2 de abril. Enfermos de actualidad.
La actualidad es un fantasma del que trato de huir inútilmente. En periodismo, incluso cuando se está en paro, la actualidad aprisiona constantemente el último momento entre el ayer y el mañana, flirteando con el momento presente, pero sin profundizar jamás en él y bloqueándolo ante el espejismo de la última oportunidad.
La actualidad con frecuencia se me presenta como un hoy sin futuro y sin pasado pero cuya sombra esconde mi vida, limitada por la de los demás. Enfermos de actualidad, los periodistas vivimos de un hoy sin raíces ni perspectivas de futuro, sin darnos cuenta de que esta pura actualidad no se aguanta más allá de unas horas, derribada por otras actualidades que se van destruyendo unas a otras, mientras el tiempo marca implacablemente la existencia. Y quien no vive el último grito en todo es tachado de desfasado y de pasado de moda.
Catedráticos y expertos mediáticos intentan unir y fusionar el periodismo con la actualidad. El periodista de la objetividad y la observación comprometida es hartas veces relevado por el profesional de la imparcialidad y la neutralidad que pretende contar los hechos por encima de las informaciones que difunden. De manera que, como dice el periodista francés, Jean Bothorel, los medios de información “ya no reclutan periodistas sino profesionales, es decir, técnicos de la información pura. Toda reflexión se vuelve inútil, ya que la información se basta a sí misma”. Y el periodista –según indica Carlos G. Reigosa, ya no sería un trabajador profesional que se indigna, desprecia o maldice; por el contrario, se habría convertido en un profesional sereno, aséptico, pragmático, partidario del consenso y defensor de todos los conformismos dominantes.
Reigosa mantiene que la “actualidad” está precocinada por gabinetes de prensa y direcciones de comunicación, de manera que es imposible saber lo que ocurre y, por tanto, saber contarlo. Según él, el mal no está fuera del oficio, sino dentro. Y surge “cuando el periodista no valora o no está a la altura de la libertad de prensa, cuando se desliza irresponsablemente por los toboganes del sensacionalismo, cuando ampara fuentes informativas contaminadas de intereses espurios, cuando convierte en espectáculo una información, cuando contagia con su opinión una noticia, cuando da por probadas informaciones insuficientemente acreditadas de algunos colegas, cuando supura o irriga pesimismo, cando se somete a modas pasajeras, prestándoles una atención que no merecen...”
La actualidad con frecuencia se me presenta como un hoy sin futuro y sin pasado pero cuya sombra esconde mi vida, limitada por la de los demás. Enfermos de actualidad, los periodistas vivimos de un hoy sin raíces ni perspectivas de futuro, sin darnos cuenta de que esta pura actualidad no se aguanta más allá de unas horas, derribada por otras actualidades que se van destruyendo unas a otras, mientras el tiempo marca implacablemente la existencia. Y quien no vive el último grito en todo es tachado de desfasado y de pasado de moda.
Catedráticos y expertos mediáticos intentan unir y fusionar el periodismo con la actualidad. El periodista de la objetividad y la observación comprometida es hartas veces relevado por el profesional de la imparcialidad y la neutralidad que pretende contar los hechos por encima de las informaciones que difunden. De manera que, como dice el periodista francés, Jean Bothorel, los medios de información “ya no reclutan periodistas sino profesionales, es decir, técnicos de la información pura. Toda reflexión se vuelve inútil, ya que la información se basta a sí misma”. Y el periodista –según indica Carlos G. Reigosa, ya no sería un trabajador profesional que se indigna, desprecia o maldice; por el contrario, se habría convertido en un profesional sereno, aséptico, pragmático, partidario del consenso y defensor de todos los conformismos dominantes.
Reigosa mantiene que la “actualidad” está precocinada por gabinetes de prensa y direcciones de comunicación, de manera que es imposible saber lo que ocurre y, por tanto, saber contarlo. Según él, el mal no está fuera del oficio, sino dentro. Y surge “cuando el periodista no valora o no está a la altura de la libertad de prensa, cuando se desliza irresponsablemente por los toboganes del sensacionalismo, cuando ampara fuentes informativas contaminadas de intereses espurios, cuando convierte en espectáculo una información, cuando contagia con su opinión una noticia, cuando da por probadas informaciones insuficientemente acreditadas de algunos colegas, cuando supura o irriga pesimismo, cando se somete a modas pasajeras, prestándoles una atención que no merecen...”
Confieso que, a veces, quisiera saber moverme en la historia con total independencia, y lanzarme al futuro sin las pesadas coordenadas del pasado y del presente. Pero, por supuesto, ni soy prestidigitador ni un ser que juega a ser dios, sino un ser mortal, limitado por la actualidad, que a veces sueña en imposibles.
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