16 de febrero. La querella de Zaforteza.
Cuando, días más tarde de la conversación mencionada anteriormente, le entregaba mi primer trabajo a Pedro Serra, éste, en lugar de publicarlo en su diario “Ultima Hora”, decidió mandarlo a “Interviú” “porque –puntualizó–, así, será más leído. Tú sabes que yo tengo mucha amistad con Antonio Asensio –añadió– y ya he hablado con él sobre este tema. Vale la pena que todo el mundo lo conozca. Y Asensio está de acuerdo”. Pero, una vez enviado a la redacción central de Barcelona, no llegó nunca a publicarse en esta revista. Al parecer, se perdió, entre los muchos no publicados.
Por su parte, el presidente de “Sa Nostra”, José Zaforteza, se querelló contra el diario “Baleares” por la publicación del reportaje firmado por la misteriosa María Lluc Gayá. Y, pasado cierto tiempo, cuando dejé de colaborar con Pedro Serra, me enteré de todo el intríngulis de aquella operación. Tomeu Mestres, entonces jefe de prensa de la Caja de Ahorros de Baleares, me contó la versión que ya expuso el día del juicio: “Un día me llamó Jacinto Planas, quien, a la sazón, trabajaba para Serra y me dijo: ‘Oye, Tomeu, el domingo saldrá un escrito en el ‘Baleares’ que pone a parir a Zaforteza. Él conoce el teléfono al que debe llamar para evitar su publicación’ Yo se lo conté a Zaforteza, quien me contestó: ‘Ya sé de qué se trata. Pero no pienso telefonear’. Y, efectivamente, el domingo salía el artículo que lo ponía a parir como director de Sa Nostra”.
El reportaje del “Baleares”, hacía un retrato punzante de Zaforteza. Recordaba su paso por el colegio profesional de abogados, del que fuera decano, cargo que había abandonado tras haber perdido el puesto de parlamentario en Madrid. Explicaba su paso por la presidencia de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de las Baleares, “una entidad moderna en su funcionamiento, estrictamente como entidad de ahorro, pero anquilosada desde la presidencia, como entidad social”, así como por la asociación “Católicos Anónimos”. Y añadía que lo primero que hizo, al llegar a ésta, fue encargar y pagar una enorme efigie de la Virgen que sería colocada en lo alto del enorme pedestal de cemento situado en “Na Burguesa”, Génova, en donde funcionaba un restaurante. Decía que bendice unos terrenos en los que “lo más importante es su revalorización, puesto que han de ser urbanizados por el propio Zaforteza o sus familiares, amigos y socios”.
“Tuvo que dar muchas explicaciones a sus correligionarios –argüía este reportaje, supuestamente escrito por la María Galyá a la que nadie conocía–, aunque se comenta que lo que mueve a estos anónimos practicantes del tridentino-catolicismo no es su interés en salvar su alma y la de otros mortales, sino el ánimo dispuesto a especular en bienes terrenales, ya que la especulación no figura registrada como pecado”.
Este fue el primero de los reportajes que, bajo el título genérico “Retratos sicológicos para bien o para mal de mallorquines famosos”, publicó Pedro Serra en su diario Baleares, recién comprado a los Medios de Comunicación Social del Estado, gracias a los socialistas que entonces le apoyaron. Utilizó un seudónimo para su firma y me invitó a mí, su supuesto enemigo ideológico, a escribir el resto de la serie. Debo reconocer que, en aquel momento, me sentí halagado por el gesto del magnate de la prensa insular y no calculé exactamente toda su carga de profundidad hasta pasado cierto tiempo, una vez recuperado de una enfermedad.
Por su parte, el presidente de “Sa Nostra”, José Zaforteza, se querelló contra el diario “Baleares” por la publicación del reportaje firmado por la misteriosa María Lluc Gayá. Y, pasado cierto tiempo, cuando dejé de colaborar con Pedro Serra, me enteré de todo el intríngulis de aquella operación. Tomeu Mestres, entonces jefe de prensa de la Caja de Ahorros de Baleares, me contó la versión que ya expuso el día del juicio: “Un día me llamó Jacinto Planas, quien, a la sazón, trabajaba para Serra y me dijo: ‘Oye, Tomeu, el domingo saldrá un escrito en el ‘Baleares’ que pone a parir a Zaforteza. Él conoce el teléfono al que debe llamar para evitar su publicación’ Yo se lo conté a Zaforteza, quien me contestó: ‘Ya sé de qué se trata. Pero no pienso telefonear’. Y, efectivamente, el domingo salía el artículo que lo ponía a parir como director de Sa Nostra”.
El reportaje del “Baleares”, hacía un retrato punzante de Zaforteza. Recordaba su paso por el colegio profesional de abogados, del que fuera decano, cargo que había abandonado tras haber perdido el puesto de parlamentario en Madrid. Explicaba su paso por la presidencia de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de las Baleares, “una entidad moderna en su funcionamiento, estrictamente como entidad de ahorro, pero anquilosada desde la presidencia, como entidad social”, así como por la asociación “Católicos Anónimos”. Y añadía que lo primero que hizo, al llegar a ésta, fue encargar y pagar una enorme efigie de la Virgen que sería colocada en lo alto del enorme pedestal de cemento situado en “Na Burguesa”, Génova, en donde funcionaba un restaurante. Decía que bendice unos terrenos en los que “lo más importante es su revalorización, puesto que han de ser urbanizados por el propio Zaforteza o sus familiares, amigos y socios”.
“Tuvo que dar muchas explicaciones a sus correligionarios –argüía este reportaje, supuestamente escrito por la María Galyá a la que nadie conocía–, aunque se comenta que lo que mueve a estos anónimos practicantes del tridentino-catolicismo no es su interés en salvar su alma y la de otros mortales, sino el ánimo dispuesto a especular en bienes terrenales, ya que la especulación no figura registrada como pecado”.
Este fue el primero de los reportajes que, bajo el título genérico “Retratos sicológicos para bien o para mal de mallorquines famosos”, publicó Pedro Serra en su diario Baleares, recién comprado a los Medios de Comunicación Social del Estado, gracias a los socialistas que entonces le apoyaron. Utilizó un seudónimo para su firma y me invitó a mí, su supuesto enemigo ideológico, a escribir el resto de la serie. Debo reconocer que, en aquel momento, me sentí halagado por el gesto del magnate de la prensa insular y no calculé exactamente toda su carga de profundidad hasta pasado cierto tiempo, una vez recuperado de una enfermedad.
En efecto, meses antes, cargado de proyectos y trabajos, yo había sufrido un curioso achaque psíquico. Fue cuando desempeñaba el cargo de corresponsal del Grupo Zeta en Baleares, cubriendo todas las revistas de la casa, especialmente “Interviú”, “El Periódico de Catalunya” y “Tiempo”, y formando parte de “Péndulo”, un programa que realizábamos un grupo de periodistas en Radio Popular. Además, me había enfrascado en la confección de un libro de entrevistas con periodistas de toda España: “La España de papel”. Libro que, por diversos avatares, jamás llegué a publicar.
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