7 de febrero. Cid Cañaveral y su Calle perdida.
La despedida de Ricardo Cid Cañaveral, fuente de inagotables recuerdos quien, hace catorce años, sufriera un derrame cerebral y dejara de existir tras una estela de compresión y cariño, fue totalmente diferente a la de Carmen Polo de Franco, pese a que ocurriera en el mismo día y mes, aunque con un año de diferencia..
Le recuerdo con afecto como compañero de “Interviú” en los primeros años de la revista. Había nacido en Madrid, en 1945, y era hijo de un periodista especializado en prensa económica. Publicó sus primeros artículos a los once años en “Gran Mundo”, un semanario de sus padres. A los catorce, se ganaba la vida con entrevistas sobre alumnos de enseñanza media, en el semanario “Fans”, del Ministerio de Trabajo. A los 18, escribía editoriales en la prensa del Movimiento. Pero muy pronto se cansa y se pasa a la publicidad. Durante cinco años, estuvo haciendo anuncios en Alas, una multinacional inglesa, y en Elena, en donde era directivo creativo. Hasta que deja definitivamente la publicidad y se mete de lleno en la prensa comprometida.
Ricardo Cid Cañaveral fue el primero de los periodistas que destapó, en “Doblón”, el escándalo de Sofico, en donde había trabajado de relaciones públicas. Colaboró en “Hermano Lobo” y en “Realidades”, ambas revistas cerradas el mismo día. Colaboró esporádicamente en “Radio España” y en la “Ser”. Sus reportajes y crónicas parlamentarias, en “Interviú” y en “La Calle”, causaron impacto. Para algunos, su pluma era más temida que las metralletas de los etarras. Llevaba sobre él docenas de procesos por sus escritos y, en cierta ocasión fue a parar a la cárcel por no presentarse a declarar ante un juez.
Durante el tiempo que trabajó en “Interviú” pudo contar con entera libertad muchas cosas que sabía. Trabajaba entonces como un animal. Había meses que escribía hasta siete reportajes y, en ocasiones, le publicaron hasta tres en un mismo número. Reconocía que no sufrió por ello censura alguna, al menos en ese periodo. “Sólo recuerdo el caso de un reportaje sobre los señoritos de Jerez –me comentó en cierta ocasión–. Asensio me dijo que, si se publicaba, esa casa retiraba toda la publicidad de la revista. Pero yo no quería encasillarme y me largué a La Calle”.
Me habló de su experiencia en esa revista en la que fue testigo de su hundimiento tras una penosa etapa. Él estaba convencido de que, con la muerte de “La Calle”, se hacía cada vez más larga y débil la esperanza de que una revista independiente de izquierdas pudiera ser creada en este país. Y sacaba sus lecciones personales: “Con la desaparición de La Calle hemos aprendido justamente que hay que empezar por donde hemos terminado. Que lo fundamental es un equipo, que hay que ser absolutamente independientes de criterios, que se puede tener una orientación pro tal o cual, pero sin que perjudique nuestra independencia. Es la lección que La Calle nos ha dado”.
Desgraciadamente y por sorpresa, un día desaparecía ese periodista que luchó como un jabato, convencido de que nadie es imprescindible, ni en este puto oficio ni en esta puta tierra.
Le recuerdo con afecto como compañero de “Interviú” en los primeros años de la revista. Había nacido en Madrid, en 1945, y era hijo de un periodista especializado en prensa económica. Publicó sus primeros artículos a los once años en “Gran Mundo”, un semanario de sus padres. A los catorce, se ganaba la vida con entrevistas sobre alumnos de enseñanza media, en el semanario “Fans”, del Ministerio de Trabajo. A los 18, escribía editoriales en la prensa del Movimiento. Pero muy pronto se cansa y se pasa a la publicidad. Durante cinco años, estuvo haciendo anuncios en Alas, una multinacional inglesa, y en Elena, en donde era directivo creativo. Hasta que deja definitivamente la publicidad y se mete de lleno en la prensa comprometida.
Ricardo Cid Cañaveral fue el primero de los periodistas que destapó, en “Doblón”, el escándalo de Sofico, en donde había trabajado de relaciones públicas. Colaboró en “Hermano Lobo” y en “Realidades”, ambas revistas cerradas el mismo día. Colaboró esporádicamente en “Radio España” y en la “Ser”. Sus reportajes y crónicas parlamentarias, en “Interviú” y en “La Calle”, causaron impacto. Para algunos, su pluma era más temida que las metralletas de los etarras. Llevaba sobre él docenas de procesos por sus escritos y, en cierta ocasión fue a parar a la cárcel por no presentarse a declarar ante un juez.
Durante el tiempo que trabajó en “Interviú” pudo contar con entera libertad muchas cosas que sabía. Trabajaba entonces como un animal. Había meses que escribía hasta siete reportajes y, en ocasiones, le publicaron hasta tres en un mismo número. Reconocía que no sufrió por ello censura alguna, al menos en ese periodo. “Sólo recuerdo el caso de un reportaje sobre los señoritos de Jerez –me comentó en cierta ocasión–. Asensio me dijo que, si se publicaba, esa casa retiraba toda la publicidad de la revista. Pero yo no quería encasillarme y me largué a La Calle”.
Me habló de su experiencia en esa revista en la que fue testigo de su hundimiento tras una penosa etapa. Él estaba convencido de que, con la muerte de “La Calle”, se hacía cada vez más larga y débil la esperanza de que una revista independiente de izquierdas pudiera ser creada en este país. Y sacaba sus lecciones personales: “Con la desaparición de La Calle hemos aprendido justamente que hay que empezar por donde hemos terminado. Que lo fundamental es un equipo, que hay que ser absolutamente independientes de criterios, que se puede tener una orientación pro tal o cual, pero sin que perjudique nuestra independencia. Es la lección que La Calle nos ha dado”.
Desgraciadamente y por sorpresa, un día desaparecía ese periodista que luchó como un jabato, convencido de que nadie es imprescindible, ni en este puto oficio ni en esta puta tierra.
2 comentarios:
Nadie es imprescindible en ese puto oficio tuyo ni en esta puta Tierra nuestra. Nadie es imprescindible en ese oficio tuyo para ese oficio ni en esta Tierra nuestra para esta Tierra, pero tus letras sí lo son para tus escritos, sin las letras tuyas no hay escritos tuyos y sin la presencia tuya no hay Tierra mía.
Bonito recuerdo, precioso comentario.
De tal palo, tal astilla
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