David Torres nos recuerda
en Público las historias que se contaban durante la mili. Cuanto más grande
fuese la burrada que soltaba un recluta, no tardaba el siguiente en contar otra
que la superaba con creces. “Pero quizá la burrada más grande que escuché en
aquel período de reclusión involuntaria tuvo lugar en un viaje de vuelta a
Madrid, en el coche de un recluta novato que nos contó a los cuatro compañeros
que regresábamos con él una historia que estuvo dando tumbos en mi cabeza
durante treinta años”.
“La historia era que sus
amigos y él solían comenzar las noches del sábado con una competición que
consistía en ver quién se ligaba a la chica más gorda. Se repartían las
partidas de caza por diversas discotecas de la zona y, un par de horas después,
los cazadores regresaban del brazo de su presa hasta la puerta de un bar de
Aurrerá donde las muchachas se iban mosqueando al ver que todos ellos se
conocían. Al llegar el último de ellos, las ponían todas juntas frente a una
pared y entonces medían el diámetro a ojo de buen cubero. ‘Ha ganado Juanmi,
como siempre’ decía el conductor, antes de explicar cómo él y sus amigos se
iban muertos de risa, dejando al cónclave de gordas en solitario, para que se
fuesen conociendo.
“Las carcajadas se
repetían en el coche y, para mi vergüenza, debo confesar que yo también me reí,
aunque algo en la crueldad salvaje de esa broma se me debió quedar incrustado
en el alma. De otro modo, no se explica que muchos años después, cuando estaba
escribiendo una novela que se acabaría titulando ‘Cartas a las novias perdidas’,
la incluí a la hora de explicar el intento de suicidio de un personaje, Úrsula,
que había sufrido durante su adolescencia las burlas y humillaciones por su
físico desmesurado y que, finalmente, en plena madurez, se había transformado
en una tía buena no pese a sus kilos de más, sino gracias a ellos.
“Con sus 96 kilos de peso
y su 1,87 de altura, Paula Leitón bien podía encarnar a mi personaje en una
adaptación cinematográfica y, de hecho, su respuesta a los comentarios que
pretendían ridiculizarla no desentonarían en boca de la doctora Úrsula: ‘Me
resbalan’. Vivimos en un mundo en la que el ideal de belleza femenina tiende a
la dieta del espárrago hasta el punto de que, no hace muchos años, en unas
fotos promocionales del Festival de Cannes, le adelgazaron digitalmente la
cintura, la cadera y las piernas nada menos que a Claudia Cardinale. Poco más
se puede esperar de este mundo anoréxico que hoy consideraría obesas sin
remedio a mitos eróticos de la talla de Marilyn Monroe o Ava Gardner”.
David Torres termina
reconociendo que fue gordo toda la vida, “uno de esos gordos aficionados
siempre rondando los diez kilos de sobrepeso; por eso mismo entiendo el pullazo
de los comentarios de esos imbéciles, la mayoría de los cuales me imagino
tecleados desde un sofá mientras se rascaban las lorzas. Pero, como he dicho
más de una vez, las gordas no es que tengan mala prensa: es que no tienen
ninguna. No puedo recordar una sola gorda memorable de la literatura, mientras
que gordos los hay a patadas, empezando por Falstaff y concluyendo en Ignatius
Reilly. Puesto que no estoy al día en esto del olimpismo, no recuerdo ahora en
qué lugar de Twitter vi la foto de otro jugador de waterpolo, ancho, con
barriguita y michelines, al que muchas mujeres piropeaban, con gran asombro del
público masculino. Yo mismo me veía bastante reflejado en la imagen, aunque,
para mi desgracia, voy camino de una edad en la que ya no sé si ir a Tinder, a
Meetic, a First Dates o directamente al Imserso”.
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