“La telecloaca de Ana Rosa”.
David Torres, en ese
artículo en Público, recuerda que cualquier situación, por desesperada que sea,
siempre puede ir a peor. “Los directivos de la cadena no paran de pensar y han
decidido finiquitar Sálvame, buque insignia de los programas de cotilleos,
dando la patada a Jorge Javier Vázquez y sustituyéndolo por Ana Rosa Quintana.
En Sálvame hemos visto de todo, discusiones subidas de tono, broncas, insultos,
amenazas, humillaciones, burlas y todo el bochornoso repertorio de
asquerosidades de un invento que apela a los instintos más bajos de la
audiencia. Más triste aun que esos fingidos choques de testuces son las miles y
miles de horas desperdiciadas en indagar gilipolleces del estilo de si fulanito
le puso los cuernos a menganita, de cuántos polvos echaba un gallo de cuatro
patas en una noche o de si no sé quién se habría acostado con no sé cuál. Sin
embargo, la telebasura de Ana Rosa Quintana resulta bastante más dañina,
venenosa e indigesta que el circo parlante de Jorge Javier Vázquez, en primer
lugar, porque mezcla mentiras y verdades a medias, y en segundo lugar, porque
la gente cree que se trata de un programa respetable. Al fin y al cabo, detrás
de los escándalos, berridos y exabruptos de Jorge Javier y sus invitados, no
hay más que la tramoya de un teleteatro improvisado, un guiñol humano que
ningún espectador con dos dedos de frente puede creer que vaya en serio. En
cambio, detrás de las noticias y las amables tertulias de Ana Rosa, se esconde
un calculado programa de desinformación nacional, una ramificación más de la
cloaca mediática que ha empantanado este país durante años”.
“Resulta bastante
descorazonador que dos líderes de la izquierda, Pablo Iglesias y Gabriel
Rufián, hayan lanzado sendos elogios de la labor de Jorge Javier esgrimiendo el
complejo mecanismo de la ideología en la industria audiovisual o las muy
escasas ocasiones en las que el presentador ha atacado el fascismo, el racismo,
el machismo o la homofobia. Hace algunos años, a uno de los principales
colaboradores de Sálvame, Kiko Matamoros, le dio por improvisar breves y
encendidas reseñas de libros que habían llamado su atención (lo sé porque una
vez citó una de mis novelas), pero, aparte de los agradecimientos del escritor
y de los cuatro o cinco ejemplares más que pudo suponer esa mención, nada
cambió sustancialmente en la estructura del programa. Una vez concluida la
píldora literaria, los tertulianos volvían a tirarse los trastos a la cabeza.
“Es seguro -concluye David
Torres- que el alegato de los valores progresistas que haya podido hacer Jorge
Javier Vázquez a lo largo de los trece o catorce años de Sálvame no habrá
significado más que una gota de luz en medio de un océano de detritus. Con
todo, aunque no hubiese abierto la boca ni una sola vez en defensa de los
derechos de los homosexuales o las minorías raciales, el daño infligido por la
telebasura de Sálvame resulta una minucia al lado de la calculada labor de
intoxicación y demolición emprendida desde la tribuna de Ana Rosa Quintana. La
criminalización de las protestas callejeras, las patrañas sobre los okupas o
las calumnias difundidas sin ningún pudor contra líderes de la izquierda,
forman parte de una campaña cuidadosamente coordinada y meditada para devolver
el poder a la derecha. La telebasura de las tardes es un chiste, comparada con
la telecloaca de las mañanas”.
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