lunes, 30 de abril de 2007

30 de abril. El salto al vacío.

Constantemente estoy dando los últimos retoques al libro sobre exiliados que he escrito y presentado en el Registro de Propiedad Intelectual, por lo que pudiera pasar. “España, vista por sus exiliados” es su título y en él hago un estudio sobre los republicanos más conocidos que regresaron a España tras más de cinco lustros, lo que me ha permitido conocer a fondo esta memoria histórica un tanto olvidada y tener la posibilidad de publicarla en un libro. Aunque lleve ya cerca de diez años escribiéndolo e intentado convencer a algún editor para que lo publique.

Confieso que, a medida que me he introducido en el tema, me he dejado llevar por la pasión que despertaba en mí, habiéndome extendido más de la cuenta. Manuel Blanco Chivite, quien me orientó en el trabajo y lo ha leído, me ha advertido que debería abreviar unas cien páginas que, si bien son interesantes, no vienen a cuento con el objetivo señalado. Cierto que, al tratar de Unamuno y de otros personajes se extendí demasiado. Es una parte que ha enriquecido mis conocimientos de la guerra civil española y sus especiales circunstancias. De todas formas, siempre estoy a tiempo de cortar.

Pese al tiempo transcurrido, el eslogan proferido por el general Millán Astray aquella mañana del 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, resuena en mis oídos como un chirrido disonante: “¡Viva la muerte y muera la inteligencia!”. Se celebraba la apertura del curso académico, tres meses después de haber estallado la guerra civil y Miguel de Unamuno, rector de aquella Universidad, arremete, airado, contra el general Millán Astray, primer jefe de la Legión: “Acabo de oír el grito necrófilo y sin sentido de ‘¡Viva la muerte!’. Esto me suena lo mismo que ‘¡Muera la vida!’. Y he de deciros, con la autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Vencer no es convencer. Y hay que convencer, sobre todo”.

Una semana más tarde, en una entrevista con el escritor griego Nikos Kazantzakis, el viejo profesor se despachaba con estas palabras: “En este momento crítico de España, sé que he de estar con los militares. Sólo ellos podrán poner orden. Ellos saben lo que significa la disciplina y como imponerla. No me he convertido en un derechista, no haga usted caso de lo que dice la gente. Yo no he traicionado la causa de la libertad. Pero en esta hora es absolutamente preciso que el orden impere. Sin embargo, un día, quizá pronto, me erguiré de nuevo y volveré a la lucha por la libertad”. Unamuno manifiesta sus temores y termina escribiendo: “Por haber dicho que vencer no es convencer ni conquistar es convertir, el fascismo español ha hecho que el gobierno de Burgos, que me restituyó a mi rectoría…¡vitalicia! con elogios, me haya destituido de ella sin haberme oído antes ni dándome explicaciones. Y esto, como se comprende, me impone cierto sigilo para juzgar lo que está pasando”.

Las semanas que siguieron, Unamuno tuvo que vivir recluido en su casa, en una especie de arresto domiciliario Y en el último día de 1936, exhalaba su último aliento. Antonio Machado escribía, en su retiro valenciano de Rocafort, antes de exiliarse a Francia: “Unamuno murió repentinamente, como el que muere en guerra. ¿Contra quién? Quizás contra sí mismo”. Dos años más tarde, Machado lograba traspasar la frontera española y moría en Colliure, de dolor de España.

Descubrir a estos españoles me ayudó a comprender el mito de las dos Españas. Todos ellos se convirtieron por unos meses en coetáneos y compañeros de mi mesa y mi trabajo. Juan Ramón Jiménez, en su largo peregrinaje por América; Victoria Kent, ex directora general de Prisiones; Juan Larrea, la voz apocalíptica de la guerra civil; Enrique Líster, Secretario general del PCOE; Jaume Miravitlles, encargado del Comisariado de Propaganda de la Generalitat; Pablo Picasso, artista universal; Josep Renau Berenguer, ex director general de Bellas Artes en la República; el historiador Sánchez-Albornoz; Ramón J. Sender; Agustí Centellas, y tantos otros… compendian las circunstancias de una España dividida en dos –la republicana y la franquista–, cada vez más condicionada y reducida al peligro de una extinción mundial. Pero también me enfrentan al problema de saberlo pero no poder publicarlo.

De seguir recibiendo la puerta de las editoriales en las narices, estoy pensando en saltar al vacío y ofrecer este libro en estas mismas páginas de Internet, aunque no cobre ni un duro por derechos de autor, pasando de pitos y flautas editoriales. Sé que no es la mejor de las maneras ni la más ortodoxa para recibir una retribución por mi trabajo, pero estoy llegando a una situación y a una edad, en la que más que la compensación económica, me tienta más la intelectual. Lo que supone pasar de estos cumplimientos, formalidades y derechos con tal de que no se arrincone este trabajo hecho para ser leído, consultado y discutido.

viernes, 27 de abril de 2007

27 de abril. Lengua e ideología.

Pese a ser una de las lenguas más habladas del mundo –practicada por cuatrocientos millones de seres humanos–, el castellano no se merecía este traspié real del que vengo hablando desde hace dos días. Se trata de la lengua oficial de veintidós naciones, practicada hasta en el otro extremo de la Tierra –en Australia, unas cien mil personas la hablan y leen dos diarios en español: uno en Sidney y el otro en Melbourne–. En los Estados Unidos, hay 35 millones de hispanohablantes censados que mueven entre 350.000 y 450.000 millones de dólares al año con 558 emisoras hispanas, 102 periódicos y unos candidatos presidenciales que se esfuerzan por hablarlo ante el público para ganarse más votos.

No importa que el nuestro sea uno de los cinco idiomas oficiales de la ONU, juntamente con el inglés, el francés, el ruso y el chino. No importa que hasta los norteamericanos lo aprendan y que lo hablen treinta millones de sus conciudadanos. O que los brasileños estén rodeados de castellano-parlantes. O que los japoneses, los coreanos y los chinos lo estudien. Lo importante es que no sirva de vehículo de ninguna ideología, sea de derechas, sea de izquierdas. Porque en cuanto éstas se desmoronan, el idioma en el que se sustentaron se puede tambalear y hasta puede desaparecer, como desapareció el latín en la Roma imperial.

jueves, 26 de abril de 2007

26 de abril. ¿Aclaración o confusión?

Ante el discurso del Rey en la entrega del 25º Premio Cervantes a Francisco Umbral, avalado por el Gobierno del PP, las reacciones y avalancha de críticas no se hizo esperar. Y, queriendo rectificar su error, la Casa Real envió una nota aclaratoria, comentando que la frase se refería al inicio del español en América, lo que, más que calmar, logró confundir aún más a los del otro lado del Atlántico, que incluso se enfurecieron. El presidente del Gobierno, a la sazón, José María Aznar, afirmó que el discurso del Rey fue “muy bueno y muy importante” y que hablar del español como una lengua de encuentro “no tiene nada que ver con que, en un periodo determinado de la historia de España, otras lenguas españolas hayan podido tener más o menos dificultades”.

