6 de febrero. La sombra de un régimen.
Recuerdo hoy, 6 de febrero del 2001, la muerte de dos personajes totalmente diferentes no sólo por su sexo sino por su ideología. Me refiero a Carmen Polo Franco, la esposa del dictador que aplastó a España y se la puso por montera, y a Ricardo Cid Cañaveral, un periodista que sufrió en sus carnes las contradicciones de un régimen cuya sombra se alarga hasta nuestros días. Nada que ver una con el otro, excepto por la fecha de sus muertes respectivas, hace 13 y 14 años, un día como hoy.
La Polo de Franco tenía 85 años y, en su entierro, se congregó la flor y nata del conservadurismo español. Una amiga de la fallecida se atrevió a vaticinar que “era tan devota de la Virgen del Carmen que se ha muerto un primer sábado de mes y no habrá pasado ni por el purgatorio”. Y Manuel Fraga, dijo de ella que era una gran mujer y una señora, “tanto cuando su marido estuvo en el poder como en sus largos años de triste soledad”.
Estaban presentes en su entierro personajes de su calaña como el ex ministro de Franco, José Solís; el ex presidente del Gobierno, Carlos Arias Nararro; la Confederación Nacional de ex Combatientes; Mariano Sánchez Covisa, antiguo jefe de los Guerrilleros de Cristo Rey; el ex presidente del Frente Nacional, Blas Piñar, y una serie de nombres y cargos que hoy suenan a rancio, aferrados a algo que se les iba de las manos y que recordaban con nostalgia. Otros faltaron al acto, como el dictador chileno, Augusto Pinochet, pero le mandaron una corona de flores.
Política e ideológicamente, su despedida trajo a mi memoria recuerdos lamentables de esta familia: retención en la aduana de Barajas de su hija por el intento de sacar sin declarar una treintena de medallas de oro del dictador; abandono del Ejército por parte de su nieto, Cristóbal, con el grado de teniente, previo paso por la prisión militar; separación matrimonial de su nieta, Carmen, la preferida, que plantó al duque de Cádiz, o la de su nieta, Merry, quien rompiera con su marido, Jimmy Jiménez Arnau; presencia de éste tanto en la cárcel como en el plató de famosos, recuperada su plaza en sus correrías periodísticas…
La nefasta influencia de Carmen de Polo sobre el dictador Franco, el recuerdo de su afición desmedida por las perlas y collares, así como por las antigüedades, su pasión por los regalos, su poder de nombrar a personajes tan nefastos como Arias Navarro, sucesor de Carrero Blanco, o la lamentable influencia sobre los comportamientos de la sociedad, han dejado tras ella una enorme mancha, más ancha y negra que la dejara el Prestige.
La Polo de Franco tenía 85 años y, en su entierro, se congregó la flor y nata del conservadurismo español. Una amiga de la fallecida se atrevió a vaticinar que “era tan devota de la Virgen del Carmen que se ha muerto un primer sábado de mes y no habrá pasado ni por el purgatorio”. Y Manuel Fraga, dijo de ella que era una gran mujer y una señora, “tanto cuando su marido estuvo en el poder como en sus largos años de triste soledad”.
Estaban presentes en su entierro personajes de su calaña como el ex ministro de Franco, José Solís; el ex presidente del Gobierno, Carlos Arias Nararro; la Confederación Nacional de ex Combatientes; Mariano Sánchez Covisa, antiguo jefe de los Guerrilleros de Cristo Rey; el ex presidente del Frente Nacional, Blas Piñar, y una serie de nombres y cargos que hoy suenan a rancio, aferrados a algo que se les iba de las manos y que recordaban con nostalgia. Otros faltaron al acto, como el dictador chileno, Augusto Pinochet, pero le mandaron una corona de flores.
Política e ideológicamente, su despedida trajo a mi memoria recuerdos lamentables de esta familia: retención en la aduana de Barajas de su hija por el intento de sacar sin declarar una treintena de medallas de oro del dictador; abandono del Ejército por parte de su nieto, Cristóbal, con el grado de teniente, previo paso por la prisión militar; separación matrimonial de su nieta, Carmen, la preferida, que plantó al duque de Cádiz, o la de su nieta, Merry, quien rompiera con su marido, Jimmy Jiménez Arnau; presencia de éste tanto en la cárcel como en el plató de famosos, recuperada su plaza en sus correrías periodísticas…
La nefasta influencia de Carmen de Polo sobre el dictador Franco, el recuerdo de su afición desmedida por las perlas y collares, así como por las antigüedades, su pasión por los regalos, su poder de nombrar a personajes tan nefastos como Arias Navarro, sucesor de Carrero Blanco, o la lamentable influencia sobre los comportamientos de la sociedad, han dejado tras ella una enorme mancha, más ancha y negra que la dejara el Prestige.
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