domingo, 10 de agosto de 2025

Libros para salvar la República.


Libros para salvar la República, la historia de los ejemplares que se usaron en las trincheras de la Ciudad Universitaria

Inés García Rábade, redactora de Vivienda y Memoria Histórica, mostraba hace una semana en Público, la historia de los ejemplares que se usaron en las trincheras de la Ciudad Universitaria. Era un domingo, 8 de noviembre de 1936. “Las tropas franquistas, capitaneadas por el general Varela, lanzaron una operación de asalto sobre Madrid a través de la Casa de Campo. En pocos días, lograban el control de la práctica totalidad del parque y, el 15 de noviembre, cruzaron el Manzanares, adentrándose por primera vez en Ciudad Universitaria. ‘Consiguieron formar una cuña en el frente de la República, ocupando un trozo del campus, el Hospital Clínico y una parte del Parque del Oeste’, confirma Ainhoa Campos, doctora en Historia y miembro del Grupo de Investigación Complutense de la Guerra Civil y el Franquismo (GIGEFRA). El avance del ejército sublevado se consiguió por medio de cruentos combates. Edificio a edificio, pasillo a pasillo. Incluso habitación por habitación. ‘Se intercambiaban granadas. Se colocaban minas y contraminas por los pasillos y escaleras. Se dirimía el control de cada edificio, de cada estancia, con duros combates cuerpo a cuerpo’, describe la historiadora. ¿El resultado? El campus se inauguró antes como campo de batalla que como centro educativo. Y es que la Ciudad Universitaria estaba de estreno. ‘Su construcción comenzó tan solo unos años antes, en 1927, todavía con la monarquía. Ya habían empezado a dar clase algunas facultades, pero no se había inaugurado como tal’, refiere la investigadora. Nunca llegaría a hacerse. Al menos ese campus, que quedaría enormemente afectado por la destrucción de la guerra”.

Brigadistas protegiéndose con libros en la Ciudad Universitaria, en 1937. Le Patriote Illustré

Ciudad Universitaria ya no era el terreno abierto de Casa de Campo. Las estrategias de ataque y defensa tampoco podían ser las mismas. “La fisionomía de aulas, laboratorios y bibliotecas condicionó las tácticas de la resistencia republicana”, asegura Campos. Aprovechando las posibilidades que ofrecía su mobiliario: sillas, mesas, pizarras, estanterías… y libros.  “El edificio de Filosofía y Letras, una de las facultades en torno a las que se produjeron los principales enfrentamientos, disponía de un fondo con cerca de 150.000 ejemplares. Se usaron para todo. Para construir parapetos improvisados, para tapiar puertas y ventanas, para reforzar las trincheras, para marcar las posiciones conquistadas. ‘Se transformaron en un arma de defensa y organización fundamental’, valora Campos. Con el tiempo, con su propio criterio de selección: libros de más de 350 páginas. ‘Era el grosor necesario para frenar las balas’, razona la historiadora. ‘Por eso optaban muchas veces por biblias o códices antiguos de mucho valor’. Kant, Dante, Cervantes o Shakespeare. Los autores más prolíficos de la literatura internacional se pusieron también al servicio de la República. En la forma de libros que frenaban la trayectoria de las balas. Que salvaban vidas. Tras los primeros avances en el extremo oeste de la capital, el foco de la guerra se desplazó hacia otros frentes. La línea de Madrid se quedó estancada. ‘De hecho, las posiciones casi no variaron desde diciembre de 1936 hasta el final de la guerra’, completa la historiadora. “Un asedio que trajo consigo la cotidianidad de la vida en las trincheras, que, de nuevo, echó mano de los libros. Quemaban sus páginas para calentarse durante el invierno, que era especialmente duro a las afueras de la ciudad, y para cocinar. O las utilizaban para redactar cartas a sus familiares", enumera la historiadora. Sin olvidarse de su uso convencional: la lectura. Horas de guardias y ratos muertos se amenizaban con lecturas de todo tipo. Cuentos, novelas y ensayos que se convirtieron en una herramienta más, no solo para entretener, sino para fomentar la moral entre las tropas de milicianos y brigadistas. 

