domingo, 1 de junio de 2025

El “pacificador” que alimenta la guerra.

  Trump, el bombero pirómano más peligroso del siglo XXI.

Donald Trump regresó al Despacho Oval anunciando que solo él podría traer la paz al mundo, como si la diplomacia fuera un 'reality show' y la geopolítica se resolviera a golpe de selfie. Cuatro meses después, Gaza está más arrasada que nunca y Ucrania sigue ardiendo. Ni Nobel de la Paz, ni alto el fuego, ni resultados. Solo destrucción, declaraciones vacías y negocios armamentísticos que huelen a petróleo, sangre y cinismo.

Nada más asumir el cargo, Trump se envolvió en su teatralidad habitual: Netanyahu fue su primer invitado oficial, y la escena en la Casa Blanca se convirtió en una distopía grotesca. Mientras el primer ministro israelí describía su fantasía de convertir Gaza en una “Riviera del Oriente Medio”, el presidente estadounidense se mostraba dispuesto a dejar que los palestinos fueran expulsados a países vecinos. No es política exterior, es limpieza étnica con retórica turística.

La realidad, sin embargo, no ha seguido el guion trumpiano. Las bombas siguen cayendo sobre la Franja, el 80% del territorio está controlado o arrasado por tropas israelíes, y el supuesto distanciamiento de Trump respecto a Netanyahu es solo una farsa temporal para negociar con Irán. La ayuda militar y económica estadounidense nunca se ha interrumpido. Los F-35 siguen despegando, financiados por el contribuyente estadounidense, y los misiles siguen matando niños y niñas palestinas con total impunidad.

Trump envió a su enviado especial, Steve Witkoff, a empantanarse en Doha con mediadores qataríes. Prometieron avances, pero una semana después Israel rompía las negociaciones y retiraba a su delegación. No hay tregua, no hay plan de paz, no hay voluntad real de detener el genocidio. Solo cálculo electoral y propaganda diplomática. Hamás exige un alto el fuego definitivo; Israel ofrece una tregua a cambio de rehenes. La guerra no terminará porque el ocupante no quiere que termine. (Spanich Revolution)

Mientras Gaza agoniza, Trump cambia de frente en su otra gran promesa de campaña: Ucrania. De ser el “amigo de Putin” ha pasado a llamarlo públicamente “loco”. Tardó tres años y medio desde la invasión rusa en febrero de 2022 para reconocer que el Kremlin mata civiles indiscriminadamente. Lo hace ahora, cuando el coste político de seguir callando empieza a ser mayor que el de hablar.

Las declaraciones son de una ambigüedad cobarde y un cinismo total. “Putin está matando gente y no sé qué le pasa”, dijo este domingo. No es un diagnóstico político, es un comentario de cuñado en una sobremesa de bar. Y como siempre, repartió culpas entre Biden, Zelenski y el propio Kremlin, como si su Gobierno no hubiera desmantelado todo intento de mediación real y como si no fuera él quien retiró a Ucrania de la agenda de ampliación de la OTAN, ofreciendo el primer peón sin siquiera empezar la partida.

Putin, mientras tanto, exige garantías por escrito: quiere que se excluya a Ucrania y otras exrepúblicas soviéticas de la OTAN, que se levanten sanciones, que se le devuelvan activos congelados y que se reconozca su control sobre territorios anexionados en 2022. Según Reuters, sin estas condiciones no hay acuerdo posible. La paz que busca Putin solo es aceptable si Occidente acepta la victoria rusa. Y Trump, lejos de frenarlo, parece dispuesto a regalarle el tablero con tal de que se apague el ruido en campaña.

Entre tanto, Trump juega con fuego. Se atribuye el mérito de que Rusia no haya “colapsado ya”, como si fuera el tutor político del Kremlin. Sus palabras son puro narcisismo imperial envuelto en falsa preocupación humanitaria. No ha frenado ni una sola ofensiva. No ha salvado ni una sola vida. Pero exige reconocimiento constante, como si su presencia en el conflicto fuera una bendición y no un estorbo.

