Esta mañana, al instalar en un rincón las hojas de un periódico caduco para que mis gatos depositen sobre ellas sus deposiciones y eliminen sus orines –lo hacen con placer sobre letra muerta e incluso se atreven con la prensa del día si la necesidad les apremia–, pude observar sobre una doble página la claridad y atractivo publicitario de unas frutas vendidas en un supermercado. Coloreaban y apetecían aquellas maravillosas frutas fotografiadas e impresas, sublimando las de la propia realidad. Porque, cada vez que he acudido a dicho establecimiento en busca de las mismas, he sufrido la misma decepción por el engaño. En directo y ante mis ojos, aquellas frutas no tenía nada que ver con las anunciadas en el periódico. Lo que me hace reflexionar sobre la gran mentira en la que se sostiene la publicidad. Una publicidad que, al ser parte del sostén de los periódicos que leo, me hace dudar continuamente sobre la objetividad e imparcialidad de los mismos.En efecto, desconfío de cualquier anuncio publicitario presentado, incluso de los que acaparan premios. Es más, creo que el hecho de ser aceptados por cualquier medio, por muy serio que sea, lo condiciona y, en cierta manera, desprestigia. Para mi, el mejor producto es aquel que no precisa de la publicidad en prensa, radio o televisión, sino que es promocionado de boca en boca. O, lo que es lo mismo, el que no precisa de dichos medios para darse a conocer. Y, de igual manera, la mejor noticia es la que no precisa de patrocinadores, ni de propaganda partidista, ni de métodos promocionales para darse a conocer. Porque, ya se sabe, éstos, supeditados a la publicidad, viven y crecen gracias a los anunciantes que los pagan y a los publicistas que viven de ellos. Lo malo del caso es que las noticias, sin los medios de comunicación, no se propagan a su velocidad acostumbrada. Lo que presenta una doble alternativa: o se acepta la inmediatez de las mismas, con todos los condicionamientos que la publicidad lleva consigo, o la circulación lenta y torpe de las noticias puede suponer su estancamiento o pérdida de las mismas, aunque sin el peligro de su manipulación. Aunque, ¿quién sabe?, también éstas son capaces de aliarse a su paso con cualquiera...
Porque la publicidad, en general, tiene mala fama. A todas horas del día te bombardean con ella desde cualquier medio. Y ya se sabe: cuanto más se repite, más creíble se hace. Es lo que, al menos, Goebbels, ministro de propaganda nazi, creyó y demostró. Para él una mentira mil veces repetida se convertía en una verdad.


















