Libros con heridas de guerra. Ejemplares dañados durante la Guerra Civil. Biblioteca Histórica (UCM)

Navajazos, puñaladas, quemaduras o balazos. Los libros también salieron con cicatrices de las trincheras de Ciudad Universitaria. Unas heridas todavía abiertas en decenas de ejemplares, que se custodian en los archivos de la Biblioteca Histórica de la universidad. “Durante la guerra se perdieron joyas valiosísimas”, se lamenta Juan Manuel Lizarraga, director de la institución. "Fue una tragedia. Hacía tan solo unos meses que se había trasladado al nuevo edificio de la Facultad de Filosofía y Letras el tesoro bibliográfico del Cardenal Cisneros y las colecciones de las bibliotecas jesuíticas”, continúa explicando. Un tesoro entre el que se incluía el fondo universitario más antiguo de códices medievales del siglo XV. “De los 161 volúmenes, once se perdieron por completo. Y por lo menos otra decena recibieron importantes daños”, relata el también historiador. No todos los libros se restauraron. Algunos ejemplares, de menor valor, se han conservado en el estado en que quedaron. “Como evidencia material de lo que pasó durante esos años”, aclara el bibliotecario. En otras palabras, como reservorio de la memoria histórica de la Guerra Civil. Con esta idea en mente, desde la Biblioteca Histórica organizaron hace tres años la exposición Malheridos: las huellas del tiempo en los libros. Un recorrido por diferentes episodios de la historia reciente materializados a través de los libros. Como la guerra, la quema de libros o la censura de la dictadura. “La exposición incluía desde restos de libros carbonizados o corroídos por la humedad hasta volúmenes deformados por el peso o atravesados por balas y armas blancas”, condensa Lizarraga. Entre los ejemplares seleccionados, destacan códices como el Sancturale, datado del siglo XIV; textos religiosos como una Biblia visigótica de entre los siglos IX y X; o una carta manuscrita por un miliciano en noviembre de 1936, al inicio de la ofensiva, en la hoja de guarda de un manual de física.

Un libro con la huella del recorrido de una bala de la Guerra Civil. Biblioteca Histórica (UCM)

 Inés García Rábade nos recuerda la caída de Madrid, el 28 de marzo de 1939. “Apenas un mes después, el 1 de mayo, se celebraba la tradicional Feria del Libro. Pero tuvo poco de tradicional. Para simbolizar los nuevos tiempos, se organizó una quema de libros en el patio de la universidad, en el viejo caserón de la calle San Bernardo. Los enemigos de España fueron condenados al fuego. Autores como Rousseau, Marx o Voltaire no pudieron escapar a las llamas. Pero hay más formas de hacer desaparecer un libro. Por ejemplo, a través de la censura. Cuando nos llegó al archivo la colección de la Residencia de Estudiantes y Señoritas encontramos testimonios de los expurgos que se hicieron después de la guerra de libros prohibidos o que no eran afines al nuevo régimen”, recuerda Lizarraga. El plan quinquenal de los soviets, Diario de una maestra rusa o El anticristo. Libros que se consideraban especialmente peligrosos para la juventud y que se retiraron de las salas de las bibliotecas, de los espacios de consulta pública. También de colecciones privadas y de organizaciones ligadas al régimen republicano. “Los libros, eso sí, no son los únicos que sufrieron la represión de la dictadura. Tampoco la única huella que queda de la Guerra Civil en el frente de Madrid. Las paredes de los edificios que se mantuvieron en pie en la Ciudad Universitaria conservan sus propias heridas, resultado de los combates. Como impactos de balas y artillería. O agujeros cavados en los muros a modo de troneras, para introducir los fusiles”. “Se distinguen todavía cráteres de bombas y minas repartidos por algunas zonas del campus, más allá de la calle central”, añade la investigadora de GIGEFRA. Así como las líneas del complejo sistema de trincheras que colonizó la zona durante casi dos años y medio de guerra. “Todo sigue a la vista, solo hace falta saber mirar”.

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