miércoles, 31 de enero de 2007

31 de enero. Lo esencial para vivir

A estas alturas de mi vida, debo reconocer algo que no es muy propio de los mortales: sin poseer dinero ni confort, me considero moderadamente rico y feliz. Lo que me hace pensar que ni el dinero ni la seguridad, palabras que odio por su capacidad de ser tergiversadas, así como por sus múltiples y peores concatenaciones, sean esenciales para vivir en este mundo. Aunque la extrema pobreza e inseguridad tampoco contribuyen a conservar la propia dignidad e integridad de la persona. Me conformo con lo esencial para ir viviendo, entendiendo por esencial lo que permite vivir con lo justo día a día. Con algo más, comienzan los problemas y necesidades ficticias que van destruyendo la esencia de la persona humana.

Debo reconocer que sólo una parte ínfima de los terráqueos vive cómodamente, con los bolsillos repletos, y el corazón podrido. Y otra parte, todavía más pequeña, con todas las seguridades creadas en su entorno excepto con la que nace de un corazón noble y una conciencia tranquila. La mayoría sufre o ha pasado por etapas que rayan con la preocupación económica, cuando no con la pobreza, la marginalidad o con el estrés. Muy pocos logran ser pobres de corazón, y menos aún, pobres de solemnidad.

Así que he decidido, por mi parte, compartir lo poco que conservo y pararme cada día en un punto diferente de la calle, desde donde vea pasar el gentío con sus habituales prisas y extender mi mano. No para pedir una limosna, sino para ofrecer mi punto de vista de esta vida, sin exigir nada a cambio.

Y lo hago de la única manera qué sé: escribiendo y sintiendo la música. De momento, puedo disponer de todo el tiempo del mundo para dedicarme a lo que realmente me gusta. Fruto de estas dos vivencias son estos retazos de mi vida, manifestados en este diario.

No es que pretenda despreciar otros conocimientos y menesteres. Igualmente me gustaría saber pintar, hacer escultura, magia, prestidigitación, disfrutar de un paladar exquisito, orientar a los demás por la palabra o por las acciones, descubrir otras fuentes de inspiración y de compromiso... Pero, me conformo con esos dos elementos que sustentan mis últimos años de mi vida.

lunes, 29 de enero de 2007

29 de enero. En torno a la actualidad.

Hay quien sigue obcecado en reprocharme la ausencia de temas actuales en este diario. Aviso, una vez más, a navegantes desorientados. Este no es un diario, ni público ni privado, de la actualidad vigente. Hago hincapié en que, salvo en algunas ocasiones en que el caso lo requiera, como la muerte de Kapuscinski, en que me permití escribir sobre la desaparición del excepcional periodista, este diario no se basa en la novedad diaria sino en la experiencia de un periodista quien, en lugar de perseguir la noticia, toma su tiempo –casi seis años– para descifrarla, destriparla y ver cómo afecta a quien la describe. De hecho, fue escrito a inicios de este siglo. Lleva, por tanto, un retraso con respecto al momento presente y quién sabe cuánto tiempo respecto al futuro.

Insisto en que ni he intentado engancharme a la locomotora del presente ni ese supuesto retraso chirría en el mundo que me ha tocado vivir. Pero muchas de las observaciones de este periodista en paro no sólo podrían mantenerse en la actualidad, sino que, tal vez, seis años más tarde, no hayan perdido su vigencia.

Con ello no quiero, lo advertía en la presentación de este diario, que las opiniones expresadas, se queden un tanto en otra onda, desfasadas por completo. Pero considero que la actualidad de la que muchos viven esclavizados y de la que el periodismo hace su bastión de proa, es el tiempo más engañoso que existe. Es la excusa preferida por la derecha para no tener que enfrentarse a unos hechos del pasado. Recordar los viejos tiempos les produce urticaria. Sobre todo cuando es un pasado que puede comprometer su presente. En cambio, la izquierda ha intentado hurgar sobradamente en el ayer. Probablemente hasta llegar al poder. Sólo entonces parte de ella prefiera alienarse con la derecha. Todo depende del lugar en donde estemos, de cómo y quién mire el pasado y cómo se enfoque el futuro.

Cierto que muchos hechos del presente parecen nuevos y son mostrados como únicos e irrepetibles. Pero ¿quién sabe si no son los mismos de ayer, presentados bajo otros formatos o que incluso mañana no puedan repetirse?. Las circunstancias son múltiples y singulares, pero la historia es una eterna repetición que nunca deja de comenzar ni de terminar.

No sé si me he expresado con la suficiente claridad y corrección. En todo caso, quisiera conocer vuestra opinión, como personas del presente, sobre este diario que continuará apareciendo regularmente dos, tres, cuatro veces por semana o las que hagan falta, mientras me sienta unido de alguna manera con mis lectores. De esta manera, pienso seguir expresando lo que un periodista en paro discurre en su inopia y justeza de medios económicos.

viernes, 26 de enero de 2007

26 de enero. La muerte de Kapuscinsky.

De la prensa del corazón de los últimos años, al periodista de verdad que acaba de morir. Hace tres días que Ryszard Kapuscinski, uno de los grandes reporteros del mundo, ha dejado de existir. Kapuscinski, quien cubriera más de una veintena de revoluciones en doce países de África, Asia, América Latina, escapó en cuatro ocasiones a las garras de la muerte. Pero esta vez, el periodista polaco de 75 años, conocido internacionalmente por toda la profesión, no sobrevivió a una delicada operación. Y dejó, tras él, miles de artículos, reportajes y colaboraciones en The New York Times, Frankfurter Allgemeine Zeitung, El País y en la revista Times, así como 19 libros. Una obra no menos libre e independiente que su misma vida.

El periodismo, según la opinión de este experto que aceptaba el escepticismo, el realismo y la prudencia pero excluía siempre el cinismo, se encuentra entre las profesiones más gregarias que existen porque, sin los otros, no podemos hacer nada. “Sin la ayuda, la participación, la opinión y el pensamiento de los otros, no existimos... Ninguna sociedad moderna puede existir sin periodistas, pero los periodistas, no podemos existir sin la sociedad”.

Kapuscinski nos recuerda que trabajamos con la materia más delicada de este mundo: la gente. Y con nuestras palabras, con lo que escribimos sobre los demás, podemos destruirles la vida. “De ahí que el periodismo sea una actividad sumamente delicada. Y merezca la pena medir cada una de las palabras que usamos, porque cada una de ellas puede ser interpretada de manera viciosa por los enemigos de esa gente”.

En “Los cinco sentidos de un periodista” (estar, ver oír, compartir y pensar), Kapuscinki advierte que, hoy en día, está claro que, desde esta profesión, tampoco se puede manipular a la opinión pública. “La gente conoce la historia del mundo a través de los grandes medios. Y los poderosos de este mundo saben que, dominando la imagen que dan a conocer a la sociedad, operan sobre la mentalidad y la sensibilidad de las sociedades que gobiernan. De manera que, través de los medios –la televisión, la radio, los métodos de distribución electrónica–, nos hacen vivir cada vez menos en la historia real y cada vez más en la ficticia”.

Kapuscinski piensa que el lector es una persona activa, con sus opiniones y sus preferencias, que compra el periódico y pierde su tiempo leyéndonos porque confía en que va a encontrar en él respuestas a sus preguntas. Y si no las halla, dejará de leer al periódico y al periodista. “Sería interesante saber cuántos lectores de periódicos han dejado últimamente de leerlos por desconfiar de ellos. Siempre los ha habido, pero estoy seguro que nos alarmaría saber en qué proporción”.

El escritor nos advierte de que, desde un primer momento, el periodismo se hacía por ambición y por ideales, pero, desde que se advirtió que la noticia era negocio y que permitía ganar dinero pronto y en grandes cantidades, el ambiente de trabajo cambió en las redacciones. Ya no se buscaron las noticias por su interés, sino las que más impactaban y vendían. El periodismo dejó de ser una misión y los periodistas se limitaron a cumplir con los objetivos claros de los propietarios que distorsionaron la realidad para adaptarla a sus intereses.