Llamar “loco” a Putin mientras se financia a Netanyahu no es valentía: es hipocresía estratégica. Es intentar parecer sensato mientras se incendia el planeta por partes. Es venderse como pacificador mientras se alimentan dos guerras con las dos manos. Es exactamente lo que es Trump: el bombero pirómano más peligroso del siglo XXI.


Trump se hunde en su propio pantano.

Donald Trump, tras regresar al poder en 2024, prometía una segunda era dorada para las y los suyos. La realidad, sin embargo, ha sido el eco hueco de sus bravuconadas: el 41 % de aprobación que ostenta a los 100 días de su segundo mandato es la cifra más baja para cualquier presidente desde 1953, según la encuesta de CNN realizada por SSRS (fuente aquí). Ni siquiera su primer mandato había cosechado semejante rechazo inicial.

En apenas tres meses, Trump ha perdido 4 puntos respecto a marzo y 7 desde febrero. Solo el 22 % respalda firmemente su gestión, mientras que un 45 % lo desaprueba de forma contundente. El colapso no se limita a los sectores tradicionalmente adversos: ha perdido 7 puntos entre mujeres y 7 puntos entre estadounidenses hispanos, cayendo a un mísero 28 % en este último grupo.

La farsa de su imagen como "el hombre fuerte" se desmorona a toda velocidad. Ni siquiera su supuesta “recuperación económica” le sirve ya de escudo. La encuesta muestra que su aprobación en gestión económica ha caído a un 39 %, el peor dato jamás registrado en su historial, lastrado por su guerra comercial de aranceles que amenaza a la estabilidad de millones de trabajadoras y trabajadores. La inflación, lejos de ser “transitoria”, sigue devorando los salarios mientras los grandes capitales, como siempre, salen indemnes (lo recoge también CBS News).

Pero Trump no solo pierde en economía: sus políticas exteriores y migratorias también están en caída libre. Mientras abraza a autócratas como Putin y recorta programas de ayuda internacional, el 60 % de la población desaprueba su política exterior. Incluso en inmigración, donde llegó a tener apoyo entre su electorado más fanatizado, su aprobación ha bajado 6 puntos desde marzo.

La imagen grotesca se completa con su intento de apropiarse del arte y la cultura, controlando instituciones como el Centro Kennedy o alterando exposiciones del Smithsonian, decisiones que el 64 % de las y los estadounidenses consideran inapropiadas. No es casualidad que haya delegado esta tarea al extremista vicepresidente J.D. Vance, tan despreciado como él mismo.

El 57 % de la población cree que Trump está poniendo al país en un riesgo innecesario con su estilo de gobierno, ese estilo de disparar decretos a diestro y siniestro, muchos de ellos anulados por los tribunales por su ilegalidad manifiesta. Ni siquiera entre sus votantes más fieles se disimula ya la decepción. Como recogía CNN, George Mastrodonato, un votante de Trump de Nuevo México, comparaba al presidente con "Yosemite Sam disparando en todas direcciones". Y lo hacía con resignación: “algunas de sus acciones se mantienen, otras no”, admitía.

Frente al espejismo de su "América renovada", lo que crece es la precariedad, la división, la rabia social. La clase trabajadora, las y los migrantes, las y los jóvenes racializados, la comunidad LGTBIQ+, todas y todos quienes no caben en el modelo retrógrado de Trump, ven cómo se agranda el abismo social. Estados Unidos no está siendo “grande otra vez”; está siendo privatizado, militarizado y deshumanizado hasta el límite.

(Spanish Revolution)

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Hoy da comienzo la Feria del Libro de Madrid tendrá lugar hasta de mayo y el 15 de junio.

‘Un libro no acabará con la guerra ni podrá alimentar a cien personas, pero puede alimentar las mentes y, a veces, cambiarlas’. (Paul Auster)

El humor en la prensa de esta semana: Caín, J. L. Martín, Riki Blanco, Superantipático, El Roto, Peridis, Eneko, Manel F., Vergara…










Menudo lío, Marlaska
 Diálogo.
Los gritos.

El genocida.
Más guapo.

Ese efecto. 



Pep Roig, desde Mallorca:

 El retorno del Prínsipe Asul (Cap. 41- Vendidos).  



Todo en cristiano
 Libres de pecado en simulado y diferido
Propiedad congénita

 

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