Interviú enseñó los desnudos más famosos –casi siempre femeninos–, sazonándolos con la revelación de verdades ocultas y la denuncia de los hechos más escandalosos, aliñados con la sangre de los crímenes más horribles y las firmas más polémicas. Esta táctica fue utilizada por primera vez por la revista, que muy pronto alcanzó el millón de ejemplares con el desnudo de Marisol. Una publicación que se especializó en mostrar carne fresca, condimentada con la polémica del momento. Cuanto más famosos y cotizados fueron sus desnudos, más se esmeró en conseguirlos, jugando con millones de las entonces pesetas.
Recuerdo la cara de satisfacción infantil mostrada por el propio Antonio Asensio cada vez que conseguía, orgulloso, el cuerpo desnudo de una famosa. Lo hizo con Jacqueline Kennedy (por siete millones), con Estefanía de Mónaco (por cuatro), con María Jiménez, Bárbara Rey, la duquesa de Sevilla, Sofía de Habsburgo, Sara Montiel, con Ana García Obregón (dicen que pagó hasta cuarenta millones), y con un largo etcétera, a cambio de dinero, dinero y dinero. Tenía el talonario siempre a punto y, sin ningún pudor ni escrúpulo, ofrecía millones a cambio de las más famosas en cueros.
En este panorama estuve trabajando durante años, hasta que la redacción, que denunció unos principios éticos conculcados, se vio empujada al despido por el propio Asensio, quien consideró que podía despedir a la mitad de su plantilla, la más reivindicativa, para ahorrarse disgustos y siguió gastando millones en desnudos. Una vez liberado, aproveché el momento para contarlo todo en el libro “Zeta, el imperio del zorro”, y no por venganza personal, como luego se me acusó, sino cumpliendo con el deber de contar lo que había vivido y que ya no me ataba a nada. Cosa de la que no me arrepiento, por más que los resultados hayan sido nefastos para mi vida profesional.
Recuerdo la cara de satisfacción infantil mostrada por el propio Antonio Asensio cada vez que conseguía, orgulloso, el cuerpo desnudo de una famosa. Lo hizo con Jacqueline Kennedy (por siete millones), con Estefanía de Mónaco (por cuatro), con María Jiménez, Bárbara Rey, la duquesa de Sevilla, Sofía de Habsburgo, Sara Montiel, con Ana García Obregón (dicen que pagó hasta cuarenta millones), y con un largo etcétera, a cambio de dinero, dinero y dinero. Tenía el talonario siempre a punto y, sin ningún pudor ni escrúpulo, ofrecía millones a cambio de las más famosas en cueros.
En este panorama estuve trabajando durante años, hasta que la redacción, que denunció unos principios éticos conculcados, se vio empujada al despido por el propio Asensio, quien consideró que podía despedir a la mitad de su plantilla, la más reivindicativa, para ahorrarse disgustos y siguió gastando millones en desnudos. Una vez liberado, aproveché el momento para contarlo todo en el libro “Zeta, el imperio del zorro”, y no por venganza personal, como luego se me acusó, sino cumpliendo con el deber de contar lo que había vivido y que ya no me ataba a nada. Cosa de la que no me arrepiento, por más que los resultados hayan sido nefastos para mi vida profesional.
Ahora ya sé por propia experiencia que hay asuntos en los que los propietarios de los medios de comunicación, por muy enfrentados que estén unos con otros, se ponen enseguida de acuerdo y jamás olvidan. Entre ellos, el machacar al que denuncia sus propios tejemanejes.