“Eso creó una brecha –sostiene Kapuscinski– entre los dueños y gerentes de los medios y nosotros, los periodistas, porque ellos persiguen otros intereses y objetivos. Hoy, el jefe no pregunta al cronista que llega a hacer una cobertura si la noticia que trae es verdadera, sino si es interesante y si la puede vender. Este es el cambio más profundo en el mundo de los medios: el reemplazo de una ética por otra... Tras el ingreso del gran capital en los medios masivos, ese valor es reemplazado por la búsqueda de lo interesante o lo que se puede vender. Y, por verdadera que sea una información, carecerá de valor si no está en condiciones de interesar a un público que, por otro lado, es crecientemente caprichoso”

Estos conceptos, tan vinculados con el periodismo de hoy, tienen la suficiente seducción como para interesarme. Un periodismo que sigue, pese a todo, condicionado por la manipulación. Porque ayer, en la dictadura, funcionó la censura; pero hoy, una vez más, de acuerdo con Kapuscinski, en la democracia, resulta más adecuada la manipulación.

miércoles, 24 de enero de 2007

24 de enero. La prensa del corazón.

Observo con cierta preocupación cómo la llamada prensa del corazón, con sus dimes y diretes en torno a la insulsez y vacuidad de sus personajes preferidos, ha terminado por suplantar a la prensa seria. Se pierden horas en torno a asuntos escandalosos en los que nadie se salva de comentarios propios del chismorreo. Y me pregunto si un país con esta prensa que es incapaz de prescindir del comadreo, del bulo y del enredo, un país que dispone de cadenas televisivas dedicadas casi en un cincuenta por ciento a esos menesteres, de emisoras de radio con millones de radioescuchas pendientes, en horas punta, de sus programas de cotilleo, merece ser tenido en serio.

¿Qué se puede esperar de una sociedad cuya prensa del corazón, en los inicios del siglo XXI, estaba presente en 25 programas televisivos de las cadenas españolas y cuyos periódicos más serios se sintieron obligados a añadir y reforzar sus páginas sobre la llamada prensa rosa? Un país que confunde los personajes de las fotonovelas con los reales, que cuenta con cotizados fotógrafos caza-famosos y periodistas, obsesionados por tratar frívolamente cualquier tema o por convertirlo en lisonjero ¿merece ser tenido en cuenta?

Recuerdo una entrevista que mantuve, a principios de los años ochenta, con Jaime Peñafiel, un periodista que entonces trabajaba de redactor jefe en “Hola” y que, en sus comentarios, pretendía ser serio y comedido, sobre todo cuando hablaba de las diversas realezas europeas. “Nosotros –me contó Peñafiel– nos limitamos a contar los hechos. Yo voy a una boda o a una coronación y la cuento con los máximos detalles. Es el lector quien la califica de imbecilidad pero “Hola” no opina. Eso le ha permitido mantenerse a través de todos los regímenes: ayer, bajo Franco; hoy, bajo el Rey; mañana, bajo quien sea. Siempre hablaremos de la primera dama, sea la señora de Franco, sea la de Suárez, la de Calvo Sotelo o la del mismo Carrillo. Y siempre nos mantendremos independientes y conservaremos el mismo interés gracias a nuestras coordenadas”.

Desde entonces han pasado muchos años y los poderosos siguen mimando esta prensa y permiten que la clase media y baja se atiborre y hasta se indigeste con ella. Una prensa que, como aseguraba Peñafiel, “no hace daño a nadie, al contrario de la que critica y se ceba contra todas las injusticias”. Ya entonces Peñafiel se lamentaba del descenso general de las tiradas y de la falta de rigor de la misma. “Lo veo yo, que estoy diariamente en contacto con treinta o cuarenta agencias. Unas veces porque los propios protagonistas de las noticias se dejan manipular; otras, porque cualquiera monta una agencia de noticias y se lanza a la calle sin ninguna preparación; otras, en fin, porque se inventan las entrevistas… A parte de esto, los propios protagonistas te venden sus bodas, sus abortos, sus embarazos y sus crisis matrimoniales”.

Declaraciones que no han perdido ni pizca de actualidad y siguen hoy vigentes. Hay gente que monta una boda sólo para que las revistas del corazón hablen de ellos en momentos en que necesitan publicidad. “En este país –decía Peñafiel, medio escandalizado pero no por ello limpio de polvo y paja, como tantos periodistas, del escándalo ajeno–, ocurren cosas que no suceden en ningún otro sitio. Ha habido gente que ha simulado incluso un embarazo para vender la noticia por muchísimo dinero. Y han venido hasta ti para venderte la ‘exclusiva’, pidiéndote millones por unas simples declaraciones que, además, podían ser falsas…

“Hay famosos que han vendido en exclusiva las fotos del nacimiento de sus hijos. Total, que te preguntas: ¿dónde está la ética? Afortunadamente, ha habido también famosos muy honestos, como Víctor Manual y Ana Belén, del PC, que, al nacer su hijo y verse acorralados por los periodistas, regalaron a cada revista seis o siete fotografías para que no hicieran especulación con ellos. Ahí se ve la ética de las personas famosas”.

Dieciséis millones de pesetas pagó “La Revista”, del Grupo Zeta, de la que Peñafiel fue director por unos meses, por las fotos de la agonía y muerte de Franco; veintitrés, por la boda montada por Carmen Sevilla y Vicente Patuel, en traje goyesco de la novia y el “alquiler” del falso cura, un obrero que cobró tres millones por su colaboración; cuarenta millones se ganó Lola Flores en cuatro años por sus exclusivas vendidas en diferentes revistas y veinte más su hija Lolita por la publicación de sus memorias en “Diez Minutos”…

Y lo peor es que estos precios por mostrar el morbo y el desnudo se han acrecentado, mientras que una mayoría de trabajadores de la prensa sufren irregularidades y constantes desprecios por parte de los propietarios de los medios. Para éstos, lo más importante es que su prensa se venda cada vez más, aunque sea a costa de personajes como María Jiménez, Pepe Sancho, Ángel Cristo, Bárbaro Rey, la duquesa de Sevilla, Sofía de Habsburgo, Sara Montiel, Lucía y Diego, el Marqués de Griñón, Gumila y un largo etcétera que se han dedicado a sacar leche de las ubres de la prensa, contando las triquiñuelas de los famosos. Pero lo alarmante de esta prensa es que la curiosidad morbosa del vulgo siga creciendo, disparando las cifras de venta de los periódicos o semanarios, aunque sea a costa de una información menos libre e independiente que nunca.

Jaime Peñafiel se congratulaba de ser el periodista mejor pagado de España aunque no alcanzara a José María García, quien entonces superaba. “Eso no quiere decir que lo acepte todo –se apresuró a aclararme–. Te aseguro que, a veces, cuando me pongo a escribir sobre algún personaje, siento cómo la sangre me sube al rostro y me digo: ‘Yo a este tío le llamaría, como mínimo, cabrón’. Incluso lo escribiría en un pie de foto. Lo que pasa es que no puedo porque tengo que aceptar las reglas del juego y las coordenadas de la revista en la que trabajo. Esto es, quizás, lo único que te traumatiza en este trabajo. Que estás obligado a escribir no bien o mal, sino dando una imagen siempre agradable de personas que son unos auténticos hijos de puta o unos bandidos. Hasta el punto de sentir asco de la profesión”.

El caso es que, con las sumas astronómicas percibidas por los jerifaltes de la prensa del corazón, es difícil que renuncien a su trabajo. Todavía no conozco a ningún periodista que, por mucho asco que sienta por lo que hace, haya abandonado su cargo por este motivo. Al contrario, da la impresión de que es el sueño de no pocos profesionales de la prensa, radio y televisión. Cuanto más asco da el tema, mejor se sienten económicamente.

domingo, 21 de enero de 2007

22 de enero. Lanzando el anzuelo.

En la redacción de “Interviú”, en donde he trabajado casi cuatro lustros, cada lunes repetía el mismo gesto: cubría mi anzuelo con un atractivo cebo y lo lanzaba lo más lejos posible. Y, sentado al borde de la actualidad de la que vivían y siguen viviendo los periódicos y revistas, aguardaba el momento en que picaran para tirar con todas mis fuerzas. Pero, unas veces me aburría, esperando que picaran el anzuelo; otras, se comían limpiamente el cebo sin dejar rastro alguno y sin que yo lo apercibiera; otras, he visto el corcho sumergirse y, cuando he querido reaccionar, ya estaba de nuevo sin cebo. Aunque, afortunadamente, seguía con mi caña de pescar.