Para acabar de rematar el jeroglífico, el vicepresidente, Mariano Rajoy, aconsejó a los nacionalistas vascos y catalanes que no le buscara “tres pies al gato”. Y la ministra de Cultura, Pilar del Castillo, presunta responsable de las frases polémicas en el discurso real, aclaraba en la cadena SER que “no se pueden sacar de contexto unas palabras, en una reflexión de naturaleza histórica, acerca del transcurrir de nuestra lengua”.

Por su parte, el Nobel y marqués de Iria Flavia, Camilo José Cela, encargado de cerrar el ciclo “Veinticinco años de reinado de S. M. Don Juan Carlos I”, celebrado en la Academia de la Historia, echó una de cal y otra de arena. Sin olvidarse en ningún momento de que el Rey, durante sus vacaciones en Mallorca, fue vecino suyo y de que fue nombrado senador real, soltaba un elogioso discurso sobre el monarca, al que “los españoles identificamos con la imagen de libertad”. Cela decía diplomáticamente que “el Rey tiene mucha razón” y consideraba que “no hay que implicarle en el juego político”. Pero se mostraba, a la vez, comprensivo con la reacción de algunos nacionalistas y hasta se ponía en su pellejo: “Si fuera nacionalista, seguramente opinaría lo mismo. Lo encuentro, desde su punto de vista, hasta razonable”. De esta manera, Cela intentaba quedar bien con todo el mundo, aunque el Nobel español no hiciera otra cosa que lamer la mano de quien le protegía.

Pero todo esto ¿ocurrió realmente en la España del 2001 o es un material recogido por algún escritor para elaborar una novela esperpéntica?

miércoles, 25 de abril de 2007

25 de abril. Aquel discurso del Rey sobre la lengua.

“Nunca fue la nuestra, lengua de imposición, sino de encuentro; a nadie se obligó nunca a hablar en castellano: fueron los pueblos más diversos quienes hicieron suyos, por voluntad libérrima, el idioma de Cervantes”. Estas frases, pronunciadas por el Rey hace seis años, cuando el Gobierno estaba dominado por el PP, en el discurso de la entrega del 25º Premio Cervantes a Francisco Umbral, dio la vuelta a España, seguidas de las protestas más virulentas y, por otra parte, esperadas. Parece increíble que un Jefe del Estado, que es capaz de dedicar hasta 18 horas para posar, junto a la Reina, ante la cámara de un fotógrafo para plasmar sus nuevos retratos oficiales, se hubiera dejado embaucar por unas palabras escritas en su discurso sin que hubiera sopesado las reacciones que podría desencadenar.

Entre las oleadas de protestas levantadas en torno a esta intervención de la Corona, alguien le llegó a exculpar, alegando que “es el propio Gobierno quien le ha hecho cometer un error”. Cualquiera hubiera dicho que, con esta fácil excusa, Xavier Trías le acaba de hacer la cama. Por su parte, Jordi Pujol puntualizó: “Personalmente, y como presidente de la Generalitat, lamento estas palabras del Rey que no responden a la realidad histórica”. Y Pascual Maragall advirtió: “Espero que lo dicho por el Rey no tenga que ver con la ofensiva del PP para reducir las cuotas de autogobierno. No se puede hacer decir al jefe del Estado lo contrario de lo que la Constitución establece”. Josep Lluis Carod Rovira, secretario general de Esquerra Republicana (ERC), arguyó que “es un ataque a la memoria y una falsedad”. “Ante una Monarquía ignorante, analfabeta e inculta –añadió, indignado–, nos sentimos cada día más partidarios de la República ilustrada, culta y plurilingüe”. Y Rafael Ribó, de Iniciativa-Verds, declaró que el discurso del Rey “oculta e ignora” que, tras cada poder colonizador, ha ido siempre una imposición lingüística.

Recuerdo que Manuel Vázquez Montalbán, quien moría el 18 de octubre del 2003, se atrevió a pedir la condena a cadena perpetua para quien escribiera el discurso del Rey. “Lamentablemente –señaló Javier Marías– el castellano se ha impuesto por la fuerza, y no hace demasiado tiempo. Si se refería a la implantación en América, a partir de del Siglo de Oro, hubiera tenido que especificarlo. Pero yo, que viví en Barcelona entre los años 1974 y 1977, recuerdo cómo las fuerzas represivas, cuando escuchaban a alguien hablar en catalán, le decían eso de que hablara en cristiano”. Y Enrique Mila-Matas dedujo: “La frase empleada es contundente y, como tal, equivocada en su composición. Ni siquiera en el caso de que estuviera referida a América Latina, pues allí el castellano también se impuso a sangre y fuego”.

También en el País Vasco la frasecita real despertó rechazos fulgurantes. El portavoz parlamentario del PNV, Iñaki Anasagasti, no dudó en declarar que “el Gobierno está utilizando de mala manera al Rey” para hacerle realizar declaraciones y participar en actos “inaceptables”. Lo peor, según él, no es decir esas cosas, sino que alguien se las crea. Y criticó la labor del Rey tanto en el discurso de la entrega del Premio Cervantes como en la participación real con el exilio cubano en Miami, en su última visita a EEUU. “Si él toca estos asuntos –concluyó–, los tocaremos todos, incluida la propia transición, y quién fue quien nombró al Rey”.

martes, 24 de abril de 2007

24 de abril. La cultura del canibalismo

El pleno de la Asamblea de Madrid ha llegado a adelantar un día para que los diputados y consejeros regionales pudieran asistir a una corrida de toros de beneficencia. La mayoría del PP que dominaba la Asamblea lo dio por hecho. No podía dejar de asistir a una corrida presidida en la que, además, por el Rey. El representante del PSOE reconoció que el cambio de fecha para celebrar el pleno, motivado por esta lidia, “no contribuía a dar una buena imagen al Parlamento”. No obstante, justificó el cambio de día “por ser ya una tradición”. E IU presentó parecidos argumentos.

¿Cómo definiría yo las corridas, este espectáculo defendido por no pocos españoles? Ante todo, como un acto de violencia gratuita por el que las masas pagan por “disfrutar” y aplaudir, los “maestros” y toreros, por dominar, arriesgar y matar al toro, y, los entendidos, por escribir y criticar algo que consideran “arte”. No puedo dejar de lado lo que el escritor y periodista, Manuel Vicent, publica en su libro “Antitauromaquia”, en el que sentencia que “si el torero es cultura, el canibalismo es gastronomía”. Su descripción de esa cultura del canibalismo, no puede ser más certera: “En primavera –escribe–, con las amapolas, llega la larga agonía de los toros y, bajo una luz de tábano, el aristócrata compartirá el codo con el pícaro y el flamenco en la maroma de la plaza, el ministro lamerá la vitola del puro, el pueblo escupirá cacahuetes, el poeta se entusiasmará por el excelente trabajo de los cabestros”…

Circula por Europa una carta, enviada por correo postal a la presidencia sueca, a los 20 comisarios, a los presidentes de los grupos parlamentarios y a los ministros de Agricultura y, por correo electrónico a los 626 eurodiputados, en la que se denuncia una costumbre muy española. “Algunos países de las Unión Europea –dice– continúan alegremente torturando animales en un espectáculo bárbaro y cruel que algunos ‘iluminados’ se atreven a calificar de ‘artístico y cultural’. Ante esa realidad, y ante esa supuesta unión, hay tres países: España, Francia y Portugal, frente a una mayoría que, continúan organizando corridas.

