22 de enero. Lanzando el anzuelo.
En la redacción de “Interviú”, en donde he trabajado casi cuatro lustros, cada lunes repetía el mismo gesto: cubría mi anzuelo con un atractivo cebo y lo lanzaba lo más lejos posible. Y, sentado al borde de la actualidad de la que vivían y siguen viviendo los periódicos y revistas, aguardaba el momento en que picaran para tirar con todas mis fuerzas. Pero, unas veces me aburría, esperando que picaran el anzuelo; otras, se comían limpiamente el cebo sin dejar rastro alguno y sin que yo lo apercibiera; otras, he visto el corcho sumergirse y, cuando he querido reaccionar, ya estaba de nuevo sin cebo. Aunque, afortunadamente, seguía con mi caña de pescar.
En ocasiones, cuando la suerte me ha acompañado, he lograba enganchar un pez gordo, sacándolo de un tirón certero. Pero, en otras, la suerte no ha estado de mi parte. Sobre todo cuando la elección de un tema cualquiera no ha coincidido con los objetivos del propietario del arte de la pesca, con lo que he tenido que ceder al deseo del dueño del artilugio e inclinarme a sus caprichos.
Con el tiempo, he llegado a comprender la importancia primordial de los propietarios de la prensa, así como la insignificancia del papel de los que lanzan el anzuelo y se limitan a obedecer a sus jefes, movidos por sus deseos partidistas. Los criterios de los primeros, empresariales, prevalecen siempre, con sus órdenes de ataque, sus concesiones y sus privilegios, sobre los de los segundos, profesionales. Con la excusa de que deben cuidar la empresa y velar por sus empleados, los empresarios de la prensa, según les conviene en cada momento, emiten sus órdenes y deseos a sus subalternos que se limitan a hacerlas cumplir a rajatabla, renunciando no pocas veces a sus principios ideológicos. De esta manera, la empresa de comunicación se puede convertir, unas veces, en acicate de gobernantes y poderosos, pero con fines puramente comerciales; otras, en una renuncia de la tarea puramente informativa, con el objetivo velado de conseguir más poder económico; o en un simple trueque publicitario a cambio de promesas futuras o de un trozo del pastel repartido.
De esta manera, este grupo de prensa, como otros, fue creciendo y creando a su alrededor todo un imperio mediático. Por supuesto, en este proceso, el propietario se encontró con redacciones contestatarias que impedían, según su punto de vista, el lógico devenir y crecimiento capitalista de la empresa. Y despidió a más de la mitad de la redacción, muchos de cuyos miembros se había destacado por su movimiento contestatario. Fue en 1995 y yo tenía ya 52 años. Con esa edad, y cada vez más lejos de este circuito y desprovisto del aparato de la prensa que me mantenía en contacto con los lectores, me he sumergido en el silencio de la mayoría, aletargado en el anonimato de las masas. Y, durante años, al igual que tantos compañeros, no he vuelto a levantar cabeza.
En ocasiones, cuando la suerte me ha acompañado, he lograba enganchar un pez gordo, sacándolo de un tirón certero. Pero, en otras, la suerte no ha estado de mi parte. Sobre todo cuando la elección de un tema cualquiera no ha coincidido con los objetivos del propietario del arte de la pesca, con lo que he tenido que ceder al deseo del dueño del artilugio e inclinarme a sus caprichos.
Con el tiempo, he llegado a comprender la importancia primordial de los propietarios de la prensa, así como la insignificancia del papel de los que lanzan el anzuelo y se limitan a obedecer a sus jefes, movidos por sus deseos partidistas. Los criterios de los primeros, empresariales, prevalecen siempre, con sus órdenes de ataque, sus concesiones y sus privilegios, sobre los de los segundos, profesionales. Con la excusa de que deben cuidar la empresa y velar por sus empleados, los empresarios de la prensa, según les conviene en cada momento, emiten sus órdenes y deseos a sus subalternos que se limitan a hacerlas cumplir a rajatabla, renunciando no pocas veces a sus principios ideológicos. De esta manera, la empresa de comunicación se puede convertir, unas veces, en acicate de gobernantes y poderosos, pero con fines puramente comerciales; otras, en una renuncia de la tarea puramente informativa, con el objetivo velado de conseguir más poder económico; o en un simple trueque publicitario a cambio de promesas futuras o de un trozo del pastel repartido.
De esta manera, este grupo de prensa, como otros, fue creciendo y creando a su alrededor todo un imperio mediático. Por supuesto, en este proceso, el propietario se encontró con redacciones contestatarias que impedían, según su punto de vista, el lógico devenir y crecimiento capitalista de la empresa. Y despidió a más de la mitad de la redacción, muchos de cuyos miembros se había destacado por su movimiento contestatario. Fue en 1995 y yo tenía ya 52 años. Con esa edad, y cada vez más lejos de este circuito y desprovisto del aparato de la prensa que me mantenía en contacto con los lectores, me he sumergido en el silencio de la mayoría, aletargado en el anonimato de las masas. Y, durante años, al igual que tantos compañeros, no he vuelto a levantar cabeza.
9 comentarios:
Lo leo... lo veo... lo vivo
No hace falta que vuelvas a levantar cabeza porque nunca la has bajado. Ni antes, ni ahora. Te lo dice el Cagadios.
Siempre me quedo con cara de gilipollas y sin saber muy bien que decir tras leerte, Santiago.
Que poco sabía yo sobre el mundo real de los medios...
Seguimos leyendo amigo, no dejes de escribir tú =)
Interviú ahor: estamos del director Manuel Cerdán hasta los cojones. Este tío que fue un redactor de la casa se ha convertido en un viajante que se dedica solo a sus asuntos. Nos ha puesto a una tía asquerosa e ignorante, una pedorra de mierda odiadas por todos. Que verdad lo de tu apellido: ¡¡¡Cerdán!!!
Querido y viejo amigo:
No bajes la guardia, periodista.
Tu trompeta suena mejor que nunca.
Cuéntanos, si puedes, cómo se sobrevive, siendo periodista en paro.
¿ Acaso has heredado y vives de renta ?
Ya sabes donde me tienes. Un abrazo, colega
Manuel Cerdán fué periodista.
Manuel Cerdán, director de Interviú, lo que busca es pasta, dinero y es lo único que le importa. Sus compañeros le importamos una mierda y nos desprecia todos los días ignorándonos y poniéndonos en manos de una analfabeta que se va a ganar una hostia por cabrona. Está para eso pero como vuelva a levantar la voz a alguno a lo mejor le cuesta poder volver a hacerlo.
Ese Cerdán era el recogemierda de Pedro J Ramírez en El Mundo. Se rie de todo porque lo unico que quiere es sus kilos al mes. La dignidad sabe que no la tien y está a gusto y ligera sin ella. Se ha quitado la máscara.
A la bruta esa le cae hostia de justicia. Te lo dice El Cagadios.
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