Juan Pla, uno de los últimos directores del diario “El Imparcial”, fue uno de los periodistas que aquella noche diera mucho juego. Curiosamente, tampoco Pla disponía de carnet de periodista propio. Camilo José Cela, que entonces vivía en Mallorca, lugar de nacimiento de Juan Pla, le había ofrecido el suyo. “Aunque nunca he ido por la Escuela, Cela me lo regalaba”. Pla le contestó que le diera el número y que si un día le hiciera falta…”Porque yo estoy de acuerdo en que no se puede transferir –argumentaba Pla al respecto–, pero tampoco se puede regalar un carnet así, como quien da la sopa boba”.
Dos años y tres meses antes, el 19 de noviembre de 1978, “El País” publicaba un informe en el que acusaba a Juan Pla de estar implicado en la Operación Galaxia. “La acusación gratuita –se justifica Pla– era que había hecho acrósticos o palabras en clave a lo largo de las letras mayúsculas y capitulares de un artículo. Justamente, el día de la Operación, mi artículo, leído de arriba abajo, decía: ‘CELO’. Entonces algunos exegetas e inflagaitas de la competencia dijeron que ‘celo’ significaba papel de pegar, que pegar era dar el golpe y que ese era el día señalado. Arguí ante los jueces y ante los amigos que ‘cello’, papel de pegar, se escribe con dos eles y que el ‘celo’ que yo escribí se refería, si es que se hacía alusión a algo, al celo en que se encontraba mi perra o al que siento por mi oficio. Total, que para que no me fusilaran, al día siguiente metí en vereda de los Tribunales a Juan Luis Cebrián y a su periódico. Pero, cuando vi que mis socios de querella, el presidente de ‘El Imparcial’, Jorge Rodríguez de San José y Julio Merino, director a la sazón del periódico, iban por otros derroteros y que lo que querían era una gresca a fin de vender papel y armar la marimorena con el autobombo y la autovíctima, hablé sosegadamente con Juan Luis Cebrián y llegamos al acuerdo de que no había pasado nada…”.
Juan Pla recibió, por aquel tiempo, varios escritos en los que se le acusaba de estar implicado en el complot de Madrid. “Entre ellos, una carta macabra que decía: ¡Cómo nos has decepcionado! Creíamos que estabas al frente de la Conspiración y esperábamos un cargo en tu futuro gobierno, pero ahora vemos que todo es mentira, que no has participado y, por tanto, nos tienes aquí decepcionados y sin ninguna rosca que llevarnos a la boca. Para otra vez, a ver si te esmeras y das un golpe bien dado”. La carta, que iba firmada por Manolo Vicent, Paco Umbral, Antonio Gala y otros escritores demócratas, le pareció una broma de muy mal gusto, “pero, al fin y al cabo, una broma que alentaba mi espíritu”.
Un año y doce días después del cierre de El Imparcial, Juan Pla, uno de los últimos directores de este periódico, asegura entrar de lleno en el 23-F. “Yo seguía los acontecimientos por la radio –me cuenta Pla, desde su isla de Mallorca–, cuando, hacia la medianoche, sonó mi teléfono. Era del ministerio del Interior. El equipo de Paco Laína me preguntó si podía hacer de intermediario. Sabían que había tenido trato y amistad con Tejero quien, durante una temporada, venía casi todos los días al periódico a dirigir aquella campaña de publicidad pagada a favor de la Guardia Civil, mediante el intento de recolección de quinientas mil firmas para modificar una ley del Parlamento. Esa era la razón por la que, aquella noche a alguien se le había ocurrió nombrarme”
El propio Tejero había defendido a Juan Pla frente a los correligionarios, sosteniendo ante los ultras que se trataba de una persona decente. “Yo le guardaba, y le guardo aún –me corroboró Pla– un agradecimiento por todo lo que pudo tener de bueno para mí. Lo que pasa es que, aquella noche, él no me hizo caso. Si me lo hubiera hecho, Tejero no hubiera estado encarcelado sino fuera, en otro país, rascándose la barriga. Se habría pirao en el avión que yo le ofrecí de parte del gobierno provisional de Paco Laína. Un avión que tenía 125 plazas para Tejero, su familia y todos los que quisieran irse con él. Eso es rigurosamente cierto, pese a un informe posterior publicado en el que se desmintiera todo o se interpretara a gusto de cada cual. Algunos de los que se desaguaron por entrambas, se mearon y cagaron del susto, dicen que mi amistad con Tejero da una imagen de fascismo y que, por lo tanto, no me pueden admitir en sus lugares de trabajo como en RNE o en TVE. Debuté un 18 de mayo en RNE y al día siguiente me echaron a la calle. Todavía hay gente en este país que cree que estuve a favor del golpe, de la involución y de la desestabilización, cuando lo único que he hecho, hasta ahora, ha sido jugarme el pellejo para que la democracia persista y crezca”.
Yo no sé lo que hay de cierto y de falso en toda esta historia sostenida por Pla, pero ahí está, tal como él me la contó. Hoy, Juan Pla sigue colaborando con los medios de comunicación de Mallorca, sostenido por sus fans y atacado por sus enemigos declarados.
Desde luego, el hecho de que unos militares golpistas se embarcaran en esta peligrosa aventura demuestra una cierta desconexión en el proceso de comunicación entre ellos y los diferentes estamentos de la sociedad. A los mismos empresarios les aterraban las consecuencias económicas que el golpe llevaba consigo.