“La gran mayoría de la población que integra esos tres países es claramente contraria a ese espectáculo bárbaro y cruel, en el que una minoría con mucho dinero, que vive a costa del sufrimiento de los animales, llena sus bolsillos y se enriquece, mientras mantiene viva esa supuesta y moribunda ‘manifestación cultural’.

“Esos señores, que se alimentan, viven y enriquecen a costa del espectáculo de sangre y dolor que es la corrida, quieren que millones de personas en toda la UE paguen a través de sus tributos los supuestos prejuicios, demandando subvenciones, exigiendo que los gobiernos de sus países y la propia UE paguen los gastos de transporte, la incineración de las reses lidiadas, etcétera”.

La decisión real de acudir a estos espectáculos taurinos me produce vergüenza ajena. ¿Cómo se puede presentar una corrida, acto cruel de violencia gratuita, con tanto cinismo y desfachatez? ¿Por qué se pretende justificar tal acto mediante una supuesta caridad cristiana? ¿Es posible que la sangre de un toro, vertida salvajemente por un torero que busca básicamente unos aplausos, pueda servir para un fin supuestamente piadoso? Abomino de esta sociedad que justifica su piedad en la crueldad hacia un animal. Abomino de una sociedad que celebra sus “fiestas nacionales” basadas en el sufrimiento de un animal inocente. Abomino del arte basado en el lucimiento y en la habilidad de un torero que esquiva las mortales embestidas de un toro enfrentado forzosamente a una muerte despiadada. Abomino del espectáculo sostenido por masas enfervorizadas que sólo se lamentan de la muerte del torero pero jamás de la del animal, acribillado por los dardos de los banderilleros, por la lanza punzante del picador y por la pérfida espada del torero.

Maldigo a los artistas que ensalzan este espectáculo sangriento, a los amantes de este “arte”, a las personalidades que lo sostienen, se entretienen y lo justifican. Maldigo a los escritores que, en sus obras, justifican y promocionan este “espectáculo” sangriento. Maldigo a las autoridades que, con la excusa de que es el pueblo quien las pide, no se atreven a enfrentarse con estos hechos vergonzosos y permiten las corridas. Maldigo las ciudades que levantan sus plazas y se masturban en ella con gritos despavoridos, exigiendo sangre y muerte a un animal constantemente atacado, forzado a defenderse. Maldigo los monumentos erigidos a toreros preclaros por su absurdo y suicida desafío. Maldigo al mismo pueblo, enfebrecido con este “arte”, que se exalta con gritos desaforados, perpetuando este macabro espectáculo. Maldigo a los medios de comunicación y a los periodistas que colaboran en la promoción de este “arte”, sin preocuparse jamás del sufrimiento que someten al toro, del que saborean su carne y su rabo en comilonas. Y maldigo, en fin, al verdadero protagonista de esta vergüenza, del que, si cae herido en plena plaza, nadie busque en mí un lamento ni una plegaria.

Y me avergüenzo de unas autoridades que no solo permiten este espectáculo cruento, sino que ocupan un puesto de honor en las corridas. Me avergüenzo de tener a un Borbón que frecuenta las plazas de toros y aplaude como uno más. Me avergüenzo de mi nación y de mi patria que convierte este espectáculo macabro en un signo de distinción y orgullo y esta salvajada en una “fiesta nacional”. Me avergüenzo, en fin, de la raza humana que disfruta con el sufrimiento de los animales y alienta las corridas en las que la violencia, la sangre y la muerte del toro o del torero campan por sus respetos.

lunes, 23 de abril de 2007

23 de abril. Los políticos y el toro

Pío García Escudero es un político que no sólo no se avergüenza de su afición al espectáculo de los toros, sino que presume de ello. Apoya las corridas y se une a otros políticos que, desde el PSOE, mantienen el mismo gusto y simpatía por las corridas, frente a compañeros de partido, como la Ministra Narbona, que sí manifiestan su desacuerdo. El portavoz del PP en el Senado y fundador de la Agrupación de Parlamentarios Taurinos, intenta ponerlos a todos de acuerdo en este punto.

Abonado a Las Ventas, a cuyas corridas acude no sólo en San Isidro, sino también en el verano, Pío se siente “orgulloso de ser torero”. Y siente que “cada vez vea menos gente joven en las plazas, y el futuro dependa de las nuevas generaciones... Para que la gente entienda la Fiesta hay que iniciarles desde pequeños”. Igualmente, le preocupa que algunos países y políticos quieran acabar con las corridas de toros. “Todos los que amamos la fiesta tenemos que mirar hacia el futuro, enseñarla, promocionarla y contar todo lo que supone”. Con este fin presentó en Madrid, junto al colectivo taurino, la plataforma denominada “Mesa del Toro”, defensora a ultranza de “La Fiesta, patrimonio europeo”, y se enfrenta a los parlamentarios que pretenden abolir el espectáculo en el ámbito comunitario.

Todo eso viene a cuento por lo ocurrido el pasado 14 de enero, cuando cuatro eurodiputados presentaron una declaración escrita en la que solicitaban la abolición de la Fiesta así como el acabar con la financiación de las subvenciones de la UE en la crianza de toros para este fin. Su objetivo era lograr reunir una mayoría de firmas de miembros del Parlamento Europeo (394) antes del próximo 15 de abril a fin de que fuera adoptada la posición oficial en la UE sobre esta actividad.

No es la primera vez que, desde la política europea, se pretendiera abolir el espectáculo en el ámbito comunitario. Frente a estos planteamientos europeístas, la plataforma “Mesa del Toro”, defendida por políticos, ganaderos, grupos y asociaciones de la más variada actividad, así como entidades deportivas y clubes de fútbol, fundaciones y foros culturales españoles, se creó rápidamente para “promover nuestra cultura y defendernos de ataques externos”. Y todos sus miembros aseguraron sentirse orgullosos del manual “Los toros, acontecimiento nacional”, escrito por el “viejo profesor”, Enrique Tierno Galván", y lo presentaron frente a la postura de los eurodiputados anti-taurinos.

Para el ex senador socialista, Miguel Cid Cebrián, "la Fiesta tiene una tradición cultural de siglos, una razón definitiva para que los políticos y las instituciones no la marginemos. Al contrario, la tenemos siempre muy presente. El espectáculo de los toros es cultura y arte, tenemos que ayudar, promocionar y dar a conocer sus valores, si hace falta, para que los cuatro anti-taurinos de hoy terminen reconociéndolo. Por cierto que los argumentos de éstos son pobres, hechos desde el desconocimiento, pero, ojo, son también malintencionados", enfatiza Cid Cebrián, quien hace hincapié en que se trata de “una tradición de hace cientos de años, que va a seguir vigente, porque el pueblo así lo quiere”. Y urge a los poderes públicos a que “difundan la Tauromaquia, porque sus principales enemigos son los que la desconocen”.

Pío García Escudero advierte que "esto que se nos presenta no es nuevo, pues viene ocurriendo en el Parlamento Europeo con cierta frecuencia. Hasta ahora, los enemigos de nuestras corridas de toros no han conseguido nada, pero quizá sea el momento de cerrar el triángulo Francia-España-Portugal para hacer valer nuestra afición taurina desde los valores culturales y de todo tipo, como económicos y medioambientales, que tiene el espectáculo". "Desde luego –insiste García Escudero–, nada de complejos. Iremos con la cabeza muy alta, sintiéndonos orgullosos de lo que tenemos”.

