viernes, 29 de junio de 2007

29 de junio. Políticos isleños apeados del caballo del poder

Juan Fageda, ex alcalde del PP.


Tras un largo periodo de dieciséis años, el Ayuntamiento de Palma de Mallorca ha vuelto a estar en manos de la izquierda. Catalina Cirer, la última de sus alcaldesas, así como Jaime Matas, presidente postrero del Gobern Balear, ambos del PP, estaban tan seguros de que ganarían las elecciones que ni imaginaban este cambio. Pero los electores pueden dar muchas vueltas y la Cirer tuvo que ceder el paso a otra alcaldesa de distinto partido. “Ha sido –dijo, compungida y sin poder contener las lágrimas– un momento muy doloroso, porque Matas es el líder indiscutible del partido” Pero Matas, ante el triste panorama de un PP, errante y sin posibilidad de seguir en la cúspide del poder, decidió retirarse y darse definitivamente de baja. Su anuncio de que abandonaba del barco, antes de verse sin mando en el puente, ha dejado boquiabierto a los suyos. Sobre todo, cuando Mariano Rajoy, al día siguiente de las elecciones, dejaba claro que “aquí no dimite nadie”. “Siempre llevaré a Baleares en el corazón –fueron sus últimas palabras– y haré todo lo que pueda por luchar y conseguir unas islas mejores para todos” Bonitas palabras, tan inútiles como los resultados del PP, que ganó por mayoría en las elecciones y perdió frente a la coalición de izquierdas con Antonia Munar, de UM.

Hace ya tiempo que a “Jaume”, el chico sonriente que comenzara vendiendo electrodomésticos en el centro de Palma y terminara ocupando el ministerio del Medio Ambiente en el gobierno de Aznar, las islas se le habían quedado muy pequeñas. Su descomunal Plan Hidrológico Nacional fue una de sus mayores paridas de lamentable recuerdo. A su vuelta a la isla, consiguió que el asfalto maquillara su imagen en Mallorca e Eivissa. La ganga de un palacete adquirido para vivir a lo grande, así como algunos escándalos inmobiliarios o sus continuos golpes de efecto en su forma de ganar por oleada (con el anuncio de un proyecto de ópera de cien millones en la bahía de Palma, unas vallas publicitarias de cinco pisos y otras gestas y epopeyas) no acabaron esta vez de convencer a todos. Y no tuvo más remedio de apearse definitivamente del caballo, trasladándose a Madrid y, posteriormente, reincorporándose a “la iniciativa privada”, en una empresa de los Estados Unidos.

Por el contrario, Aina Calvo, socialista candidata a Cort, descabalgaba a la compañera de Matas, Catalina Cirer, y declaraba: “Palma nos pide sentido común y no golpes de efecto”. La nueva alcaldesa palmesana espera tener “sentido común, fuerza, prudencia, humildad y serenidad –cualidades con las que el anterior gobierno no supo distinguirse– con un gobierno político que crea en el respeto a la palabra dada”.

Pero quien tuvo una imagen y palabra más fluidas fue Juan Fageda, ex alcalde del PP de 1991 al 2003, quien ha sido elegido senador por Mallorca. El que fuera consejero del Patrimonio Nacional, presidente del Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos, presidente de la Asociación Patronal de Albañilería, Edificación y Obras Públicas de Baleares, y consiguiera una Medalla de Oro de la ciudad de Palma de Mallorca además de ser el director del museo de la Fundación Pilar i Joan Miró, fue un lince en la utilización de su palabra. Al menos así se le conoce a su paso por Cort, en el que era llamado alcalde del Sisí porque a todos decía que sí.

El flamante primer edil y amigo íntimo de Pedro Serra, empresario de medios de comunicación (ver días 9, 12, 14 y 16 de febrero), supo siempre tocar donde debía para conservar sus cargos y mantenerse en su sitio. Recuerdo unas declaraciones suyas que me dieron vergüenza ajena. Fueron recogidas por el periodista Torres Blasco en El Mundo/El Día de Baleares, al que el primer edil confesaba: “Me siento orgulloso de los hombres y de las mujeres de Palma, y de haber sido alcalde de esta ciudad. No os podéis imaginar el concepto positivo que tiene, fuera de aquí, de Mallorca y de Palma en general. Hay que vivirlo. Que el alcalde de Viena me diga que debo ser el hombre más feliz del mundo por presidir una ciudad como Palma me llena de orgullo. Que las gentes de California vean a Palma como el séptimo cielo… Todo eso hay que vivirlo. Es que lloras, cuando ves el cariño que nos tienen. Es que lo tenemos todo. Es que tenemos la suerte de contar con la Familia Real. Es que vienen casas reales de todo el mundo… Es que… somos la pera, aunque no seamos conscientes”. Los dieciocho años que llevaba ya Juan Fageda en el Ayuntamiento, diez como alcalde del PP, no le daban derecho a hacer el ridículo de una manera tan pueril.

