viernes, 29 de junio de 2007

29 de junio. Políticos isleños apeados del caballo del poder

Juan Fageda, ex alcalde del PP.


Tras un largo periodo de dieciséis años, el Ayuntamiento de Palma de Mallorca ha vuelto a estar en manos de la izquierda. Catalina Cirer, la última de sus alcaldesas, así como Jaime Matas, presidente postrero del Gobern Balear, ambos del PP, estaban tan seguros de que ganarían las elecciones que ni imaginaban este cambio. Pero los electores pueden dar muchas vueltas y la Cirer tuvo que ceder el paso a otra alcaldesa de distinto partido. “Ha sido –dijo, compungida y sin poder contener las lágrimas– un momento muy doloroso, porque Matas es el líder indiscutible del partido” Pero Matas, ante el triste panorama de un PP, errante y sin posibilidad de seguir en la cúspide del poder, decidió retirarse y darse definitivamente de baja. Su anuncio de que abandonaba del barco, antes de verse sin mando en el puente, ha dejado boquiabierto a los suyos. Sobre todo, cuando Mariano Rajoy, al día siguiente de las elecciones, dejaba claro que “aquí no dimite nadie”. “Siempre llevaré a Baleares en el corazón –fueron sus últimas palabras– y haré todo lo que pueda por luchar y conseguir unas islas mejores para todos” Bonitas palabras, tan inútiles como los resultados del PP, que ganó por mayoría en las elecciones y perdió frente a la coalición de izquierdas con Antonia Munar, de UM.

Hace ya tiempo que a “Jaume”, el chico sonriente que comenzara vendiendo electrodomésticos en el centro de Palma y terminara ocupando el ministerio del Medio Ambiente en el gobierno de Aznar, las islas se le habían quedado muy pequeñas. Su descomunal Plan Hidrológico Nacional fue una de sus mayores paridas de lamentable recuerdo. A su vuelta a la isla, consiguió que el asfalto maquillara su imagen en Mallorca e Eivissa. La ganga de un palacete adquirido para vivir a lo grande, así como algunos escándalos inmobiliarios o sus continuos golpes de efecto en su forma de ganar por oleada (con el anuncio de un proyecto de ópera de cien millones en la bahía de Palma, unas vallas publicitarias de cinco pisos y otras gestas y epopeyas) no acabaron esta vez de convencer a todos. Y no tuvo más remedio de apearse definitivamente del caballo, trasladándose a Madrid y, posteriormente, reincorporándose a “la iniciativa privada”, en una empresa de los Estados Unidos.

Por el contrario, Aina Calvo, socialista candidata a Cort, descabalgaba a la compañera de Matas, Catalina Cirer, y declaraba: “Palma nos pide sentido común y no golpes de efecto”. La nueva alcaldesa palmesana espera tener “sentido común, fuerza, prudencia, humildad y serenidad –cualidades con las que el anterior gobierno no supo distinguirse– con un gobierno político que crea en el respeto a la palabra dada”.

Pero quien tuvo una imagen y palabra más fluidas fue Juan Fageda, ex alcalde del PP de 1991 al 2003, quien ha sido elegido senador por Mallorca. El que fuera consejero del Patrimonio Nacional, presidente del Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos, presidente de la Asociación Patronal de Albañilería, Edificación y Obras Públicas de Baleares, y consiguiera una Medalla de Oro de la ciudad de Palma de Mallorca además de ser el director del museo de la Fundación Pilar i Joan Miró, fue un lince en la utilización de su palabra. Al menos así se le conoce a su paso por Cort, en el que era llamado alcalde del Sisí porque a todos decía que sí.

El flamante primer edil y amigo íntimo de Pedro Serra, empresario de medios de comunicación (ver días 9, 12, 14 y 16 de febrero), supo siempre tocar donde debía para conservar sus cargos y mantenerse en su sitio. Recuerdo unas declaraciones suyas que me dieron vergüenza ajena. Fueron recogidas por el periodista Torres Blasco en El Mundo/El Día de Baleares, al que el primer edil confesaba: “Me siento orgulloso de los hombres y de las mujeres de Palma, y de haber sido alcalde de esta ciudad. No os podéis imaginar el concepto positivo que tiene, fuera de aquí, de Mallorca y de Palma en general. Hay que vivirlo. Que el alcalde de Viena me diga que debo ser el hombre más feliz del mundo por presidir una ciudad como Palma me llena de orgullo. Que las gentes de California vean a Palma como el séptimo cielo… Todo eso hay que vivirlo. Es que lloras, cuando ves el cariño que nos tienen. Es que lo tenemos todo. Es que tenemos la suerte de contar con la Familia Real. Es que vienen casas reales de todo el mundo… Es que… somos la pera, aunque no seamos conscientes”. Los dieciocho años que llevaba ya Juan Fageda en el Ayuntamiento, diez como alcalde del PP, no le daban derecho a hacer el ridículo de una manera tan pueril.

Fageda también se distinguió por otras gestas. Representante de una política reaccionaria del PP en una de las ciudades más rica de España, tuvo que vender sus acciones del campo santo privado de Bon Sosec cuando se descubrió que, siendo edil, formaba parte del mismo. Y se sentía igualmente orgulloso de ser uno de los promotores del Museo de Arte Contemporáneo, impulsado por la “Fundació d’Art Serra”, del editor Pedro Serra. Un Museo que estuvo dirigido por Pedro Serra quien gastó dinero a espuertas gracias a las subvenciones del Ayuntamiento de Palma, el Govern Balear y el Consell Insular de Mallorca.

Juan Fageda siempre obtuvo el conveniente apoyo en los diarios de Pedro Serra, al contrario de algunos de sus predecesores, que sufrieron constantes críticas y ataques viscerales. Sus constantes compadrazgos les llevó a ambos a visitar juntos todos los museos de la Costa Azul francesa. “Pudimos visitar todos los museos –confiesa Fageda–: Miró, Picasso..., vimos toda la red que conforma un turismo cultural importante. De lo que dedujimos que Palma tiene que ser un reclamo cultural, sobre todo en temporada baja. Y gracias a la magnífica colección que tiene Pedro Serra, que es única, podremos contar con un museo excepcional dentro del Mediterráneo. El esfuerzo valdrá la pena. La idea de ese Museo fue una idea que le propuse. Él tenía ya una idea sobre el particular, pero la propuesta concreta de Carlos Ripoll, el teniente de alcalde de Urbanismo, en conversaciones con Pedro Serra, fue aprovechar su magnífica colección, que es única”…

Y es que, como dice el refrán, cada cual arrima el ascua a su sardina.

miércoles, 27 de junio de 2007

27 de junio. Solo de trompeta.

Me considero feliz y agradecido de poder hacer lo que siempre quise y nunca, hasta que abandoné el mundo laboral (o me obligaron a abandonarlo), he podido. Cierto que las circunstancias han cambiado. Ya no dependo de un trabajo remunerado que me liga a una empresa con intereses particulares, con frecuencia lejos del interés general. Lo que convierte mi vida en más inestable pero mi espíritu en más libre. Sin perspectivas laborales claras hasta el momento, al menos hoy me permito escribir lo que siento y pienso, cosas que, anteriormente, nunca me había atrevido o me hubieran dejado. Reconozco que no estoy en una situación como para echar a cantar o sonar a pleno pulmón, pero sí para poder hacer un solo de trompeta de forma diáfana y clara.

Cuando recuerdo la situación de otros parados que no tienen ya fuerzas para seguir resistiendo, ni para mantener su situación, me siento afortunado dentro de lo que cabe. Otra cosa sería que no tuviera ya ánimos para seguir expresando lo que siento, tentación que más de una vez he experimentado a lo largo de estos años. Pero yo sé que, mientras resista con la música y la escritura, enriquezco mi vida y siento más posibilidades de vivirla a tope. El dinero y la comodidad no deben inquietarme más que lo que mínimamente puedan preocuparme.

lunes, 25 de junio de 2007

25 de junio. La amenaza de una Iglesia oportunista.


“Veintiún siglos haciendo el bien –rezaba una cuña publicitaria, en el 2001, puesta en boga por Radio Popular, emisora de la COPE, propiedad de los prelados españoles que no se cansaban de pedir, pedir y pedir– Participa en el sostenimiento económico de la Iglesia”. Sostenida en parte por el impuesto religioso de la declaración de renta, firmado en 1988 por el Gobierno de Felipe González y la Conferencia Episcopal Española, la Iglesia tenía sus necesidades. Pero, el convencimiento de que, en un periodo de tres años, le bastaría para autofinanciarse, gracias a las aportaciones de sus seguidores, resultó un reconocido fracaso. Y trece años más tarde, el 90,9 del presupuesto de la Iglesia seguía corriendo a cuenta del Estado, pese a las campañas entre sus fieles que, por lo visto, no estaban muy convencidos de que la madre Iglesia utilizara correctamente su dinero.

