Tal día como hoy, Santa Cecilia, se celebra la patrona de
los músicos. Como miembro asociado a la Banda sinfónica de Colmenar
Viejo –asociación cultural nacida en 1987–, hago una reflexión sobre la música.
Y comienzo por recordar la teoría de ésta. La música, del griego: μουσική [τέχνη] “el arte de las
musas”, según la
definición tradicional del término, es el arte de organizar
sensible y lógicamente una combinación coherente de sonidos y silencios,
utilizando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el
ritmo. Compuestas
por instrumentos de viento, madera, metal y percusión, las bandas están
volcadas en manifestaciones religiosas, militares (propias de eventos
militares) y civiles (cuya función básica es la realización de conciertos y el
entretenimiento). Más de 300 de ellas funcionan a pleno rendimiento en nuestro
país, aparte de los más de 500 grupos de cornetas y tambores. Algunas de ellas
son sinfónicas, basadas en instrumentos de cuerda como los violonchelos,
contrabajos, etcétera. Se trata de un concepto de banda que está ligado a las que
existieron en el siglo XVII. Su función principal es la realización de
conciertos, ya sea en espacios cerrados o al aire libre. Son bandas de gran
versatilidad que ejecutan todo tipo de música, aunque suelen interpretar obras
escritas y arregladas u orquestadas específicamente para ellas. Dichas bandas
suelen disponer de una elevada cantidad de integrantes dado que requieren un
gran número de instrumentos que pueden ser profesionales o amateurs. Gran parte
de los que componen una banda han estudiado o pasado por algún Conservatorio de
la Música o en
alguna Escuela de Música.
Las bandas se dividen en dos grandes grupos: los que
corresponden a viento-madera y los de viento-metal. Al primero pertenecen los
oboes, fagotes, flautas, clarinetes, requintos, clarinetes bajos, saxofones
sopranos, altos, tenores y barítonos. Al segundo, las trompetas, fiscornos,
trompas, trombones, bombardinos y tubas. Un tercer grupo es el de los
instrumentos de percusión, formados por parches apergaminados puestos en
tensión, por varillas y placas metálicas o de madera que suenan al ser
golpeados o percutidos. Al igual que en la orquesta, en la banda también hay
algunos instrumentos que, poco a poco, han caído en desuso, bien por haber sido
suplantados por otros con mayor potencial sonoro o por haber tenido una escasa
aceptación. La familia de los sarruxofones fueron suplantados por los
saxofones. La de los cornetines fueron sustituidos por las trompetas y los
trombones de pistones, por los trombones de varas.
Las claves musicales.
Salvador Astruells Moreno, profesor superior de música de
Valencia, quien realizó la tesis doctoral en dicha Universidad sobre este tema,
cuenta que las primeras bandas municipales estaban constituidas por chirimías,
cornetos, sacabuches y bajones. “Poco a poco, estos conjuntos llevaron a cabo
una necesidad social a lo largo de toda Europa, donde muchos pueblos llegaron a
tener un grupo de estos ministriles. Su estructura era un pequeño conjunto de
músicos profesionales que tenía como misión formar parte del séquito ciudadano,
amenizando los actos públicos y, al mismo tiempo, resaltando la brillantez de
las procesiones, visitas reales y los actos en los que la música instrumental
sirviese para realzar su carácter festivo y solemne. Los coros de algunas
iglesias que no tenían órgano eran acompañados por uno o dos instrumentos,
normalmente por el fagot en la parte grave y por el oboe en la parte aguda,
doblando a la melodía. La instrumentación nunca fue estandarizada porque dependía
de los recursos locales, pero estos instrumentistas de viento eran una parte
íntegra del conjunto, apoyando las líneas vocales de los cantantes. En el siglo
XX aumentaron las bandas cívicas en Europa continental. Esta centuria fue de
gran expansión para las bandas españolas, fundándose las bandas municipales de
Valencia (1903), Madrid (1909), Alicante (1912) y Castellón (1925). Entre
finales del siglo XIX y principios del XX, se formaron las primeras Sociedades
Musicales, dando paso a un gran número de bandas de música de carácter local
que, desde sus inicios, han servido para amenizar diversos actos y, al mismo
tiempo, difundir el arte musical en aquellos sitios donde no había radio ni
televisión”.
La Banda sinfónica de Colmenar Viejo, en el parque Esteban
Junquer.
Jean-Jacques Rousseau define la música como
“Arte de combinar los sonidos de una manera agradable al oído”. Para Claude
Debussy es “un total de fuerzas
dispersas expresadas en un proceso sonoro que incluye: el instrumento, el
instrumentista, el creador y su obra, un medio propagador y un sistema receptor”.
Y, según la definición más habitual en los manuales de música es “el arte del bien combinar los sonidos en el
tiempo”. Pero
dejemos ya la teoría para pasar a la práctica. Para ello, les hablaré de una
banda que conozco desde hace seis años: la sinfónica de Colmenar Viejo. Se
fundó, en 1987, según nos explica Ángel Nevado, uno de sus fundadores, con 24
músicos que apenas sabían música pero que estaban muy interesados en tocar. “La
primera vez que lo hicimos en público, interpretamos un pasodoble sólo hasta la
mitad. No habíamos tenido tiempo de aprenderlo entero. Pero gustó tanto que
pusimos todos los medios y el tiempo necesario para aprender otros”. Esta Banda ha realizado más de 500 actuaciones y conciertos a lo largo de 26 años, ha
participado en diversos certámenes y manifestaciones culturales y ha realizado
grabaciones para Radio Nacional de España y TVE. Todo ello, gracias a su
calidad interpretativa y a un repertorio amplio y diverso que abarca todo tipo
de música: clásica, moderna y popular. Una banda que está compuesta por más de
un centenar de miembros que participan en conciertos y actividades culturales. Sus
integrantes provienen de las capas más variadas, desde estudiantes y/o
trabajadores de toda clase y de edades diversas, comprendidas entre los 6 años
y los más de 70 años, hasta otros que forman parte de la larga lista de parados.
Muchos de ellos cursan estudios oficiales en conservatorios, otros han llegado
ya a ser músicos profesionales y otros son, simplemente, aficionados a la
música.
Banda de Colmenar Viejo, en el
Auditorio Nacional.
El carácter no lucrativo de esta banda
no ha mermado sus actividades, habiendo participado en fiestas y acontecimientos
culturales y deportivos. Entre las actuaciones más recordadas, destacan las
realizadas en el Festival Internacional de Bandas de Arrentela (Lisboa,
Portugal), el Festival de la
Vendimia en Suresnes y el desfile del programa Magic Music
Days de EuroDisney (París, Francia), además de los conciertos realizados
con la Coral de
Colmenar en los que ambas asociaciones interpretaron “Carmina Burana” de C.
Orff y “Réquiem” de W. A. Mozart. Grabó los
conciertos didácticos “Jary Janos”, y “Peer Gynt”, los cuentos
de “Pedro y el Lobo” y de “El día que se marcharon las abejas”, narrados por
Fernando Palacios, el CD “25 años dando la
nota”, el Himno de la
Agrupación Deportiva de Colmenar, música de su director, Miguel
Ángel Grau Sapiña sobre letra de Alberto Pacheco, junto a la Coral de Colmenar. Participó
en un concierto de bandas en el Auditorio Nacional, junto a la Banda Complutense de Alcalá de
Henares y la Banda Lira,
de Pozuelo de Alarcón, y ha incrementado la realización de otras actividades
musicales de carácter cultural en el entorno de la Sierra Norte de
Madrid. Cuenta con una escuela de música en la que 12 profesores
imparten sus conocimientos de movimiento, solfeo, instrumentos de viento, percusión y cuerda (violoncello),
y en la que más de 60 alumnos reciben clases.
Miguel Ángel, el director de la Banda.
Desde la creación de la asociación, en el año 1987,
diferentes directores han pasado por la banda: José Susi, Luis de la Rosa, José Guillén, Miguel
Ibáñez y Miguel Ángel Grau. Este nace en Cullera (Valencia) hace cincuenta
años. A los 10, ingresa en el Conservatorio Superior de Música de Valencia y, a
los 16, realiza los estudios de clarinete con las máximas calificaciones. Ocupó
plaza en la Orquesta
sinfónica de Pamplona y ejerció de profesor en los conservatorios de Pamplona,
Sangüesa y Tafalla. Formó parte, como clarinetista, de varios grupos de cámara
y fundó el cuarteto Ébano, grabando un C.D. Como concertista, actuó con
distintas orquestas y bandas, interpretando obras de Mozart, Rossini, Webber,
Poulenc, Jean Frances… Colaboró con las Orquestas de R.T.V.E, Euskadi,
Sinfónica de Madrid e Illes Balears. Destaca su labor como compositor de obras
para banda, música de cámara y conciertos. En 2006, es premiado en el VIII
concurso Internacional de Composición de Pasodobles “Villa de Albatera”. En la
actualidad es subdirector de la banda sinfónica de la Guardia Real y
director de la Escuela
y Banda Sinfónica de Colmenar Viejo.
La banda en el EuroDisney (París), con el director (de
espaldas).
Le entrevistamos, en un
momento de relax.
- Frente a las piezas
que ha dirigido en la banda de Colmenar ¿de cuál de ellas se siente más
satisfecho de sus resultados?
- No hay una en concreto. Hacemos muchas obras y
de muchos estilos, y, en la gran mayoría de los conciertos, he salido muy
satisfecho del trabajo realizado.
- ¿Cuál le costó más trabajo y
nervios?
- La palabra
nervios no me gusta utilizarla. Hay que tener en cuenta que hemos interpretado
obras de gran dificultad técnica y artística de compositores como Mozart, Sostakowich,
Tchaikowsky, Prokofiev, Ferrer Ferrán, Jhojan de Meij y un largo etcétera. Interpretar
obras de estos compositores requiere un gran trabajo y esfuerzo, sobre todo para
una banda amateur. Pero, con estos músicos que forman la banda de Colmenar
hemos hecho conciertos de alto nivel y esperamos hacer otros.
- Al dirigir una banda popular como ésta, ¿con
qué sorpresas inesperadas, fallos técnicos y humanos puede uno encontrarse?
- Imagino que se
refiere a que es una agrupación amateur. El problema que existe, y no sólo en
esta banda, sino en todas las de este tipo, es la asistencia a los ensayos. Nunca
puedes tener la plantilla al completo. Sorpresas, afortunadamente, hay pocas. Recuerdo
algo que ocurrió hace unos años, cuando llegó la hora del concierto. Un solista
que, además, era el único de su especialidad, no apareció. Así que, ya con la
banda en el escenario, tuve que mal copiar (por las prisas) la parte de ese
solo y pasarlo a otro instrumentista. ¿Fallos?: con tanta gente y diversos
escenarios puede pasar cualquier cosa. Pero, a la hora en punto, siempre
comienzo el espectáculo.
- ¿Y con qué satisfacciones?
- La de poder disfrutar de la gente y de la
música.
- El placer de dirigir una banda como ésta
¿puede compararse con el de dirigir la banda sinfónica de la Guardia Real?
- No hay comparaciones. Al profesional se le debe exigir la perfección y al
amateur animarle a conseguirla.
Juan Francisco Fernández Ayuso es un ferretero de 36 años
que toca la tuba en la banda. Sin tener ninguna noción de música, empezó a los
12 años a tocar el fiscorno; luego, pasó a la percusión y terminó con una tuba.
“Para mí, la música siempre fue una relación y satisfacción personal. Cuando
empecé, no tenía ninguna noción y reconozco que,
sin ella, no podría tocar. Fue la propia banda la que me obligó a elegir un
instrumento en las distintas épocas. De todas formas, entre el fiscorno, la percusión y la tuba, personalmente, me
quedaría con la percusión y, en particular, con la batería, aunque tengo mucho cariño por la Tuba, ya que son muchos años
con ella. Sin embargo, entre mi trabajo que
tengo en la ferretería y la tuba que toco, no veo ninguna relación”. Cuando
interpreta algo con ella, ¿siente la misma alegría, tristeza, amor, odio o lo
que sugiera el autor de la pieza que interpreta? “Algunas veces –me contesta–, pero
no siempre. Depende mucho del estado de ánimo del momento”. Inquiero si se ha
sentido alguna vez fracasado o infeliz al comprobar que no está a la altura de
su instrumento. “Por supuesto –me contesta–. Hay momentos que, por la falta de
tiempo, no puedes ensayar lo suficiente y la partitura te supera y te sientes
mal”. Para él, la constancia y el sacrificio, como todo en la vida, es el
secreto para llegar a dominarla a la perfección. Aunque reconoce que no practica
diariamente. Sólo el poco tiempo que saca para ir a los ensayos y alguna clase
entre semana. En ese aspecto, reconoce que no es un “enganchado” de la
interpretación. “No me cuesta, pero tampoco estoy demasiado tiempo sin tocarla.
Probablemente, si me tirase varios meses, sí que me costaría. Sí que la echo de
menos cuando paso varias semanas sin tocarla y pienso que, cuando la retome, va
a ser más difícil poder coger el nivel anterior. Entonces me doy cuenta de las cualidades perdidas y lo
difícil que es recuperarlas”. Le pregunto si podría vivir definitivamente sin
ella y me contesta: “Creo que sí… je, je, je, je”. De las tres cosas que se
llevaría a una isla deshabitada, si estuviera condenado a vivir en ella, me
contesta: “Mi familia, lo demás es todo secundario…”
Raúl Altozano García, 51 años, es conductor de
autobuses públicos y toca la trompeta.
Raúl Altozano García, 51 años, es conductor de autobuses públicos y toca la
trompeta. Para él la música es una forma
de sentirse bien. Eligió ese instrumento porque, desde niño, la corneta le
llamaba la atención. “De chaval
–cuenta–, cuando tenía 12 años, tocaba la corneta y, en la mili, si tenías el
mínimo conocimiento de soplar un instrumento de metal, te metían de corneta.
Así que, cada vez que había que dar la
cara, por alguna visita importante en el cuartel, me llamaban a mí para el puesto
de guardia y dar los honores. Era curioso. Un día, un general me invitó a un
cubatilla por lo bien que lo había hecho. Él no especificó lo del cubatilla. Simplemente,
dijo que el corneta se tomase algo por lo bien realizado. Luego, a los 25 ó 26
años, comencé a estudiar la trompeta”. Le pregunto cuántos años son necesarios
para empezar a tocar con soltura y me contesta que, al menos, dos o tres. “No me refiero a soplar
y tocar lo mínimo sino a funcionar bien”. Insisto si es capaz de interpretar exactamente, sintiendo la misma
alegría, tristeza, amor, odio o lo que sugiera el autor de la pieza que
interpreta. “¡Hostia.... qué jodío eres –me contesta–. Pero ¿hay alguien capaz
de hacer eso? ¿Quien sabe lo que sentía el autor? Siempre he dado todo lo que he podido y
por ello no me he sentido ni infeliz ni fracasado a la hora de comprobar que no
estoy a la altura de mi instrumento. Pero, últimamente, por motivos laborales,
no puedo estudiar como lo hacía antes y empiezo a tener dudas de seguir o no
seguir.... para mí no es fácil ir a tocar sin poder ensayar lo necesario o
estudiar lo suficiente, pero tengo claro algo, y es que doy todo lo que puedo”.
Raúl está convencido de que el secreto para llegar a dominar la trompeta está
en estudiar, estudiar y estudiar… “Hace como 14
ó 15 años, estudiaba a diario y tocaba muuuucho más que ahora, pero la vida te mete
en unas circunstancias que son las que son y, al no ser un profesional, estudio
cuando puedo y hago lo que puedo. La semana que el turno de trabajo me permite
estudiar algo más, lo intento aprovechar. ¿El tiempo que le dedico?.... Pues
poco, la verdad. A veces, cuando paso varios días sin tocar, compruebo cómo me
fallan los labios, cómo no tengo agilidad en los dedos, aunque esto último, ya
lo noto hace tiempo”. Y ¿podrías vivir sin ella?, insisto. “Sí –me contesta– como
todo el mundo. Es una afición y como tal, se puede dejar. Pero, cuando llevas mucho tiempo,
como es mi caso, es complicado, porque se ha hecho parte de tu vida”. Termino
con la pregunta que hago a todos: ¿Qué tres cosas te llevarías a una isla
deshabitada si estuvieras condenado a vivir en ella? “Útiles de caza –me
contesta–, de labranza y un yo-yo. Ja, ja,
ja… Esta es la nota alegre. Ya sabes como soy, jefe.
Para Beatriz Belloso, 23
años, clarinetista, diplomada en Magisterio de Educación Musical y estudiante,
la música es una forma de vida. Las clases en
el conservatorio, los ensayos en la banda y en diferentes agrupaciones así como
el estudio personal ocupan la mayor parte de su tiempo. “Por ello, mi entorno y
amistades están totalmente vinculadas a la música. La elección del clarinete
que empecé a tocar a los 18 años fue por puro azar. En la escuela de música
donde empecé sólo me dieron la posibilidad de comenzar con saxofón, flauta o
clarinete, decantándome por el clarinete en cuanto lo escuché. Creo que es
necesario un conocimiento de la técnica para poder ‘disfrutar’ cuando tocas. Y
el estudio musical llega a convertirse en forma de vida”. Le pregunto si es capaz de interpretar,
sintiendo la misma alegría, tristeza, amor, odio o lo que sugiera el autor de
la pieza que interpreta. Me contesta: “Es muy
complicado llegar a interpretar la obra tal y como la concebía el compositor. Aunque
el estudio de la música te conduce a saber hacerlo, creo que se necesita una
alta madurez tanto personal como musical por parte del intérprete para llegar a
expresar lo que el compositor quería. El estudio musical, cuando llega a
convertirse en forma de vida, hace que te involucres tanto emocionalmente que
estás muy vulnerable a posibles sentimientos de fracaso o infelicidad. Siempre
hay cosas que mejorar y si no eres capaz de abordarlas con tesón y ánimo, pueden
llegar a hacerte pensar que no estás a la altura de las circunstancias”.
Inquiero sobre lo que es la música para ella. Si podría tocar sin tener ninguna
noción musical. Me contesta que, aparte de tener cualidades favorables hacia
la música, la constancia en el estudio es crucial para el dominio el
instrumento. “Creo que nunca dejas de avanzar con el instrumento. Y llegar a
dominarlo a la perfección suponen muchísimos años de estudio. Aún así, creo que
muy pocos consiguen llegar a ello. Generalmente, me paso al menos 7 horas
diarias tocando, variando en función de las horas que pueda estudiar ese día, o
de si tengo ensayos...Y no puedo pasar varios días in tocarlo. Cuando tienes un
hábito o una rutina adquirida es muy difícil saltárselo durante varios días.
Sólo sucede en algún periodo vacacional. Pero, la verdad es que, cuando vuelves
a reengancharte, te cuesta casi el doble de días que has parado para volver al
nivel que tenias”. Le pregunto si podría vivir sin el clarinete. La
contestación es matemática: “La música para mi es una forma de vida y ahora
mismo no la concibo sin el clarinete”. Bea ha soñado alguna vez con pertenecer a
alguna de las grandes orquestas que hay en el mundo y en poder interpretar
grandes sinfonías de Mahler o Schostakovich. Termino por preguntarle qué tres
cosas se llevaría a una isla deshabitada si estuviera condenado a vivir
en ella. No lo tiene muy claro, pero dice que, en primer lugar, a alguien que
le hiciera compañía. “Seguramente el clarinete y partituras suficientes para
cubrir toda esa vida”.
Antonio Martín García, un
informático de 58 años, para el cual la música es “un impulso vital que me
produce muy buenas sensaciones” se propuso el reto de intentar interpretarla,
tras haber vivido al margen de ella. Y eligió, hace seis años, el clarinete.
“Me gustaba su sonido, y, sinceramente, también tuvo su influencia un tema
práctico: tenía que ser un instrumento transportable (sin demasiado peso) y que
me sintiera ‘arropado’, en caso de fallo. Creo que, en mi caso, fue una buena
elección”. Comenzó ya mayor, a los 53 años y, además, casi de cero. “Siempre me
había llamado la atención la escritura musical y comprender lo que allí estaba
escrito. No tenía ni idea de lo que era un tresillo, un puntillo, un bemol, un
sostenido o un becuadro. No había ninguna relación entre el trabajo que tenía y
la elección por el instrumento que aprendí a tocar. En realidad, creo que me
daba igual cualquier instrumento. Ahora estoy contento con mi clarinete, cinco
años juntos”. Antonio cree que un par de lustros, como poco, son necesarios
para empezar a tocar con soltura. Y sabe que nunca se acaba de aprender lo que uno
necesita para dominar el instrumento, sea cual sea. Y menos, cuando se siente
la misma alegría, tristeza, amor, odio o lo que sugiera el autor de la pieza
que uno interpreta. Es consciente de que está aún demasiado verde y se siente “abducido” por intentar hacer lo que pone en
la partitura. A veces siente que no está a la altura del instrumento y es
consciente de lo muy limitado que está.
Pero no por eso deja de intentarlo. Cree que el secreto para llegar a dominarlo
a la perfección está en el estudio, dedicación y trabajo, mucho trabajo. “Dominarlo
no será mi caso. Me dedico a él una o dos horas diarias. Supongo que debería ser más pero también quiero hacer
otras cosas. Procuro tocarlo todos los días, aunque a veces me lo salto. Sólo
me doy un descanso cuando salgo fuera, en vacaciones. Creo que se lo debo a mi
mujer que ya me aguanta todos los días. Si es uno o dos días se nota un poco,
pero si es más te cuesta volver a retomar el control. Creo que podría vivir sin él. Y que para mí es
más un reto que una necesidad vital. Le pregunto qué tres cosas te llevarías a
una isla deshabitada si estuvieras condenado a vivir en ella. Me contesta sin
pestañear: “A mi mujer (no es cosa, claro), libros y herramientas. ¿Raro,
verdad?”.
A los siete años, Cristina Valverde García comenzó
a tocar el piano. A los trece, empezó con la
percusión y, un año más tarde, dejaba las clases de piano aunque, curiosamente,
ahora toca más que nunca. Le preguntamos qué es la música para ella y nos
contesta: “Sé que mucha gente te contestará con algo parecido pero lo único que
puedo decir es que para mi la música lo es casi todo. La escucho a todas horas
y en todas las situaciones, sin importar mi estado de ánimo. Por medio de la
música he hecho increíbles amistades y para mí escucharla es un método sencillo
de alejar mi mente de cualquier preocupación y de relajarme o desahogarme. En mi
caso, que toco tanto el piano como la percusión, es fácil sacarle sonido a mis
instrumentos. No es como una trompeta o un clarinete que hay que saber cómo
poner los labios o cómo soplar con el diafragma para hacerlo sonar.
Técnicamente, en la percusión sería fácil inventarme algún ritmo y siempre me
he considerado una persona con algo de oído musical así que, en el piano,
podría sacar alguna melodía sencillita. Nunca lo sabré ya que empecé a muy
temprana edad”. Le preguntamos por qué eligió la batería en la banda donde
también toca su padre. “Supongo que porque yo, de pequeña, era muy ‘mari-macho’
y la idea de tocar la flauta o el clarinete como el resto de chicas no me
atraía demasiado. También se podría deber a que yo crecí rodeada de dos
hermanos mayores que escuchaban mucha música del estilo ‘heavy metal’ o ‘rock’
y como mi padre quiso apuntarme a algún instrumento de banda sinfónica/orquesta
aproveché para poder tocar la percusión que incluía la batería que yo tanto
escuchaba y disfrutaba en las canciones de mis hermanos”. Cristina cree que el
piano es mucho más sencillo que la percusión. “La agilidad en los dedos se
obtiene mucho antes que la agilidad en el antebrazo y la coordinación es menos
elaborada. En 1 ó 2 años ya se pueden estar tocando obras sencillas con
soltura. Mucha gente piensa que la percusión es muy fácil ya que,
esencialmente, es dar golpes, pero no tienen ni idea de lo complicado que es
hacer un simple trino/redoble de triángulo. Además de que, en la percusión, se
incluyen muchísimos instrumentos, muchos que se leen en claves diferentes entre
sí, y hay que saber tocarlos todos. En resumen unos 3 ó 4 años son necesarios
para que un percusionista se sienta cómodo con sus instrumentos”. Le
preguntamos, como a los demás, si es capaz de interpretar exactamente,
sintiendo la misma alegría, tristeza, amor, odio o lo que sugiera el autor de
la pieza que interpreta. Nos contesta que suele ser sencillo saber lo que intenta transmitir el
autor al escuchar una obra, pero no tan sencillo poder meterse en su piel
e interpretar el papel con el mismo sentimiento. “Personalmente, yo soy una
persona que se emociona muchísimo al escuchar algunas obras y mucho más al
interpretarlas y pongo todo mi corazón al hacerlo”.
