24 de abril. La cultura del canibalismo
El pleno de la Asamblea de Madrid ha llegado a adelantar un día para que los diputados y consejeros regionales pudieran asistir a una corrida de toros de beneficencia. La mayoría del PP que dominaba la Asamblea lo dio por hecho. No podía dejar de asistir a una corrida presidida en la que, además, por el Rey. El representante del PSOE reconoció que el cambio de fecha para celebrar el pleno, motivado por esta lidia, “no contribuía a dar una buena imagen al Parlamento”. No obstante, justificó el cambio de día “por ser ya una tradición”. E IU presentó parecidos argumentos.
¿Cómo definiría yo las corridas, este espectáculo defendido por no pocos españoles? Ante todo, como un acto de violencia gratuita por el que las masas pagan por “disfrutar” y aplaudir, los “maestros” y toreros, por dominar, arriesgar y matar al toro, y, los entendidos, por escribir y criticar algo que consideran “arte”. No puedo dejar de lado lo que el escritor y periodista, Manuel Vicent, publica en su libro “Antitauromaquia”, en el que sentencia que “si el torero es cultura, el canibalismo es gastronomía”. Su descripción de esa cultura del canibalismo, no puede ser más certera: “En primavera –escribe–, con las amapolas, llega la larga agonía de los toros y, bajo una luz de tábano, el aristócrata compartirá el codo con el pícaro y el flamenco en la maroma de la plaza, el ministro lamerá la vitola del puro, el pueblo escupirá cacahuetes, el poeta se entusiasmará por el excelente trabajo de los cabestros”…
¿Cómo definiría yo las corridas, este espectáculo defendido por no pocos españoles? Ante todo, como un acto de violencia gratuita por el que las masas pagan por “disfrutar” y aplaudir, los “maestros” y toreros, por dominar, arriesgar y matar al toro, y, los entendidos, por escribir y criticar algo que consideran “arte”. No puedo dejar de lado lo que el escritor y periodista, Manuel Vicent, publica en su libro “Antitauromaquia”, en el que sentencia que “si el torero es cultura, el canibalismo es gastronomía”. Su descripción de esa cultura del canibalismo, no puede ser más certera: “En primavera –escribe–, con las amapolas, llega la larga agonía de los toros y, bajo una luz de tábano, el aristócrata compartirá el codo con el pícaro y el flamenco en la maroma de la plaza, el ministro lamerá la vitola del puro, el pueblo escupirá cacahuetes, el poeta se entusiasmará por el excelente trabajo de los cabestros”…
Circula por Europa una carta, enviada por correo postal a la presidencia sueca, a los 20 comisarios, a los presidentes de los grupos parlamentarios y a los ministros de Agricultura y, por correo electrónico a los 626 eurodiputados, en la que se denuncia una costumbre muy española. “Algunos países de las Unión Europea –dice– continúan alegremente torturando animales en un espectáculo bárbaro y cruel que algunos ‘iluminados’ se atreven a calificar de ‘artístico y cultural’. Ante esa realidad, y ante esa supuesta unión, hay tres países: España, Francia y Portugal, frente a una mayoría que, continúan organizando corridas.
“La gran mayoría de la población que integra esos tres países es claramente contraria a ese espectáculo bárbaro y cruel, en el que una minoría con mucho dinero, que vive a costa del sufrimiento de los animales, llena sus bolsillos y se enriquece, mientras mantiene viva esa supuesta y moribunda ‘manifestación cultural’.
“Esos señores, que se alimentan, viven y enriquecen a costa del espectáculo de sangre y dolor que es la corrida, quieren que millones de personas en toda la UE paguen a través de sus tributos los supuestos prejuicios, demandando subvenciones, exigiendo que los gobiernos de sus países y la propia UE paguen los gastos de transporte, la incineración de las reses lidiadas, etcétera”.
La decisión real de acudir a estos espectáculos taurinos me produce vergüenza ajena. ¿Cómo se puede presentar una corrida, acto cruel de violencia gratuita, con tanto cinismo y desfachatez? ¿Por qué se pretende justificar tal acto mediante una supuesta caridad cristiana? ¿Es posible que la sangre de un toro, vertida salvajemente por un torero que busca básicamente unos aplausos, pueda servir para un fin supuestamente piadoso? Abomino de esta sociedad que justifica su piedad en la crueldad hacia un animal. Abomino de una sociedad que celebra sus “fiestas nacionales” basadas en el sufrimiento de un animal inocente. Abomino del arte basado en el lucimiento y en la habilidad de un torero que esquiva las mortales embestidas de un toro enfrentado forzosamente a una muerte despiadada. Abomino del espectáculo sostenido por masas enfervorizadas que sólo se lamentan de la muerte del torero pero jamás de la del animal, acribillado por los dardos de los banderilleros, por la lanza punzante del picador y por la pérfida espada del torero.
Maldigo a los artistas que ensalzan este espectáculo sangriento, a los amantes de este “arte”, a las personalidades que lo sostienen, se entretienen y lo justifican. Maldigo a los escritores que, en sus obras, justifican y promocionan este “espectáculo” sangriento. Maldigo a las autoridades que, con la excusa de que es el pueblo quien las pide, no se atreven a enfrentarse con estos hechos vergonzosos y permiten las corridas. Maldigo las ciudades que levantan sus plazas y se masturban en ella con gritos despavoridos, exigiendo sangre y muerte a un animal constantemente atacado, forzado a defenderse. Maldigo los monumentos erigidos a toreros preclaros por su absurdo y suicida desafío. Maldigo al mismo pueblo, enfebrecido con este “arte”, que se exalta con gritos desaforados, perpetuando este macabro espectáculo. Maldigo a los medios de comunicación y a los periodistas que colaboran en la promoción de este “arte”, sin preocuparse jamás del sufrimiento que someten al toro, del que saborean su carne y su rabo en comilonas. Y maldigo, en fin, al verdadero protagonista de esta vergüenza, del que, si cae herido en plena plaza, nadie busque en mí un lamento ni una plegaria.
Y me avergüenzo de unas autoridades que no solo permiten este espectáculo cruento, sino que ocupan un puesto de honor en las corridas. Me avergüenzo de tener a un Borbón que frecuenta las plazas de toros y aplaude como uno más. Me avergüenzo de mi nación y de mi patria que convierte este espectáculo macabro en un signo de distinción y orgullo y esta salvajada en una “fiesta nacional”. Me avergüenzo, en fin, de la raza humana que disfruta con el sufrimiento de los animales y alienta las corridas en las que la violencia, la sangre y la muerte del toro o del torero campan por sus respetos.
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