En ocasiones, cuando la suerte me ha acompañado, he lograba enganchar un pez gordo, sacándolo de un tirón certero. Pero, en otras, la suerte no ha estado de mi parte. Sobre todo cuando la elección de un tema cualquiera no ha coincidido con los objetivos del propietario del arte de la pesca, con lo que he tenido que ceder al deseo del dueño del artilugio e inclinarme a sus caprichos.

Con el tiempo, he llegado a comprender la importancia primordial de los propietarios de la prensa, así como la insignificancia del papel de los que lanzan el anzuelo y se limitan a obedecer a sus jefes, movidos por sus deseos partidistas. Los criterios de los primeros, empresariales, prevalecen siempre, con sus órdenes de ataque, sus concesiones y sus privilegios, sobre los de los segundos, profesionales. Con la excusa de que deben cuidar la empresa y velar por sus empleados, los empresarios de la prensa, según les conviene en cada momento, emiten sus órdenes y deseos a sus subalternos que se limitan a hacerlas cumplir a rajatabla, renunciando no pocas veces a sus principios ideológicos. De esta manera, la empresa de comunicación se puede convertir, unas veces, en acicate de gobernantes y poderosos, pero con fines puramente comerciales; otras, en una renuncia de la tarea puramente informativa, con el objetivo velado de conseguir más poder económico; o en un simple trueque publicitario a cambio de promesas futuras o de un trozo del pastel repartido.

De esta manera, este grupo de prensa, como otros, fue creciendo y creando a su alrededor todo un imperio mediático. Por supuesto, en este proceso, el propietario se encontró con redacciones contestatarias que impedían, según su punto de vista, el lógico devenir y crecimiento capitalista de la empresa. Y despidió a más de la mitad de la redacción, muchos de cuyos miembros se había destacado por su movimiento contestatario. Fue en 1995 y yo tenía ya 52 años. Con esa edad, y cada vez más lejos de este circuito y desprovisto del aparato de la prensa que me mantenía en contacto con los lectores, me he sumergido en el silencio de la mayoría, aletargado en el anonimato de las masas. Y, durante años, al igual que tantos compañeros, no he vuelto a levantar cabeza.

viernes, 19 de enero de 2007

19 de enero. Mi afición por la música.

Mi afición por la música despertó en mí antes que la de periodista. Comenzó a fraguarse en mi infancia y parte de mi juventud, pero, en los años de actividad periodística, estuvo latente, sin que mi trabajo permitiera desarrollarla como deseaba y convirtiéndose siempre como un pasatiempo o una afición complementaria. Sólo en los años de paro surgió con fuerza y me permitió su pleno desarrolló. Por lo que se cumplió el refrán de que no hay mal que por bien no venga.

Cuando tenía ocho años, mis padres me obligaron a estudiar los cursos de solfeo del Conservatorio de la Música con Don José, el secretario del Ayuntamiento de San Juan, un pueblucho ibicenco en el que mi padre, guardia civil sin graduación alguna, estaba destinado. Don José era un músico itinerante y, en sus ratos perdidos, me dio las primeras lecciones musicales. Ello me sirvió de base para interpretar fácilmente cualquier melodía con los instrumentos que posteriormente cayeron en mis manos: de cuerda, como la bandurria, el laúd, la guitarra; de viento, como flauta... A los 20 años, llegué a comprarme un acordeón que luego tuve que vender para poder viajar hasta París, en donde pasé tres años, trabajando y estudiando. A partir de entonces, me olvidé de la música, enfrentándome con las dificultades propias de un emigrante.

En 1987, cuando tenía 44 años, dos después de mi llegada a Madrid en donde compartí la redacción de la revista Interviú, me compré mi primera trompeta. Fue cuando me reconcilié con mis años infantiles de la música y comencé a estudiar, por mi cuenta y riesgo, este instrumento que me fascinaba, adquiriendo todos los defectos posibles. Un año más tarde, todo mi esfuerzo había sido inútil. Incluso añadiría que pernicioso, debido a que, si quería aprender de verdad, debía olvidarme de todo lo que había aprendido mal hasta entonces y recomenzar de cero.

Me matriculé en el Conservatorio de la Música de Arturo Soria con la intención de pasar el examen de ingreso y fui a clases con la esperanza de llegar a entenderme un día con ese instrumento. Sabía que podía pasar tiempo antes de intentar compenetrarme con él. Y sufrí un lento y constante aprendizaje, con continuos avances y retrocesos.

Recuerdo las primeras clases, en 1988, con una mayoría de compañeros menores que yo. El tercer día que acudía al Conservatorio, me encontré con los profesores y alumnos que aguardaban juntos en la calle, cargados con sus instrumentos, delante del edificio. El aviso de una bomba les había obligado a despejar las salas, que se quedaron vacías durante una hora, hasta que se confirmó que todo había sido una falsa alarma. Resultaba, en efecto, difícil y ridículo que un Conservatorio de Música fuera amenazado por terroristas.

Comenzaba a defenderme con este instrumento, pero mi sorpresa fue mayúscula al presentarme al examen y comprobar cómo me suspendían. Hablé con Antonio Ávila, un afamado trompetista que me dio la primera clase que terminó por hundirme la moral. Todo lo que había estudiado solo, lo había aprendido mal: la posición de la boquilla, la manera de respirar, la ausencia de matizaciones… La verdad es que aquella primera clase no podía ser más catastrófica. Mi profesor me demostró que no era capaz de hacer ni una sola nota limpia. No sabía apianar paulatinamente y, en los momentos más álgidos, me salían bufidos lamentables. Así que volví a comenzar y me olvidé de todo lo aprendido hasta el momento por mi cuenta.

En los largos meses y años de aprendizaje, en los que combiné mi trabajo en prensa con los escasos tiempos libres dedicados al flirteo con la trompeta, sufrí momentos de crisis en los que sentí ganas de arrojar el instrumento contra las baldosas, pisarlo, saltar sobre él, hacerlo añicos…Todo, menos acercármelo a los labios. Me repetía insistentemente que, antes de que la trompeta acabara conmigo, yo acabaría con ella. Y descubrí cómo, lamentablemente, había cierta incompetencia entre ella y yo.

No me faltaron las ganas de olvidarme para siempre de ese dichoso y odioso instrumento. A mi edad, no estaba ya para esos trotes, sobre todo, considerando que se trataba de uno de los instrumentos más difíciles de dominar correctamente. Pero insistí, por tozudez.

Pensé que todo había sido consecuencia de un capricho tardío. Había aprovechado la ocasión de comprármela y, con la ingenua teoría de que, una vez dominadas las primeras notas, ya me faltaba poco para creerme potencialmente un virtuoso, seguí emperrado en tocarla a toda costa. Ahora, sin embargo, me llegaban las consecuencias de este matrimonio mal avenido, fruto de mi inmadura apetencia musical. Pero no perdía las esperanzas de poder un día entenderme con ella y de entregarme con la misma delicadeza y potencia con que uno se entrega a su amante.

Durante años, esa fue mi lucha constante. De vez en cuando, este instrumento me deparaba agradables sorpresas, pero, a menudo, se convertía en pasatiempo costoso, entretenimiento duro y relajamiento tenso. Todo lo contrario de lo que, en realidad, debería ser, según mi profesor José Miguel Sanbartolomé, sin el cual no hubiera podido conseguir el Diploma de Instrumentista en el Conservatorio. Sólo, en ciertos días de lucidez mental y de preparación física, la trompeta me abría las puertas de su misterio y me perdía con ella por senderos inauditos. De ese enamoramiento tardío, sostenido por mi porfía en atrapar, clara y transparentemente, su sonido, a la vez, tierno y poderoso, ha surgido un amor platónico que ha llegado a pasión desmedida, a medida que el periodismo me ha abandonando en la estacada. Y se ha convertido en una adicción casi enfermiza cuyo eco oigo a menudo en la sombra de mis sueños.

miércoles, 17 de enero de 2007

17 de enero. Perdido, en la Biblioteca Nacional.

Me preocupa mi acentuada debilidad por el despiste. En mi cada vez más cerrado mundo –sólo voy a Madrid una o dos veces por semana, cuando debo ir a clase de trompeta en el Conservatorio Profesional de Música o a la Biblioteca Nacional, en donde paso horas–, tengo dudas y perturbaciones relacionadas con mi vida corriente. Suelo olvidarme de las cosas más elementales y corrientes del día, del mes, o de la semana que transcurre. Sin embargo, recuerdo a la perfección los elementos más trascendentales de mi vida interior, así como los detalles más insignificantes de mi devenir personal cuando realmente me interesan. Lo que provoca situaciones de cierto malestar de cara a las personas que no me conocen o las que creen conocerme pero que se quedan en la periferia.