"Estoy seguro –declaraba el Presidente de la Asociación de Ganaderías de Lidia, el ganadero Eduardo Martín Peñato– de que, a través de esta iniciativa de la Mesa del Toro, lograremos vencer los ataques que nos llegan de Europa. Además, anuncio que, a partir de este momento, seremos nosotros los que tomaremos la iniciativa y nos haremos presentes en el Parlamento Europeo para explicar el componente cultural de nuestra Fiesta”

Según Rosario Pérez en el periódico ABC, por fin se han unido los estamentos taurinos en un mismo “cartel” para luchar por una causa común: “lidiar las embestidas aviesas de los eurodiputados europeos que pretenden dar puntilla a la Fiesta”. “Pero el Parlamento Europeo –sostiene García Escudero– no impone normas, con lo que no puede prohibir las corridas; en cualquier caso, podría afectar al tema de las subvenciones. Por lo tanto, no me preocuparía en exceso por esta iniciativa, ni adoptaría una actitud de miedo. A la Fiesta no hay que defenderla, sino promocionarla sin complejos y hablar con orgullo de ella. Es patrimonio cultural e histórico y su riqueza ecológica es incalculable, así como su valor económico. No olvidemos la cantidad de empleo y dinero que mueve”.

El mismo Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, pregonaba así la Fiesta en el tradicional pregón taurino de Sevilla: “El público debe defenderse del negativismo acosador y entrometido de quienes, con tesón digno de mejor causa, no cejan en su empeño de impedir que otros disfruten de lo que a ellos les disgusta”. Múgica señalaba que los festejos maestrantes “se pregonan solos” y que los espectadores “determinan con su presencia y actitud la realidad de la Fiesta”.
Este es, en resumen, lo que opinan los prebostes del toreo. Reservo para mañana lo que piensan quienes defienden lo contrario, como la Asociación Andaluza para la Defensa de los Animales (www.asanda.org), organismo que no ha dejado de crecer y de oponerse al maltrato de los animales. Y daré mi opinión personal sobre este caso, sin cortarme ni ocultar lo que pienso.

sábado, 21 de abril de 2007

21 de abril. Seis años sin Asensio


Cuatro años antes de la muerte de Antonio Asensio Pizarro, propietario del Grupo Zeta, en pleno apogeo de sus actividades, salía a la luz mi libro “Zeta, el imperio del zorro”, en el que mostraba su manera de vivir y de hacerse con el poder de la prensa. Con este ensayo, estaba dispuesto a defenderme, llevando la verdad por delante. Pero sabía también que, en este país, la verdad, por muy sólida que sea, era fácilmente empitonada por los cuernos de los más fuertes que se hacían fácilmente con el aplauso de la plaza entera. Estaba dispuesto, pese a todo, a no retroceder ante la posible embestida del bicho enfurecido que se movía con soltura entre bastidores y que era capaz de lanzar a toda una legión de provocadores para hacerme desistir y humillarme. Pero esta vez, me sorprendió impidiendo toda publicidad del libro. Y utilizó la técnica del silencio, la manera más inteligente, por su parte, de que no se hablara de mi publicación.

Hoy hace seis años que este magnate de la prensa dejó de existir, víctima de un tumor cerebral que le mantuvo en coma durante los últimos meses. Debo reconocer que consiguió en vida lo que quería: El codearse con los que detentan el poder y un discreto silencio ante toda crítica. Diplomática y curiosa manera de defenderse o de aplastar al que publica su otra verdad. Pero no me quejo, puesto que ya lo sabía antes de decidirme a editar ese libro que no fue conocido más que por un reducido circulo de gente de la prensa.

Tras sufrir la derrota en Antena 3, Televisión, Antonio Asensio se retiró y se limitó a seguir luchando en el campo de la prensa y radio. Y jugó con ellos a apoyar a los que le apoyaban y a hundir a los que le habían dado la espalda o se habían atrevido a hacerle frente. Hay demasiados ejemplos que así lo atestiguan. Y demasiados intereses, explícitos o velados, que confirman estas reglas.

Como colofón a su vida y obra, políticos y profesionales de la comunicación se dieron cita en torno a su féretro, para rendirle un último adiós. Los medios audiovisuales y escritos no cesaron de reconocer la labor del editor que de la casi nada había pasado al casi todo. Y hablaron del empujón dado por él a la democracia y al desarrollo. Jordi Pujol destacó la “visión utópica” del creador de Zeta. Maragall habló de la “juventud, la renovación, el riesgo, la tecnología y la empresa, simbolizadas por él”. Y hasta los socialistas que tuvieron relación con él, reconocieron su valía y sus méritos.

Me dio la impresión de que nadie quería quedar mal y todos reconocieron su personalidad e influencia. Los periodistas de más renombre que ascendieron en sus medios, se apresuraron a cubrirle de laureles. “Amaba la comunicación” dijo de él Jesús Hermida. “Era valiente y osado; pero sobre todo, una persona muy familiar cuya visión de futuro fue una de sus genialidades”, dice de él José Manuel Lorenzo. Y hasta sus más encarnizados enemigos, como Juan Luis Cebrián, consejero delegado del Grupo Prisa y su presidente, Jesús de Polanco, cuyos duros ataques aún resonaban en el campo de batalla, acudieron a su entierro como forma de homenajearle.

El mismo presidente de “El Corte Inglés”, Isidoro Álvarez, y el propio Fernando de Almansa, en representación de la Casa Real, estaban presentes en el sepelio. Pero, el hombre que llegó a creerse Dios se murió como cualquier mortal.

viernes, 20 de abril de 2007

20 de abril. Las malas noticias de la prensa.

Hay quien deja de leer la prensa porque está convencido de que sólo se ocupa de las malas noticias. La verdad es que un ochenta por ciento de las informaciones de un periódico se centraliza en las malas nuevas. Pero, en el fondo, es lógico. Como dice Howard Simons, periodista y conservador de la Fundación Nieman de Periodismo de la Universidad de Havard, quien participó en los trabajos de investigación de “The Washintong Post” sobre el escándalo del Water-gate: “Se trata más de iluminar la oscuridad que de reflejar la luz y de intentar que la gente sea honrada antes de que de informar sobre la gente honrada. Si, todos los días, los periódicos dijeran que 880 aviones habían despegado y aterrizado sin más en el aeropuerto de Logan, en Boston –asegura este colega norteamericano–, nadie leería esa noticia. Esto no significa que el sensacionalismo venda periódicos”. Por desgracia es así, y sólo cuando hay un accidente mortal entre un millón de vuelos, la gente desea saber cómo ha sido. El problema es que buena parte de este globo está harta de que se le engañe, se la manipule gratuitamente o se le oculte información por conveniencia de alguna empresa interesada. Es gente que no lee ni buenas ni malas noticias porque termina desinteresándose de la prensa.

A propósito del secreto que muchas veces envuelve las noticias por parte de los gobiernos, H. Simons añade: “Cualquiera que haya trabajado de periodista en Washington durante cierto tiempo se da cuenta pronto de que la etiqueta de secreto se utiliza con frecuencia para ocultar información embarazosa o para impedir todo debate sobre un tema de interés nacional más que para salvaguardar un secreto verdadero”. Y, más adelante, a propósito de la independencia de los diarios: “Lo que hace falta son ojos independientes, no únicamente para asegurar que los gobiernos sean honrados, sino para dar a los ciudadanos un punto de vista que no sea el oficial”.

En cuanto a la buena salud de la prensa, estoy de acuerdo en que no todos los periódicos son buenos. Ninguno de ellos es totalmente bueno o totalmente malo, justo o injusto. Todos tienen sus defectos y sus tendencias, al igual que sus lectores. “Pero –añade H. Simons, y es un pero terriblemente significativo–, si los periódicos no sacan a la luz las noticias y las publican, si no llevan a cabo las investigaciones y no hacen los comentarios, si no examinan los problemas y los denuncian, entonces ¿quién lo hará?”.

miércoles, 18 de abril de 2007

18 de abril. Palabras, palabras, palabras...

Durante años, me cansé de mandar este “Diario de un periodista en paro” a diversas casas editoriales y de recibir sus respuestas, creíbles o no, pero sin resultado alguno. He aquí algunas de ellas, redactadas con idéntica diplomacia por los que detectores culturales del mundo editorial.

Xavier Batlle, de Editorial Ronsel, me comentaba el 15 de mayo del 2002: ”Estudiado el original que nos envió, el tono polémico (por usar un calificativo suave) de alguno de sus fragmentos disminuye cualquier interés de esta editorial por publicar su Diario. Si fuéramos lo bastante grandes como para poder afrontar las múltiples demandas que su puesta en el mercado podría ocasionarnos, probablemente seríamos amigos del Rey y la corte, y no estaríamos interesados en contratarlo. Siendo pequeños y muy próximos al pueblo llano y a usted, simplemente no podemos afrontar tamaño riesgo por una mera cuestión de supervivencia. Hay muros frente a los que cabe detenernos, como hiciera Don Quijote y Sancho, confiando que se cumpla el dicho de que cada cerdo le llegue su San Martín. Deseando que su Diario encuentre finalmente el editor y la osadía necesaria, reciba un cordial saludo”.

De Ediciones Anagrama, recibía el 23 de octubre del 2002 la siguiente misiva: “Sentimos comunicarle que, debido al exceso de títulos contratados y a las características especiales de la obra, no nos resulta posible incluirla en nuestra programación sin que ello suponga un juicio negativo de la obra. Confiamos en que no tenga problemas para su publicación en cualquier otra editorial con menos agobio de títulos y, agradeciéndole que haya pensado en nosotros, le saludamos muy cordialmente”.
El director general de Edhasa me contestaba el 4 de junio del 2003: “Muchas gracias por enviarnos su manuscrito. Le he leído con mucho interés y encuentro su mezcla de sinceridad política y atrevimiento estilístico muy estimulante. Pero la verdad es que esta no es la editorial para su libro. No estoy inventando ninguna excusa cuando le digo que sencillamente no tenemos colección donde encaje. Por este motivo le devuelvo el manuscrito, deseándole mucha suerte...”.

El 12 de septiembre del 2003, Siglo XXI, aseguraba lamentarse “tener que comunicarle que hemos cerrado nuestra cartera de contratación para el periodo de los próximos dos años y no nos resulta posible incluir su obra en nuestro plan de publicaciones”. Más cortés no se puede ser. Aunque me imagino, con toda seguridad, que si no la hubieran cerrado, tampoco la hubieran publicado.

Finalmente, se la mandaba al Nobel, José Saramago, quien tuvo la amabilidad de contestarme en una breve carta: “Lo que he leído de su diario me ha interesado mucho. Es un repertorio de importantes informaciones y de juicios pertinentes y oportunos. Ojalá pueda publicarlos como merece. Un abrazo cordial”.

Hasta que, harto de recibir palmadas, excusas diplomáticas y cartas de editoriales que lamentaban el no poder publicarlo, decidí plasmarlo en estas páginas de Internet. Quisiera reflejar en ellas un deseo ya expresado en otra ocasión: Me sentiría realmente satisfecho si quienes, por interés o curiosidad, las leen o consultan –entre cincuenta y cien lectores diarios–, fueran tan amables de dejar reflejadas sus impresiones o comentarios, aunque no fueran favorables. Porque la comunicación entre autor y lector es algo que da alas al texto escrito y me ayuda a pensar que no soy una simple caña en el desierto. Reconozco que tener la posibilidad de que otros compartan mis dudas y esperanzas, mis temores y mis contradicciones, mis estados y mis experiencias, es algo impagable. Agradezco incluso a quienes se atreven a contestarme que no están de acuerdo con mis planteamientos. Porque la comunicación sólo existe de verdad cuando el lector expresa su opinión. Sé que cada visitante de este blog tiene una respuesta, aunque muy pocos estén dispuestos a exponerlas y menos aún con sus nombres y apellidos. Si supieran cuán agradecido estoy cuando las encuentro. Y es que ¡cuesta tanto compartirlas con los demás!

lunes, 16 de abril de 2007

16 de abril. La bestia negra.

Por lo visto, mi libro “Memorias en La Mayor” no consigue convencer a los editores a los que ya he recurrido, habiéndose convertido en la bestia negra de este frustrado escritor. Todos me agradecen el envío del manuscrito –ninguno de ellos lo rechaza tajantemente–, pero me lo devuelven, añadiendo una excusa parecida: “Tras haberlo estudiado atentamente, y a pesar de las cualidades como el relato de la vida del protagonista y del rigor histórico que se observa en la obra, no estamos interesados en su publicación”. Los hay que se lamentan, “pese al indudable interés del tema y planteamiento” o dicen sentir que la obra no pueda entrar en sus colecciones de ensayo… De esta manera, presentan sus disculpas y pretextos para no publicarlo. Pero no pierdo por ello las esperanzas. Me consuelo pensando en lo que les sucedió a otros autores antes de ser conocidos y famosos por sus obras. Ya sé que ni soy una cosa ni la otra, pero tampoco ellos lo eran al principio, en el momento de ser rechazados, ni pretendían otro objetivo que el que se reconociera su obra.

En “Memorias en La Mayor”, resumo la historia del siglo que acabamos de pasar al ritmo y al compás de un músico danés, Peter Utmöller, hijo de un nazi, que conoció y vivió el nazismo con toda clase de detalles y señales durante su infancia, así como su derrota en plena juventud. Se trata de un libro a mitad de camino entre la biografía y el ensayo histórico. La obra comienza en Dinamarca, con la conquista nazi del poder, se desarrolla y extiende con la ocupación, con el intento de conquista del mundo entero, y se repliega y adapta a la geografía sudamericana tras la derrota hitleriana.

La experiencia de Peter en Europa durante y después de la Segunda Guerra Mundial, así como en la Argentina, en donde vivió durante años, antes de regresar a España, le permitió conocer a fondo el problema del nazismo así como su inmigración en Sudamérica. Le traté como músico en la Orquesta de la Universidad Autónoma de Madrid en la que, en su tiempo, ambos participamos hasta que dejamos de ir. Nuestra afición e interés común por la música nos asoció por encima de las opiniones y convicciones de cada uno.

