10 de agosto. Pesadillas
Esta noche pasada apenas he cerrado ojo. El recuerdo burbujeante de los ajetreados años de mi vida profesional, bajo un calor insoportable, me impedían reconciliarme con el sueño, pese a tener mi cama al lado de la ventana, abierta de par en par. Deseaba hacer tabla rasa y olvidarme de todo pero, cuanto más lo intentaba, más escándalos sociales y políticos, confusiones, griteríos y atropellos llegaban hasta mí, junto a las rachas de un calor sofocante, agolpadas en mi cuerpo sudoroso. Hasta que, muy entrada la noche, el agotamiento terminó por dominarme.
Una horita más tarde, me volvía a despertar. Y, al encender la luz, distinguí borrosamente una mancha en un ángulo de mi habitación. Me coloqué las gafas y me acerqué, sobresaltado, al objetivo. Entonces distinguí perfectamente una araña gigantesca. Nunca había visto una igual. Tenía un cuerpo enorme, sostenido por unas largas y peludas patas. El arácnido, viscoso, repugnante y con traqueas, estaba inmóvil. Me pregunto si habría pasado por mi cama antes de subirse a la altura del techo. Se mantenía, con sus ocho patas, pegada a la pared y parecía pasar de mí. Sin pensármelo dos veces, cogí una de mis zapatillas y la estampé contra la pared, en el punto exacto donde se hallaba el objetivo bélico.
Después de aquella muerte no llorada por nadie, me pregunté qué mal había podido hacer aquel animalito para que me ensañara tan drásticamente con él. ¿Acaso bastaba su horrible aspecto para ser tan duramente sentenciado? Si en lugar de araña, hubiera sido una hormiga, una mariposa o cualquier bicho vulgar e insignificante, no le hubiera hecho ni puñetero caso, acostumbrado a estas minucias en el campo. Pero, al tener aquel aspecto espeluznante, todos mis sentimientos se aliaron contra ella hasta conseguir aniquilarla. ¿Con qué derecho? ¿Sólo con el que provoca el asco y un miedo infantil? ¿Reaccionaría de la misma manera si, en lugar de ser una araña fuera una persona con parecido aspecto que despertara idénticos sentimientos? Por lo menos, los gatos no se portan tan brutalmente. Ellos observan, ante todo, con atención. Y si el animal no reacciona, intentan que se mueva a fuerza de golpecitos con sus patas, sin sacar para nada sus uñas. Luego, si el intruso se mueve o reacciona huyendo, insisten para que juegue con ellos. Y si, en alguno de sus movimientos, lo lastiman hasta dejarlo mal herido, puede que pierdan su interés por él, den media vuelta y se marchen. En cambio, las personas no descansamos hasta ver el objetivo aterrador aplastado bajo la suela de la zapatilla.
Y es que el miedo lo justifica todo entre los mortales: la huida, la cobardía, la deserción, la traición... Y, por miedo, somos capaces hasta de matar.
Una horita más tarde, me volvía a despertar. Y, al encender la luz, distinguí borrosamente una mancha en un ángulo de mi habitación. Me coloqué las gafas y me acerqué, sobresaltado, al objetivo. Entonces distinguí perfectamente una araña gigantesca. Nunca había visto una igual. Tenía un cuerpo enorme, sostenido por unas largas y peludas patas. El arácnido, viscoso, repugnante y con traqueas, estaba inmóvil. Me pregunto si habría pasado por mi cama antes de subirse a la altura del techo. Se mantenía, con sus ocho patas, pegada a la pared y parecía pasar de mí. Sin pensármelo dos veces, cogí una de mis zapatillas y la estampé contra la pared, en el punto exacto donde se hallaba el objetivo bélico.
Después de aquella muerte no llorada por nadie, me pregunté qué mal había podido hacer aquel animalito para que me ensañara tan drásticamente con él. ¿Acaso bastaba su horrible aspecto para ser tan duramente sentenciado? Si en lugar de araña, hubiera sido una hormiga, una mariposa o cualquier bicho vulgar e insignificante, no le hubiera hecho ni puñetero caso, acostumbrado a estas minucias en el campo. Pero, al tener aquel aspecto espeluznante, todos mis sentimientos se aliaron contra ella hasta conseguir aniquilarla. ¿Con qué derecho? ¿Sólo con el que provoca el asco y un miedo infantil? ¿Reaccionaría de la misma manera si, en lugar de ser una araña fuera una persona con parecido aspecto que despertara idénticos sentimientos? Por lo menos, los gatos no se portan tan brutalmente. Ellos observan, ante todo, con atención. Y si el animal no reacciona, intentan que se mueva a fuerza de golpecitos con sus patas, sin sacar para nada sus uñas. Luego, si el intruso se mueve o reacciona huyendo, insisten para que juegue con ellos. Y si, en alguno de sus movimientos, lo lastiman hasta dejarlo mal herido, puede que pierdan su interés por él, den media vuelta y se marchen. En cambio, las personas no descansamos hasta ver el objetivo aterrador aplastado bajo la suela de la zapatilla.
Y es que el miedo lo justifica todo entre los mortales: la huida, la cobardía, la deserción, la traición... Y, por miedo, somos capaces hasta de matar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario