Querellas campechanas.
Bajo este título, David
Torres escribió el pasado viernes en Público un artículo que así empezaba: “El
rey Juan Carlos se ha embarcado en una deriva judicial de imprevisibles
consecuencias. Primero se querelló contra Revilla, el Rey de las Anchoas en
Lata, y ahora se querella contra Corinna Larsen, la Amiga Entrañable, dos
personajes lo bastante populares como para merecer, ya que no títulos
nobiliarios, al menos sobrenombres homéricos y rimbombantes. No se sabe muy
bien cómo puede acabar esto, porque lo mismo el emérito le coge el gusto al
papeleo y se querella luego contra Bárbara Rey, contra el elefante de Botsuana
y contra el oso Mitrofán, tres mamíferos que, cada uno a su modo, se
interpusieron en su camino tiempo atrás. Cualquier día le cae otra querella al
Rey del Cachopo.
Así continuaba: “Por lo
visto, tanto Revilla como Corinna han atentado contra el honor real, esa
excepcional figura jurídica con la que los españoles hemos levantado dramas,
tragedias, epopeyas, medio Siglo de Oro y hasta un párrafo de la Constitución
sobre el que se sostiene el resto del mamotreto, igual que otro elefante cabeza
abajo haciendo equilibrios sobre la trompa. En España, el honor es un tema muy
serio, tan espinoso que se requiere la ayuda de jueces y leguleyos para
aclararlo, y tan antiguo que se remonta, por lo menos, al Poema del Cid, si es
que no se remonta a Atapuerca. Aunque Lope y Calderón escribieron varias obras
de teatro al respecto, fue Muñoz Seca quien actualizó definitivamente el
problema del honor en La venganza de don Mendo, un astracán estrenado en 1918
con más de un siglo de antelación.
Y así terminaba: “En
efecto, varios expertos han señalado que, para ser consecuentes, la demanda
contra Corinna debería haber sido redactada en octosílabos mientras que a la de
Revilla le irían mucho mejor los tercetos encadenados. Alardear de honor en un
tribunal no parece una estrategia muy hábil a estas alturas, cuando la figura
del emérito permanece indisolublemente unida a múltiples escándalos de
adulterios en serie, delitos fiscales, cuentas opacas, comisiones y maletines
de billetes introducidos en Barajas a través de sus asesores. Por ejemplo,
durante su primer asalto en los juzgados salió a la luz —además de varios
detalles repugnantes de espionaje, acoso y difamación—, que Corinna se negaba a
devolverle 65 millones de euros porque, según ella, eran un regalo, mientras
que, según él, simplemente le pidió por favor que se los guardara. Ni Muñoz
Seca habría podido superar los alegatos”.
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