Fageda también se distinguió por otras gestas. Representante de una política reaccionaria del PP en una de las ciudades más rica de España, tuvo que vender sus acciones del campo santo privado de Bon Sosec cuando se descubrió que, siendo edil, formaba parte del mismo. Y se sentía igualmente orgulloso de ser uno de los promotores del Museo de Arte Contemporáneo, impulsado por la “Fundació d’Art Serra”, del editor Pedro Serra. Un Museo que estuvo dirigido por Pedro Serra quien gastó dinero a espuertas gracias a las subvenciones del Ayuntamiento de Palma, el Govern Balear y el Consell Insular de Mallorca.

Juan Fageda siempre obtuvo el conveniente apoyo en los diarios de Pedro Serra, al contrario de algunos de sus predecesores, que sufrieron constantes críticas y ataques viscerales. Sus constantes compadrazgos les llevó a ambos a visitar juntos todos los museos de la Costa Azul francesa. “Pudimos visitar todos los museos –confiesa Fageda–: Miró, Picasso..., vimos toda la red que conforma un turismo cultural importante. De lo que dedujimos que Palma tiene que ser un reclamo cultural, sobre todo en temporada baja. Y gracias a la magnífica colección que tiene Pedro Serra, que es única, podremos contar con un museo excepcional dentro del Mediterráneo. El esfuerzo valdrá la pena. La idea de ese Museo fue una idea que le propuse. Él tenía ya una idea sobre el particular, pero la propuesta concreta de Carlos Ripoll, el teniente de alcalde de Urbanismo, en conversaciones con Pedro Serra, fue aprovechar su magnífica colección, que es única”…

Y es que, como dice el refrán, cada cual arrima el ascua a su sardina.

miércoles, 27 de junio de 2007

27 de junio. Solo de trompeta.

Me considero feliz y agradecido de poder hacer lo que siempre quise y nunca, hasta que abandoné el mundo laboral (o me obligaron a abandonarlo), he podido. Cierto que las circunstancias han cambiado. Ya no dependo de un trabajo remunerado que me liga a una empresa con intereses particulares, con frecuencia lejos del interés general. Lo que convierte mi vida en más inestable pero mi espíritu en más libre. Sin perspectivas laborales claras hasta el momento, al menos hoy me permito escribir lo que siento y pienso, cosas que, anteriormente, nunca me había atrevido o me hubieran dejado. Reconozco que no estoy en una situación como para echar a cantar o sonar a pleno pulmón, pero sí para poder hacer un solo de trompeta de forma diáfana y clara.

Cuando recuerdo la situación de otros parados que no tienen ya fuerzas para seguir resistiendo, ni para mantener su situación, me siento afortunado dentro de lo que cabe. Otra cosa sería que no tuviera ya ánimos para seguir expresando lo que siento, tentación que más de una vez he experimentado a lo largo de estos años. Pero yo sé que, mientras resista con la música y la escritura, enriquezco mi vida y siento más posibilidades de vivirla a tope. El dinero y la comodidad no deben inquietarme más que lo que mínimamente puedan preocuparme.

lunes, 25 de junio de 2007

25 de junio. La amenaza de una Iglesia oportunista.


“Veintiún siglos haciendo el bien –rezaba una cuña publicitaria, en el 2001, puesta en boga por Radio Popular, emisora de la COPE, propiedad de los prelados españoles que no se cansaban de pedir, pedir y pedir– Participa en el sostenimiento económico de la Iglesia”. Sostenida en parte por el impuesto religioso de la declaración de renta, firmado en 1988 por el Gobierno de Felipe González y la Conferencia Episcopal Española, la Iglesia tenía sus necesidades. Pero, el convencimiento de que, en un periodo de tres años, le bastaría para autofinanciarse, gracias a las aportaciones de sus seguidores, resultó un reconocido fracaso. Y trece años más tarde, el 90,9 del presupuesto de la Iglesia seguía corriendo a cuenta del Estado, pese a las campañas entre sus fieles que, por lo visto, no estaban muy convencidos de que la madre Iglesia utilizara correctamente su dinero.

