David Torres escribe el
siguiente artículo en Público: “Hubo un momento, en la 74 Asamblea General de
las Naciones Unidas, en que se cruzaron los caminos y las miradas de Greta
Thunberg y Donald Trump. Fue una secuencia mítica, repetida en multitud de
películas y escenarios: el débil contra el poderoso, la víctima contra el
asesino, la pequeña de la clase contra el abusón. Hemos asistido a la pelea
montones de veces y sabemos que nunca acaba bien, por mucho que los westerns
digan lo contrario o que la Biblia asegure que David vence a Goliat con ayuda
de una honda. El matón, el presidente de los Estados Unidos, pasa al lado de la
joven activista con su característico porte de chulapo y buena parte de la
prensa y la opinión pública mundial se ponen del parte del matón.
“Es normal, no sólo
porque están acostumbrados al servilismo y a la adulación, sino porque a Trump,
a pesar de que parece un personaje novedoso, lo han visto en otras ocasiones disfrazado
de tirano lunático. Podía haber llevado la túnica de Calígula, o mejor aún, la
del caballo de Calígula, Incitatus, nombrado senador del imperio por un
capricho del emperador. Podía haber llevado el tupé de Saparmurat Nizayov, el
casi inconcebible dictador de Turkmenistán, que prohibió que los jóvenes
turcomanos se dejaran barba, levantó centenares de estatuas en su honor y lanzó
un satélite en órbita con un ejemplar de su libro Rujmana, de lectura
obligatoria en todos los colegios. De momento, el Senado y el Congreso aún
pueden pararle los pies a Trump, pero aun así anunció su intención de comprar
Groenlandia y dijo que estaba harto de que Estados Unidos recibiera a
emigrantes llegados de países de mierda, una costumbre que se remonta a mucho
antes de que su abuelo alemán recalara en el país de forma ilegal huyendo del
reclutamiento.
“Mucho más fácil que
acallar el mensaje -evidente para cualquiera que tenga ojos en la cara- de que
no tenemos un segundo planeta de repuesto es disparar al mensajero, sobre todo
cuando el mensajero tiene el físico de una adolescente y no el de un científico
con barba y gafas. El problema, no obstante, es que los científicos con barba y
gafas llevan décadas advirtiéndonos de las consecuencias irreversibles del
cambio climático y del calentamiento global, y hasta ahora nadie de ahí arriba
les ha hecho mucho caso. De manera que cuando una cría ha tomado el relevo y se
ha convertido en adalid mundial del ecologismo, el aparato mediático, que no es
manco, se ha vuelto en bloque contra ella.
“Han dicho que Greta no
es más que un pelele, una muchacha triste que está dilapidando la infancia,
aunque no parece que les importen mucho los millones de niños que se
despellejan las manos en trabajos de mierda para seguir manteniendo nuestro
insensato ritmo de vida y nuestra economía a toda máquina. Han dicho incluso
que Greta padece el síndrome de Asperger, como si el Asperger pudiera dar
marcha atrás a la disolución de los glaciares, olvidando la cantidad de genios
de cualquier época y disciplina que sufrieron la misma enfermedad: Isaac
Newton, Jane Austen, Bobby Fischer, Charles Dickens, Emily Dickinson, Albert
Einstein, Stanley Kubrick o Glenn Gould. No es que el Asperger sea un signo de
genio ni que signifique algo, aparte de un desorden neurológico, pero si hay
que elegir entre una forma leve de autismo y un trastorno narcisista de
personalidad con marcados rasgos de psicopatía y delirios de grandeza como el
que padece Trump, está muy claro lo que hay que elegir. Por lo demás, con el cambio
climático no tenemos elección”.
La joven activista Greta Thunberg lanza a Trump 'una mirada que mata'.
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