Lo ocurrido hoy en la Biblioteca Nacional, en donde he estado consultando el libro sobre el nazismo “La Alemania neonazi y sus ramificaciones en España y Europa”, de Michael Schmidt y César Vidal, es un ejemplo de lo que digo.

(Debo recordar, entre paréntesis, que mi libro de ensayo titulado “Memorias en Si mayor”, que trata del nazismo en el siglo XX contado por un músico danés, hijo de un nazi, fue terminado en mayo pasado y presentado a Ediciones Akal, en donde el propietario y director, Ramón Akal, me había animado a escribirlo. Igualmente, se lo mandé a Enrique Múgica, quien había hecho ciertas declaraciones sobre el nazismo que me habían sugerido que podría escribir un buen prólogo. Pero el recién nombrado Defensor del Pueblo, interesado sobre todo por el editor del libro, se quedó con la copia del mismo sin que nunca me haya contestado. En cuanto al editor de Akal, me lo devolvió por correo sin ninguna explicación, ni directa ni indirecta. Por más que insistí en hablar con él, nunca conseguí que se pusiera al teléfono. Era como una maldición, sin que llegara a saber el motivo de la misma. Así que opté por acudir a otras editoriales, mientras que sigo visitando la Biblioteca Nacional, ampliando conocimientos sobre el tema)

Había bajado a la cafetería en donde sirven comida y bebida y me disponía a sentarme con mi bandeja preparada para un ágape frugal. Eran las tres de la tarde y mi estómago ya manifestaba ciertos ruidillos de protesta. Así que, tras merodear en busca de una mesa para sentarme y comer, observé una plaza libre. Era una mesa ocupada sólo por una hermosa muchacha de largas piernas, a la que pregunté si aquel puesto frente a ella estaba ya ocupado. Me contestó que no y, una vez instalado, intenté no mirarla de frente, recogiendo mi mirada sobre los alimentos. Pero, cuando cogí el vaso de cerveza y me dispuse a beber, enseguida noté que ésta no era sin alcohol, tan como había pedido, sino que lo llevaba con todos sus grados. Me levanté con la botella para confirmar que me la habían servido equivocadamente, pero ésta tropezó con mis dedos y su contenido se desparramó sobre la mesa, amenazando a mi compañera que comía mientras leía un libro.

Las excusas y aspavientos de disculpa por tal torpeza fluyeron en mi boca, mientras ella se afanaba por recoger, en servilletas de papel, las oleadas de cerveza que le llegaban. “No te preocupes –me dijo mientras sonreía, no sé si con cierta excusa o desesperación–. La riada no ha llegado más que al borde”.

“Lo siento –me disculpé apesadumbrado–. De verdad que lo siento. Estaba mirando si mi cerveza era sin alcohol, como la pedí, cuando me cayó de las manos. Por cierto, es con alcohol, así que voy a protestar por tal equivocación”.

A continuación, me levanté y fui a devolver aquella botella que un empleado, de muy de mala gana, me cambió por otra sin alcohol. Él estaba convencido de que yo no había especificado si la quería con o sin alcohol. Insistí en que sí lo había dicho, pero, ante su persistencia, llegué a dudar de mi propia certeza. Total, que cuando llegué de nuevo a mi mesa, mi vecina había optado por levantar un parapeto con servilletas que embebían aquella cerveza.

Me dio la impresión que terminaba su comida a marchas forzadas, con tal de no continuar en aquel trance. Continué con mi mirada fija en mi bandeja pero insistí en pedirle perdón, señalando mi nueva botella, esta vez sin alcohol, que se movió ligeramente al tocarla involuntariamente. Temiendo que la cerveza volviera a rodar por la mesa repleta de servilletas empapadas, sonrió nerviosamente y, en un santiamén, terminó. Luego, se dispuso a levantarse y se despidió con otra sonrisa de su vecino y compañero de mesa, distraído y manazas como nadie. Sin duda era, en aquel comedor, el único lector sin la menor previsión por lo que podía llegar a provocar con sus despistes cada vez más alarmantes.

lunes, 15 de enero de 2007

15 de enero. Rosa Montero y Maruja Torres.

De los periodistas que me proporcionaron otros puntos de vista, destaco el de dos profesionales que terminaron en las páginas de El País o dieron el salto desde ellas. Me refiero a Rosa Montero y a Maruja Torres. La primera era, a principios de los ochenta, redactora jefe de El País Semanal. Tenía entonces treinta años y había empezado a hacer periodismo casi por casualidad, porque le gustaba escribir. “Empecé –me contó– haciendo prácticas en Información, de Alicante, a los 18 años y rodé por muchas redacciones y medios: en el boletín de José María García, entonces llamado el “Butanito”, en una revista del Ministerio de Agricultura, en una femenina del Opus y en otros medios como Ama, Gentleman, Garbo, Contrates, Personas, Hermano Lobo, Fotogramas, El Indiscreto…” Rosa llegó a colaborar en 14 publicaciones a la vez. Estuvo en el diario Pueblo, en el que dice haberse sentido a disgusto; en Arriba, infestado de “rojos” camuflados, y desembocó en El País, donde escribía las entrevistas en el suplemento de los domingos.

“Ahora que he descubierto lo de los libros –me comentó Rosa–, el periodismo ya no me gusta. Si de mí dependiera, lo dejaba ahora mismo y me dedicaba a escribir libros. Lo que pasa es que esto no da para vivir. Heme, pues, aquí con un montón de problemas periodísticos, porque ahora empiezo a tener problemas serios derivados de mi posición y trabajo. Y trabajar como yo lo he hecho te quita el gusto del periodismo. Me da angustias e inseguridad. Por esto acepté, por cambiar, el puesto de redactora jefe del suplemento de El País. Cuando me lo ofrecieron, pensé en rechazarlo, pero luego me dije que qué coño iba a hacer yo si ya lo había hecho todo”.

En el final de los años ochenta, Rosa Montero escribía el programa de televisión “Media naranja”. Luego, escribió otros y cualquiera hubiera hablado de su apego por este medio, pese a su confesado odio por la pequeña pantalla confesado por ella en mi entrevista, en la que me enteré que había invitado a colaborar en El País a Maruja Torres, que vivía en Barcelona.

Vino Maruja a la capital porque “en Barcelona, no pasa nada y se han empeñado en que siga sin pasar –me contó en estas mismas fechas, coincidiendo con sus inicios periodísticos en Madrid–. Vine aquí porque es donde más trabajo hay. Antes, por conformismo y comodidad, no me había movido de Barcelona, que es para mí como un útero”.

Nacida en el Barrio Chino de Barcelona e hija de murcianos emigrados, Maruja empezó, a los catorce años a trabajar en unas oficinas de Almacenes Capitolio. “Nunca pude hacer el bachillerato ni tengo el carné de prensa –me desveló –. Allí llevaba los botijos y recogía lápices que a las hijas de puta de las jefas de sección se les caían. Lo tenían a cinco palmos de su manita, y me llamaban a mí, que estaba a quinientos metros, para que se los recogiera”. Un día manda una carta a un consultorio de un periódico. Gustó y la llamaron. Comenzó a trabajar de secretaria de redacción en la prensa del Movimiento. Llevaba una página femenina y, los domingos, por la tarde, tomaba en taquigrafía las crónicas de los partidos de fútbol de segunda división.

Maruja Torres había pasado anteriormente por Garbo, Fotogramas, Primera Plana, Muchas Gracias, Matarratos, El Papus, Nacional Show, Tele Express, Mundo Diario, Gaceta Ilustrada y Por favor. Sin estar metida de lleno en la prensa del corazón, siempre la rozó. “Ni me gusta ni me interesa para nada –me comentó entonces–, pero me inspira curiosidad porque es un fenómeno curioso. Seguramente, en este país, es la prensa que nunca se va a ir al carajo porque siempre la van a comprar. De todas formas, te diré que los personajes del corazón terminan siempre por aburrirme porque son seres muy vacíos y poco interesantes, con poquísimas excepciones, y esas son generalmente del corazón, a pesar suyo”.