Cambiar de ideas, cuando se superan los cincuenta años –y él superaba ya los setenta–, es más difícil que cambiar de personalidad. A esta edad, más que la propia ideología lo más importante es el respeto por los demás y el no intentar imponer tus propios criterios. Y, al menos en esto estábamos de acuerdo, además del tiempo perdido o ganado en la música.

viernes, 13 de abril de 2007

13 de abril. Extraviado y abatido

La penicilina tomada ya ha comenzado a causar sus efectos: controlo los accesos de tos pero también noto más nervios que me impiden descansar normalmente, convirtiendo mi cama en un campo de batalla en el que sudo bajo las sábanas y los nervios desatan sus iras.

Cuando, al fin, me he levantado con el sol, he intentado ponerme al día, leyendo la prensa y escuchando las noticias por la radio o viéndolas por televisión. Unas sesiones que, más que ponerme al corriente de lo que pasa en mis aledaños, me han dejado colapsado. Estaba extraviado y abatido, como si, tras más de una semana descolgado de lo que pasa en el mundo, de repente, mareado ante tanto acontecimiento ante mis ojos, ya no supiera quiénes son los buenos y los malos en esa película de pistoleros y vaqueros.

miércoles, 11 de abril de 2007

11 de abril. Mientras el mundo da vueltas.

La fiebre me ha desaparecido por completo aunque persista una tos cavernícola que a veces me asusta. Por primera vez, desde que caí enfermo, me he levantado a las diez de la mañana, intentado enrolame en mi puesto de periodista en paro, aunque reconozco que soy incapaz incluso de sostener una pluma o de apretar unas teclas. Y, tras intentar plasmar mis impresiones, desistido, deseando tumbarme, pero la espalda, que me duele demasiado de haber estado tantas horas tumbado, me lo impide...

Por primera vez, he comido algo sólido en casi una semana. Me he desayunado una naranja, saboreando cada gajo, y un yogur; a mediodía, una ensalada con trozos de queso, y dos naranjas más para la cena. Estoy redescubriendo los distintos sabores que tienen estos alimentos… El mundo, por su parte, sigue dando vueltas sin percibir mi baja. Total, ¿qué importancia tiene un parado más o un trabajador menos en su cuenta millonaria?

lunes, 9 de abril de 2007

9 de abril. Flotando en el más allá.

Durante dos días, he estado recostado en cama, con fiebres altas que anonadaban mi cuerpo. ¿Es el resultado del esfuerzo promovido durante la Semana Santa? Siento cómo mi espíritu se halla muy lejos. Flota en el más allá y observa cuanto me rodeaba. Ha sido emocionante y, al mismo tiempo, angustioso ver pasar el mundo desde un punto no determinado del espacio, fuera de la atracción e influencia de la bola terráquea. Pero, en el momento de intentar describir lo que veo, siento cómo me fallan las fuerzas y me confunden los fantasmas que me asedian.

Todo me resulta extraño, y la dicotomía entre lo que el cuerpo me pide y lo que el espíritu me ofrece resulta casi grotesca. Un manfutismo filosófico me invade, al mismo tiempo que soy incapaz de elegir entre dos o tres opciones, al no existir dilema alguno. ¿No será que, en estos momentos, mi razón es incapaz de lucubrar? Pero, mientras mi cuerpo sufre dolores en cada uno de mis huesos y musculaturas, y mis sentidos se cierran en banda para no ser molestados, siento cómo mi mente sigue ligera y viva. La presiento como un tizón semiencendido bajo unas cenizas que lo cubren todo, capaz de reencenderse en cuanto alguien sople sobre ella.

En todo ese tiempo de ausencia, no he probado más que el agua. No he querido comer nada. Sé que es la forma de ir eliminando los elementos que envenenan mi organismo. Y sé, porque la experiencia así me lo ha enseñado, que, al final, siempre vencen los glóbulos blancos sobre los microbios malignos. Aunque, por el momento, me temo que me falten las fuerzas para seguir describiendo lo que me pasa. El cansancio y las altas temperaturas se apoderan por momentos de mí. Así que voy a seguir como estaba, dejando que el mundo ruede y me ignore. Presiento que a nadie le hago ni puñetera falta. Nadie, excepto los que me aman, va a notar mi ausencia si, de repente, desaparezco. ¿Por qué habrían de hacerlo? Alguien ha dicho: “El cementerio está lleno de gente imprescindible”.

viernes, 6 de abril de 2007

6 de abril. La otra cara de la Semana Santa

En otras regiones aparentemente más pacíficas, como Mallorca, surge otra clase de violencia, menos espectacular pero más soterrada, entre las mismas cofradías de Semana Santa que, al final de los setenta, sufrieron un alarmante descenso de cofrades. Miembros del propio clero desprestigiaron, desde los medios de comunicación, las procesiones consideradas como “actos folklóricos” y muchas de ellas estuvieron al borde de la desaparición. Hasta que el presidente de una asociación autorizó a las mujeres a participar en los actos, vetados hasta esa fecha para ellas.

La medida fue la salvación de no pocas cofradías que cobraron de nuevo fuerza, pese a contar con la oposición del clero tradicional y de algún consiliario. El número de participantes volvió a aumentar. Los mismos políticos se involucraron en todos los actos, como medio de conseguir votos. Y, a mediados de los ochenta, los presidentes y secretarios de dichas cofradías fueron invitados a colaborar como interventores de un PP que, había subyugado a gran parte de la Comunidad Autónoma.

Al iniciarse el nuevo siglo, los partidos de la isla participan en las hermandades y el propio Obispo organiza e imparte conferencias públicas en los días previos a la Semana Santa. Pero el protagonismo de los cofrades que aparecen en los medios de comunicación provoca ciertos celos, envidias y rivalidades. Cada presidente quiere que su cofradía sea la más importante. Con tal de salir en prensa o en televisión, se organizan todo tipo de actividades y, sólo por lucir una vara en las procesiones, los presidentes se vuelven engreídos y se creen con más dotes de mando que los antiguos sargentos legionarios.

De esta manera las disputas y las envidias en torno a estos conceptos pseudo-religiosos, mezclados con tintes políticos del momento, se alternan con fluidez mientras los cofrades, con sus túnicas encarnadas o beige, sus capas azules, verdes o rojas, sus turbantes y sus capirotes blancos, altos para los hombres y caídos para las mujeres, rematados con una borla, reparten a su paso confites a troche y moche y consiguen que todas las miradas recaigan sobre ellos. Hasta seis procesiones protagonizaron ayer. Es la otra cara de la Semana Santa que se debate entre las viejas costumbres de una España católica y retrógrada, y una España profana que pasa de toda espiritualidad y quiere vivir por libre.

jueves, 5 de abril de 2007

5 de abril. Gestos dispares.

Las horas de la llamada “Semana Santa”, tan atractivas para el turismo, desbordan devoción y superchería y están a menudo impregnadas de violencia gratuita. Son horas que siguen, año tras año, teñidas de sangre y de morado durante siete días. Me rebelo contra este sentimiento si no propiciado, al menos, consentido por la liturgia de la Iglesia y defiendo que el hombre es el principio de todo. Y me identifico plenamente con Gerald Brenan que, en sus “Pensamientos en una estación seca”, afirma no creer en Dios “porque si existiese, habría destruido hace mucho tiempo a la raza humana por su crueldad y perversidad”.