Ante evidente contradicción, me preguntaba yo entonces quién estaría mintiendo: o las encuestas del CIS sobre creencias religiosas, o los Obispos, que seguían extendiendo la mano al Estado. Porque, si la independencia entre Iglesia y Estado fuera tal, éste no aportaría millones al presupuesto de la Iglesia. ¿Cómo se explicaba esta generosidad por parte del Estado que, pasara lo que pasase con las recaudaciones en cada ejercicio, concedía a los obispos una cantidad fija garantizada y revisada cada año? ¿Quién estaba engañando a quién?

Para los obispos y los gerifaltes de la Iglesia, la resolución de su supervivencia era casi un dogma de fe y la razón misma de su existencia. Pero ni el aumento de dotación económica del Estado para la Iglesia Católica, ni las concesiones posteriormente realizadas, conformaron a la Conferencia Episcopal Española que hoy acaba de declarar la guerra contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía y no excluye recurrir, en “determinadas circunstancias” a “acciones legales”, según dijo el portavoz, Juan Antonio Martínez Camino. Los prelados católicos españoles no aceptan la asignatura. Invitan a “recurrir a todos los medios legítimos, sin excluir ninguno” contra la nueva asignatura obligatoria. Y sostienen que ésta “implica una lesión grave del derecho inalienable de los padres y de la escuela a elegir la formación moral que deseen para sus hijos”.

A los obispos les molesta la mención de la homofobia, quieren cambiar la palabra “género” por la tradicional de “sexo” y no admiten “la imposición desde el Estado de una moral no elegida”. Creen que se les adoctrinará ideológicamente y que el Estado debe ser neutral. E incitan a los padres a hacer la guerra por su cuenta y a boicotear la asignatura.

Por su parte, la vicepresidenta del Ejecutivo lo ha dejado claro. María Teresa Fernández dice que los contenidos de la materia no van en contra de la moral de nadie, sino que se centran en valores compartidos por todos los demócratas. “La asignatura de Ciudadanía –asegura– no se ha concebido para enfrentarla a las clases de religión.. Además, no tiene mucho sentido oponerse cuando todos, parlamento, Gobierno, padres, profesores, federación de Religiosos y alumnos, se han puesto de acuerdo en los contenidos obligatorios y han decidido entre todos que hablar de valores constitucionales es algo bueno. Si alguien no está de acuerdo, que acuda a los tribunales”.

Pero los obispos prefieren que sus curas y feligreses boicoteen esta asignatura. No importa que, en el 2004, mantuvieran que ni padres ni alumnos pueden negarse a cursar una asignatura del currículo oficial. Ahora opinan que sí. Y la autora de este cambio es la misma Iglesia que, en la guerra civil y en los casi cuarenta años posteriores, apoyó a Franco, recibiéndole bajo palio y bendiciendo sus huestes. Lo que me extraña es que los mismos fieles de esta Iglesia no se harten de aguantar a tanto obispo y Conferencias Episcopales metidas en política o saliendo de ella cuando les conviene.

Con el mismo espíritu proclama el Vaticano sus diez mandamientos para el conductor católico. Mandamientos que suponen algo tan elemental como el no matar pero que también van acompañados de una serie de opciones como la importancia de la señal de la cruz realizada antes de emprender viaje o la protección integral. “Durante el viaje –dicen los consejos vaticanistas– se podrá también rezar oralmente, alternándose en la recitación con los acompañantes, como por ejemplo el rezo del rosario que, por su ritmo y su dulce repetición, no distrae al conductor. Eso contribuirá a sentirse inmersos en la presencia de Dios y a permanecer bajo su protección, o la de contemplar las diversas manifestaciones de religiosidad que aparecen junto a la carretera o la vía férrea: iglesias, campanarios, capillas, cruces, estatuas, metas de peregrinaje”...

Me pregunto si los 35 millones de muertos en la carretera durante el siglo XX no tienen algo que ver con estas normas.

domingo, 24 de junio de 2007

24 de junio. Día de la musica, en la big-band de Alcalá

Pinchar la foto para ver video de la Big Band.


El pasado viernes, mientras varios jefes de Estado y de Gobierno discutían en Bruselas el tratado de reforma para acabar con la crisis institucional de la UE, melómanos europeos celebraban el Día Europeo de la Música. Los músicos se echaron a la calle con sus instrumentos y sus partituras, armas muy diferentes que las utilizadas por los políticos, con sus argumentos convencionales, sus discusiones y eslóganes, o las utilizadas por los ejércitos, con sus armas de verdad y sus efectos letales.

Músicas de todos los estilos en torno a las doce notas del pentagrama se pudieron escuchar por toda Madrid, mientras la Sociedad General de Autores y Editores difundía una encuesta según la cual el 83 por ciento de los españoles escucha música con frecuencia y la Asociación de Profesores de Música convocaba una manifestación en la Puerta del Sol para protestar por la reducción de las horas lectivas en los cursos de ESO (de seis a cuatro)


Por mi parte, me regodeé en una sesión de jazz del grupo “I am big band” que protagonizamos en el Auditorio Paco de Lucía de Alcalá de Henares. Éramos 24 músicos con diferentes instrumentos (clarinetes, saxofones, flautas, trompetas, trombones, guitarras, contrabajo, piano y batería) y dirigidos por Carlos Rodríguez, un director con mucho swing que disfrutó como un enano. Interpretamos cuatro piezas conocidas: What a wanderfull wold, Basin street blues, Now’s the time y Easy Groove, que, por los aplausos prolongados, gustaron a un nutrido público de más de quinientas personas que llenaba el auditorio. En la foto, momento de la actuación. Otro día, si lo consigo, los lectores de este diario podrán escuchar el concierto emitido por Internet.

viernes, 22 de junio de 2007

22 de junio. Pensamientos en torno a la delincuencia.

Desde hace siglos, se ha creado todo un mundo en torno a la palabra delinquir o cometer delito, centrándose sobre todo en la propiedad privada. Gran parte de las fuerzas de orden y seguridad, acusadas demasiadas veces de ineficaces, se han orientado en torno a la defensa y tutelaje de la misma. Lo que ha hecho que jueces, fiscales, defensores y policías se encuentren desbordados por el azote de la delincuencia común basada en el robo y que los juzgados se parezcan cada vez más a las consultas de ambulatorio, en donde prima la cantidad sobre la calidad.

El crecimiento de la delincuencia, potenciada por el paro juvenil y el consumo de droga dura que, desde el principio de los setenta, no ha dejado de crecer, empujaron al Gobierno de Aznar a firmar un pacto para la reforma global de la Justicia por el que se aplicaría una inversión de 250.000 millones de pesetas durante dos legislaturas. Socialistas en la oposición y la derecha en el poder pretendieron hacerla “más ágil, más rápida, más moderna y responsable”. Pero, curiosamente, a nadie se le ocurrió convertirla en más “justa” o en más “humana”. Como si la ola de delincuencia que acosaba las instituciones del Estado se pudiera salvar simplemente ampliando el presupuesto, el número de jueces, de policías y de cárceles.

Personalmente, siempre me ha extrañado que España dispusiera de más policías por habitante que cualquier otro país de Europa. Sin embargo, este hecho nunca ha solucionado el problema de la Justicia, que sigue siendo inoperante e ineficaz. Y seguirá siéndolo por muchos más jueces, policías y cárceles que haya, mientras no se ataje el problema por el punto que más duele, la desigualdad social.

En los inicios de los ochenta, preguntaba a dos periodistas especialistas en la crónica negra por las posibles causas de este fenómeno. Sus respuestas me plantearon nuevos misterios. Había conocido a Juan Madrid siendo él redactor de “Cambio 16” –hoy es un afamado escritor que estoy seguro ratifica las opiniones de entonces–. “En la etapa franquista –me matizaba–, el delito no existía. No había secciones de sucesos sino que todo formaba parte de la propaganda del Régimen. Entonces no se podía hablar ni de las violaciones, ni de los adulterios, y se prohibía hablar de delitos cuando no convenían al Régimen. Se elegían detalladamente los que debían saltar a la prensa. Casi todo era contra la propiedad o, en todo caso, se escribía sobre delitos de sangre, pero sólo los pintorescos y raros, para que quedara bien patente que eran cosas excepcionales y que España seguía en la paz del Caudillo. Los censores sabían perfectamente que una sociedad con delitos, en donde abundan los bandidos y los criminales, era una sociedad injusta, con diferencias de clases, con opresores y oprimidos, y eso no podían admitirlo”.

Entonces, la figura del redactor de sucesos era la del tipo sórdido y con sombrero, gran amigo de la Policía, que no hablaba mucho con los compañeros. Luego, cambió ese personaje de tercera categoría y dejó de ser un confidente o cómplice de la Policía. “Todavía hoy en día –insistía Juan Madrid– se puede encontrar al periodista amigo íntimo de la Policía, que incluso ha recibido medallas del Cuerpo. Y no hablemos del policía que es, al mismo tiempo, periodista. Pero la relación fue cambiando”.

