“Biden un robot, Trump Robocop”.
Así es el título de este
artículo de David Torres, publicado en Público, en el que comienza recordando
las ideas que Trump suelta al día. “Hace poco soltó una cuando menos
inquietante en la que su antecesor en el cargo, Joe Biden, fue ejecutado en
2020 y sustituido por un robot. Lo escribió en uno de esos mensajes donde
miente a tres mil pulsaciones por minuto, aunque hubiese sido fantástico ver
cómo lo decía ante las cámaras con ese aplomo categórico que no deja el menor
resquicio a la duda”…
“Sin embargo, hay
evidencias flagrantes de que Trump es uno de los grandes genios de nuestra
época. Lo dijo, sin ir más lejos, Iker Jiménez, un auténtico especialista en
genios, conspiraciones mundiales, yetis, fantasmas, ovnis y chupacabras. Lo que
ocurre es que Trump, al igual que Musk, tiene que disimular sus enormes
conocimientos para no apabullar a sus fans, ya que el modelo de político que
triunfa hoy día consiste en comportarse como un idiota, hablar como un idiota y
parecer idiota perdido. En esto, como en tantas otras cosas, Trump es un
auténtico maestro: ha conseguido que su cociente intelectual dé dos vueltas de
campana.
“La verdad es que Trump
no ha hecho más que certificar una sospecha que muchos albergábamos desde que
vimos a Biden dando la nota, confundiendo nombres y liándola parda en
recepciones y ruedas de prensa. Entre sus balbuceos y lapsus de memoria,
parecía que hubiese un muerto viviente a los mandos de la Casa Blanca, pero,
según Trump, ya estaba muerto antes de jurar el cargo y tuvieron que
reemplazarlo por un robot. Teniendo en cuenta cómo hablaba, cómo se movía y las
órdenes que firmaba, debía de tratarse de un robot de cocina. Tampoco es que
hubiera mucha diferencia. Un robot con un dedo de frente habría tenido algo más
de cuidado antes de prender fuego a la guerra en Ucrania y dar su beneplácito
al genocidio en Gaza.
“En uno de los relatos de
sus Diarios estelares, Stanislaw Lem cuenta la historia de un
planeta donde todos los habitantes son robots que odian a los humanos, a los
que denominan ‘viscosones’. Cuando Ijon Tichy aterriza en el planeta,
disfrazado de robot, es descubierto enseguida y enviado a prisión: pronto
descubre que su carcelero, su abogado y todos los robots que pretenden acabar
con él son, en realidad, humanos disfrazados que llevan demasiado tiempo
inmersos en la farsa como para revelar algún día la verdad. Lem escribió el
relato como una sátira de la dictadura comunista, pero su eficacia va mucho más
allá de su circunstancia histórica y por eso puede aplicarse también a la
nuestra: un mundo donde la gente no muestra la menor empatía ante la desgracia
ajena y donde el horizonte último de la felicidad humana consiste en acumular
capital.
“En ese mundo, Trump es
el líder supremo, un robot enloquecido que agarra a las mujeres del coño,
pretende comprar Groenlandia al peso, denuncia el exterminio de granjeros
blancos en Sudáfrica, pone de moda los aranceles multimillonarios y está
llevando la economía estadounidense hacia la recesión. Es posible que Trump
fuese asesinado hace ya tiempo y el botarate chillón que está al volante no sea
más que un prototipo de Tesla al que Elon Musk ya no controla de ninguna
manera, un Robocop encolerizado con los inmigrantes, obsesionado con su
predecesor y totalmente fuera de control. El balazo que le pasó rozando ya nos
estaba dando pistas. A ver si el verdadero peligro no era la Inteligencia
Artificial, sino la necedad —ni artificial, ni natural— la necedad a secas”.
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