miércoles, 24 de septiembre de 2008

24 de septiembre. Empezar de cero.



Sandra Day O’Connor, miembro del Tribunal Supremo de Estados Unidos, dimitió hace dos años para cuidar a su marido, Jhon O’Connor, que sufría la enfermedad de alzheimer. Tuvo que internarlo en una residencia para personas no válidas en donde fue perdiendo la memoria hasta no conocer a la mujer con la que se casó cincuenta años antes y con la que tuvo tres hijos. El olvido le hizo enamorarse como un adolescente de una paciente compañera de residencia. Hoy Sandra declara que está feliz contento y enamorado y, aunque no sea con ella, le desea que esta nueva etapa le llene de paz y alegría en sus últimos días. “¿Pero –le pregunta un periodista–, no siente usted celos de su marido, aunque esté enfermo?”. “No –contesta sin dudarlo–, soy muy feliz de verle feliz”.

Es difícil sentir celos de un enfermo de alzheimer. En la película de Yesim Ustaoglu, “La caja de Pandora”, se habla de una enfermedad tenebrosa en la que uno no sabe quién es, no reconoce su mundo ni a los suyos y se siente perdido e impotente. Cuando la mente se queda en blanco y cada día se empieza de cero, la muerte causa cierto alivio y tristeza por la pérdida definitiva. En el entreacto, el enamoramiento entre estos enfermos con o sin pareja sucede aparece con frecuencia. Hace unos meses, los medios de comunicación de los Estados Unidos se hicieron eco del caso de otros dos enfermos enamorados: Bob, de 95 años, y Dorothy, de 82. El hijo de Bob los descubrió manteniendo relaciones sexuales en la residencia y sacó a su padre sin consultarle. El estado de Dorothy empeoró por momentos y su hija, al enterarse de la trágica historia vivida por su madre, decidió denunciar lo sucedido a los medios.

El pasado domingo se celebró el día mundial del Alzheimer, fecha elegida por la Organización Mundial de la Salud y la Federación Internacional de Alzheimer. En España hay actualmente unos 600.000 enfermos con Alzheimer y 18 millones en el mundo. El premio Nobel de Medicina en 1999, Ahmed Zewail, asegura que esta enfermedad se va a extender de forma global en los próximos 50 años. Una enfermedad que modifica el humor, el comportamiento y el tipo de relación del enfermo con su entorno social y sus familiares, especialmente la pareja. Estos enfermos, según José Manuel Martínez-Lage, profesor honorario de neurología de la Universidad de Navarra, pueden conservar una vida afectiva mucho más rica que la que aparentan porque mantienen estructuras cerebrales implicadas en la vida emocional, que tardan más en dañarse “La paradoja –añade– está en cómo expresan sus emociones. Con una vida afectiva activa, la enfermedad progresa más lentamente”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tras leer este escrito, sólo puedo dedicarme a "recrear" -porque no estoy en el- mi paisaje y su banda sonora. Nada importa más ahora. chiflos.