La película 7.291 de Woody Allen.
David Torres reconoce, en
Público, que la obra de Woody Allen, desde que ha cambiado el cine por la
geografía, no levanta cabeza. “Va por ahí filmando sus neurosis, por Roma, por
Barcelona, por Donosti, tropezando con tópicos y manierismos: un cocinero que
despacha siempre el mismo plato, lo sazona con ingredientes extranjeros y cada
vez le sale peor...
“Allen participó este verano por
videoconferencia en un festival de cine en Moscú, donde alabó el cine soviético
y coqueteó con la idea de filmar su próxima película en la capital rusa. No nos
imaginamos a Woody Allen viendo ‘El acorazado Potemkin’ sin hacer al menos tres
chistes sobre la célebre secuencia de la escalinata (‘No sé quién diablos será
el bebé que conduce ese cochecito, pero si sobrevive, debería agenciarse un
Fórmula 1’). Una de sus comedias más divertidas (La última noche de Boris
Grushenko) era una sátira disparatada sobre la literatura rusa, pero hoy, por
desgracia, resulta imposible reemplazar a Diane Keaton y cambiar a Tolstoi por
el polonio. Zelenski le amonestó por esta iniciativa que podía derivar en un
monumento a Putin, sin caer en la cuenta de que él mismo (un payaso que hace de
presidente y un presidente que hace el payaso) podía terminar de protagonista
sin que Allen tuviera que esforzarse mucho.
“Al final, Ayuso se ha
adelantado y le ha ofrecido al cineasta un millón y medio de euros para que
ruede su próximo proyecto en Madrid, aunque bajo ciertas condiciones. El nombre
de la capital de España tiene que ir incluido en el título (igual que en Vicky,
Cristina, Barcelona); un mínimo del 15% de las localizaciones tendrán que
rodarse en exteriores, en lugares reconocibles y característicos de la capital;
y habrá al menos una escena fuera del entorno urbano en otro emplazamiento
típico de la Comunidad. Podría ser la primera película de Allen ambientada
exclusivamente entre vallas, socavones y perforadoras, con un capataz de obras
obsesionado por los taladros que encuentra los restos de Cervantes en una de
las múltiples y absurdas excavaciones que amenazan con hundir la ciudad, se los
lleva al alcalde, que está distraído planeando un toldo gigantesco que cubra el
parque del Retiro, y los huesos de Cervantes acaban en un cocido.
“Posibles títulos para la
película: ‘Isabel, Miguel Ángel, Madrid, cervezas al por mayor’. O bien: ‘Esperanza,
Ignacio, Cristina, Isabel, Madrid por los suelos’. O bien: ‘Atún, Madrid,
Almeida, faz penosa’. O bien: ‘Metro, Madrid, sardinas en lata’. Hay muchas
posibilidades, aunque de momento el largometraje lleva el título provisional de
‘WASP 2026¡, que no habrá que confundir con ‘7.291 de Madrid al cielo’, una
película de terror que seguimos viviendo en riguroso directo, aunque Ayuso y la
Justicia no dejen de tomársela a cachondeo. Un millón y medio de euros es más
bien calderilla para un proyecto cinematográfico, pero tampoco íbamos a
gastarlo en remendar los boquetes de la Universidad Complutense, que está que
se cae a cachos.
“No es que a la
presidenta le interese gran cosa el cine -la cultura ya ni te cuento-, sino
atraer más turistas a la capital, una de las pocas cosas que en Madrid más bien
sobran. Una pena que Allen ande de capa caída, porque para llevarse limpia la
pasta le bastaría producir un documental sobre Ayuso, sus múltiples ocurrencias
y su titiritero de guardia, algo al estilo de Grizzly Man, de Herzog, que va de
un pobre hombre que se va a Alaska a cuidar osos y acaba devorado por uno.
Aquí, entre atascos identitarios, obras interminables, concebidos no nacidos,
emigrantes del aborto y calles llenas de mierda, nos comen vivos el oso y el
madroño. Pero qué risas, colega”.

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