lunes, 18 de febrero de 2008

18 de febrero. La incultura que nos come.

Los libros esperan en las bibliotecas que sean leidos por alguien.

Según un amplio estudio de la NEA (National Endowment for the Arts, Fundación Nacional para las Artes) los norteamericanos de los últimos tiempos leen cada vez menos). Entre los adolescentes de 17 años, por ejemplo, el número de los que no leen se ha duplicado en los últimos veinte años. Pero el problema no es sólo de cantidad sino también de calidad. Los compatriotas de Faulkner, Steimbeck, Mailer, Hemingway, leen cada vez peor. La bajada de nivel es generalizada. Entre los adultos que han cursado estudios universitarios, el porcentaje de buenas notas en lectura ha caído diez puntos en diez años. Los jóvenes entre 15 y 24 años pasan una media diaria de dos horas ante la pantalla de la televisión y siete minutos leyendo: los siete minutos destinados a leer los programas televisivos.

Estos datos no se alejan mucho de lo que ocurre a una mayoría de españoles. En efecto, según lo que se desprende de la Encuesta de Prácticas y Hábitos Culturales en España, realizada entre el 2006 y el 2007 por el Ministerio de Cultura, el 67,6 % de la población española no acude "nunca o casi nunda" a las bibliotecas y casi el 80 % de la población balear tampoco accuda por falta de interés.

Esta "falta de interés" es el principal argumento para el escaso aprovechamiento de los recursos públicos culturales (37,6%), seguido de la "falta de tiempo" (37,5%) y, muy de lejos, del "desconocimiento de su funcionamiento en cuanto a precios, horarios, etcétera" (5,8%). De hecho, el 6,7% de los encuestados afirma que no sabe si existe alguna biblioteca en su zona. Además, un 1,9% no va a las bibliotecas o no lo hace con más asiduidad porque "son incómodas", un 4,2% porque "tienen pocas prestaciones" y un 6,3% porque "no existen en la zona". Un 10,4% no acude desde hace más de un año y sólo un 11 por ciento de la población asistió a las bibliotecas entre marzo del 2006 y febrero del 2007.

Pero lo peor del caso es que el ciudadano español no siente ni siquiera vergüenza de lo que significan estos datos y sí la tiene por no seguir los programa televisivos predilectos de las grandes masas o por no estar al tanto de la actualidad del cotilleo programada por las revistas del corazón. ¿Será que la verdadera cultura ya no dice nada a nadie en esta España surgida del progreso? Pero ¿de qué progreso hablarán? ¿Será que, en el fondo, seguimos los pasos de los norteamericanos?

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