“La cultura del esfuerzo”.
Nieves Concostrina nos
recordaba el pasado domingo en Público a Elena de Borbón, la hija mayor del emérto Juan Carlos,
quien, al cumplir los 50 años, concedió una de esas entrevistas artificiales
donde las preguntas están pactadas y las respuestas, repletas de obviedades o
frases estudiadas. “Dijo que agradecía mucho que su padre les transmitiera a ella y a sus hermanos ‘la cultura del esfuerzo’. Frase que,
saliendo de la boca de un borbón, es un completo despropósito… Baje este
titular, Elena de Borbón, una estudiante mediocre, sin necesidad de esforzarse
mucho porque hiciera lo que hiciera iba a aprobar, quiso estudiar Magisterio y,
para asegurarle el éxito, la matricularon en un centro privado, una escuela
universitaria montada por una cuchipandi integrada por el Arzobispado de
Madrid, teresianos, escolapios, dominicas, franciscanas, esclavas de un tal
divino corazón, carmelitas y marianistas. Pese a tanta asistencia divina, Elena
tuvo que recibir clases particulares de refuerzo porque no sacaba sus estudios.
Pero los acabó sacando, y trabajó luego, un ratito, dando clases de infantil a
criaturitas a las que imagino aún hoy intentado recuperarse del trauma. Quizás
Elena revisó luego su verdadera vocación y comprobó que la enseñanza no era lo
suyo, por eso acabó colocada como directora de proyectos sociales y culturales
de la Fundación Mapfre, una de esas grandes corporaciones siempre dispuestas a
atender las solicitudes de empleo de la Zarzuela.
“Cristina parecía un poco
más espabilada, aunque, a decir de los expertos en estos chismes reales, su
expediente fue también bastante discreto. Sacó la carrera de Ciencias Políticas
en la Complutense; a saltos, pero la sacó, y Fundación La Caixa también estuvo
dispuesta a emplearla sin la más mínima objeción. Respecto a Felipe, no es que
supere a sus hermanas en capacidades intelectuales, pero lo tenía muy fácil
porque hiciera lo que hiciera iba a superarlo. Como los españoles tienen
amplias tragaderas, se nos vendió que además de ser piloto de helicópteros (no
se suban con él) y de aviones de combate (en estos tampoco), era igualmente un
hacha en navegación trasatlántica, un prodigio en el manejo de los carros de
combate, licenciado en Derecho y con amplios conocimientos en Ciencias
Económica y Políticas. Felipe El Rayo deberían apodarle, en vez de El Preparao.
Dicen por ello los cortesanos que es el primer rey con estudios universitarios,
y todo gracias a la cultura del esfuerzo
“De los estudios de Juan
Carlos, el padre de las anteriores lumbreras, hay poco que decir, porque lo
educó un dictador, y de ahí surgió un pupilo adoctrinado en el fascismo y de
moral desordenada. Además, aprovechó malamente la formación militar porque, con
18 años, se cargó a su hermano pequeño de un disparo por andar haciendo el
gilipollas con su arma. Pero ahí lo hemos tenido, rey de España gracias a la
cultura del esfuerzo que supuestamente guio su vida y que inculcó a sus tres
hijos… y a su nieto favorito, a Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de
Marichalar y Borbón, cuarto en la línea de sucesión y, ojalá, que definitivo
candidato al trono para tener la seguridad de que la Tercera República llegaría
tras el primer botellón en la Zarzuela. El amigo Héctor de Miguel siempre me
recrimina que no sea ‘froilanista’, y tiene razón. Todo republicano debemos ser
‘froilanistas’, porque este Grande de España con tratamiento de excelentísimo
señor es nuestra mejor baza para acabar con la monarquía de forma definitiva.
(…)
“Entre tanto borbón
gobernante de infaustos recuerdos educativos surge la figura del hombre que
pudo cambiar los destinos de este país en materia de enseñanza, pero a quien
los borbófilos desprecian dedicándole el calificativo de “rey intruso”. José I
de España, de la efímera dinastía de los Bonaparte, creó un Ministerio del
Interior que se empleó especialmente en el fomento de la instrucción pública
dado el estado crítico en el que se encontraba. Alentaba en una circular el
ministro del Interior nombrado por el rey José I a que los intendentes de las
distintas provincias hicieran todo lo posible por mejorar la enseñanza, tal y
como nos cuenta el profesor de la Universitat de València José Ramón Bertomeu, ‘hasta
que el gobierno desarrollara un plan general que incluyera desde las primeras
letras hasta las altas ciencias, enlazando todas las partes de la enseñanza
pública’. Porque aquel rey ‘intruso’, aunque mucho menos advenedizo que
cualquiera de los borbones, fue el primero en llevar a cabo una crucial reforma
educativa, introduciendo liceos y regulando por primera vez, el muy loco, la
educación femenina en España. Estaba claro que a ese tío había que echarlo”.
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