Los nostálgicos del Régimen señalaban la oleada alarmante de delincuencia, achacándola al cambio, cuando era un hecho comprobado que éramos el país con los índices de delincuencia más bajos de Europa. Un país con cada vez más gente nueva y buenos profesionales, con ideas modernas y progresistas. “En general –reconocía Juan Madrid– el redactor de sucesos se negaba a ser una correa de transmisión de la Policía. Las fuentes de información se diversificaron mucho. El periodista contaba con amigos en todas partes: con ex confidentes de la Policía y con ex presidiarios. Conocía los bares en donde vendían drogas, a los policías que aceptaban mordidas, a las prostitutas, etcétera. Y comenzó a contar con sus propias fuentes de información, que también tenían que ser muy contrastadas pero que siempre eran mejores que la sola fuente de la Policía”.

Por su parte, José Martí Gómez, otro periodista que había trabajado en diversos medios y estaba acostumbrado a hacer crónica negra y judicial, me daba, en esas mismas fechas, idéntica opinión. “¿Hasta qué punto los jueces –se preguntaba Martí– no deberían pasar una especie de reciclaje parecido al de los pilotos de líneas aéreas? En el fondo, son bastante conservadores a la hora de interpretar un código que ya de por sí lo es. Aquí se han dado casos de jueces que sufrían alteraciones psiquiátricas. Jueces con fijaciones y desequilibrios que ponían en tela de juicio a la Justicia. Y jueces que se confesaron simpatizantes de Fuerza Nueva. Porque la judicatura, en general, es conservadora, como la medicina o la abogacía. Lo mismo está pasando con la judicatura y con la Policía. Son cuerpos muy cerrados, impermeables a abrirse y a facilitar información”.

Martí Gómez reconocía también que el Código Penal había estado mucho tiempo al servicio de los poderosos y había protegido más a la propiedad que a la vida humana. Según él, a los jueces les estaba sucediendo como a un sector de la Policía. Decían: “Ah, pues eso es cosa de la democracia”. Y cargaban a la democracia con la culpa de todo. “Claro que, entre policías y jueces había una descoordinación de película. Cuando la Policía tenía un informe de alguien buscado por la Guardia Civil, lo encerraba en un cajón para que no lo encontraran. O, a la inversa”.

Otra de las constantes de esta época, era poner más policías en la calle que jueces en los juzgados. Sin tener en cuenta los retrasos de la Justicia, desbordada por montañas de papeles, juicios, pleitos civiles o contenciosos y otros asuntos que se alargaban demasiado, amparados en la falta de medios y en la burocracia. Hoy en día, sigue habiéndolos. Basta, como ejemplo de lo dicho, recordar a la titular del juzgado de lo Penal número 2 de Gijón, con 148 casos pendientes, decenas de cuyos asuntos llevan parados más de año y uno desde hace tres. O el caso de la titular del juzgado del Penal número 1 de Motril (Granada), que extendió injustificadamente la estancia en prisión de tres presos a su cargo, uno de los cuales, Jesús Campoy, permaneció 437 días encerrado, tras haber sido absuelto por ella.

Sigo pensando que no por más dinero aplicado a la reforma de la Justicia será ésta más justa, sobre todo teniendo en cuenta que nadie ha hablada, ni desde el poder, ni desde la oposición, de una aplicación más justa de la Justicia, clave para cambiarla de verdad. Y, mientras tanto, la delincuencia sigue avanzando en el mundo a pasos agigantados. Sobre todo los delitos violentos. En los EEUU, entre el año 2004 y el 2006, los ataques a mano armada se han incrementado en un 67%; los homicidios, en un 71 % y los atracos, en un 80%. El Reino Unido es ya, según un informe de la UE, “capital europea de la delincuencia”. Y en Johannesburgo, México DF y Milán, se ha registrado manifestaciones para protestar contra el Gobierno por su incapacidad por proteger a sus ciudadanos.

Pero ¿qué es lo que dispara las cifras de la delincuencia? Según Moisés Maím, los expertos están de acuerdo en que el crimen prolifera cuando se combinan tres factores: un elevado porcentaje de varones jóvenes, muchas drogas y fácil acceso a las armas. Aparte de otros factores, como las desigualdades económicas, que aceleran las tasas de criminalidad.

miércoles, 20 de junio de 2007

20 de junio.Dar tiempo al tiempo

Me da miedo dormirme porque entonces la vida corre el doble. Sueño a una velocidad de vértigo y paso momentos de pavor, soltando como puedo, gritos desesperados en plena noche, que me despiertan y alarman a quienes me aman.

Son sueños extraños que, como la cara oculta de la luna, sé que están ahí, aunque nunca pise sobre ella o trate de desandarlos. Son como la realidad de la otra vida. Reconozco que ellos me liberan de fuerzas caóticas y ocultas y, al levantarme, cada mañana, me encuentro en forma para seguir caminando y vivir a tope otra jornada, cosa que consigo al soltar parte de mis ansiedades a través de este tubo de escape. Pero prefiero vivir despierto. Entre otras razones porque me permite disfrutar del tiempo con más calma, sin amontonar mis gozos y mis penas, viviéndolos despacio y sin prisas, como la vida misma.

Presiento que, a mi edad, querer beberse la vida en dos tragos es un atropello imperdonable. Prefiero saborearla lentamente, día a día, hora tras hora, minuto tras minuto, con sus momentos de dulzura y amargura, de gloria y de infierno, sus periodos de alegría y de tristeza, sus etapas de creación y de infecundidad, sus periquetes de locura y de cordura, sus instantes de placer y de dolor, sus segundos de todo y de nada, sus más y sus menos, sin trompicones y sin prisas por volver la hoja, cada cosa a su hora, dando tiempo al tiempo. En cambio, en los sueños que tengo, todo sucede al mismo tiempo, lo que me sobrecoge y me hace gritar de pánico.

lunes, 18 de junio de 2007

18 de junio. La otra Realidad.


Me lo preguntaba Antonio Piera, autor del recomendado blog (malablancaynbotella) que sigo habitualmente, en un comentario hecho recientemente en estas mismas páginas: “¿Has leído lo que está pasando con el director de "La Realidad"?. Me parece bien bestia”. Inmediatamente, me informé a través de Internet y me quedé patidifuso. Yo creía que esas cosas ya no pasaban en este país. Pero, por lo visto, son peccata minuta en nuestra carandelliana “celtiberia show”.

En efecto, el 7 de febrero del 2000, dirigido por Patxi Ibarrondo, se vendía por primera vez en los kioscos el semanario cántabro “La Realidad” gracias a cinco personas cooperativistas que asumieron la necesidad de endeudarse personalmente para aportar el 70% de las necesidades financieras mínimamente necesarias. Pero, desde su salida a la calle, tuvieron que soportar un complot por parte de los dirigentes socio-políticos gobernantes de Cantabria, que acribillaron a su director con demandas y querellas. Los altos personajes de la política cántabra utilizaron los juzgados contra el semanario. Detrás de ellos, los omnipresentes grupos de presión fácticos.

Al final, los políticos, obsesionados con hacer desaparecer “La Realidad”, consiguieron lo que querían. “Y una jueza –según www.vientosur.info– dictó una esperpéntica sentencia de casi 30 millones de pesetas, ejecutada ‘provisionalmente’ en diciembre del 2001, sin que fuera firme y gracias a la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil del PP, promulgada en enero del mismo año. Una ley que permitía utilizar esa fórmula jurídica para atacar desde el poder a medios de comunicación incómodos, provocando su ahogamiento financiero y, por ello, su cierre”.

Evidentemente, estos procedimientos abren el camino a la censura económica de los medios de comunicación modestos que no pueden afrontar indemnizaciones millonarias. “Es un camino –escribe Patxi Ibarrondo en el artículo ‘Realidad de Cantabria, lucha por la vida de un periódico libre y rebelde’, aparecido en Viento Sur en marzo del 2003– abierto para el cierre de cualquier medio de comunicación crítico hacia el poder bancario y político. Y en ‘La Realidad’ hemos sido los primeros en padecer estos nuevos procedimientos de censura"

En Viento Sur, nuestro hombre explicaba que había sido la administración autonómica de Cantabria quien había denegado en primera instancia la subvención por creación de empleo a la que cualquier empresa que se pone en marcha tiene derecho. “Incluso en aquellos momentos de gestación del periódico, se empezaron a escuchar rumores sobre aspectos de boicot a ‘La Realidad’ (¡que todavía no existía!) por parte de diversos estamentos de la región. Temores confirmados con creces, en la más ruda y persistente campaña de demolición que ha conocido la historia de la prensa en Cantabria. Ese acoso sistemático no se produjo desde cualquier parte, sino por parte de personajes muy relevantes de la política institucional y bancaria”.