También ella terminó por escribir libros que la publicidad ayudaron sin duda a vender. “En esta novela –rezaba la contraportada de “Mientras vivimos”, Premio Planeta 2000 que había llegado por el momento a su octava edición, superando los trescientos mil ejemplares– se cuenta una magnífica historia que consagra a Maruja Torres como una de las grandes novelistas de nuestros días”. ¿Qué mejor publicidad que ésta puede un escritor desear, aunque peque de exagerada?

Maruja sufrió uno de los procesos del franquismo al escribir para Garbo, cuando intentaba
destacar en la prensa del corazón. Eran los tiempos en que Luis Miguel Dominguín se dejaba fotografiar con su amante, sentada en las rodillas, y explicaba que se querían mucho y que eran felices. Sus declaraciones y fotografías fueron consideradas escándalo público por lo que cerraron la revista, que recogía el texto de agencia. Y aunque se limitaba a darle forma y estilo, la consideraron cómplice del asunto. “Afortunadamente, nos absolvieron pero luego, desde El Pardo, instaron a que el Supremo nos condenara. Porque parece ser que querían dar une escarmiento y demostrar que alguien que iba de cacería con el Generalísimo no podía llevar una vida relajada”.

Maruja tuvo otros procesos en Por Favor y en Matarratos, y siempre por escándalo público. “Tenía, en esta última, un serial que se titulaba ‘Pata abierta ante el futuro’ que era la historia de una muchacha hija de una lagarterana y del presidente del FBI, que se paseaba por el panorama de los últimos años del franquismo sin ningún respeto por nadie. “Ahí me procesaron y, por fortuna, me absolvieron con un gran cachondeo de todos. También nos cerraron Por Favor durante cuatro meses. Fue el muy democrático Pío Cabanillas”.

Como entrevistadora, a Maruja Torres le gustaba el momento en que se rompía el personaje y la persona entrevistada comenzaba a contar tal como era…”Suele ser gente que se confía enseguida. Yo, en su lugar, no concedería ninguna entrevista. Pero, con ellos, siempre me quedo muy encogidita y mona. Como si les diera motivo para pensar: Esta pobre periodista feucha no se entera de nada. Y yo: flu, flu, flu, alargando la entrevista con cara de gilipollas. Es un sistema que me ha servido con la gente del corazón y con todo el mundo. La gente es increíblemente vanidosa. El entrevistado siempre piensa que es más inteligente que tú”.

Maruja me confesó entonces que no era ni monárquica ni juancarlista, aunque reconoció que el Rey era un personaje que sirve de fuente para las revistas del corazón. “Tú sabes lo angustioso que es el agosto, cuando no sucede nada. Menos mal que, de repente, los Reyes se van a Mallorca, al palacio Marivent, lo que les da a esta prensa para varias páginas. Y así durante su estancia en Mallorca. Y si, a la semana siguiente, el príncipe se rompe la barbilla, más páginas sobre el tema. Y no te digo nada cuando empiece a ir de crucero por ahí, a ver si pesca princesa…”.

Hoy, Maruja ya ha aprendido demasiado de la vida y ya no cuenta tan gratuitamente estas vivencias. Lo presentí cuando, en 1997, le pedí que me escribiera un prologo para mi libro “Zeta, el imperio del zorro”. Se disculpó, hablando de sus múltiples trabajos así como interesándose ante todo por lo que le iban a pagar por ello. Por lo visto no debió verlo muy claro cuando no volví a saber nada más de ella. Claro que el libro era una fuerte crítica sobre Antonio Asensio, del Grupo Zeta, del que ya en mi primer encuentro con ella me había confesado que le hubiera gustado entrevistarlo. “Me gustaría saber –me comentó entonces–, qué tiene dentro de su cabeza”.

viernes, 12 de enero de 2007

12 de enero. Carmen Alcalde.

Mis relaciones con mis compañeros de la prensa han sido siempre lo suficiente afectivas como para no despertar recelos innecesarios pero lo suficiente tirantes como para no crear lazos de endogamia. A lo largo de estos años he conocido a colegas que nunca dudaron que sus jefes siempre tenían razón. Más que la verdad y la objetividad, se preocuparon por halagar a los propietarios de los medios, cuyos objetivos a menudo no coincidían con los de la ética profesional. Y se desvelaron por halagarles, olvidándose de lo que al lector le preocupaba.

Otros, más interesados por la verdad y objetividad, se han visto poco a poco apartados y hundidos ante la indiferencia de sus jefes. Y, lamentablemente, tengo que reconocer que, sin el sostén del periódico, revista, radio o televisión, la personalidad de no pocos de los profesionales del periodismo se nos encoge a pasos agigantados por no decir que se nos atrofia definitivamente. Sin la constante zalamería, adulación y requiebro para con los que les dan de comer, los profesionales del periodismo que han triunfado se mantienen difícilmente en el candelero. Es triste, pero es así. Son las graves hipotecas de los que se dedican a estos menesteres, fácilmente sustituibles cuando no interesan a los propietarios de los mismos. Lo que sucede con harta frecuencia.

Y resulta divertido comprobar cómo estas verdades no son, por lo general, desveladas por ninguno de los que se mantienen en la cima de la gloria, bajo pena de perder su peana o su aureola. Por otra parte, siempre me ha interesado estudiar detenidamente la personalidad de algunos jerifaltes del periodismo. Por eso me entrevisté con algunos de ellos y llegué a mis propias conclusiones.

Carmen Alcalde, una periodista catalana que trabajó en Destino, Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, La Vanguardia, Presencia y Vindicación Feminista, me contestaba en 1982 a estas cuestiones con gran sinceridad por su parte. Según ella, los tiempos habían cambiado, pero no la mentalidad del periodismo español. Porque los periodistas estaban obligados no pocas veces a mentir, según quisiera el director o la empresa, o a largarse. “Cuando un periodista pretende decir toda la verdad y no mentir ni silenciar nada –me confesó–, sólo le quedan dos opciones: o seguir en la brecha y arriesgarse al hambre, o acceder a la manipulación, al engaño y a la invención. Yo diría que los periodistas que siempre quieren decir toda la verdad llegan a encontrarse absolutamente marginados, amén de topar con todos los problemas administrativos y legales que puede haber”.

Carmen Alcalde estaba convencida de que la prensa más serie tenía entonces instintos sexistas, al responder a una sociedad sexista. ¿Sigue hoy en la misma tesitura? A mi pregunta de qué le parecía más justo, en una monarquía como la española: Rey o Reina, me respondió sin dudarlo un instante: “De verdad que me da lo mismo. No me conmueve ni tener un Rey, ni una Reina. Lo que a mí me gustaría es tener una República”.

Estas declaraciones, que nunca fueron publicadas en ningún medio, me hicieron reflexionar. Sobre todo cuando añadió: “Vivimos en un sistema que impide llegar a decir toda la verdad y que margina a aquellos periodistas honestos, empecinados en perseguirla. Un sistema en el que, cuando un profesional quiera decir la verdad a toda costa, siempre arriesga el pan y la sal”.

miércoles, 10 de enero de 2007

10 de enero del 2001. Abel Matutes.

En 1988, la dirección de “Interviú” permitió que Rafa Gómez Parra acudiera a Andalucía para que se informara sobre Cupimar S. A. (Cultivos Piscícolo-Marítimos, S. A.), una empresa del entonces comisario europeo, Abel Matutes, que se extendía en más de 2000 hectáreas en la bahía de Cádiz. El Comité de Pesca de Estructuras de la Comunidad Económica Europea había aprobado las subvenciones para las piscifactorías gaditanas y Cupimar era una de las afortunadas. Recibía ayudas de la CEE, del Estatuto y de la Junta de Andalucía. Más de 500 millones del Fondo Europeo para el Desarrollo de la Agricultura y Ganadería, de la ZUR de Cádiz, del FROM y del GAEA.

El escándalo había saltado cuando, a finales de agosto de aquel año, aparecieron en las piscifactorías amigos del comisario europeo, entre los que se encontraba a Txiqui Benegas, a la sazón secretario general del PSOE. Ante la sorpresa de Lázaro Rosa Jordán, administrador de Cupimar, quien le preguntara qué hacía él en una empresa de un enemigo político, Benegas contestó: Que no estemos de acuerdo en lo político no quiere decir que no seamos amigos y que yo no apoye todo lo que sea creación de empresa, puestos de trabajo, etcétera. El reportaje de Gómez Parra fue igualmente congelado en Zeta por motivos de alta empresa.