Invadido por el sarcasmo, contemplo estas ceremonias religiosas pendientes de la climatología. Me indigna ver cómo la lluvia y otros contratiempos, que impiden seguir con una costumbre centenaria, hacen llorar a quienes más dentro las sienten. Y, en medio de tanto gesto compungido, provocado por la imposibilidad de sacar a la calle las imágenes piadosas de la última Cena, observo ciertas escenas contradictorias. Retengo, por ejemplo, la imagen de las autoridades policiales de Cuenca que establecen, año tras año, controles de alcoholemia y otras medidas de seguridad al celebrarse la procesión del Cristo de las Seis, conocida vulgarmente como la de Los Borrachos. Ante la masiva concentración de punks, se incautan navajas, juegos de cadenas, hachas y bates de béisbol y se prohíbe la venta de bebidas en envases de vidrio, pero los incidentes se siguen reproduciendo. La medida ni previene el abuso de bandas de jóvenes que practican diversos destrozos en esta ciudad, ni las consiguientes protestas vecinales. Incluso se registra una psicosis colectiva, agravada por las noticias de Madrid y de Valencia, en donde circulan convocatorias entre grupos punks para pasar “una noche sin control” en Cuenca.

También en Pamplona hay enfrentamientos físicos, lanzamientos de botellas y de cirios contra la imagen de la Virgen. En la calle de la Calderería, abarrotada de bares de ambientación punk, grupos de jóvenes proliferan blasfemias contra la Virgen, coreando el tema musical de la Polla Record, “Salve Regina”, y gritan insistentemente: “Hay que quemar a la Dolorosa”. La procesión de la Virgen de La Soledad transcurre entre el silencio de los penitentes y las canciones de grupos de jóvenes que aluden jocosamente temas religiosos. Son las contradicciones de la Semana Santa.

miércoles, 4 de abril de 2007

4 de abril. Con guantes y capirotes.

Miércoles Santo, llamado así por los católicos, que impusieron en el calendario la “Semana Santa”. Recuerdo que, hace seis años, asistí ese día por primera vez con mi trompeta a una procesión del Cristo crucificado como miembro de una banda de música. Fue en un municipio de la Comunidad de Madrid. El acto, en el que se sacó únicamente esta imagen, debía durar dos horas pero se alargó dos más de lo acordado y se convirtió para mí en un verdadero calvario.

Con mis gafas bifocales no podía distinguir con claridad la partitura colocada sobre mi atril de marcha, adherido a mi trompeta, por estar demasiado alto. No tuve más remedio que quitármelas y acercarme las notas musicales a un palmo de mis narices para poder leer mejor. Así me pasé todo el trayecto, tratando de descifrar la música escrita y sin distinguir con claridad lo que pasaba a mi vera. Sólo distinguía muy confusamente a los nazarenos que portaban al Cristo a cuestas, al ritmo marcado por los tambores y con un suave balanceo. Y, por si esto no me bastara, las repetitivas melodías interpretadas quedaban, en parte, condicionadas por una herida producida en la parte interior de mis labios, que me obligaba a tocar con cierta dificultad.

Pero, menos por mis condiciones físicas que por las morales, la procesión se me hizo, de esta manera, dura e interminable. Me preguntaba qué diablos hacía yo allí en ese estado, sin poder mantener un limpio y claro sonido de mi trompeta, o, peor aún, si hacia ya tiempo que no creía ni en el Cristo de la buena sangre, ni en las procesiones de Semana Santa y, ni en mi acto servil por sostenerlas musicalmente. Aquello era una lucha a muerte contra mis labios y mis dedos, adheridos de frío, contra un instrumento, que trataba inútilmente de dominar, y contra mis ideas, en medio de una vorágine de sentimientos contradictorios... Nada estaba en su punto, y el resultado era mi pobre sonido, a la altura de mis creencias religiosas.

Al final de la ceremonia, unas palabras pronunciadas por el capataz de la agrupación religiosa terminaron por encender la mecha que amenazaba una explosión en mi interior. Aquel encapuchado agradeció a todos –a sus costaleros, a sus músicos, a su público en general– la colaboración prestada, y acabó por desvelar sus verdaderos sentimientos. Encubierto bajo su capirote y ocultas sus huellas dactilares por unos guantes blancos, dejó escapar una palabra de su vocabulario que me reveló su verdadera ideología: “raza”. “Sólo los costaleros –dijo enfáticamente –, esta raza de hombres que así se manifiestan, son capaces de sostener esta imagen sobre todo”… Y recordé, curiosamente, conceptos y frases hitlerianas que se hubieran adaptado perfectamente a estas ideas. La España imperial y fascista que hablaba la lengua de la Raza, de la Patria y del Imperio, se dibujaba ante mí a través de estos símbolos y del discurso del capataz. Ninguna de las autoridades y fuerzas políticas y religiosas hizo ademán alguno de sorpresa. Tampoco yo me atreví a contradecirle, levantando la trompeta y sonando a todo volumen la Marsellesa o el himno republicano. Aunque reconozco que hubiera sido interesante saber cómo reaccionaban todos ellos. Pero no me atreví.

Al subir al autobús para regresar a casa, estaba deshecho. No podía más. Ni con mis piernas, ni con mis labios, ni con mi cuerpo. Y me sentía estafado y furioso por el acto en el que acababa de participar. El contrato firmado decía que, por dos horas de acompañamiento musical, iban a pagar 160.000 pesetas. Pero las dos horas se habían convertido en cuatro. “Y suerte habéis tenido –nos comentaron– de que no se alargaran seis horas o más”. Sugerí que, ante la duración y esfuerzo, multiplicado por dos, que se les cobrase el doble. Pero dudo que la propuesta fuera siquiera presentada ni, en su caso, aceptada.

La televisión muestra, en estas fechas, las procesiones andaluzas y las imágenes turístico-religiosas en las diversas provincias españolas, que pueden durar más de una jornada. O el tamborileado de Calandra (Teruel), tan apreciado por el incrédulo Buñuel, en donde los amantes de esta costumbre se pasarán toda la noche tocando los tambores y bombos, que son tantos como penitentes hay en dicho pueblo. “Es la fe de todo un pueblo –insisten los organizadores del evento– presentado por los medios de comunicación como signo de diferencia y distinción”. Y me repito internamente que ni comparto esta idea ni me parece muy afortunada en este país que se proclama aconfesional.

martes, 3 de abril de 2007

3 de abril. Martes Santo


Burla burlando, entre lloviznas, nubarrones, chaparrones, procesiones interminables con retoque de tambores y de trompetas, ha vuelto la Semana Santa de todos los años y una tradición no siempre de acuerdo con la cordura ni con la aconfesionalidad del Estado.

Volvió el fervor popular, la devoción, las procesiones televisadas, las imágenes recargadas de oro y plata, el olor a incienso. Volvió la tradición de una España ultra católica, defendida por obispos y sus fieles, que no renuncia a sus tradiciones, ni a las prácticas folklóricas, ni a las ceremonias en las que autoridades y cientos de miles de penitentes, músicos y fuerzas de seguridad, desfilan por las calles. Ante un público que tiende a confundirse con estas manifestaciones, y, sobre todo, sin la presencia de atónitos turistas, dudo que se produjeran de la misma manera.

