26 de febrero. Locutores, presentadores y fotógrafos bajo las metralletas
Una ola de confusión y terror amenazó hace veintiséis años a la mayoría de periodistas españoles en prensa, radio y televisión. Muy pronto, con el discurso del Rey, fueron serenándose los ánimos. No así el miedo y temor por lo que hubiera podido suceder. Algunos de los locutores, presentadores y fotógrafos más conocidos, vivieron así aquella noche.
Luis del Olmo, locutor a la sazón de RNE, en Barcelona, con su programa “De costa a costa”, se encontraba, en los momentos en que por la radio sólo daban marchas militares, en la peluquería. “Me miraba en el espejo y encontré que, de pronto, tenía la cara blanca, desfigurado y como de mármol. Recuerdo que, en el sillón de al lado, estaba un joven escritor argentino que me aconsejó, por mi bien, que no durmiera aquella noche en mi casa. Había tenido algunas experiencias de ese tipo en Buenos Aires, de donde había tenido que huir. Salí de la peluquería y, lo primero que hice fue ir a la radio. Allí estuve siguiendo las incidencias y conexiones de los compañeros de Madrid, asistiendo a una de las noches más gloriosas de la radio española y de la radio en el mundo. Creo que aquellas páginas que escribieron todos los compañeros de las emisoras madrileñas, a pesar de que muchos estaban bajo la fuerza de las metralletas, como mi compañero Alejo García, que tuvo durante mucho tiempo la metralleta en los riñones, difícilmente se pueden superar. Hay que vivirlo personalmente para darse cuenta”.
José Luis Balbín vio por el monitor todo lo que estaba sucediendo en las Cortes y optó por dar en directo todo lo que estaba aconteciendo en ellas. “Probablemente –recuerda Balbín–, yo, que no estoy vinculado a partidos, lo hubiese emitido enseguida en directo para que lo supiesen todos los españoles. Pero Castedo, entonces director general de RTVE, consideró que se trataba de un asunto importante del Estado. Mandamos el equipo para grabar el mensaje del Rey. Tuvimos el riesgo de que las cintas pudieran ser deterioradas o raptadas. Y Castedo estuvo todo el tiempo muy en contacto con la Zarzuela y con Interior. Se hizo, pues, lo que interesaba en aquel momento al Estado. No fue una decisión unilateral nuestra”.
Manolo Hernández de León, de Efe, reconoció enseguida a Tejero, a quien, tres años antes, había fotografiado, cuando sucedió lo de la Operación Galaxia. “Coño, Tejero –me dije–. A partir de ese momento, todo lo que vi fue a partir del visor de mi cámara. Dejé de hacer fotos cuando un guardia civil me puso la metralleta en la cabeza. ‘Levanta las manos –me ordenó–. Deja la cámara y tírate al suelo’. Estaba en aquel momento al lado de Carrillo que se había quedado sentado, igual que Suárez y Gutiérrez Mellado. Oí cómo uno de los guardias le dijo: ‘Tírate al suelo, que te aso’. Entonces, automáticamente, se echó al suelo. De todas formas, hasta que el guardia civil me apuntó con la metralleta, pude hacer varias fotos. Los disparos apenas me preocuparon. Yo sólo quería hacer fotos y lo conseguí. El miedo me vino después, como siempre me pasa”.
Hernández de León había dejado la cámara a su izquierda. Cada vez que el guardia civil se volvía para vigilar a Carrillo, bajaba sus brazos y daba una vueltecita al rodillo de su máquina, consiguiendo rebobinar, tras cuatro vueltas, la película que tenía una docena de fotos. Y se la guardó en el interior de su camisa. “Le pedí a un guardia civil que estaba a mi lado que me dejara ir al baño porque estaba allí desde las cuatro y media y no podía aguantarme más. En el momento de entrar, Calvo Sotelo, que iba a ser elegido presidente del Gobierno, estaba ahí agachado en un lavabo para beber agua y lavarse la cara entre dos números. Y pensé: ¡qué pena no tener una cámara para sacarle una foto! Allí pude camuflar los dos carretes, el del pleno normal y el del asalto de Tejero, y me los metí en la rabadilla. Llevaba unos pantalones muy estrechos y allí los pude sujetar durante las dos horas que permanecí en la Cortes, antes de salir liberado”.