A lo largo de mis veinticinco años de periodista, además de Matutes, otros tres personajes se querellaron conmigo: la apodada princesa Smilja Mihailovich, amiga de Matutes, hoy muerta y enterrada en la isla; el magistrado Penalba, y el ex presidente de AEPA, Adolfo Sánchez Martín. La falsa princesa lo hizo, al aparecer en “Interviú” un reportaje mío sobre la Moda Adlib: “Una pseudo princesa con mucho tupé”. El tema sirvió para que Smilja hablara constantemente mal de mí en todos los actos en los que se encontraba con periodistas afines. Tras varios años en litigio, la querella fue retirada por ella, quien se hizo confidente de Julián Lago, director de “Tiempo”, y de otros periodistas que la floreaban constantemente.

Por su parte, Carlos Lorenzo Penalba se querelló por injurias por otro reportaje en El Periódico de Catalunya, en el que hablaba de sus actuaciones, siendo magistrado de Palma. El Tribunal nos condenó a mí y a los otros periodistas que firmábamos el trabajo no porque no dijéramos la verdad, sino porque, según los magistrados, intentábamos desprestigiarle. Pero, en julio de 1988, el magistrado fue condenado a la pena de seis años y cuatro meses de prisión y a pagar 38 millones de pesetas por delitos de cohecho (soborno) y falsedad de documentos. En cuanto a Adolfo Sánchez Martí, manifestó ante el juez que él no me hizo ninguna declaración, por lo que aporté la prueba de una cinta magnetofónica en la que estaba grabada la entrevista y el juez archivó la causa.

No me arrepiento de haber escrito ninguno de estos temas. En cambio, sí me pesa la incongruencia que supone el hecho de que, en Zeta, en la que trabajé casi veinte años, no salieran a la luz numerosos reportajes por conveniencias de la propia empresa, por miedo, mala organización o conveniencias de la misma. Y puedo asegurar que el número de ellos llegó a igualar a los que sí se publicaron.

Hacía más de diez años que había visitado por última vez Ibiza y ya me pareció totalmente ida. En esta ocasión me daba la impresión de enfrentarme con otra isla, disfrazada, maquillada, agazapada por los signos del poder extranjero que la hacían más universal, pero vaciada de la personalidad que poseía desde hacía siglos. Ibiza estaba, en efecto, comprada, vendida y revendida palmo a palmo. Los negocios especulativos fluctuaban sobre sus caderas y pechos de doncella desvirgada. Una isla en poder del dinero negro, de mafiosos internacionales, de delincuentes europeos que se habían hecho fácilmente con ella y la habían prostituido a su antojo en noches interminables de ácidos, alucinógenos y drogas de nueva explotación. La habían pinchado con inyecciones hormonales, floreciendo sobre ella un desarrollo capitalista que le daba la apariencia de prostituta rica que pavoneaba de sus clientes.

martes, 9 de enero de 2007

9 de enero del 2001. Vuelo a Ibiza.

Vuelo a Ibiza, en donde mi hermano me ha invitado a pasar unos días. A vista de pájaro, la isla blanca me ha parecido rebosante de colores y recuerdos. En pleno invierno, duerme y sueña horas de amodorramiento y letargo. La oigo respirar en su lecho marino y la observo mientras estira perezosamente sus miembros, cansados. Pronto llegará el amanecer de un verano más, alocada por la vorágine de sus turistas y metamorfoseada por lo que cuentan de ella los foráneos y extranjeros que le han dado la fama, suplantando su personalidad.

Pasé toda mi infancia y adolescencia en la isla, abandonándola en 1966. Desde entonces, Ibiza ha cambiado totalmente y ya no es la misma. Personajes como Matutes, que desempeñó, además de su papel de empresario, otros cargos de alcalde, Senador y Comisario Europeo, han permanecido fieles a su concepción caciquil de la isla, ampliando considerablemente sus poderes y convirtiéndola en su amante.

Todavía recuerdo cómo me interpuso una querella cuando, en agosto de 1977, aparecía en “Primera Plana”, del Grupo Zeta, un reportaje que llevaba por título Matutes, el corsario del sol, firmado por José María Sulleiro. Matutes pensó que era mi seudónimo y me achacó la responsabilidad del mismo. “No puedo impedir que un irresponsable –exponía en una entrevista en el “Diario de Ibiza”–, un elemento al que se le puede aplicar cualquier adjetivo menos el de informador objetivo, escriba una novela sobre mí, atribuyéndome cuantas sandeces se le ocurren… El señor Miró, comunista reconocido y, como toda Ibiza sabe, verdadero autor del reportaje que firma Sulleiro, acude a los mismos títulos que emplearon los comunistas contra mí durante la campaña electoral…”

De esta insólita forma, por primera vez en mi vida me enteraba, por boca del Senador isleño, de que no sólo era un peligroso comunista, sino un reconocido bolchevique. Poco después, “Interviú” publicaba, el 2 septiembre del mismo año, otro reportaje, esta vez con mi firma, titulado: “Abel Matutes, el cacique de Ibiza”, por el que éste también se querelló y me exigió millones de indemnización. Me defendí, exigiéndole rectificara sus primeras declaraciones sobre el reportaje de Primera Plana, y pidiéndole una indemnización de una peseta simbólica, más apropiada con mi nivel de vida que con el suyo. Ambas querellas, la suya y la mía, fueron sobreseídas, tras una conversación entre él y Antonio Asensio, presidente del Grupo Zeta, en que entablaron una amistad, útil y correspondida por ambos.

En otra ocasión, en que volví a Ibiza para entrevistarle para un programa de radio, me comentó, extraoficialmente, cómo le había ofrecido dinero a Asensio para sus proyectos periodísticos. Me imagino que esta fue la razón por la que, en el Grupo Zeta nunca más se volvió a hablar en contra de este polémico personaje que ahora descansa plácidamente en su isla. Cualquier reportaje que hacía referencia a su figura, pasaba antes por las manos de los censores de turno a fin de que el benéfico político nunca quedara malparado.

Mañana seguiré hablando de él. No quiero que me digan que me extiendo demasiado en un mismo día.

domingo, 7 de enero de 2007

7 de enero. Me quito la máscara.

Se acabaron los acertijos y adivinanzas. El hecho de que Diario Digital se haya interesado por esta página y pida, para su publicación en un blog, que el autor salga del anonimato, así como las muestras de interés de los lectores, interesados por conocerlo, nos obligan a desvelar el nombre de este “periodista en paro”.

Que conste que, en ningún momento nos negamos a reconocer la autoría de este diario, aunque pensábamos que era más conveniente conocer lo que decía que quién lo decía. Por lo visto no piensan igual numerosos lectores, cuyos deseos respetamos.

Por esta razón optamos hoy por desvelar el nombre del autor del mismo. Se trata de Santiago Miró, periodista que trabajó en la revista Interviú, en el Grupo Zeta, desde su aparición en el mercado hasta el año 1995, sufriendo, durante los últimos diez años, los sinsabores de un paro laboral no buscado ni deseado, pero sí aceptado y vivido con toda su crudeza.

Nacido en Mallorca el 25 de julio de 1943, Santiago Miró ejerció el periodismo en Ultima Hora de Palma de Mallorca, en el Grupo Zeta (Interviú, Tiempo, El Periódico de Catalunya...), en Artículo 20, en el programa Atico y Péndulo de Radio Popular de Mallorca... Colaboró en El Día del Mundo en Baleares y en Cambio 16... Publicó Corrupciones municipales en la Islas. (Barcelona. Ediciones Actuales, 1978) Queridos forasteros. (Palma de Mallorca. L. Muntaner. Editor. 1996), Zeta, el imperio del Zorro. (Madrid. Ediciones Vosa. 1997) y Maestros depurados en la Guerra Civil. (Palma de Mallorca. L. Muntaner. Editor. 1998) Estudió en el Real Conservatorio de la Música, consiguiendo el diploma de Instrumentista (Trompeta) y toca en diversas Bandas de Música.