Por mi parte, confieso que el miedo me llevó a pensar, en aquellas acuciadas horas, en marcharme al extranjero. Y a punto estuve de hacerlo. Aunque luego, se demostró lo equivocado que estábamos todos: los que presenciamos estos sucesos y los que, en un principio, sostenían el golpe de timón. Porque la verdad es que el 23-F levantó por unos años el miedo al futuro, provocó un frenazo en la llamada democracia e hizo presentes en las conciencias el mito de las dos Españas que helara el corazón de Machado. Pero, al fin y al cabo, con unos cuantos retoques, se podían mantener en España las dudas de siempre.
Dos años y tres meses antes, el 19 de noviembre de 1978, “El País” publicaba un informe en el que acusaba a Juan Pla de estar implicado en la Operación Galaxia. “La acusación gratuita –se justifica Pla– era que había hecho acrósticos o palabras en clave a lo largo de las letras mayúsculas y capitulares de un artículo. Justamente, el día de la Operación, mi artículo, leído de arriba abajo, decía: ‘CELO’. Entonces algunos exegetas e inflagaitas de la competencia dijeron que ‘celo’ significaba papel de pegar, que pegar era dar el golpe y que ese era el día señalado. Arguí ante los jueces y ante los amigos que ‘cello’, papel de pegar, se escribe con dos eles y que el ‘celo’ que yo escribí se refería, si es que se hacía alusión a algo, al celo en que se encontraba mi perra o al que siento por mi oficio. Total, que para que no me fusilaran, al día siguiente metí en vereda de los Tribunales a Juan Luis Cebrián y a su periódico. Pero, cuando vi que mis socios de querella, el presidente de ‘El Imparcial’, Jorge Rodríguez de San José y Julio Merino, director a la sazón del periódico, iban por otros derroteros y que lo que querían era una gresca a fin de vender papel y armar la marimorena con el autobombo y la autovíctima, hablé sosegadamente con Juan Luis Cebrián y llegamos al acuerdo de que no había pasado nada…”.
Juan Pla recibió, por aquel tiempo, varios escritos en los que se le acusaba de estar implicado en el complot de Madrid. “Entre ellos, una carta macabra que decía: ¡Cómo nos has decepcionado! Creíamos que estabas al frente de la Conspiración y esperábamos un cargo en tu futuro gobierno, pero ahora vemos que todo es mentira, que no has participado y, por tanto, nos tienes aquí decepcionados y sin ninguna rosca que llevarnos a la boca. Para otra vez, a ver si te esmeras y das un golpe bien dado”. La carta, que iba firmada por Manolo Vicent, Paco Umbral, Antonio Gala y otros escritores demócratas, le pareció una broma de muy mal gusto, “pero, al fin y al cabo, una broma que alentaba mi espíritu”.
Un año y doce días después del cierre de El Imparcial, Juan Pla, uno de los últimos directores de este periódico, asegura entrar de lleno en el 23-F. “Yo seguía los acontecimientos por la radio –me cuenta Pla, desde su isla de Mallorca–, cuando, hacia la medianoche, sonó mi teléfono. Era del ministerio del Interior. El equipo de Paco Laína me preguntó si podía hacer de intermediario. Sabían que había tenido trato y amistad con Tejero quien, durante una temporada, venía casi todos los días al periódico a dirigir aquella campaña de publicidad pagada a favor de la Guardia Civil, mediante el intento de recolección de quinientas mil firmas para modificar una ley del Parlamento. Esa era la razón por la que, aquella noche a alguien se le había ocurrió nombrarme”
El propio Tejero había defendido a Juan Pla frente a los correligionarios, sosteniendo ante los ultras que se trataba de una persona decente. “Yo le guardaba, y le guardo aún –me corroboró Pla– un agradecimiento por todo lo que pudo tener de bueno para mí. Lo que pasa es que, aquella noche, él no me hizo caso. Si me lo hubiera hecho, Tejero no hubiera estado encarcelado sino fuera, en otro país, rascándose la barriga. Se habría pirao en el avión que yo le ofrecí de parte del gobierno provisional de Paco Laína. Un avión que tenía 125 plazas para Tejero, su familia y todos los que quisieran irse con él. Eso es rigurosamente cierto, pese a un informe posterior publicado en el que se desmintiera todo o se interpretara a gusto de cada cual. Algunos de los que se desaguaron por entrambas, se mearon y cagaron del susto, dicen que mi amistad con Tejero da una imagen de fascismo y que, por lo tanto, no me pueden admitir en sus lugares de trabajo como en RNE o en TVE. Debuté un 18 de mayo en RNE y al día siguiente me echaron a la calle. Todavía hay gente en este país que cree que estuve a favor del golpe, de la involución y de la desestabilización, cuando lo único que he hecho, hasta ahora, ha sido jugarme el pellejo para que la democracia persista y crezca”.
Yo no sé lo que hay de cierto y de falso en toda esta historia sostenida por Pla, pero ahí está, tal como él me la contó. Hoy, Juan Pla sigue colaborando con los medios de comunicación de Mallorca, sostenido por sus fans y atacado por sus enemigos declarados.
Desde luego, el hecho de que unos militares golpistas se embarcaran en esta peligrosa aventura demuestra una cierta desconexión en el proceso de comunicación entre ellos y los diferentes estamentos de la sociedad. A los mismos empresarios les aterraban las consecuencias económicas que el golpe llevaba consigo.
Por mi parte, confieso que el miedo me llevó a pensar, en aquellas acuciadas horas, en marcharme al extranjero. Y a punto estuve de hacerlo. Aunque luego, se demostró lo equivocado que estábamos todos: los que presenciamos estos sucesos y los que, en un principio, sostenían el golpe de timón. Porque la verdad es que el 23-F levantó por unos años el miedo al futuro, provocó un frenazo en la llamada democracia e hizo presentes en las conciencias el mito de las dos Españas que helara el corazón de Machado. Pero, al fin y al cabo, con unos cuantos retoques, se podían mantener en España las dudas de siempre.