quieren oír las verdades del espejo: que no son
los más guapos porque Europa prefiere la continuidad de un Gobierno de
coalición progresista, porque la economía va bien, porque en Bruselas hay
alivio desde que hemos parado a la ultraderecha en las urnas, vamos, que no los
quieren ni en pintura. Las dificultades no van a faltar, menos aún con la
entrada de Puigdemont en escena, pero parece poco factible que volvamos a oler
a naftalina y alcanfor; tardarán en aceptar que España es plural por mucho que
ahora sean capaces hasta de hacerle ojitos a Junts, se revolverán y montarán
pollos de todo tipo hasta asumir que, al menos de momento, no han conseguido
sus objetivos por mucho que el grueso de los medios de comunicación y un
escandaloso porcentaje de jueces continúen actuando de espaldas a la voluntad
mayoritaria de la ciudadanía”.
Tortosa termina
aconsejándonos con estas palabras: “Mejor
no bajar la guardia y no fiarse ni un pelo. Mejor andarse con pies de plomo y
dejar el cava para el día en que Sánchez, como presidente de un nuevo Gobierno
de coalición, vuelva a prometer el cargo.
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