Se trata de un diario de un periodista en paro, escrito en el inicio de este nuevo siglo por un ex profesional de la triple pe –periodista, puta, político–, como muy bien apunta Néstor Eduardo Parra Rodríguez, director de Comunicaciones y Publicidad de la Cámara de Comercio de Ibagué (Colombia) en su descripción de “La vida de un Periodista” que, a continuación, reproducimos:
1.- Generalmente trabajas hasta tarde. ¡Como las putas!
2.- Generalmente eres más productivo por la noche. ¡Como las putas!
3.- Te pagan para mantener al cliente feliz. ¡Como las putas!
4.- Cobras por hora, pero tu tiempo se puede extender hasta que termines. ¡Como las putas!
5.- Si eres bueno, nunca te reconocen lo que haces. ¡Como las putas!
6.- Te compensan mal por satisfacer las fantasías de tus clientes. ¡Como las putas!
7.- Es difícil tener y mantener una familia. ¡Como las putas!
8.- Cuando te preguntan que haces en tu trabajo no lo puedes explicar.¡Como las putas!
9.- Tus amigos se distancian de ti y solo andas con otros iguales que tú.¡Como las putas!
10.- Evalúan tu "capacidad" con horribles pruebas. ¡Como las putas!
11.- El que paga siempre quiere pagar menos y encima quiere que hagas maravillas. Como las putas!
12.- Cada día al levantarte dices "¡NO VOY A HACER ESTO TODA MI VIDA!" ¡Como las putas!
13.- Sin conocer nada de su problema, los jefes esperan que les des las soluciones que necesitan. ¡Como las putas!
14.- Si las cosas salen mal es siempre culpa tuya. ¡Como las putas!
15.- Tienes que brindarle servicios extras a tu jefe, amigos y familiares.¡Como las putas!

Ahora me pregunto: realmente ¿eres un periodista ....... o eres una.........?

viernes, 5 de enero de 2007

5 de enero. Maestro, más que enemigo del fuego.

Reconozco que en mi vida, sólo sé hacer dos cosas de una manera pasable: escribir y tocar la trompeta. Aunque, por mucho que me esfuerce en ambas, soy consciente de que necesito mucho ejercicio y corrección. Algo que no es siempre comprendido por los que me rodean.

En estos momentos, me siento lo mismo que un bombero al que, un día, se le deja de contratar oficialmente porque se le considera mayor y se ha optado por los jóvenes. ¿Mayor –me pregunto yo– para quién o para qué? Porque, si se me exige que demuestre que sigo dominando el fuego, no hay ningún problema. Estoy acostumbrado a enfrentarme con él. Lo malo es cuando, con la excedencia de este oficio, se opta por contratar a los, laboralmente, menos reivindicativos. Lo que no quiere decir que los jóvenes sean menos exigentes, pero se considera que ellos son más manejables y menos costosos.

Total que, al no participar oficialmente en sofocar ningún incendio, se me considera un desfasado y un bombero que ya no sirve para lo que es preciso. Además, consideran que rebaso en creces la edad para contenerlos y extinguirlos. Pero yo, enamorado del fuego, sigo aprendiendo a convivir con él. Consigo cierto dominio sobre el mismo y descubro parte de sus secretos que me permiten conocerlo más a fondo, hasta creer ser capaz de dominarlo a mi guisa. Algún día, si es que se me presenta la ocasión, quisiera poder demostrar que no soy enemigo del fuego, algo que puede ser muy útil al hombre, sino que intento ser maestro del mismo, y que lo puedo convertir en algo aprovechable. Pero, entretanto, soy considerado como un viejo inútil por esta sociedad, que impone sus reglas y sus normas según su conveniencia y reparte certificados a su gusto. Y todo porque, a mi edad, soy un parado, sin relación alguna con el antiguo oficio de bombero o, en mi caso, de periodista.

Mas yo sé que, aunque sea un parado oficial, jamás he dejado de trabajar. En mis cinco años de paro laboral, nunca he abandonado la escritura ni la música, belleza intelectual y acústica, y aliciente que surge espontáneamente de mi forma de vivir. Cuando se supera la barrera de los cincuenta, y yo ya rebaso los 57, pasa uno a convertirse en un trasto desfasado en esta sociedad competitiva. En ella, yo ya no lucho por mantener mi puesto sino por afianzar mi relación con las letras y la música, que no han dejado de estrecharse y de mantenerme vivo. Llevo publicados cuatro libros de ensayos, más otros no publicados que duermen el sueño de los justos. Y he formado y formo parte de bandas de música, de una sinfónica de la que se ha hecho público el primer disco compacto, y de un conjunto de metales o instrumentos de viento. Jubilado, sí, y sin derecho a un trabajo como los demás, pero con una actividad más movida que nunca.

miércoles, 3 de enero de 2007

3 de enero. El rey, gesticulando en la tele.

Entre los personajes con aires fantasmagóricos que se asoman estos días a la pequeña pantalla, vislumbro el del Rey, vestido de gala y repitiendo los mismos gestos en cada aparición pública. Dicen que representa a la Monarquía española. Por lo visto, ésta no precisa del voto de las urnas. Su aparición y el empleo de sus tópicos me producen siempre sueño y sopor. Sobre todo cuando bajo el volumen del aparato receptor. Su voz se queda muda mientras observo cómo mueve sus labios y sus manos y hasta me imagino los hilos invisibles por los que recobra vida, gesticulando ante millones de televidentes. Su presencia en la pequeña pantalla me recuerda cierto tiempo de mi vida pasada.

Tenía yo treinta y dos años cuando moría el dictador y se imponía esta monarquía, de una costilla de Franco. Muy pocos apostaban por este Rey, arropado por el General que había cuidado para que siguiera sus pasos. Y el 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte de quien hizo que le llamaran Caudillo, Juan Carlos I era proclamado Rey de España por unas Cortes franquistas hasta la médula y juraba sobre los Evangelios cumplir y hacer cumplir las leyes fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional.

Trece años más tarde, alguien mencionaba al Rey con estas palabras: Su Majestad es Rey por herencia y por bragueta. Era el comentario que hacía, en abril de 1988, el que fuera senador del PSOE por Cantabria, Juan González Bedoya. Se trataba del defensor de Alfonso Guerra en el escándalo por utilizar un avión Mystère de las Fuerzas Armadas para volver con su familia desde Portugal, en donde pasaba las vacaciones, salvando así un fuerte atasco de tráfico. Bedoya se lamentaba que nadie se metiera con su Majestad, el Rey, cuando utilizaba el avión o el helicóptero para ir a esquiar a Baqueira o para sus viajes privados y que, en cambio, sí se metieran con Guerra, elegido directamente por el pueblo. Claro que hay una diferencia entre el compañero Alfonso Guerra y su Majestad –añadía Bedoya–. Y es que aquel ha sido elegido por el pueblo, mientras que éste lo fue por herencia y por bragueta. No debemos escandalizarnos. Es absolutamente razonable decirlo y hay que decirlo.

El senador Bedoya no había dicho en voz alta más que lo que él y no pocos de sus compañeros de partido opinaban en voz baja, pero fue suspendido por la secretaría de Organización del PSOE a un mes de militancia. Sus manifestaciones fueron consideradas irrespetuosas con la figura del Rey y lo que representa.

Otros políticos se declaraban oficiosamente republicanos. No conozco ningún partido de izquierdas en España –sostenía en estas fechas Enrique Curiel, del PCE– que, doctrinariamente, se manifieste monárquico Todos los partidos de izquierdas en ese momento se manifiestan republicanos. Otra cosa bien distinta es que, en la actual situación política con el pacto institucional vigente y en la actual coyuntura, los partidos doctrinariamente republicanos se manifiesten a favor de la reforma constitucional inmediata para modificar la forma de gobierno En el inicio de esta democracia, Felipe González, en una entrevista concedida a Jacques Piquet en Hedo, revista suiza de información general, había pronunciado unas frases que hoy posiblemente no quiera recordar: Si el pueblo español escoge la vía de la Monarquía, nosotros respetaremos esta decisión, pero continuaremos manteniendo nuestras posiciones republicanas. Porque el Rey sigue siendo para nosotros el heredero de la dictadura.

Javier Tussel, en un artículo en El País, señalaba que la sociedad española seguía siendo el escenario de tensiones colectivas importantes y graves, aún siendo muy inferiores a las de hace medio siglo. Pero la existencia de una institución como la monarquía –resumía el historiador–, punto de confluencia y unión de quienes están separados por tantas divergencias, es, sin duda, muy positiva. Y quien, gratuitamente, arremete contra ella, comete un pecado de irresponsabilidad; lo hace no contra un apersona, sino contra la totalidad de la sociedad española. Todo esto no quiere decir que la monarquía o quien la desempeñe, no deban estar sometidos a crítica. Afortunadamente, una monarquía como la que tenemos no sólo lo permite, sino que, al impedirlo, la haría desnaturalizarse de forma sustancial.