En Cuenca, casi la mitad de sus habitantes son cofrades. En Aragón, el ruido es más fuerte y en Castilla y León, el silencio se hace más profundo.. En Murcia se distribuyen más caramelos entre los espectadores y en Lorca, donde los caballos hacen más cabriolas, se mezcla la cultura cristiana y la pagana. En Zaragoza, se oye un expectante batir de tambores. “Bailan” las vírgenes de Sevilla y, desde cualquier, balcón se cantan saetas. Hay “picaos” que se flagelan las espaldas desnudas con correas de lienzo trenzado. En Palma de Mallorca, los cofrades de 31 hermandades celebrarán en seis días nada menos que catorce procesiones.

El actor malagueño Antonio Banderas regresa de los EEUU para participar en la Semana Santa malagueña a donde ha acudido con su mujer, la actriz Melanie Griffith. Dice que para él "es un placer porque se trata de la identidad de un pueblo, de su personalidad, y esto es una fiesta anti-globalización de alguna forma, que viene a nosotros, y nos mostramos un poquito como somos". Frente a los que piensan que es algo que no debería existir, él defiende todo lo contrario. Banderas lanza su "pequeño pregoncito" y reclama que "para el futuro las cofradías se tienen que implicar socialmente de forma muy fuerte y seria, cada una en sus barrios y atendiendo a esos problemas específicos que existen. Ahí puede estar el futuro de la Semana Santa". Banderas ve las cofradías como "una ONG" y dice que le interesa, es eso, “una Iglesia que ha estado al servicio de los pobres y de la gente necesitada. Ese mensaje me interesa".

El Jueves Santo, el actor sacará a hombros el trono de la Virgen de la Esperanza, lo que será "probablemente el último año porque ya los huesos me crujen mucho bajo ese trono debido a que pesa mucho la Esperanza". Admite que ya es imposible ver procesiones como las veía en otra época. Y sobre lo de ser pregonero de la Semana Santa, confiesa estar "al servicio de la Agrupación de Cofradías" si lo decide, aunque dice que "hay mucha gente en la cola por delante de mí".

Quien no sólo no ha esperado en cola sino que incluso ha logrado ser por segunda vez pregonero de la Semana Santa es Pedro Serra, un empresario periodístico mallorquín que se jactara, hace unos años, de haber ejercido en su juventud de “probador de casas de señoras”. Por lo que se ve, en estas islas las influencias tienen su peso en oro.

No soy quien para criticar unas costumbres que conforman la idiosincrasia de nuestro pueblo, aunque puedo estar de acuerdo o en desacuerdo con estas costumbres. Y, en este caso, me limito a compararlas con las descritas hace ya dos siglos por otro español. Se trata del escritor José María Blanco White quien, en “Cartas de España, Sevilla”, recuerda la Semana Santa y hace una fuerte crítica sobre la religiosidad y la estructura social española:

“La procesión de madrugada resulta más impresionante por lo tranquilo de la hora y por el traje que llevan los devotos de la sagrada imagen. Todos los miembros de la cofradía visten túnicas negras, con un ancho cinturón... práctica penitencial muy usada en los tiempos antiguos. La cara se viste con un largo velo o antifaz... Los nominales penitentes avanzan en dos filas con paso medido y silencioso, arrastrando una cola de seis pies de largo y sosteniendo un algo cirio de unas doce libras de peso. El antifaz impediría totalmente la vista, si no fuera por dos pequeños agujeros, a través de los cuales se ven brillar los ojos. En un país en el que el Gobierno no tolera las fiestas de máscaras, el placer de salir disfrazado a la calle es un gran incentivo para que nuestros jóvenes se inscriban en esta asociación religiosa... Los supuestos penitentes se sienten recompensados de la fatiga y cansancio de la noche con la viva impresión que esperan hacer en los vencidos corazones de sus novias que, por medio de señales convenidas de antemano, son capaces de reconocerlos a pesar de los antifaces y la uniformidad de los vestidos”.

Blanco White recuerda la prohibición del Gobierno, en 1777, de “la repugnante exhibición de gente bañada en su propia sangre”... “La religión –termina diciendo– nada tenía que ver con estas voluntarias flagelaciones. Pero estaba muy extendida la idea de que este acto de penitencia tenía un excelente efecto sobre la constitución física. Y, mientras que por un lado la vanidad se sentía halagada por el aplauso con que el público premiaba la flagelación más sangrienta, una pasión todavía más fuerte buscaba impresionar irresistiblemente a las robustas beldades de las clases humildes”

Juzgue el propio lector y vea cómo hay tradiciones que en dos siglos apenas cambian.

lunes, 2 de abril de 2007

2 de abril. Enfermos de actualidad.

La actualidad es un fantasma del que trato de huir inútilmente. En periodismo, incluso cuando se está en paro, la actualidad aprisiona constantemente el último momento entre el ayer y el mañana, flirteando con el momento presente, pero sin profundizar jamás en él y bloqueándolo ante el espejismo de la última oportunidad.

La actualidad con frecuencia se me presenta como un hoy sin futuro y sin pasado pero cuya sombra esconde mi vida, limitada por la de los demás. Enfermos de actualidad, los periodistas vivimos de un hoy sin raíces ni perspectivas de futuro, sin darnos cuenta de que esta pura actualidad no se aguanta más allá de unas horas, derribada por otras actualidades que se van destruyendo unas a otras, mientras el tiempo marca implacablemente la existencia. Y quien no vive el último grito en todo es tachado de desfasado y de pasado de moda.

Catedráticos y expertos mediáticos intentan unir y fusionar el periodismo con la actualidad. El periodista de la objetividad y la observación comprometida es hartas veces relevado por el profesional de la imparcialidad y la neutralidad que pretende contar los hechos por encima de las informaciones que difunden. De manera que, como dice el periodista francés, Jean Bothorel, los medios de información “ya no reclutan periodistas sino profesionales, es decir, técnicos de la información pura. Toda reflexión se vuelve inútil, ya que la información se basta a sí misma”. Y el periodista –según indica Carlos G. Reigosa, ya no sería un trabajador profesional que se indigna, desprecia o maldice; por el contrario, se habría convertido en un profesional sereno, aséptico, pragmático, partidario del consenso y defensor de todos los conformismos dominantes.

Reigosa mantiene que la “actualidad” está precocinada por gabinetes de prensa y direcciones de comunicación, de manera que es imposible saber lo que ocurre y, por tanto, saber contarlo. Según él, el mal no está fuera del oficio, sino dentro. Y surge “cuando el periodista no valora o no está a la altura de la libertad de prensa, cuando se desliza irresponsablemente por los toboganes del sensacionalismo, cuando ampara fuentes informativas contaminadas de intereses espurios, cuando convierte en espectáculo una información, cuando contagia con su opinión una noticia, cuando da por probadas informaciones insuficientemente acreditadas de algunos colegas, cuando supura o irriga pesimismo, cando se somete a modas pasajeras, prestándoles una atención que no merecen...”

Confieso que, a veces, quisiera saber moverme en la historia con total independencia, y lanzarme al futuro sin las pesadas coordenadas del pasado y del presente. Pero, por supuesto, ni soy prestidigitador ni un ser que juega a ser dios, sino un ser mortal, limitado por la actualidad, que a veces sueña en imposibles.