En el caso de “La Realidad”, las puertas siempre estuvieron cerradas por consignas. Y, pese a que el sistema de suscripción iba creciendo, permitiendo que el semanario fuera cada vez más conocido, el ritmo lento alejaba la posibilidad de alcanzar la “sostenibilidad” económica en poco tiempo, debiendo enfrentarse a la “indiferencia ante las posteriores respuestas político-sociales ante las agresiones del poder, que fueron sucediéndose sin apenas pausas”.

El acoso empezó incluso antes de salir el periódico a la calle, pero la ofensiva más contundente se concretó por la vía judicial a partir de las tres semanas de existencia. Cinco demandas civiles, pidiendo cada una 30 millones de pesetas de indemnización, y tres querellas criminales. Todas fueron interpuestas por personajes como Carlos Sáiz (entonces secretario general del PP, presidente de Caja Cantabria y diputado regional), Miguel Ángel Revilla (líder del PRC, vicepresidente del Gobierno cántabro y consejero de Obras Públicas), Francisco Rodríguez (portavoz del PP en el Parlamento cántabro), Federico Santamaría (consejero de Economía y Hacienda) y los alcaldes de Argoños, El Astillero, Comillas...

En las demandas se pretendía saber quienes eran las personas que “contaban las cosas” y que estaban dentro de sus filas. O sea, quien “se iba de la lengua”. El acoso judicial sobre el director del periódico para que revelara las fuentes de información era constante. Se pretendía cerrar un medio incómodo y, sobre todo, incontrolable, pese a varios intentos de soborno por parte de algunos “enviados especiales” para que el semanario cambiara de rumbo informativo.

La cooperativa editora y la dirección del periódico sufrieron un terrible acoso desde todos los ángulos. “Después de vivir esta experiencia –se lamenta Ibarrondo–, en una comunidad autónoma donde la punta de la pirámide es el santanderino, Emilio Botín, el principal banquero del Estado español, hemos visto muchas cosas. Por ejemplo, la situación de amordazamiento, de inmovilidad que se ha producido entre la ciudadanía. Hemos visto el miedo en los ojos de la gente. Puede que incluso ese temor sea razonable, vista la catadura de los que mandan. Se ha demostrado palpablemente que, al menos en nuestro ámbito de actuación, sólo se puede decir aquello que quien mantiene las riendas está dispuesto a consentir. Creíamos ingenuamente que el franquismo se había ido para siempre... pero bueno es regresar a la cruda realidad”.

Después del cierre, se estuvo organizando la posibilidad de volver a ocupar su sitio en el terreno de la información. Se trabajó por constituir una sociedad anónima muy participada. Y se habilitó una página web (www.otrarealidad.net) donde se informa de todo ello y se ejerce el derecho a la libre opinión. Mal que pese a algunos.

Mientras tanto, Patxi Ibarrondo, director del desaparecido semanario, se encuentra en la “indigencia”. La ejecución provisional de la sentencia que le condenó en 2001 por “mancillar” el honor de Carlos Sáiz, entonces secretario general del PP cántabro, llegó hasta el embargo de la cuenta bancaria donde se le ingresaba la pensión de invalidez. La Federación de Sindicatos de Periodistas denunció el asedio judicial que Ibarrondo sufría. Había sido condenado a indemnizar con 120.000 euros al entonces máximo dirigente del PP de Cantabria, por unas informaciones publicadas en su revista que, aunque eran ciertas, una juez consideró que atentaban contra su honor. En aquella época, la ley permitía ejecutar una sentencia aunque no fuera firme –normativa que fue anulada después–, por lo que Sáinz solicitó esa medida y llevó la publicación al cierre. Esa cantidad fue reducida posteriormente a 1.200 euros por la Audiencia Provincial, pero, para esa fecha, la revista ya se había visto obligada a cerrar.

El estrés hizo que, en 2004, se le diagnosticara al periodista cántabro la enfermedad de Parkinson, y le fue concedida una pensión por invalidez permanente. La juez, Laura Cuevas, le había embargado el 12% de los ingresos. Recientemente, a instancias de Carlos Sáiz, le ha embargado la totalidad de la cuenta en la que el periodista recibe su pensión.

domingo, 17 de junio de 2007

17 de junio. Lectores del mundo entero.


Suelo pasar los domingos en silencio, disfrutando de la naturaleza, abriendo nuevos espacios creativos o descubriendo nuevos mundos en Internet. Precisamente hoy, mientras me perdía en la red, he descubierto un “blog” muy curioso. Se trata de un controlador que me permite conocer la repercusión que tiene este “Diario de un periodista en paro”. Acostumbrado a hablar en una dirección, sin contar con muchas voces de respuesta, o esperando que cada vez haya más, me he encontrado con lectores inusitados que me provocan reacciones sorprendentes.

Observo, asombrado, los resultados consultados del pasado 15 de mayo al 14 de junio. Pues bien, compruebo cómo este diario, que puede volar a todas las parte del mundo, tiene un balance durante estos días de 708 visitas que proceden no sólo de España (541 visitas desde 12 ciudades), sino que abarcan cuatro continentes tan alejados como América, Asia o África.

En Europa, nueve de las visitas recibidas son de Francia; siete, de Italia; cuatro, de Alemania; dos, de Suiza; una, de Luxemburgo y otra, de Inglaterra. Desde Sudamérica hay 107, a través de 9 países: Perú (22), Venezuela (21), Colombia (19), Argentina (19), Chile (16), Ecuador (5), Bolivia (3), Uruguay (1) y Brasil (1). Del Caribe, se registraron tres de la República Dominicana (3) y una de Puerto Rico (1). Cuarenta proceden de centro América: 32 de México, 6 de Guatemala, 1 de Honduras y 1 de El Salvador. Y once de Norteamérica: 4 de Florida, tres de Nueva Jersey, dos de California y una de Texas. Pero lo que más me llama la atención son dos visitas de África del Este (Tanzania), y tres de Asia (Hong Kong, China y Turkey).
Lástima que estos lectores, que se limitan a leer los diferentes días de este diario, no incluyan, al mismo tiempo, una toma de contacto más real, dejando sus comentarios. Confieso que me llenaría de ilusión recibir estos escritos procedentes del mundo entero, en los que me dieran su opinión sobre los mismos, sea en castellano, sea en cualquier lengua. Un sueño que, quien sabe, alguna vez puede que ocurra. De todas maneras, me halaga saber que me leen desde tan lejos, a través de océanos y de continentes.

viernes, 15 de junio de 2007

15 de junio. Cordura frente a la muerte.

Si vivir sin torear –como dice José Tomás en una entrevista mantenida con Almudena Grandes en el País Semanal del último domingo de mayo– es no vivir y torear es una forma de estar en el mundo, yo renuncio a vivirlo y compartirlo. Para José Tomás, que vuelve a torear en el próximo domingo en Barcelona, tras un lustro alejado de los toros, vivir sin torear no es estar relajado, ni disfrutar de lo bueno de la vida. ¿Quiere acaso decir que me estoy perdiendo lo mejor de la vida? Insiste el torero que hay que contar con la posibilidad de morir, que hay que estar dispuesto a eso. Cuento con ello, pero lejos de las plazas de toros, en donde esta posibilidad se potencia sólo por lucirse ante el público. Insiste Tomás en que hay que tener miedo, aprender a superarlo, a gestionarlo, porque no se puede ignorar y es una locura renunciar a él. De acuerdo, pero cambiando la muleta por la pluma, el toro por el mundo.

Al contrario de él, para mí, vivir sin enfrentarme a esta muerte absurda en el ruedo es renunciar a esta costumbre de una España en decadencia. Me niego a participar en este espectáculo y en una “Fiesta” en la que se hace brotar innecesariamente la sangre del animal y se ensalza al torero que la provoca y se expone a perderla. Y no comprendo cómo esto es un arte y un orgullo nacional. Hay que mirar las cosas con ojos distintos de esos triunfadores. Y hay que enfrentarse a la realidad, que es mucho más dura y peligrosa que el toreo. Por eso, lejos del vocerío entusiasta y engañoso de las plazas, lejos de los que aman enfrentarse con la muerte, yo renuncio al toreo y a su parafernalia, pero no me escondo del mundo ni ahueco el ala cuando las circunstancias se imponen. Ni espero pasear en ruedo, a hombros de la suerte, ni conseguir ningún premio por provocar esta lucha a muerte.

Sin embargo, ello no impide que se levanten los entusiastas de las corridas. “¿Qué tiene este joven torero de 31 años?” –se pregunta el periodista Salvador Boix, amigo de este torero y autor de dos libros “Por los adentros” y “Reflexiones sobre José Tomás”– “¿Por qué genera tantas pasiones entre intelectuales y expertos, que aúnan a derecha e izquierda en el reconocimiento de su ‘savoir faire’ en un arte de capa caída entre la juventud?” Boix asegura que se trata de un torero que da tal emoción a la plaza, que pone los pelos de punta. “Desde que él no torea –comenta– no hemos vuelto a sentir lo mismo. ¿Por qué? Porque se colocaba en unos terrenos donde otros ni osan: entre los cuernos. Y aguantaba. Miraba a los ojos al animal y era capaz de domarlo en cuestión de minutos. Eso significa que corría más riesgo que los demás” Y ante la duda de si José Tomás ha vuelto por dinero, confiesa que no cree que lo haga por eso. “Tomás se negó a matar al toro de Adolfo Martín en Madrid –recuerda Boix (lo que le valió un expediente por parte de la Comunidad)– por vergüenza torera. Porque si no fue capaz de hacerse con el toro con cinco descabellos, no merecía matarlo”.

No lejos de las grandes corridas suena “Gallito”, de Santiago López, “Viva el rumbo”, de Cleto Zabala, “España Cañí”, de Pascual Marquina o “Suspiros de España”, de Antonio Álvarez. Reconozco que estos pasodobles son la esencia de la música taurina y, aunque esté en contra de este espectáculo, no me caen prendas cuando interpreto, en alguna de las bandas donde acudo, estas partituras con la ayuda de mi trompeta. Como no me disgusta interpretar la “Carmen”, de Bizet, el “Amparito Roca”, “La gracia de Dios” o el “Puenteareas”. Pero lo que siempre me he negado, aunque pierda la confianza del director que dirige, es a asistir a una corrida y participar sonoramente en ella, por muy bien pagado que el músico llegue a estar. Hasta aquí hemos llegado.

Aparte de esta supuesta lección de valor y valentía ofrecida por José Tomas, yo sigo en mis trece. Se lamentan los entendidos de que la “Fiesta” suene a entierro, se resista a morir y a ser definitivamente olvidada. Pero yo sé que, desgraciadamente para unos, afortunadamente para otros, llegará el día en que los toreros sólo serán un recuerdo y una añoranza del pasado. Será el día en que vuelva la cordura que hoy tanto nos falta.

miércoles, 13 de junio de 2007

13 de junio. Un corte de mangas.

Por mucho que mis estrecheces económicas impidan comprarme diariamente toda la prensa, como antes hacía, no puedo pasar mis jornadas sin leer algún periódico, además de escuchar las noticias por la radio o de verlas por televisión. Así que, para conseguirlo totalmente gratis, a menudo acudo a la biblioteca municipal en donde me doy un chapuzón refrescante entre los periódicos que encuentro y algunas revistas del día que están expuestas al público.

Soy consciente de que esos medios sólo me informan de lo que ellos consideran esencial. Y de que orientan a sus lectores a su modo, añadiendo los matices pertinentes, silenciando lo que les interesa callarse, y alardeando, sobre todo, de gozar de una sacrosanta libertad de informar. Pero no pocas de las informaciones que deberían ofrecer me las tengo que buscar por mi cuenta, leyendo entre líneas o buscando otros medios y conductos. De manera que a veces resulta más fácil enterarse de ciertas noticias al margen de las fuentes oficiales u oficiosas que en los papeles cargados de publicidad y de intereses creados, controlados por los propietarios de la comunicación.

Todos ellos pretenden informarme con todo detalle de los conflictos más lejanos. Y me permiten indagar cómo, desde distintos puntos del mundo, las guerras siguen alimentando odios, rencores y negocios de armas. Claramente me llega el chasquido de disparos o las salpicaduras de explosiones que hieren mi sensibilidad, curtida de desengaños varios y endurecida por la distancia y cierta indiferencia. La televisión intenta informarme de los sucesos más movidos y sangrientos. Es inútil no sentirse entonces alterado. Pero reconozco que las disputas y muertes a granel no logran siempre afectarme. Por malas que sean las noticias y por mucha sangre que haya, no me quitan las ganas de comer ni a los productores de mezclarlas con la sacrosanta publicidad. Y, en el momento de dormir la siesta, me siento un privilegiado, alcanzado la más perfecta de las inmunizaciones.

Pero, ante este intento de adaptarme a la vida moderna, tragándome todo lo que me presentan los medios de comunicación social, de vez en cuando siento una monumental indigestión, y vomito todo lo que he comido sin asimilar. Sólo entonces siento asco de cuanto he leído, visto u oído y mi cerebro permanece en blanco. Por esto, de vez en cuando me purgo de esta prensa, radio y televisión violenta y comercial y ayuno uno o dos días, aislándome de todo.

Antes, inmerso en esta sociedad de consumo, no tenía más remedio que insensibilizarme y seguir. Ahora, sin un trabajo remunerativo, puedo permitirme el lujo de pararme, apearme de este carromoto y hacer un corte de mangas a todo este tinglado.

lunes, 11 de junio de 2007

11 de junio. Un himno sin letra.

De un tiempo a esta parte, Mariano Rajoy, presidente del PP, sueña con poder cantar –dicen que en tres meses– el himno nacional con su propia letra. También Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español, Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo, el piloto toledano Álvaro Bautista o cualquiera de las personalidades de este país, intentan casar el himno nacional con la más guapa de las candidatas. Y pretenden convertirlo en un himno con letra que exalte los valores patrióticos, deportivos, de integración y de cohesión. Una letra que sirva tanto para los deportistas nacionales que suben al pódium, como para los héroes que entregan su vida por la patria. Una letra que, por supuesto, no agradará a todos por igual. Puede que entusiasme a unos, pero puede también que deje indiferente a otros o que disguste a los que no forman parte del mismo círculo. Y, en caso de confirmarse ésta y otras iniciativas, puede que haya tantas letras como grupos ideológicos en un país multicolor que no sólo tiene nombre –España–, sino también bandera nacional.

Hasta el momento, pese a la simplicidad melódica, a su carencia de modulaciones, a su hipotético “bajo” con sólo dos notas (la tónica y la dominante) y a su laconismo y brevedad, nadie ha discutido la música de este himno nacional. Pero basta con que dejemos que cualquiera flirtee con su letra para que se convierta en partidista y pierda su propia identidad. Ya se sabe: no hay cosa peor que desnudar a un santo para vestir a otro. Y volvemos a repetir la historia del pasado. Como pasa con La Marsellesa, cuyos acordes marciales intentan estar de acorde con una letra sanguinaria. De esta manera, intentamos convertir una simple marcha real en estado de célibe en otra con numerosos pretendientes. Con lo tranquilos que estuvimos tantas décadas con el himno a solas...

No lo tendrán nada fácil quienes buscan una letra de acuerdo con su ideología. Sobre todo los partidos políticos como el PP, cuyo presidente ya ha presentado en el Congreso una iniciativa para que se cree una comisión que elija letra en unos meses. Aunque luego está el paso del consenso. Ya lo advertía Miguel Ángel Moratinos, ministro de Asuntos Exteriores, quien confiesa emocionarse y ponérsele la carne de gallina al escuchar la Marcha Real: “La letra me parece bien y correcta siempre y cuando haya consenso y todo el mundo esté de acuerdo”. Pero encontrar consenso en la política es cosa harto difícil, cuando cuesta tanto llegar a un acuerdo en temas tan importantes como en la lucha contra el terrorismo.
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Ni siquiera organismos como la Iglesia Católica tendrán suficiente con la ayuda del Espíritu Santo. Algunos prelados, como Antonio Cañizares, ya ha declarado que “como español, me gustaría que tuviésemos una letra”. Por supuesto que todos sabemos cual es la letra que el cardenal Primado de España y arzobispo de Toledo defiende. Lo mismo sucede con los miembros del COE –y cuando una selección sale al campo, se quejan ellos, todos cantan su himno menos los españoles, que permanecen con la boca bien cerradita–, cuyas declaraciones al respecto no han sentado bien en las esferas políticas. Confieso que oír cantar su himno a alemanes, ingleses, franceses o rusos, en los partidos internacionales, puede crear cierta envidia por parte de los españoles que carecemos de letra. Aunque estoy seguro de que ésta, entusiasta y convincente, no permitiría que consiguiéramos más victorias contundentes. Otros harán pruebas con las letras inventadas por las peñas deportivas, donde hay tantos hinchas y forofos, seguidores y aficionados, jugadores, partidos y equipos. Y otros las llevarán a un concurso nacional. Uno más, dentro del amplio panorama de las letras españolas que, al parecer, sólo con premios entran. Y luego las cantarán con la música del himno nacional, tantas veces entonado irregularmente en manifestaciones, procesiones, fiestas patronales y, en actos de todo tipo hasta llegar a la bufa y al escarnio.

Después de lo cual, no me queda más remedio que lamentarme, una vez más. Eso no es serio, señores. Es, simplemente, chabacano, por muy popular que llegue a ser.

Por eso sigo pensando que, a veces, es mejor callarse y dejar que las notas interpreten sentimientos generalizados. Un silencio puede, a veces, decir más que cien palabras y una música bien interpretada, más que mil discursos preparados. Y a los políticos que andan preocupados por encontrar una letra al himno nacional les invitaría a que se preocuparan más por cosas importantes que de verdad afectan a todos o a una mayoría. ¿Cuántos de ellos se preocupan, por ejemplo, en que los millones de españoles que laboran tengan un trabajo digno o en que los parados que hay en nuestra geografía encuentren un trabajo?

viernes, 8 de junio de 2007

8 de junio. Las sonrisas del G-8



George Bush y Vladimir Putin durante la cumbre del G-8 del
pasado año (Reuters).

Atado de pies y manos por la lamentable realidad de un paro que me da todo el tiempo del mundo para ocuparme de lo que quiera y una libertad de pensamiento y palabra desconocida hasta este momento, aunque me obliga, repito, a una inmovilidad casi total, suelo asomarme, gracias Internet, a cualquier parte del mundo. Nadie impide que me traslade de esta manera adonde me plazca. Y, ayudado por este invento, me he permitido viajar con la imaginación, siguiendo la ruta del grupo de los ocho países más industrializados del mundo (G-8) que celebran su reunión número 33 desde que se fundó, en 1975, en la localidad francesa de Rambouillet. Una vez más, la reunión de los Ocho Grandes, ha sido precedida de continuas y permanentes protestas.

Hace seis años, con el inicio de este siglo, se reunieron en Génova, recibidos eufóricamente por un Berlusconi pletórico, asentado cómodamente en el poder económico y político y dispuesto a defenderlos por un ejército de policías. Todo marchó según lo planeado por el primer ministro italiano, encerrado con los invitados en la Zona Roja, hasta que, de pronto, alguien dio la orden de dispersar a los manifestantes, en la Zona Amarilla. Y todo se convirtió en un escenario dantesco, con torturas, malos tratos, detenciones ilegales y el desprecio absoluto por los derechos humanos. Tres horas de lucha encarnizada, con disparos policiales contra un joven manifestante italiano, “armado” con un simple extintor, provocándole la muerte, y centenares de detenidos. Fue la represión más violenta por parte de la policía.

Pese a ello, el portavoz de primer ministro italiano advirtió, con un cinismo a flor de piel, que “el Ejecutivo ha hecho lo posible para evitar la violencia”. Fue la reacción del liberalismo económico, con su fascismo siempre a cuestas. Todo sucedió en un desconcierto total, con un saldo de 228 heridos y más de 50 detenidos, mientras que los líderes de los siete países más ricos del mundo y el de Rusia, “encerrados en una ciudad aislada, pacífica y maravillosa”, hablaban de su globalización y de los problemas del Tercer Mundo, y rechazaban de plano la idea de suspender la cumbre y condenaban la violencia de una “pequeña minoría” de manifestantes.

Para ellos, los activistas anti-globalizadores eran proteccionistas que negaban el acceso a la riqueza a los países en desarrollo. Estados Unidos, dirigido por George W. Bush pretendía sacarles de la miseria. Y el entonces presidente del Gobierno español, José María Aznar, instaba a los socios de la Unión Europea a actuar coordinadamente para “controlar y limitar a los vándalos”. Imagino las cabezonadas que se estaría perdiendo el ministro Josep Piqué ante los jefes más poderosos de la tierra, tras haberse especializado en estos gestos de sumisión.

En la foto, de Morris Mac Matzen, varios "cabezudos" de la ONG británica
Osfam, en la playa Kuelungsborn (Alemania), cerca del lugar en donde el 8-G
se ha reunido para debatir y festejar la cumbre.


Desde entonces, los G-8 huyen de las grandes ciudades para reunirse en lugares inaccesibles para los manifestantes. Y, tras diversas citas en Canadá, Francia, EEUU, Reino Unido y Rusia, la cumbre se ha vuelto a reunir esta vez en la ciudad alemana de Rostok, repitiéndose las protestas de centenares de organizaciones. Cerca de 10.000 manifestantes consiguieron evitar los controles en carreteras, ferrocarriles y aeropuertos, burlando a 16.000 policías y accediendo a los 14 kilómetros de la valla metálica que protegían el balneario de Heiligendamm, a 20 kilómetros de Rostok, en donde los Ocho Grandes se habían reunido.

Del reducido grupo de tres miembros por delegación en estas reuniones se ha pasado a 2000 personas, entre consejeros y otros participantes. Y, paralelamente, el número de manifestantes que se enfrenta a una Policía cada vez dotada no ha dejado de crecer. Ésta no duda en utilizar cañones de agua, gases lacrimógenos, helicópteros sobrevolando, porras y armas, cuando lo considera preciso. Mientras tanto, borrachos de poder, los Ocho Grandes hablan sobre la evolución de la economía, la política y la sociedad mundial, y acuerdan líneas comunes de actuación en dichos campos. Aunque, en realidad, para ellos, que apenas se enteran de las manifestaciones de protesta por la apatía, la falta de transparencia y de entendimiento político que llevan consigo, más que tres días de discusión se convierten en tres jornadas de descanso. En ellas, se muestran implacables en el impulso de las políticas neoliberales, olvidándose olímpicamente de la lucha contra la pobreza, la cancelación de la deuda o la erradicación del sida. Por no mencionar sus promesas que son, año tras año, incumplidas. De ahí el aumento de las protestas y manifestaciones en contra.

Dominado por unos Estados que representan el 60 por ciento de la riqueza mundial y a poco más del 10 por ciento de su población, el G-8 diseña la globalización capitalista neoliberal y, en su seno, se podrían tomarse decisiones clave sobre la gestión de la política y la economía mundiales. Pero es sólo la apariencia que se intenta dar de estas cumbres. Porque, en realidad, no es difícil averiguar que los Ocho Grandes, en sus escenarios de lujo y arropados por miles de medidas policiales, se lo pasan bomba. Y porque, en el fondo, no son capaces de ponerse de acuerdo para lanzar un plan de recorte de emisiones que suceda al de Kioto. Ángela Merkel, la anfitriona de esta cumbre, proponía reducir un 50% las emisiones de CO para el 2050, pero Bush consideró que el G-8 no debe dictar la política a sus miembros y anunció que estaba dispuesto a trabajar sólo en el marco de las Naciones Unidas contra el calentamiento del planeta. El acuerdo alcanzado es para la reducción a la mitad de los gases con efecto invernadero para 2050, es decir, para cuando ninguno de ellos siga viviendo en este planeta. Y se pudo observar cómo Putin, guardián del grifo del petróleo que se había mostrado desafiante ante el proyecto unilateral de Bush de instalar un escudo antimisil en Polonia y República Checa, sonreía y bromeaba con el presidente americano. De manera que Merkel anunciaba a la prensa: “No es necesario mediar entre ambos. Como pueden ver, ellos ya se reúnen entre sí".

Lejos de los Grandes, pero a su sombra, unos 4.500 periodistas acreditados cuentan para sus diarios, revistas, radios y televisiones lo que cualquiera intuye: Que los países más poderosos de la tierra siguen burlándose de todos. Y que no hay decisiones, porque, en realidad, el Grupo de los Ocho no está dotado de ningún poder ni tiene la voluntad de cambiar nada, sino sólo hacer algunas aclaraciones, ciertas orientaciones y consensos y, sobre todo, cuenta con el placer de ver cómo el mundo entero está a sus pies para servirles.

miércoles, 6 de junio de 2007

6 de junio. El hombre que quiso ser español.


El pasado 2 de junio se celebraba el 104 aniversario del nacimiento de Max Aub. Pero ¿quién es este personaje cuyas obras son cada vez más leídas? La confección del libro “España, vista por sus exiliados”, me permitió redescubrirlo y conocerlo a fondo. Su biografía me subyugó y embelesó. Su infancia transcurre en París y en Montcornet (Norte de Francia). Max aprende a leer con “Les Miserables”, novela de Víctor Hugo y, a los doce años, además del latín, en el colegio, habla corrientemente el francés y el alemán, y se interesa por el español, lengua en la que sus padres se comunican cuando no quieren que nadie, en su entorno, incluyendo los niños, se entere de lo que hablan.

Al estallar la guerra entre alemanes y franceses, su padre, de viaje en Cádiz, recibe un aviso de que no regrese. Tanto él como su madre son de estirpe judía y, aunque no practican ninguna religión, han sido tratados como “sals juifs” (puercos judíos). A partir de este momento, su familia se instala en Valencia y Max se hace con nuevas amistades en el instituto. “Se es –llega a decir- de donde se hace el bachillerato”. Le apasiona la gastronomía popular de la tierra, sobre la que deja escritas páginas memorables, le entusiasma Baroja y llega a sentirse escritor valenciano. Pero, al terminar sus estudios de bachillerato, renuncia a la Universidad para dedicarse a ayudar a su padre. A través de sus viajes por Levante, Aragón y Cataluña, en los que vende bisutería, puede estudiar la psicología de las gentes y aprende sus gustos, los usos y costumbres de cada región.