Pero ¿qué sucede cuando un periodista se aleja del folklorismo habitual para criticar objetiva y fríamente la figura del Rey? Juan José Fernández, en un artículo titulado Spain is not different, en Punto y Hora del 18 de junio de 1982, así lo hacía: Este mundial –escribió, haciendo referencia al Mundial de Fútbol celebrado en ese año– va a servir para hacer aún más propaganda del Rey de España, representándolo como la democracia en persona. Por supuesto, ocultará que la monarquía fue restaurada por Franco. Se ocultará también la foto de Juan Carlos presidiendo el mitin fascista en la Plaza del Oriente, justificando los fusilamientos de los opositores en 1974, atacando la democracia europea. Dicen que la memoria no es política. Por lo visto tampoco es político que haya quien esté en la cárcel (Amuriza, Idígoras y Goróstidi) por disentir del Rey. A lo mejor no decir ‘amén’ a todo lo que digan y hagan el Borbón y su Corte es antidemocrático. A lo mejor resulta que el ‘Esuko Gudariak’ es un himno fascista. En cualquier caso, los presos políticos, el pasado fascista del Rey, las bases y composición de esta monarquía, el ruido de sables, y lo que haga falta, se esconderán bajo alfombra. España es una unidad de... ¡perdón! Es una democracia ejemplar, donde el pueblo está unido en torno a un rey demócrata de toda la vida. El Tribunal Supremo condenó a Juan José Fernández a seis años de cárcel por injurias al Rey en este escrito.

Hay otras condenas como la de los ocho meses de prisión dictaminados por la Audiencia Nacional contra Marciano Delgado Francés por haber llamado al Monarca hijo de puta durante una parada militar en la plaza de Cibeles de Madrid. Delgado, un cocinero cuarentón en paro, negó que hubiera insultado al Rey, aunque reconoció que había criticado al Gobierno por el exceso de gastos. El policía que le detuvo afirmó que había oído de su boca el insulto contra su Majestad y que, cuando se dio la vuelta, el procesado estaba atacando al Gobierno. Sea lo que sea, a mí no me extraña nada su reacción. Y lo que me parece inverosímil es que un parado como este, con el estómago vacío y sin posibilidad de trabajar, pudiera explayarse en un aplauso ante un desfile militar con cornetas, paso marcial, pompa y platillo.

En los tiempos en que nos movemos, cuando alguien pronuncia el nombre del Rey en vano, los guardias se plantan firmes, se ponen muy nerviosos, y los jueces castigan al delincuente con todo el peso de la Ley, sin atender apenas las circunstancias especiales que puedan rodear el caso. Hay magistrados, policías y hasta periodistas, tan embargados de celo real que intentan de esta manera salvar a la realeza. Y el Tribunal no para mientes hasta considerar que estos hechos constituyen un delito de injurias al Jefe del Estado, pues no puede entenderse la libertad de expresión como derecho absoluto, y, por tanto, no puede ser utilizado para desacreditar a personas o instituto alguno y menos al jefe del Estado, pues con ello se lesiona una parte del honor y dignidad de la más alta magistratura de la Nación, y, por otra parte, la fortaleza y vigor que debe tener tal magistratura.

Pese a todo, me pregunto qué honor y qué dignidad puede lesionar un pobre hombre sin trabajo, con el estómago vacío, e indignado contra una exhibición militar. En todo caso, se podría tener en cuenta el insulto de una persona totalmente cuerda, sin dificultades económicas y no herido por los latigazos de la vida. Pero las palabras e insultos de un pobre diablo asolado por el hambre, no ofenden a quien quiere, sino a quien puede. Lástima que los jueces no lo entendieran así e interpretaran que el insulto, en cualquier circunstancia, es siempre insulto, provenga de quien provenga.

Otros casos de condenas por insultar al Monarca se han registrado. Como el del locutor de la emisora pirata Radio Eguzki, con ocasión de la visita real efectuada a Navarra. Así como el del comandante de Caballería, Juan Miláns del Bosch, hijo del ex teniente general, condenado en 1981 a dos meses y un día de arresto militar por llamar al Rey cerdo e inútil.

Al contrario de no pocas leyes, que han cambiado y se han adecuado a los nuevos tiempos, en ésta, seguimos como en la época de Franco. Y sin embargo, como indica el editorial de un periódico, ni el rey se considera un dictador que sólo acepta palabras de lisonja, ni el respeto de una Monarquía parlamentaria puede defenderse con la conservación de normas del pasado. Es una de las consideraciones que el propio Rey, en aras de su actualidad y buen hacer, debiera tener en cuenta cuando sale por la tele. Por eso sigo convencido de que mantener la concepción represora de la figura del Jefe del Estado es un flaco servicio a la Corona.

lunes, 1 de enero de 2007

1 de enero del 2001. Odisea en negro sobre blanco.


Estoy hasta las narices de ver en la tele, oír en la radio o leer en la prensa escrita, chorradas presentadas como grandes verdades. Por ejemplo, esa que, desde hace varios días, enuncian como un gran acontecimiento social. Iniciamos la semana, el mes, el año, el siglo y el milenio, presagian en tono solemne los testigos del cambio de rumbo del mundo, sin darse cuenta de que siguen el curso de los que dan lo mismo de lo mismo para que todo siga igual. Llevan ya una semana con este estribillo que huele a chamusquina. Y hasta el último minuto del año que acabamos de pasar han insistido en la gran parida que ha servido para despedir los viejos tiempos e inaugurar el nuevo Año.
No me siento afortunado por el hecho de vivir en lo que ellos llaman el "ombligo del mundo", siempre en el punto geográfico más céntrico y simétrico, sin caer en la cuenta de que existen tantos ombligos como puntos geográficos hay en nuestro mundo. Y aunque hablo su mismo idioma, intento salirme de sus términos y adjetivos manipulados y me resisto a comulgar con sus ruedas de molinos y a participar de sus paridas ideológicas.

Testigo soy de un país considerado por ellos como uno de los de mayor bienestar económico y social del mundo. Uno de los de más baja mortalidad infantil, el tercero en cuanto a la esperanza de vida y decimocuarto con la riqueza mejor repartida. Pero también uno de los de los de mayor desigualdad de riquezas y de renta de la Unión Europea; el que gasta menos fondos públicos en temas sociales; uno de los más bajos en gastos educativos, con un mayor fracaso escolar y con un alto nivel de ancianos desasistidos. Un país, en fin, que tiene las mejores escuelas privadas pero también las peores públicas, y que aparta sistemáticamente a sus profesionales por el hecho de haber superado los cincuenta años.

De esta manera, he pasado una jornada más sin sobresaltos ni falsas esperanzas, sin triunfos cantados, sin palabras ahogadas por el champagne ni iluminadas por castillos de luces artificiales. De espaldas a los periódicos, a la radio y a las televisiones. Y he transformado esta "2001, Odisea del Espacio", presagiado por Stanley Kubritck, en mi particular odisea en negro sobre el blanco papel, siguiendo los pasos de Julio Cortázar en su vuelta al día en ochenta mundos.

Antes de acostarme, me observo un instante en el espejo y contemplo esta figura triste y con las arrugas marcadas por ciertos desengaños. "Tal vez mañana -trato de convencerme- haya más suerte y encuentre un trabajo. Aunque ya no eres un niño ni un mozo cualquiera. Tienes una calva incipiente y numerosos cabellos blancos, así como arrugas que delatan tus fracasos. Y pronto rallarás el definitivo otoño". Intento burlarme de esta referencia. Reírme un poco de mí mismo y de cuanto me rodea.

Pero reconozco la decepción, escondida en el fondo de mis pupilas. Me miro fijamente y sin pestañear, pese a las contradicciones y a los golpes acumulados en mi rostro y presiento que mi imagen, bañada por la inseguridad profesional, desprende cierto desengaño.

De algo estoy, sin embargo, totalmente seguro: de que nací cincuenta y siete años antes de finalizar el siglo XX y de que moriré a principios de este nuevo siglo XXI. De todo lo demás, me pesa una terrible duda.