El gato es un animal que
ha logrado domesticar al hombre. No es el hombre quien ha domesticado al gato,
sino al revés.
El gato eligió vivir con
el hombre, pero en su propio término. Se trata de un animal que no ha
renunciado a su libertad, que no ha renunciado a su soledad. Y, sin embargo, el
gato es capaz de amar. Ama con una pasión que es casi humana y con una
intensidad que es casi dolorosa. El gato ama con su cuerpo entero, con su alma
entera. El gato ama sin condiciones, sin reservas.
Y cuando el gato ama, es
como si el universo entero se detuviera. Como si el tiempo se detuviera o como
si la realidad se detuviera.
El gato ama con una
pureza que es casi divina. Y yo, que he sido amado por un gato, sé que he sido
amado de verdad, sin condiciones ni reservas. Sé que he sido amado con una
pasión que es casi humana, con una intensidad que es casi dolorosa.
Y por eso, yo amo a los
gatos. Amo su independencia, su libertad, su soledad. Amo su capacidad para
amar sin condiciones, sin reservas. Y amo su pureza, su inocencia, su
divinidad.
(Este texto es una
adaptación de un fragmento de un ensayo de Borges, titulado “El gato” y
publicado en su libro “Otras inquisiciones”.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario