Las Bandas de Música: un gigante dormido que debe despertar.
Las bandas de música son,
sin duda, una de las mayores riquezas culturales que poseemos. En países como
España, su historia se entrelaza con la identidad de pueblos y ciudades, convirtiéndose
en una de las manifestaciones artísticas más cercanas a la gente. Son escuelas
de valores, de disciplina y de convivencia, además de forjar músicos de primer
nivel que nutren conservatorios, orquestas y agrupaciones de todo tipo. Sin
embargo, a pesar de su grandeza, hay una asignatura pendiente que nos debilita:
la falta de unión y la incapacidad de confiar en nuestro propio poder.
Las sociedades musicales
son mucho más que agrupaciones artísticas: son auténticos motores sociales. En
ellas conviven varias generaciones, desde niños que dan sus primeros pasos en
la música hasta veteranos que han dedicado su vida a este arte. Son espacios de
aprendizaje y transmisión de conocimientos, donde se cultivan el esfuerzo, la
constancia y el amor por la música. Además,
cumplen una función vital en la sociedad. No hay festividad sin banda de
música, no hay procesión sin sus notas, no hay fiesta mayor sin pasacalles.
Pero su importancia va más allá de la animación festiva: representan un vínculo
con la tradición, un refugio cultural en un mundo que cada vez se aleja más de
lo colectivo y lo artesanal.
Por otro lado, el impacto
económico y educativo de las bandas es innegable. Las escuelas de música
vinculadas a ellas forman a miles de jóvenes, algunos de los cuales llegarán a
ser profesionales. Son una cantera inagotable de talento que, con la inversión
y el reconocimiento adecuados, podrían convertirse en un eje aún más sólido de
la educación musical y la cultura en general.Pero, a pesar de todo lo que representan,
siguen sin ocupar el lugar que merecen en la sociedad. ¿Por qué? Porque no
estamos unidos. Cada banda, lucha en su pequeño territorio, preocupada por su
propia supervivencia, sin darse cuenta de que juntas formamos una fuerza
imparable. En lugar de apoyarnos y actuar con una sola voz, demasiadas veces
caemos en la competencia innecesaria, en el localismo mal entendido y en el
conformismo. Hay talento, hay pasión, hay historia… pero nos falta la
conciencia de que, si nos organizáramos mejor, podríamos influir mucho más en
las decisiones que nos afectan.
Por fortuna, existen
entidades que trabajan para aglutinar y proteger a las bandas de música: las
federaciones autonómicas. Son ellas las que analizan las necesidades de sus
respectivas comunidades, promoviendo iniciativas, gestionando recursos y
representando a nuestras sociedades musicales ante instituciones locales y
regionales. Pero, para que nuestra voz tenga verdadera fuerza a nivel nacional,
es imprescindible el papel de la Confederación Española de Sociedades Musicales
(CESM). Este ente superior debe ser el canalizador de todas las demandas del
colectivo y el encargado de luchar por conseguir la legislación y el
reconocimiento que las bandas de música merecen. La CESM debe actuar como el
gran interlocutor con el Estado, asegurándose de que la música de banda tenga
el respaldo normativo, financiero y cultural necesario para consolidarse como
lo que es: un patrimonio vivo de incalculable valor.
La realidad es que las
bandas de música tienen un potencial que ni siquiera nosotros mismos valoramos
como se merece. Movemos a miles de personas, organizamos festivales, concursos
y conciertos multitudinarios, formamos músicos de élite, generamos turismo y
dinamizamos la cultura local. Si consiguiéramos transformar ese movimiento en
una estructura realmente cohesionada, podríamos cambiar la percepción que la
sociedad y las instituciones tienen de nosotros. ¿Queremos seguir siendo
espectadores de nuestro propio destino o, por fin, vamos a tomar las riendas?
(Félix Ruiz González, presidente
de la Confederación Española de Sociedades Musicales y de la Federación
Andaluza de Bandas de Música)
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