En 1929, ingresa en el Partido Socialista Obrero Español. “En estos tiempos turbios de conservadores que se dicen liberales –confiesa a sus compañeros de partido–, de jóvenes que se proclaman reaccionarios, de intelectuales que coquetean con la fuerza de revolucionarios de café o manzanilla, os aseguro, compañeros, que en ningún sitio se encuentra tan a gusto un universitario, ni en ningún medio que más le esperance, que entre vosotros”. Y es a partir de la guerra que le sorprende en Madrid, cuando Aub, llega a fundir en su literatura las preocupaciones éticas con las estéticas.

A finales de julio de 1936, se hace cargo, en Valencia, del periódico “Verdad”. Entre diciembre y julio del 37, acompaña a Luis Araquistáin, embajador en París, como agregado cultural, colaborando en la organización del pabellón español para la Exposición Internacional del 37. Encarga una tabla a Joan Miró y un lienzo, el “Guernica”, a Picasso, que son expuestos en el Pabellón de España. A su regreso a Valencia, es nombrado secretario del Consejo Nacional de Teatro, presidido por Antonio Machado, en el que contribuye con algunas piezas. Escribe el guión de la película de André Malraux, “Sierra de Teruel”, que es proyectada por primera vez en París, en 1945, basada en un episodio de la novela “L’Espoir”, y, en enero de 1939, sale definitivamente de España.

En Francia, víctima de una denuncia falsa, Max es encarcelado, tras una comunicación de la embajada de la España franquista al Ministerio de Asuntos Exteriores francés, en la que se sugiere que se tomen las medidas necesarias contra Aub. Y es encerrado en diferentes campos de concentración hasta ser deportado a Argelia, en el campo de castigo de Djelfa. Al fin, en septiembre de 1942, es liberado y, a primeros de octubre de ese año, llega a Veracruz (México). Allí comienza a trabajar como prologuista, traductor, reseñista y guionista de cine, en diversas ocasiones, con Luis Buñuel, y colabora en periódicos mexicanos. Se afilia al Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica y es nombrado secretario de la Comisión Nacional de Cinematografía. Y elabora su obra más importante: “El laberinto mágico”, serie narrativa en torno a la guerra civil española: “Campo cerrado”, “Campo abierto”, “Campo del Moro”, “Campo del Francés”, “Campo de sangre” y “Campos de almendros”.

En 1959, el gobierno de Franco le deniega el permiso para visitar a su padre moribundo. Pero, diez años más tarde, lleva a cabo una estancia de tres meses en España, tras más de tres décadas de exilio. De esta experiencia nace “La gallina ciega” (1971), las sensaciones del exiliado que vuelve a su tierra. “Es el contraste –escribía E. Haro Tecglen– entre la España perdida y la recobrada, la sensación de extranjero en su tierra; la lucha interna entre lo que hay que aceptar, reconocer, y esa idea de que a veces tuvo el exilio de que España, sin su presencia, se había podido quedar seca. Es un homenaje a una generación a la que se arrebató todo menos la facultad de pensar limpiamente”.

Francisco Umbral, en un artículo publicado en “Ya”, el 30 de octubre de 1969 y titulado “El retorno de los brujos”, a propósito de la visita de Aub, expresaba su convicción generacional de la dificultad de un diálogo fecundo con los escritores exiliados, pues “un valle de silencio nos separa de estos tíos de América de la cultura española que ahora llegan tarde y, por lo tanto, es difícil ya que nos embrujen”. Según Manuel Aznar Soler, en el estudio introductivo de “La Gallina ciega”, Umbral da, en “Las palabras de la tribu”, una coz de mal gusto a Max Aub, mezclando la mentira biográfica deliberada y la bilis literaria más agria. Y cita el texto umbralesco que hace alusión a su varapalo: “Max Aub era un señorico que ni siquiera era español, sino un viajante de comercio suizo que llegó a España y se quedó. Su prosa es la que puede esperarse de un viajante de comercio suizo”. Aznar Soler asegura que Max está físicamente en España, pero que, espiritualmente, vive una historia pasada, la suya, que describe en las memorias “Soy un turista al revés –diagnostica con irónica lucidez–; vengo a ver lo que ya no existe”.

Algunas noticias de agencia dan por sentado que la vuelta de Max es definitiva. Pero el escritor anota lo contrario en su “Diario”, debido sobre todo a la falta de libertades públicas y a la falta de libertad de expresión. “Me vuelvo a México –escribe el 3 de octubre del 69–. España ya no es España. No es que haya muerto, como proclamara Cernuda y León Felipe. Normalmente, con los años pasados, es otra cosa. Y, como es natural, a mí me gusta menos. Era moza; ahora, llena de arrugas”.

Otra breve estancia de Max Aub en España, en 1972, cuando ya se le había diagnosticado una diabetes y sabía que la muerte le rondaba, le permitió despedirse de parientes y viejos amigos. Nueve días después de su regreso a México, el 22 de julio de 1972, moría en su exilio mexicano. En su testamento, rogaba que no se le pusieran flores ni se pronunciaran discursos y su voluntad fue respetada. La noticia llegó a España tarde, y, última ironía, en Valencia, pasó desapercibida, en medio del jolgorio de la Feria de Julio.

Camilo José Cela escribe una afectuosa despedida a sus viejos amigos, Américo Castro y Max Aub: “Max Aub, el compañero que –como Américo Castro– había honrado mi casa viviendo en ella y en estas páginas escribiendo en ellas, también ha muerto. Descanse en paz en el lejano Méjico hasta donde le había barrido el mal viento de la peor circunstancia. Amén”. Cela le había conocido en 1933, cuando tenía diecisiete años, en la dominical tertulia de casa de María Zambrano.

Luis Buñuel, otro exiliado que entonces vivía en México, describe las circunstancias de la muerte repentina de su amigo Max. “Murió de pronto –dice el conocido director de cine, quien esperaba, a su vez, su turno–, mientras jugaba a las cartas. Su cuerpo descansa en el Panteón Español, en un espacio rodeado de tumbas de niños”.

lunes, 4 de junio de 2007

4 de junio. Libreros sin prisas.

He pasado por una pequeña pero interesante librería madrileña en donde sólo exponen libros antiguos y muy pocos de actualidad, al contrario de lo que pasa en la Feria del Libro, en El Retiro, donde priman las novedades y donde perderse entre casetas, editores, autores, libreros y público curioso, forma parte de cierto snobismo cultural. En el escaparate de dicha librería con nombre de arrebato, hace tiempo había visto un ejemplar de Max Aub: Jusep Torres Campalans, la biografía de un pintor ficticio. Tenía ganas de hacerme con él y celebrar, a mi manera, el acontecimiento de la lectura. Sobre todo, después de haberme familiarizado con los exiliados españoles en un estudio que hice éstos y titulé: “La España, vista por sus exiliados”. Pero en el momento de entrar ya no se hallaba allí.

En efecto, el propietario, un chico joven, me comenta que, tras haberlo expuesto durante varios meses en su escaparate, en donde coloca todo lo interesante, raro, o exclusivo, decidió retirarlo de allí e introducirlo entre las filas del interior. “Se trata de un autor de culto, más que de gran público”, me explica mientras me lo muestra. “Por eso lo ponemos justo en el margen que creemos más asequible en el mercado”. Me intereso por su precio y me quedo sin habla al conocerlo. Cuesta 60 euros (casi 10.000 de las antiguas pesetas). Le pregunto por el motivo de que sea tan caro y me contesta que, aunque no es una primera edición, se trata de un libro muy cotizado y buscado. Ojeo las primeras páginas del mismo, en las que consta que pertenece a una edición de 1985. Me comenta que los de la primera edición costaban 90 euros, y que ellos intentan venderlo lo más barato posible. “Sin salirnos, por supuesto –añade, intentando sincerarse ante un posible cliente–, del precio del mercado porque a veces ocurre que, cuando lo hemos bajado mucho, son otros libreros los que nos lo compran para luego venderlo más caro en otras librerías”.

El librero me enseña la zona especial donde coloca los libros más interesantes, que no deja tocar ni manosear a la clientela. Sólo ojear desde lejos. El mencionado, de Max Aub, estuvo una temporada ahí, junto a libros que cuestan entre 100 ó 200 euros. “Ahí arriba tenemos los Aguilares, prácticamente todos –me explica, intentando hacerse conmigo–, Me refiero a la Colección Aguilar. Y, luego, los antiguos. Hay una primera edición de Alberti, otra de García Márquez, el primer libro que escribió, una de Ramón y Cajal... Los más especiales los guardo en mi casa. Tengo una primera edición de “Platero y yo”, que vale, en perfecto estado, cinco mil euros. Sí, sí, tal como lo oyes... Quedan tres o cuatro en todo el mundo. Claro que el precio de mercado siempre baja. Hay otro, de Valle Inclán, firmado por él. Son un tipo de libros que ya no se venden en librerías, sino en subastas, con lo que te expones y arriesgas tanto a que nadie lo compre como a que se ponga por las nubes. Pero yo no pienso subastarlo hasta dentro de mucho tiempo. No hay que tener prisas”.