Luis del Olmo, locutor a la sazón de RNE, en Barcelona, con su programa “De costa a costa”, se encontraba, en los momentos en que por la radio sólo daban marchas militares, en la peluquería. “Me miraba en el espejo y encontré que, de pronto, tenía la cara blanca, desfigurado y como de mármol. Recuerdo que, en el sillón de al lado, estaba un joven escritor argentino que me aconsejó, por mi bien, que no durmiera aquella noche en mi casa. Había tenido algunas experiencias de ese tipo en Buenos Aires, de donde había tenido que huir. Salí de la peluquería y, lo primero que hice fue ir a la radio. Allí estuve siguiendo las incidencias y conexiones de los compañeros de Madrid, asistiendo a una de las noches más gloriosas de la radio española y de la radio en el mundo. Creo que aquellas páginas que escribieron todos los compañeros de las emisoras madrileñas, a pesar de que muchos estaban bajo la fuerza de las metralletas, como mi compañero Alejo García, que tuvo durante mucho tiempo la metralleta en los riñones, difícilmente se pueden superar. Hay que vivirlo personalmente para darse cuenta”.
José Luis Balbín vio por el monitor todo lo que estaba sucediendo en las Cortes y optó por dar en directo todo lo que estaba aconteciendo en ellas. “Probablemente –recuerda Balbín–, yo, que no estoy vinculado a partidos, lo hubiese emitido enseguida en directo para que lo supiesen todos los españoles. Pero Castedo, entonces director general de RTVE, consideró que se trataba de un asunto importante del Estado. Mandamos el equipo para grabar el mensaje del Rey. Tuvimos el riesgo de que las cintas pudieran ser deterioradas o raptadas. Y Castedo estuvo todo el tiempo muy en contacto con la Zarzuela y con Interior. Se hizo, pues, lo que interesaba en aquel momento al Estado. No fue una decisión unilateral nuestra”.
Manolo Hernández de León, de Efe, reconoció enseguida a Tejero, a quien, tres años antes, había fotografiado, cuando sucedió lo de la Operación Galaxia. “Coño, Tejero –me dije–. A partir de ese momento, todo lo que vi fue a partir del visor de mi cámara. Dejé de hacer fotos cuando un guardia civil me puso la metralleta en la cabeza. ‘Levanta las manos –me ordenó–. Deja la cámara y tírate al suelo’. Estaba en aquel momento al lado de Carrillo que se había quedado sentado, igual que Suárez y Gutiérrez Mellado. Oí cómo uno de los guardias le dijo: ‘Tírate al suelo, que te aso’. Entonces, automáticamente, se echó al suelo. De todas formas, hasta que el guardia civil me apuntó con la metralleta, pude hacer varias fotos. Los disparos apenas me preocuparon. Yo sólo quería hacer fotos y lo conseguí. El miedo me vino después, como siempre me pasa”.
Hernández de León había dejado la cámara a su izquierda. Cada vez que el guardia civil se volvía para vigilar a Carrillo, bajaba sus brazos y daba una vueltecita al rodillo de su máquina, consiguiendo rebobinar, tras cuatro vueltas, la película que tenía una docena de fotos. Y se la guardó en el interior de su camisa. “Le pedí a un guardia civil que estaba a mi lado que me dejara ir al baño porque estaba allí desde las cuatro y media y no podía aguantarme más. En el momento de entrar, Calvo Sotelo, que iba a ser elegido presidente del Gobierno, estaba ahí agachado en un lavabo para beber agua y lavarse la cara entre dos números. Y pensé: ¡qué pena no tener una cámara para sacarle una foto! Allí pude camuflar los dos carretes, el del pleno normal y el del asalto de Tejero, y me los metí en la rabadilla. Llevaba unos pantalones muy estrechos y allí los pude sujetar durante las dos horas que permanecí en la Cortes, antes de salir liberado”.
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