Cristina, tocando los timbales. Al fondo, su padre, saxofonista.
Hace poco, la Banda de Colmenar, Cristina tocó “El Misteri del
Foc”, de Ferrer Ferrán. Según Cristina “es la más complicada y elaborada que
hemos tocado jamás. Yo quise tocar con toda mi alma el papel de láminas y/o el
de timbales, pero me dolió comprobar que me sería imposible debido al altísimo
nivel técnico que se requería para ello. Aunque acabara tocando un papel
igualmente increíble, aún me siento decepcionada conmigo misma, cuando escucho
la obra y pienso ‘yo debería haber tocado eso’. Ella está convencida de que el
secreto para dominar una obra a la perfección está en la dedicación. “Dedicación
y sobretodo constancia. Uno se ‘oxida’ enseguida, si no es constante en su
práctica. La percusión, en especial, es uno de esos instrumentos que te lo hará
pasar mal si lo has dejado un tiempo abandonado. Al piano fácilmente le echo una hora algunos días. También
depende del día de la semana y de lo ocupada que esté. Sin embargo, este
semestre he dejado las clases de percusión y ya no paso por la banda ni mucho
menos tan a menudo como antes, por tanto la percusión la tengo muy abandonada.
Me es inevitable hacer ritmos con objetos en la vida cotidiana, hacer
combinaciones con las manos cuando me aburro y cosas por el estilo pero llevo
dos meses sin coger unas baquetas. Al principio, se me hacía muy extraño no
estar tocando la percusión cada dos días, y, sin duda, lo echo muchísimo de
menos, pero, como todas las rutinas, me he acostumbrado a la falta de actividad
musical. En el caso del piano cuando llevo 3 ó 4 días sin tocar, me entran
muchas ganas y puedo estar 3 horas de golpe tocando, recuperando tiempo
perdido. Con la percusión ya he
dicho que lo paso algo mal. Noto la rigidez de los brazos y me falta soltura
para leer. Con el piano, sin embargo, suele sucederme al
revés, ya que muchas de las obras me las sé de memoria y, cuando llevo mucho
tiempo sin ‘desahogarme’, los sentimientos se acumulan y, al
sentarme a tocar, cuido mucho los matices y fraseos, le pongo mucho
sentimiento y las obras suenan mejor y menos ‘manoseadas’”. Cristina confiesa
que no podría vivir sin la música. “Eso lo tengo muy claro. Llevo dos meses sin
tocar y creo que es el tiempo que más llevo sin hacerlo desde que empecé con la
banda hace ya casi 5 años”. Le preguntamos si ha soñado alguna vez en
interpreta algo y nos contesta: “La verdad es que ahora mismo no recuerdo haber
soñado nunca algo así, pero no me sorprendería si alguna noche soñase con
interpretar en los timbales la 5a de Shostakovich en el Auditorio nacional ja,ja,
ja”. Tres cosas se llevaría ella a una isla deshabitada si estuviera condenada
a vivir en ella: “Mi reproductor de música con batería inacabable y boli y
papel para escribir”.
Federico Moreno García, alias “Kiko”, el mejor trompetista
de la banda.