En este sector estuvo el de Max Aub, hasta que decidió bajarlo y colocarlo en otros estantes en donde hay muchos otros, por no disponer de espacio suficiente para libros exclusivos. Pero, a pesar de estar al alcance de mis manos, tampoco esta vez pude hacerme con él ni con otros, debido a que no disponía del dinero que precisaba. Pienso que, si las circunstancias no cambian, tendré que conformarme leyéndolos en la Biblioteca Nacional, en donde me informé sobre este gran escritor y me quedé con un buen sabor de boca tras las primeras páginas saboreadas. Y es que los buenos libros no están al alcance de cualquiera, sino de cotizados bibliógrafos.

viernes, 1 de junio de 2007

1 de junio. Rice y Zapatero se verán las caras.


Condoleezza Rice, llega a nuestro país para normalizar las relaciones entre España y Estados Unidos, tras tres años de nulas conversaciones entre el Gobierno USA y el español, desde que José Luis Rodríguez Zapatero ocupara la presidencia, en abril del 2004. Pero, días pasados, Rice criticaba al Gobierno de España por sus recientes reuniones con representantes del Ejecutivo cubano y por no haberse visto con miembros de la disidencia en la isla. En efecto, España apuesta por el diálogo con Cuba, pese a las críticas de EEUU.

La visita de esta dama yanqui, que tanto toca el piano como bendice un bombardeo sobre Afganistán o conoce la autoría de los “vuelos de la Cía”, aprueba la normalización con EE.UU. Pero no puedo olvidarme de sus declaraciones en las que recuerda que los europeos “no deberían estar sorprendidos” por el programa de detenciones y “ha habido una buena cooperación entre EEUU y los países europeos en el marco de la guerra contra el terror”. Por cierto que, en un escrito firmado por dos asociaciones de abogados, una pro derechos humanos y varios particulares, se pide que el juez de la Audiencia Nacional, Ismael Moreno, cite a declarar como testigo a la secretaria de Estado estadounidense, aprovechando esa visita diplomática.

La primera vez que el presidente Bush, con el que Rice siempre cooperó, llegaba a España, recién nombrado Presidente de los EEUU, fue hace seis años, concretamente, el 12 de junio del 2001, recién pasado mi examen de Trompeta, Grado Medio, en el Conservatorio Profesional de Música de Arturo Soria. Recuerdo que tuve que interpretar dos ejercicios: uno de Arbán y otro de Herbert L. Clarke. Los estudios me salieron más o menos bien, pero con la sonata de Maurice Emmanuel, que interpreté acompañado de una pianista, me aturullé. A veces parecía que huía desesperadamente de mi acompañante, quien me perseguía; a veces me rezagaba sin conseguir darle alcance. Total, que el tribunal, considerando que esta era la última promoción del Plan del 66, teniendo especialmente presente mi constancia y mi edad, se apiadó de mí y me aprobó. Así que ya podía fardar de poseer el Diploma de instrumentista en Trompeta, un título que podría lucir en la pared de mi despacho para impresionar a los escasos amigos que me visitan. No creo que me sirva para nada más.

Después de esta dura prueba, me dirigí a la Biblioteca Nacional. Atravesé el pasadizo subterráneo del Paseo de Recoletos en donde me encontré, como de costumbre, a un indigente dormido directamente en el suelo, con una cestita al lado en la que alguien había depositado unas monedas. Hacía unos meses, en pleno invierno, eran un grupo de tres o cuatro que se atrincheraban durante las noches y parte del día entre cartones. Recuerdo que un día se fundieron las bombillas del pasadizo o alguien las rompió. Y las jovencitas que pasaban por el túnel salían histéricas y corriendo, al chocar involuntariamente, sin luz ni visibilidad, contra algún mendigo dormido y topar con aquella dura realidad. Claro que, el enfrentarse a ciegas contra la pobreza y la miseria en un túnel oscuro, asusta a cualquiera. Pero no creo que aquella rotura de la luz fuera provocada por aquellos indigentes. Me inclino a pensar en alguna acción de grupos de extrema derecha, de los que no quieren inmigrantes, ni negros, ni pobres ni mendicantes, que provocaran esta situación de pánico. Total, que, de repente, en primavera, desaparecieron todos –Hoy reaparecen decenas de indígenas en el paso subterráneo de la Plaza de España–. Pero al comenzar el verano, volvieron a aparecer algunos de ellos, instalándose en el mismo pasadizo, pero sin mantas ni cartones.

En el momento de entrar por la gran verja de la Biblioteca, un policía me impidió el paso. Había muchos más en el interior, y un grupo de gente, agolpada en las verjas, contemplaba cómo el edificio estaba acordonado.

-¿Alguna bomba? –pregunté al policía, que observaba detenidamente mi funda de piel sintética colgada a mis espaldas–. Es mi trompeta –me adelanté a explicarle, mientras me observaba, incrédulo. Y se la mostré para que quedara tranquilo. Siguió observándome con aire de pocos amigos y ni siquiera me contestó. Así que me separé de él y me uní al grupo de expectantes frente a la Biblioteca.

Muy pronto, observé cómo un grupo de guardias de seguridad y policías cedía el paso a una comitiva presidida por dos mujeres, una de ellas, vestida de blanco, algo alejadas de una multitud de fotógrafos de prensa que no dejaban de disparar sus cámaras. Pensé si no estaría ante la aparición de alguna virgen anunciando buenas nuevas. Pero muy pronto me di cuenta de mi equivocación. Una de aquellas señoras era Ana Botella, la mujer del presidente español, y la otra, Laura Bush, la consorte del presidente americano. Venían de visitar la Biblioteca, aunque dudo que, aparte de admirar los facsímiles, los grabados de Goya, Durero y Rembranndt, las partituras de música española, los originales de Leonardo de Vinci, la primera edición de El Quijote y un libro de horas de Carlos VIII de Francia, estuvieran interesadas en leer algún libro. Es más, estoy seguro que su presencia impidió a otros lectores como yo que aprovecháramos el tiempo, debiendo aguardar tontamente mientras observábamos el color de sus vestimentas y intentábamos distinguir si el número de botones que llevaban era tan numeroso como el de sus escoltas. Afortunadamente, las flamantes y admiradas esposas del presidente americano y español no tardaron en desaparecer en lujosos y seguros automóviles y la Policía cedió de nuevo el paso a los lectores de verdad.

Recuerdo cómo, en esta época, la prensa hablaba de la presencia de George W. Bush en Europa, habiendo elegido primero España –desde que Zapatero retirara las tropas españolas de Irak, nuestro país se convirtió en el último para Bush–. El presidente americano había sido acompañado por su escolta, por policías de seguridad y por cuarenticinco coches blindados, transportados en siete aviones y cuatro helicópteros. Bush había sido recibido en Barajas por Josep Piqué, el Ministro de Asuntos Exteriores, quien se inclinó repetidas veces ante él, en señal inequívoca de lameculos del Reino. El todopoderoso presidente de los EEUU, versión actual y modernizada de Bienvenido Mister Marsall, se había dirigido, en helicóptero, hasta Toledo, en donde Aznar, en la finca de Quintos de Mora que los periodistas americanos confundieron con el Rancho del presidente español, había mantenido una charla “extremadamente productiva” con él.

La industria armamentística y la petrolera había llevado a Bush a la presidencia de los EEUU, y eran sus intereses (de ellos) los que marcaran su política (de él). Sólo después de oír las manifestaciones de elogio de José María Aznar sobre las ideas defensivas de su homólogo norteamericano, comprendí la predisposición de éste por España. El apoyo de Aznar a favor del escudo antimisiles norteamericano podía desencadenar, si los demás presidentes europeos no cedían ante el mismo, una nueva carrera armamentística. No creía que cometieran el mismo desliz y se inclinaran tan bochornosamente como Aznar o Piqué. El espectáculo ofrecido por “uno de los aliados más fiables de los Estados Unidos”, según palabras de Bush quien se atrevió a numerar a España como “la octava economía industrial del mundo”, me pareció vergonzoso. Y me resistía a creer que todos los europeos cayeran en parecido servilismo.


Hoy, la visita de Rici no será tan sonada como la de un Bush encantado con su amigo, Asnar. Pero puede que sea el comienzo de una relación más estable o el final de una enemistad ideológica. O puede que el entendimiento entre ambos se haga definitivamente imposible.