Ante evidente contradicción, me preguntaba yo entonces quién estaría mintiendo: o las encuestas del CIS sobre creencias religiosas, o los Obispos, que seguían extendiendo la mano al Estado. Porque, si la independencia entre Iglesia y Estado fuera tal, éste no aportaría millones al presupuesto de la Iglesia. ¿Cómo se explicaba esta generosidad por parte del Estado que, pasara lo que pasase con las recaudaciones en cada ejercicio, concedía a los obispos una cantidad fija garantizada y revisada cada año? ¿Quién estaba engañando a quién?

Para los obispos y los gerifaltes de la Iglesia, la resolución de su supervivencia era casi un dogma de fe y la razón misma de su existencia. Pero ni el aumento de dotación económica del Estado para la Iglesia Católica, ni las concesiones posteriormente realizadas, conformaron a la Conferencia Episcopal Española que hoy acaba de declarar la guerra contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía y no excluye recurrir, en “determinadas circunstancias” a “acciones legales”, según dijo el portavoz, Juan Antonio Martínez Camino. Los prelados católicos españoles no aceptan la asignatura. Invitan a “recurrir a todos los medios legítimos, sin excluir ninguno” contra la nueva asignatura obligatoria. Y sostienen que ésta “implica una lesión grave del derecho inalienable de los padres y de la escuela a elegir la formación moral que deseen para sus hijos”.

A los obispos les molesta la mención de la homofobia, quieren cambiar la palabra “género” por la tradicional de “sexo” y no admiten “la imposición desde el Estado de una moral no elegida”. Creen que se les adoctrinará ideológicamente y que el Estado debe ser neutral. E incitan a los padres a hacer la guerra por su cuenta y a boicotear la asignatura.

Por su parte, la vicepresidenta del Ejecutivo lo ha dejado claro. María Teresa Fernández dice que los contenidos de la materia no van en contra de la moral de nadie, sino que se centran en valores compartidos por todos los demócratas. “La asignatura de Ciudadanía –asegura– no se ha concebido para enfrentarla a las clases de religión.. Además, no tiene mucho sentido oponerse cuando todos, parlamento, Gobierno, padres, profesores, federación de Religiosos y alumnos, se han puesto de acuerdo en los contenidos obligatorios y han decidido entre todos que hablar de valores constitucionales es algo bueno. Si alguien no está de acuerdo, que acuda a los tribunales”.

Pero los obispos prefieren que sus curas y feligreses boicoteen esta asignatura. No importa que, en el 2004, mantuvieran que ni padres ni alumnos pueden negarse a cursar una asignatura del currículo oficial. Ahora opinan que sí. Y la autora de este cambio es la misma Iglesia que, en la guerra civil y en los casi cuarenta años posteriores, apoyó a Franco, recibiéndole bajo palio y bendiciendo sus huestes. Lo que me extraña es que los mismos fieles de esta Iglesia no se harten de aguantar a tanto obispo y Conferencias Episcopales metidas en política o saliendo de ella cuando les conviene.

Con el mismo espíritu proclama el Vaticano sus diez mandamientos para el conductor católico. Mandamientos que suponen algo tan elemental como el no matar pero que también van acompañados de una serie de opciones como la importancia de la señal de la cruz realizada antes de emprender viaje o la protección integral. “Durante el viaje –dicen los consejos vaticanistas– se podrá también rezar oralmente, alternándose en la recitación con los acompañantes, como por ejemplo el rezo del rosario que, por su ritmo y su dulce repetición, no distrae al conductor. Eso contribuirá a sentirse inmersos en la presencia de Dios y a permanecer bajo su protección, o la de contemplar las diversas manifestaciones de religiosidad que aparecen junto a la carretera o la vía férrea: iglesias, campanarios, capillas, cruces, estatuas, metas de peregrinaje”...

Me pregunto si los 35 millones de muertos en la carretera durante el siglo XX no tienen algo que ver con estas normas.