Así es esta
banda en la que los instrumentistas varones son, curiosamente, el doble que las
hembras. Sus edades oscilan entre los 14 y los 70 años, siendo los más
numerosos entre los 17 y los 20 años. La mayoría nacieron en Madrid o en
Colmenar. Otros/as son de Alcalá, Valencia, Murcia, Aranda, Andújar, Burgos,
Palencia, Cádiz, Extremadura, Lérida, Zamora, Barcelona o Palma de Mallorca. Se
da el caso de varios matrimonios con hijos que participan en la banda. El más
llamativo es el de una familia al completo: Federico Moreno, toca la trompeta,
el hijo mayor, Kiko, también es trompetista (el mejor que ha tenido esta
agrupación), el menor tocó hasta hace muy poco el clarinete y la madre de ambos, Eva García Vaquero, es secretaria general de la banda. Paulino, otro padre que
toca el saxo barítono, cuenta también con dos hijos igualmente músicos: uno
percusionista y el otro trompetista. La mayoría son estudiantes con estudios
oficiales en Conservatorios de Música, otros son simples aficionados a la
música. Pero no faltan los que se dedican a otras profesiones: profesores de
educación, funcionarios, comerciantes, estudiantes de biología, de lenguas
modernas… Hay un ingeniero, un estudiante de agronomía, un inspector de
educación y doctor en químicas, un ama de casa y ayudante de jardinería, un agente
forestal, varios informáticos, una azafata de tren, un economista, una
ingeniera agrónoma, un ingeniero informático, un ex empleado de banco, varios
jubilados y parados, un ingeniero de telecomunicaciones, un inspector y un
conductor de autobuses, un técnico de montaje, un orientador escolar, un
ferretero, un linfoterapeuta, un profesor de matemáticas, un periodista… Son
algunas de las profesiones de estos músicos, unidos todos ellos por el interés
común de disfrutar haciendo música en grupo y difundiéndola bajo la dirección
de un director.
El 16 de julio del 2012 se celebró el concierto
del 25º Aniversario de la
Banda Sinfónica de Colmenar Viejo, junto a la Banda de Alcalá de Henares, la Banda Lira de Pozuelo
de Alarcón y la Coral
de Colmenar Viejo, interpretando, a Tchaikovsky, Obertura 1812 con la Coral de Colmenar Viejo, el Coro
de Profesores del IES 'Rosa Chacel', el Coro de la Escuela de Música de
Colmenar y las Chicas de Galapagar. La banda celebraba así su mayoría de edad.
Domingo
Represa, presidente de la Banda,
hace la presentación de La Chiqui Banda.
La Banda cuenta con una Escuela
de Música cuyo objetivo es formar músicos para, posteriormente, pasar a la Banda Sinfónica.
Doce profesores imparten clases de música y
movimiento, solfeo,
instrumentos de viento percusión y cuerda (violoncello),
a más de 60 alumnos. Durante el periodo de aprendizaje, los alumnos que ya
manejan el instrumento son incorporados a la Joven Sinfónica de
la Banda para
el aprendizaje de la música en conjunto, lectura e interpretación de
partituras. Se le llama la
Chiqui-Banda. A partir del curso 2007-2008, se decidió
ampliar el significado de joven, por lo que toda persona que estudia en la Escuela de la Banda pasa a formar parte de
esta agrupación cuyo objetivo es el aprendizaje de la música en conjunto a la
vez que se integra, con su estudio instrumental, a la Banda propiamente dicha.
Carlos Darocas, trompetista y fotógrafo
profesional (director de fotovideodigital.es), es el autor de la mayoría de
fotografías de este reportaje
Les ofrecemos, como colofón, cuatro vídeos. El primero, sobre la historia de la música en general.
El segundo, grabado el 26 de marzo de 2011, es sobre el VIIIº Festival de Bandas de Colmenar. La Sinfónica de Colmenar Viejo interpretó Oblivion, de Astor Piazzola. Con la clarinete solista: Beatriz Belloso Muñoz.
A continuación, la Obertura 1812, de Tchaikovsky, ofrecida en el concierto del XXV Aniversario de la Banda Sinfónica de Colmenar Viejo, junto a la Banda de Alcalá de Henares y la Banda Lira de Pozuelo de Alarcón y la Coral de Colmenar Viejo, en la plaza del Pueblo de Colmenar Viejo, el 16 de junio de 2012.
Y el cuarto, sobre el X Festival de Bandas “Maestro José Guillén”, grabado el 23 de marzo de este año. Banda Sinfónica de Colmenar interpretó Palindromía Flamenca de Antonio Ruda Peco, con el solista saxo soprano, Rafael Sanz, el solista guitarra española, Borja Rosado, y el solista cajón flamenco, Alejandro Fernández.
Mañana, continuará: "¡Que suene la banda!" (y 2)